30 abril 2006

Wild

Fragmentos de Wild. La guerra del fin de los tiempos, novela en preparación.

[Ciberayllu]

Mario Wong

In amour a Anouk Guiné
&, también, a mis amigos Miguel Rodríguez Liñán y al «bardo de la Charía», L.Ch.
(quien alguna tarde, en un bistrot de la banlieue parisina, me hizo partícipe de una de sus tantas anécdotas del viaje en barco que hiciese con J.R.R. a Europa).

  «it’s a wild world»
Cat Stevens.

«iré hasta los límites del vacío sin límites»
Enrique Vila-Matas.

I

La había conocido en el cine Latina, en la premier del Principio de incertidumbre, un film portugués; se encontraron en el brindis, en la sala del primer piso. Fue uno de sus amigos peruanos, José Manuel Montero, quien los presentó.   En la conversación que sostuvieron, ella quiso saber el porqué del título del film, que acababan de ver, y que ambos habían amado. Se hallaban con Laura Fuentes, una pintora mexicana, y Francisco Cavahuil, un poeta guatemalteco, y decidieron todos hacer, esa tarde, una travesía por los bares parisinos del Marais.

—... ¿y en qué consiste ese principio de incertidumbre? —le preguntó Aline Nothomb (pas de Noms propres*).

—...que algo pueda ocurrir o no entre tú y yo, se halla sujeto al principio de la incertidumbre —le contesto él.

Tomaron varias cervezas y hasta bailaron salsa en el Polly Maggoo, un bar de la rue Saint Jacques en el Quartier Latin, cerca a la estación Saint Michel. Después, ya entrada la noche, Aline propuso ir a su apartamento, y continuaron allí bailando. Él bebió vodka sueca todo el resto de la noche, acodado a una mesa, conversando de pintura y de las cosas de la vida y sus tristezas con Francisco Cavahuil. En la mañana  se despidieron todos. Ella lo llamó por teléfono a los pocos días; se vieron en la tarde en un bar de la rue de la Vérrerie. Hicieron el amor esa noche, y continuaron viéndose los días sucesivos —haciendo citas en los bares y cafés del Marais— pero, ahora, ya sin sus amigos.

 

II

Anoche cené con el «escritor caníbal» Mallen Hannibal Robert (de noms propres), y le dije que la pintura de Giorgio De Chirico se había adelantado a su tiempo; que tenía dotes proféticas era indiscutible; ahí está su Portrait prémonitoire de Guillaume Apollinaire (1914), herido en la guerra. Trato ahora de recordar cómo fue, exactamente, que se lo dije; el alcohol barato que tomamos, después de la cena en su casa, en uno de los bares de la Place de Clichy, nubla aún mi cerebro. Quizás trataba de expresar ciertas sensaciones, en fuite (como atravesar en la noche Bélgica, insomne, por la autopista iluminada), que me produjo el volver a ver las reproducciones del pintor italiano. El famoso phénomène de mémoire proustiano, no tanto como las magdalenas de la nostalgia (el olor de los pedos que le producen el mondonguito a la italiana o el cevichito peruano, no me acuerdo muy bien, al personaje de uno de los cuentos del escritor Alfredo Bryce Echenique**). Sucedió así: la tarde anterior, a eso de las 7 :45 p.m., salí a hacer deporte; estuve corriendo por la rue Belliard, atravesé la avenida de la Porte de Clignancourt y continué, luego, por el boulevard Ney; no muy lejos se veían los puentes por los que atravesaban las vías del T.G.V. y del R.E.R.; los graffiti que hacen los jóvenes de los suburbios parisinos, aparecían sobre los muros —ORWELL-1984; FUCK LA NET; FUCK TELECOM; POLLUTION PLANETAIRE; MARRE DE LA PUB (WMK-«Pirate») a los costados de las vías férreas, entre los cables de alta intensidad. En la marcha, pasé por debajo de varios puentes semi-oscuros (los autos y omnibuses se desplazaban a no mucha velocidad), hasta llegar a la autopista a varios niveles, en que el ruido era atronador; a lo lejos aparecían los edificios de apartamentos iluminados; veía, también, los haces de luz, del alumbrado público, que menguaban la oscuridad de las pistas de asfalto. Bajo el cielo gris, congelado, del crudo invierno parisino, tenía la sensación de devastación y de abandono en esa no man’s land; era como si otra gran ciudad, en su expansión salvaje, devorase a la vieja. De retorno, sentía toda la desolación del mundo, y me venían una ganas intensas de llorar... la muy «ñauparida» lo había abandonado; «que se la tiren los perros a la maldita!» —le había dicho Mallen Hannibal, quien además de «caníbal» es misógino in summus, mi amigo el escritor peruano..., y él quería olvidarla, pero no podía  («deberían quemarla, en la hoguera, por “envoûtement par la voix et le regard, et l’utilisation de certaines substances maléfiques, élixirs, filtres de amour”...»); sin mirarse se miraba en esa oscuridad de luces, en ese otro paraíso perdido, tal vez ya muerto..., y la angustia del amor le oprimía la garganta, como si ya nunca nadie lo fuese a amar jamás !

