[Ciberayllu]

Dos poemas del regreso

Ketty Alejandrina Lis

 
 

     Nureyev

Resopla el mar
como caballo encabritado
girando
girando
salvajemente etéreo sobre las alas extendidas
quietas
de un águila en planeo.

Resopla el mar
en un tazón de metal
y bailas
delicadamente bailas
y saltas
majestuosamente saltas
mágico tártaro viajando a Irkutsk
todavía suspendido en el líquido nirvana del vientre de tu madre
(¿sabrá el Transiberiano de aquel niño nacido
sobre el rodar cansino de sus ruedas
entre los bosques
y los humosos pantanos del Baikal?)

Caminando de Ufa a Leningrado
fue tu porte
tu soberbio porte ahí
una bolsa de obstinación por equipaje
las puertas del Kirov de par en par abiertas.
Y es tu soberbio porte en Londres
de pie Príncipe Albrecht
Basil volando enloquecido
(tiempo en espera
cerebro y corazón en una misma línea)
añorando el aire
el inconfundible olor de San Petersburgo
las neblinas heladas sobre el Neva.

Es tu porte transparente ahora. Pareciera
pura simplicidad
esa pura maravilla extraída del acero
las puntas de los pies hacia lo opuesto
ángulos rectos
ángulos agudos
todas las técnicas
todo el virtuosismo en ese cuerpo
todo el lirismo en la sola presencia.
Ninguna perfección sublime príncipe del mundo
ninguna
te era ajena.

¿Qué dios te coronó de dones?
¿Qué dios te abandonó
giró su rostro
arrebató la luz sagrada de tus piernas abriendo las esclusas
que van hacia los cauces cavados
en el abismo de sombras de las sombras?

Tus manos hablan
tus brazos hablan
hablan tus pies
y tu cuerpo
y nos dicen
—Miren
Los vientos siempre soplan
y vienen desde el Este.
Toda la perfección de lo perfecto es posible
toda la perfección de la belleza es posible.
El río salió de cauce
y no importa si ahora vago por las deshabitadas tierras.
Ya pasó
pero nada ha pasado.
Yo
estoy aquí.


Por qué temerle

Por qué temerle
hay algo de retorno en su mirada
una cierta piedad
quizá ese cansancio de recoger desde el principio de los tiempos
hojas que se asoman sin pausa
y con prisa
se sueltan de las ramas.

Ella viste de luz para fingir que huye
mientras paciente observa vagar las nueve lunas.
Su cuerpo inclina.
Azabache y acero. Vestal.
Sólo su lengua seca
—esconde el látigo—
da paso a la hora precisa en que el ritual
como un destello en las marismas
se aproxima.

Pareciera que abrazara con abrazos
en ligero declive de cristal.
¿Tanto así?
Sí y sobre la frente
muestra su diadema de múltiples espejos en enigma
y una máscara.

Irónica (en verdad un poco irrespetuosa)
sonríe al estallar la epifanía de la vida
cuando el amor en su inconsciente rueda
promete esa ilusión de ser eterno
y en vuelo de alegría los pájaros del mundo
una viejísima canción de cuna
cantan.

Pero la orilla de los ríos
distinta a la del mar es áspera
infatigable
la tierra apaga con idéntica bravura
el verde de las hojas
de brillo tan igual en la simpleza de los yuyos
y en las plantas.

¿Por qué creer que es triste
que su silencio a puro grito es semejante
al número infinito de batallas
libradas en en la intimidad del corazón del hombre
que su tarea sólo estriba
en recoger las vestimentas llegadas del espacio
donde el amor el dolor las esperanzas
los proyectos
el esfuerzo de caminar paso a paso al costado de los días
se vuelven hojarasca
humo
nada?

Ella sin decir nada nos advierte
¿acaso se puede decidir?
¿no finaliza todo a cada instante?
Entonces
a celebrar que la sazón es corta.

Ella viste de luz para fingir que huye.
Ella lleva una máscara.

* * *

 

Comentario privado al autor: © Ketty Alejandrina Lis, 2001, OLis@uab.edu
Comente en la plaza de Ciberayllu.

Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu

274/010615