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Noticias del Perú

de Nube Gris (*)

Carlos L. Orihuela

 
 

     I

Noticias del Per�.
El cronista anota: La calma
es una tempestad de luces,
un destello esparce el camino,
lo prolonga en pu�aladas contra el viento
.

Contemplo el mapa,
imagino el r�o cuyo nombre se me escurre,
el fuego entrecruzado,
el ojo muerto de los �rboles,
el grito certero de los p�jaros,
las manos tiesas.

Las luces de esta ciudad se dispersan,�
reptan sobre las pistas.
Reflejos de reflejos,
gui�os sobre las aguas,
se�ales a veces dormidas,
el desv�o a casa, la morada de
la bestia.

La avenida cruza �rboles,
ramas pre�adas de humedad,
el ruido se entremezcla con el p�nico de los autos.
Detr�s de esta pantalla imagino voces,
el cronista en la hoja asfixiada,
los rostros disueltos en los hilos
de la lluvia,
la ni�a pobre de Huancavelica en
la postal de mi oficina.

Pienso en la lengua con que pienso,
mis instrumentos primarios,�
los sargazos anudados de mis sienes,
las coordenadas desde las sierras de Jun�n,
las lianas lastimadas de los bordes
de la tierra,
la parcela literal,
el eje espinal de las nubes,
el ala met�lica de este tramo que me arrastra
en lluvias.

Pienso, me deslizo
como si mi boca devorara
la ruta,
la vena flagelada.
Estiro las cortinas at�vicas de mi boca,
los filamentos de mi cabeza,
las se�ales enterradas de mis manos,
el guarismo lunar de mi raza nebulosa.

Noticias del Per�:
aire a trompicones,
nudos en los cauces del �nimo,
en la garganta sesgada de
la conciencia,
sanguijuelas en los trazos de la noche,
los lomos forasteros,
el barco brumoso del pecho,
la traves�a insomne en el calendario.

Se aseguran con cuidado los cabos,
los extremos del dolor,
la versi�n en naipes,
la �nica posible:�
Decir o desdecir.

Yo me cuido de llegar.� Revisar mi supervivencia,
mi estancia numeral,
las interferencias espaciales,
los remates angostos, mezquinos,
del contexto.
Mi rol funcional:
el lado filudo del silencio,
las profundidades disonantes de mi
ente visual,
indivisible.�

En la madriguera las sombras monologan,
las luces, destellos de ascuas, giran,
se entorpecen.
Si cierro los ojos los colores arrojan
un mudo cardumen,
la estampida ilegible de la noche:
los bosques de Alabama,
las sombras enga�osas
de la lluvia,
los perfiles h�medos del Per�.
Esta noche es, adem�s, oscuridad total,
impaciencia apagada hasta ahogar
sus ruegos,
aire recortado, desplomado sobre
la plataforma zurcida,
sobre la tambora ennegrecida
de los tiempos.

Nuevas del Per�.
Tareas de la memoria,
la reinvenci�n puntual de las se�ales
del cuerpo,
la elevaci�n del hoy,
del armadijo irregular de los sue�os.�

Reconozco al tacto el camino,
el hallazgo de mi casa.�
Cuesti�n de c�lculo. De que la felicidad
d� un traspi�,
de que extraiga sin recelos
el pu�al sediento
del costillar de la risa.

Mi supervivencia, el pie sobre el acelerador,
las sirenas que cortan la noche;
decodificar el cable:
las sombras del bosque, las postales
desbocadas,
los ruidos regulares, sentenciosos,
de la ciudad.
Llueve.� Sobre la pista se desdibujan,
se desentumecen nuestros actos.
En las paredes de la cueva un fuego natural
se revierte,
aviva el penacho de sus sus sombras,
los borbotones de su flora inclemente.�
En la escena un hombre arrastra sus restos.
En otra los cazadores se difuminan,
se extrav�an en secuencias borrosas.
Quedan los �ngulos,
los vac�os sorpresivos,
los orificios funerales de las tinieblas.

Cuesta apurar un rumor cifrado,
el estilete en las tablas de
la ola memoriosa, quieta,
impedida;
testimoniar,
urdir el libro pasajero.�
Las nuevas sobre las paredes,
humedecerlas de verano,
arrinconar en la memoria
—como en prisiones escritas—
la voces partidas,
las muertes impecables.

     II

Nos alarma la sirena.�
Nos arroja a los s�tanos,
a los consuelos subterr�neos.�
Me asiste el derecho:
preservar el esqueleto, las memorias,
los linderos del refugio.
Menuda arqueolog�a.��

Los pu�os del tornado no me asombran.
El comercial de la vida
no me alcanza.
La tormenta riega su son embravecido,
guitarras desbordadas,
tambores destripados que se precipitan,
flujos de otras conciencias.
Iras que no desviar�n el destino
de nada.

Cada rel�mpago liquida mi ni�ez,�
las edades en la cadena que a�lla
sobre mi pecho.
Arrollan mi mudez, mi velocidad precaria,
el aire febril de las avenidas,
los �rboles retra�dos a su
estancia fantasmal,
las cr�nicas encalladas,
el sonsonete amenazante.
Palpan sus trazos renegridos,
la l�pida de los muros,
las arrugas sensibles de la caverna:
los trazos del bisonte,
las cribas del pico del odio que bru�e
los lomos mortales,
el brazo diario del azar.�
El p�jaro quieto en el viento,
el cielo hondo desgranado,
los lamentos:
el sur que no termino de inventar.


     III


Repito las nuevas.�
Ara�o los bosquejos, los bocetos
de cada escena.

La noche,�
el brochazo que me cruza de o�do a o�do;
piedra para sostenerme en el sue�o,
cuerpos de humo,
voces de escape,
ataques s�lo por el ataque.
La versi�n que hoy me desvela.

Me duelen estas historias,
la cola de la amenaza,
la coartada visual,
la garra espantada de la noche.

* * *

(*) Carlos L. Orihuela: Nube gris, Lluvia Editores, Lima, 2001

 

Comentario privado al autor: © Carlos L. Orihuela, 2001, Orihuela@uab.edu
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