 

III

DE CHIRICO, Giorgio (Volo, 1888-1978), está catalogado como un «pintor metafísico». En lo que se refiere a la expulsión de la metafísica de la filosofía moderna, leo en El mal de Montano, que el escritor alemán W. G. Sebald —el autor de Vertiges (1990) y de Los anillos de Saturno (1995)— es un gran lector de Borges, «de quien siempre alaba que supiera comprender muy temprano, el error que supuso expulsar a la metafísica de la filosofía. Porque de hecho —dice Sebald—, hay cosas que no podemos explicar fácilmente, y porque, más allá de lo social, forma parte de nuestra condición humana, antes más que ahora, mantener cierta relación con los que nos antecedieron. Recordar a los muertos es algo que nos distingue de la animalidad».Ojeando, antes de ayer, el libro de Pierre Fatumbi Verger, Orisha. Les dieux yorouba en Afrique et au Nouveau Monde, hallé dos reproducciones de las pinturas de De Chirico, que encontré tiradas en la vereda, caminando una tarde hacia Montmartre; una tiene por título, Les muses inquiétantes (1925)  y la otra, Interieur métaphysique avec soleil éteint (1971). No sé por qué me había puesto a mirar ese libro (ni menos por qué las láminas se hallaban ahí, en ese texto que trata de trances, de arquetipos y de mitos sincréticos populares).

 

IV

Fascinación de la noche; reverberaciones de los faroles sobre la superficie metálica del Bassin de la Villette. Estuviste en la exposición de artistas latinoamericanos en la Vache Bleue-SCULTUREPEINTUREPHOTO; antes hubo un coctel en el Hôtel Ibis, que se halla en la Quai de l’Oise, a unos metros del Canal de l’Ourcq; veías a lo lejos el filo de neón, color rosa, que sigue la línea ondulatoria de una pasarela, junto a un edificio iluminado de violeta (parte de un conjunto arquitectural postmoderno de la Cité des Sciences et de l’Industrie, en el Parc de la Villette). El planeta Tierra en el vacío intersideral sigue su ruta, a la velocidad de 29.79 Km/segundo, y él, solitario, sigue también su ruta, camina en la noche, por las calles del distrito XIX, sintiendo su ausencia : El mar de día, el mar de noche/ sólo el instante luminoso de la ola/…y ella, ¿dónde está? Presencia del vacío; objetos que aparecen y desaparecen, en su transparencia inmediata, en su extrañeza espacial, como en fuga de sí mismos, dejándote, sin embargo, la sensación de la ausencia, el recuerdo de algo vivido, en la memoria; es sólo un instante, y queda esa sensación suicida del crash, en la noche brumosa, en una autopista de alta velocidad. Leíste La galaxie cannibale, novela de la escritora norteamericana Cynthia Ozick: «El vacío que devora otros vacíos; espejos de vacíos. Desapariciones y abandonos; pérdidas una tras de otra. En número y en masa… ¿Qué queda? El resto, la masa sin substancia, es todo —su propia lengua; las sumas sin total, que significan las galaxias; la otra vida, la Ignorada»…Tradutori traditori; el infinito sólo existe porque escribo, porque mi imaginación no se detiene, va más allá de lo cotidiano. Realidad e irrealidad de lo efímero; te decías que ibas a hacer tu travesía del desierto, mientras el viento gélido soplaba por las regiones infernales del mundo. El amor es más frío que la muerte (Fassbinder); «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos», tus ojos verdes de gata siamesa. Ella había partido; en un momento las palabras ya estaban demás, pero te escribió:

R.M.,

Me encuentro tendida en la cama, enferma; toda la noche estuve sin poder dormir, agitada por la fiebre y presa de una tos que no paraba. Tal vez ha sido a causa del fuerte viento y de la lluvia, de esa tarde que estuvimos —con Ciryl, mi hermana Amélie y su perro Nuki (al que tú no quisiste desde el primer instante)— en el Rocher de la Vierge. Desde ese día, en la noche, comencé a sentirme mal. Pero, ¡qué importaba! Mi espíritu se encontraba lejos de mi cuerpo. Soñaba y sentía tanta amargura. Habría querido dar y tomar todo otra vez; sin embargo, eso era algo imposible. Tú me habías dado Rose, no la flor sino el libro de nouvelles de R. Walzer —un escritor suizo, muerto la víspera de la Navidad de 1956—, como diciéndome adiós. Yo había pensado que debía poner fin a lo nuestro, antes de que el fin llegase; ¡no quería sufrir más! Tenía la certidumbre, al mismo tiempo, de asomarme al abismo; de las noches salvajes en que la locura me atenazaba; y los malos recuerdos del pasado (en los cuales tú nada tenías que ver) volvían como una pesadilla, reviviendo el infierno otra vez: Londres llanto en la nada/ Náyade sola/ desolada/ deriva...

