31 enero 2004

La reina africana

Cuento

[Ciberayllu]

José B. Adolph

Para Domingo Martínez, (a) Kuraka,
que mantiene la bandera en alto desde Ciberayllu.

EN LA SELVA

—Creo— dice Adofo Hola Fela— que ésta es una excelente oportunidad.

— De acuerdo, oh Excelso— responde Nkechi Mariama—. Pero tenemos que hablar con Nana Kambiri.

—Llámala.

—Ordena, amo— se inclina, respetuosa, Nana Kambiri.

Adofo Hola Fela le palmea el pelado cráneo.

—Te enseñaremos a ser Madre-Reina.

—¿Madre-Reina, oh Excelso Padre de la Tribu?

—Verás qué fácil. Te va a gustar.

—Te vamos a hacer un lindo trono y todo— interviene Nkechi Mariama.

EN NUEVA YORK

Barbra Finkelstein, con el pseudo-African alborotado, entra a la oficina de la directora de Uniwomen.

—Mira —dice, jadeando de emoción.

—Sí, ya sé todo. ¿Qué propones?

—Esto les cerrará la boca a muchos, dentro y fuera del mundo académico.

—Ah, qué maravilla —comenta Susan O'Hara—. Qué maravillosa maravilla. Comunícame con Discovery, con la BBC, con CNN, aunque sea con Animal Planet. Now!

Barbra apenas puede controlar la emoción.

EN PARÍS

 —¿Y nosotros qué tenemos que ver? —pregunta Fernanda Torres, directora adjunta de la UNESCO.

—¿Y yo qué sé? —repregunta Magdaleno John, su secretario.

—Algo que ver con una tribu matriarcal en no sé qué hueco perdido de África. Las feministas están revueltas. Y los antropólogos, as. Los sociólogos, as. Los historiadores, as. Los, las psicoanalistas. Todo el mundo, toda la munda.

—No es para menos, jefa. Tanto se ha hablado de sociedades matriarcales y nunca se había visto ninguna.

—Puras bolas hasta ahora: que si en Creta, que si en Asia Central, que si en Mesopotamia...

—Siempre dicen que en Estados Unidos, con el culto a la mamás, o eso de las madres judías... Y en Polinesia no sé cuándo...

—Ya te digo, wishful thinking feminista.

—¿Whisky qué?

—Nada de whisky. Puros deseos, quiere decir.

—Pero ahora, ¿quién las va a aguantar?

—Mi mujer ya me llamó con tono triunfal.

EN WISCONSIN

—Encárgate tú, Lionel. Es tu campo.

Lionel Robinson, catedrático de estudios afroamericanos —un metro ochenta y ocho, ojos brillantes, piel caoba— miró al rector, William Penshire, con cierto desdén.

—Yo lo veo más como un asunto para estudios de género.

—No, no, esto es un asunto étnico.

—Discrepo, William. ¿Acaso la plata no viene de la ONG Uniwomen?

—Y más plata puede venir de la ONG Black is Wonderful.

—Hmm. ¿Y qué has pensado?

—Yo soy el rector. No estoy obligado a pensar.

—Hmm. ¿Nana Kambiri como profesora residente?

—Demasiado tarde. Ya le están organizando una gira mundial las chicas de Uniwomen.

—¿Doctora honoris causa?

—Ya tiene en lista 33 doctorados, 28 de ellos en los Estados Unidos. Piensa, hombre, piensa.

—Estoy pensando.

EN LA SELVA

—Parece que no les importa que sólo seamos 14 —dice, sonriendo, Nkechi Mariama.

—¿Y por qué habría de importarles? —responde Adofo Hola Fela—. ¿Estamos hablando de cantidades? ¿China es más importante porque hay tantos chinos? Aquí lo que tenemos es una revolución, nada menos. Por primera vez se comprueba que el patriarcado no es la única forma posible.

—Hmm. ¿Majestad? —agrega, dirigiéndose a Nana Kambiri, que lee «El Segundo Sexo» arrellanada en su trono.

La Madre-Reina levanta la vista, incomodada por la interrupción.

—¿Qué deseas, Adofo?

Adofo la observa antes de responder a la impertinente pregunta de la Madre-Reina.

Nkechi Mariama emite una carcajada.

—Con todo respeto sea dicho, oh Excelso Padre de la Tribu, eres un aprendiz de brujo. Tu creación se te rebela.

—Ex Excelso Padre de la Tribu —ríe, a su vez, Nana Kambiri—. Ahora tenemos una Excelsa Madre, tasada en 300,000 dólares americanos.

—Y esa es sólo la primera cuota —suspira Adofo Hola Fela.

—300,000 entre 14 sale a 21,428.57 dólares para cada miembro de la tribu —revela Nkechi Mariama, tras teclear en su laptop.

