[Ciberayllu]
31 enero 2004

Una mirada a Nueva York

Ricardo Vírhuez Villafane

 

Para Alexandra, en Puno.

I

Cerca de Nueva York pesa la noche
y una mano nerviosa la recorre.
Hombres y edificios, autos y mujeres.
El paisaje de cemento y acero que la habita.
Por las mañanas, un sol en paz
y bellas muchachas en trenes y autobuses.
Pero la tranquilidad de los caminos
hacia Manhattan se rebela.
Cuántos ojos que no miran
sino el tiempo entreverado y loco.
Cuánta vida extraviada entre las calles
como un fogonazo en el horizonte.
Y la ciudad no duerme.
Ni el mundo que ante ella se levanta.


II

La he visto en el tren y me ha mirado.
Nunca más la veré y no estamos solos.
Azules o verdes son sus ojos, y dulce su mirada.
Me ha mirado en el tren igual que a miles
aquel día. O quizá como si fuera
la primera persona que la mira.
Sé que no la veré más y no me desespero.
Tiempo a la vida, pienso, y corren el tren
y los minutos mientras en mis ojos
descansa su mirada. Me mira
y tal vez piense como yo que falta tiempo,
que nunca más volveremos a mirarnos
y que todo es saludo y despedida.
Entonces, la acaricio. Con mis ojos.
Y la toco suavemente sobre el hombro.
Con mis ojos. Y las puertas del tren se abren
y ella sale, y su mirada dice adiós
como un beso repentino y loco.


III

La llamé al celular y era cierta su voz.
Cierta su imagen repentinamente viva.
Tímida caía la lluvia
sobre las calles y los rascacielos.
Apenas unas palabras, y fue suficiente:
sus palabras, su rostro, sus suaves manos,
su cuerpo desnudo entre mis besos.
El tiempo no perdona
pero nos premia la memoria.
Llamé, y ahí estaba,
tan lejana y tan cerca,
tan ajena y tan mía.

IV

Una muchacha rubia y sonrojada
sonríe al joven negro que la acompaña.
Fuera de la vereda cae la lluvia
y los paraguas se confunden con la gente.
Pero la muchacha rubia sonríe y el mundo
sólo tiene los ojos de su amigo negro.
Su mirada azul posee algo de primavera
en este invierno que ya acecha.
Corre la gente y pasa el tiempo.
Deja de llover y la humedad lo invade todo.
Y ahí sigue la muchacha rubia,
tan intensa como la noche que no acaba.


V

Por el downtown de Manhattan
una viejita americana
arrastraba una maleta.
Las calles limpias
y las ropas caras
diferían de la bulliciosa periferia.
La viejita americana
llevaba canas
y una maleta
cargada de memoria.


VI

Sentarse a escribir en la estación del tren.
Mirar el movimiento de los vagones
y los rostros serios detrás de las ventanas.
Observar a las muchachas rubias
como estatuas elegantes. Oír las voces
de negros y judíos, musulmanes
y chinos, europeos y sudamericanos
como un enjambre infinito.
Mirarlo todo. Oírlo todo.
Pero los trenes recogen a la gente
y la estación queda vacía.
Solo las señales de colores
parpadean silenciosas.


VII

Hoy escuché por primera vez
el bello sonido del idioma ruso.
Un hombre amable y una bella muchacha
subieron al tren y hablaron con dulzura.
¿ La lengua de Pushkin?, quise preguntar
inútilmente a la muchacha.
Varios americanos se sentaron cerca
y ella empezó a leer un pequeño libro.
Era de una belleza de nieve y de ternura
y tan hermosa como su propio idioma.
La observaba con placer, y no la sentí enojada.
Sus verdes ojos traerían los verdes paisajes
de su país lejano, y su pelo rubio
plateado semejaba una noche adormecida.
Antes de bajar me miró con suavidad.
Y mis ojos sorprendidos
fueron mi única despedida
para aquella muchacha rusa
a quien no encontraré más
entre los trenes de la gran manzana.


VIII

Una mujer negra
cantaba en la estación
con su voz potente
como los mismos trenes.
Cientos de ojos
la descubrieron sorprendidas
y miles de oídos
la retrataron amistosos.
Era viernes
cerca de la medianoche
y la gente bullía
y las voces se multiplicaban.
Parecía un ajetreado día
en Times Square
mientras la voz
de la mujer negra
encendía la noche
y alegraba los oídos.

IX

El ferry cruza lentamente las aguas
camino de Staten Island. Ha caído
la noche y el horizonte es un coro de luces.
Los edificios iluminados y los puentes
gigantescos no son solo postales en el paisaje.
El viento azota la cara y la famosa estatua
de la libertad, más pequeña, menos
interesante, nos mira en la lejanía.
La gente observa. Mira las aguas mansas.
Nadie canta ni ríe. La mirada adusta.
Todos vuelven del trabajo mientras yo escribo.
Mientras busco la alegría perdida
entre tanto cemento, acero y soledad.

X

Las calles del alto Manhattan
son bulliciosas y muy sucias.
Un olor a frutas podridas
e inoportunas camionetas
estremecen la postal equivocada.
Dónde el Nueva York limpio
y respetuoso, dónde el tráfico
sereno de avisos y películas.
La realidad es un monstruo respetable
pese a las banderitas y avisos luminosos.
De mil caras y mil lenguas
es esta ciudad. Mil rostros
que no existen para el márketing
sino para las propias miradas sorprendidas.
Una voz frente a miles de palabras.
Un latido para tanta vida acumulada.

Nueva York, 25 setiembre 2003

* * *


© 2004, Ricardo Vírhuez Villafane
Escriba al autor: rvirhuez@yahoo.com
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Para citar este documento:
Vírhuez Villafane, Ricardo: «Una mirada a Nueva York. Poesía», en Ciberayllu [en línea]

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