                                                                                              Aline Nothomb.

 

V

«Era una noche dentro de otra noche, inmensa, y yo me hallaba perdido; caminaba por las calles de un pueblo —como cuando era un adolescente— que me conducían al río, y no alcanzaba a ver la otra orilla; daba vueltas y vueltas buscando la casa donde ella había entrado con su amiga, y no la encontraba. En un momento, ¡me desperté!». Toda la tarde, en el último día del año, estuvimos caminando por las calles de San Sebastián (el «mártir flechado»); a las 5:30 p.m. fuimos a una librería  y adquirí allí El mal de Montano, la novela de Enrique Vila-Matas; luego, entramos a un café. Casi ya al anochecer tomamos el auto para ir a Hendaya; cuando llegamos eran más de las 7:30 p.m., y todos los comercios ya estaban cerrados. De todas maneras, dimos una vuelta por la escollera del puerto y por el centro de la ciudad, que se hallaba plenamente iluminado, antes de tomar la ruta de regreso a Biarritz. En el óvalo de la salida hacia Bayona ella se desconcertó y tomó una vía equivocada; tuvimos que dar varías vueltas para poder tomar la ruta que conducía a Francia.

«Aline Nothomb no estaba habituada a conducir en la noche; nos hallábamos en la ruta y en la oscuridad dentro del auto (mientras ella conducía), se acrecentaba mi sensación de que estábamos perdidos. Delante iba otro auto con los faros alumbrados, y ella lo seguía como si en esa otra oscuridad, más inmensa, era éste el que le señalaba la vía de retorno. En un momento, ese auto desapareció y la oscuridad fue casi total; yo trataba de mantener la calma. La miraba conducir y presentía una amenaza, como si todo en esos instantes pendiese de un hilo; o de un magnetismo de fuerzas desconocidas, que mantenían un frágil equilibrio e impedían que el crash, el «accidente viriliano», inminente, se produjese.

«Llegamos a Biarritz como a eso de las 9:30 p.m. En una esquina del barrio de la Négresse Verte, junto a la vieja Estación Central de trenes, había una pescadería abierta, y compramos langostas y ostras para la cena de año nuevo, esa misma noche en que estaríamos solos en la casa de sus padres, puesto que ellos se hallaban de viaje. La cena comenzó —la mesa estaba cubierta con un pulcro mantel de hilo, una vela roja encendida  y relucientes cubiertos de plata— con las trece uvas rituales, siguió con el descorchamiento de la botella de Champagne Charles Heidsieck, servido en finas copas de cristal de Bohemia, el brindis (y los buenos deseos) y ella sirvió luego, el salmón ahumado, las ostras y, al poco tiempo, las langostas horneadas, con su toque de whisky, que acompañamos, otra vez, con sendas copas del Champagne rosé. Después, hicimos el amor mientras se escuchaban las notas de la Sonata de Kreutzer, quattuor I, de Janacek. Pero, post coitum hominun triste, y yo miraba los muros de la habitación y me sentía vacío, y era como si me viese convertido, en esos instantes (frente a la pared desnuda, que mostraba una físura en una esquina), en parte de una naturaleza muerta, en la expresión dolorosa de una escena congelada, detenida, y me sentía muy, muy solo en el Paraíso; más aún, que Aline Nothomb había tenido, poco antes, un estallido de nervios, producto, tal vez —pensé en ese momento—, de la tensión a la que, esa misma noche, habíamos estado sometidos mientras volvíamos a Biarritz. «Tranquilo, Chino, ¡no pasa nada !» —me dije (en ese instante mismo en el que podría haberme convertido en un criminal; «LE CANNIBALE ASIATIQUE DE BIARRITZ», habría publicado, la semana siguiente, Le Journal du Sud, en primera página). Aline Nothomb, mi «Jeanne d’Arc de Biarritz», ma négresse blanche, ma comtesse de la savane (***), ni siquiera intuía el peligro que había corrido; la abracé y le dije que se calmase, que ella era mi «muse-Aline» (R.M.).

 

*   Robert des noms propres, novela de la escritora belga Amelie Nothomb.

**  Ver Magdalena peruana y otros cuentos.

*** «Ma négresse blanche / Ma comtesse de la savane / Ma rondeur carrée / Mon Afrique polaire / Ta peau noire comme la neige / Me plait beaucoup / Je serai ton boubon / Ton éléphant/ Ma pâle négresse / Danse pour moi / Les danses russes / De Ougadongon / Et je serai doux avec toi / Je briserai les chaînes / Qui t’enchaînent / Au noir et blanc / Et dans le mauve, le violet / Le rouge et le bleu / Je serai / Ton nègre multicolore» (Arthur H.).

* * *


© 2006, Mario Wong
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Para citar este documento:
Wong, Mario: «Wild. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


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