Con mirada más bien soñadora, Adofo Hola Fela menea la cabeza, asombrado ante tanta ingenuidad.

—Querido Anciano Consejero —murmura finalmente—. Te estás jugando el puesto. El cálculo es 50,000 para la Madre-Reina, 50,000 para ti, 100,000 para mí y el resto para la construcción del nuevo palacio real y la carretera de la playa al palacio. El resto lo pone el Banco Mundial y después privatizamos palacio y autopista. 40% del peaje para las arcas reales.

EN NUEVA YORK

—A este paso, alguien se va a traer a casa el Premio Nobel —dice Barbra Finkelstein, mandándole un beso volado a Susan O'Hara.

—Idiota. ¿Cuál Premio Nobel y para quién?

—Para Uniwomen.

—Doble idiota. ¿De literatura? ¿economía? ¿medicina?

—Bueno, para Nana Kambiri. Ha revolucionado las ciencias sociales. ¿Quién es la idiota?

—Okey, okey. Pero eso no es lo que importa.

—¿Y entonces qué es lo que importa? ¿Que la Madre-Reina no usa brassière?

—Graciosa. Se alarga la nariz con pesas y la pinta de azul, que es lo mismo en su cultura. No, lo que importa es que al fin tenemos el arma definitiva contra no sólo el machismo sino contra el maldito patriarcalismo judeo-cristiano-islámico-hinduista-budista-zoroastrista-baha'i-marxista-psicoanalítico. Fin, adieu, the end.

—La Diosa te escuche.

EN PARÍS

Gran agitación en el palacio que ocupa UNESCO. Mensajeros corren de aquí para allá y de regreso. Las computadoras están vibrando, las impresoras escupen textos, los escáners escanean, los sistemas se cuelgan, las secretarias maldicen.

Hoy llega Su Graciosa Majestad la Madre-Reina Nana Kambiri, acompañada de sus cinco asesores masculinos (denominados «varones domados» por la prensa machista). En casa se quedaron cuatro mujeres al cuidado de los cinco niños, detalle que no ha pasado desapercibido por la mencionada prensa tendenciosa.

—¿Domados? —se pregunta Adofo Hola Fela, ojeando Newsweek en el avión que los lleva a París.

—¿Cómo es que estos blancos alguna vez tuvieron seso suficiente para colonizarnos? —pregunta a Nkechi Mariama, que intenta dormitar a su costado.

—No lo hicieron en base a sesos, jefe —responde Nkechi Mariama.

Adofo Hola Fela sonríe con su magnífica dentadura.

—Sea como fuere, mi amigo, hemos ingresado por la puerta grande a la historia de la nación Ungala, que desde hoy deja de llamarse «tribu», por decisión que acaba de tomar la Madre-Reina.

Nkechi echa una mirada a la dormida Madre-Reina, al otro lado del pasillo.

—Amén, como dicen los misioneros. Creo que les ganamos hasta a los blanquitos de Andorra, Lichtenstein y San Marino.

—Somos catorce, ¡pero qué catorce!

Otra vez soñador, Adofo Hola Fela suspira:

—Nunca podremos agradecer lo suficiente a nuestras magníficas mujeres.

EN NUEVA YORK

—Desde hoy —culmina su discurso en el Madison Square Garden Nana Kambiri— Simone de Beauvoir y todas las grandes lideresas, escritoras y mártires de nuestra causa ascienden a la Olimpa. Ha terminado la inicua era del segundo sexo. No más, compañeras. Ha muerto la envidia del falo. Comienza la era de la envidia de tetas.

Una atronadora ovación.

—Pero nosotras, compañeras, no repetiremos la opresión a que nos sometieron los machos desde la prehistoria. No habrá discriminación contra los hombres. ¡Con el fin del patriarcado terminan también el racismo, la sociedad de clases y la destrucción del medio ambiente!

Nueva ovación.

—¡La era de la acuaria ha comenzado de verdad!

En el estrado, un pensativo Adofo Hola Fela murmura, casi inaudiblemente a Nkechi Mariama:

—Te confieso que estoy un poco inquieto.

Nkechi Mariama asiente.

—Hmmm —masculla.

Nana Kambiri los mira en ese instante, con sonrisa triunfal. Y luego sonríe a las ejecutivas de Uniwomen, a los, as diplomáticos, as, a los, as representantes, as, de la munda académica y hasta a los, as, elementos, as, de seguridad en la sala.

—Aprendices de brujo, efectivamente —tiembla Adofo Hola Fela.

Antes de caer en un ominoso silencio, aún se escucha la corrección de Nkechi Mariama.

—De bruja.

* * *


© 2004, José B. Adolph
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Para citar este documento:
Adolph, José B.: «La reina africana. Cuento», en Ciberayllu [en línea]

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