Cuatro poemas ocasionales

Jorge Frisancho

[Ciberayllu]  

 

1

(en ocasión de haber vuelto, para una breve estadía, a la ciudad de su infancia y su juventud)

Alza pues, Oh Lima, tus murallas
de pálida neblina y humos idos:
que en un idioma afín de vagos ruidos
nos diga ahora el viento lo que callas.

(Trinos y lenguas, cantos inaudibles,
estridentes acordes manifiestos;
los rítmicos parámetros enhiestos
de primera soledad aborrecibles).

Porque eres, Ciudad, lo que no queda,
lo que no viaja, lo que no se mira
en ciego orbe que convulso gira.

(Sin girar, ciertamente, tu vereda
estrechísima e inerte, tu arboleda:
tu música girando de mentira).

2

(en ocasión de haberse hallado, ebrio y cuando amanecía, muchos años más tarde en el malecón Cisneros)

Aquí nomás, buscándote la hora,
se te suben, poeta, los azules
funestos de la noche que se achora
sobre la mar, sobre los abedules;

y si no fuera aquí fuera el desierto
do vieras tu silencio y tus arcadas,
el triste y doloroso desconcierto
del alcohol y de sus mascaradas.

Porque todo lo ves multiplicado
y esquivo, nocturno y silenciado,
y nada se te queda en esta mano;

es la noche, la misma, la que arroja
pedazos de tu estómago que aloja
el agua triste, el agrio zumo humano.

3

(en ocasión de haber encontrado, creyéndolos perdidos, sus primeros versos)

Míralos ahí, poeta, rechinando
en el oscuro sueño encanecidos
que qué memoria pronta, ya olvidando
los tiene, de su espejo, ya perdidos

y yertos, casi solos, sorprendidos
porque ese mismo espejo reflejara
con suave ardor vocablos y sentidos
de la propia palabra que dejara

a su sueño congénere templando
lo que sabe, lo que es si está cantando
mientras músicos silencios te demora

su voz, que aquí la tienes, terminando
—porque duele, poeta, no a deshora
hoy la ida memoria que los llora.

4

(en ocasión de haberse reunido, tras cuatro meses aparte, con su bella esposa)

I

Alúmbrame la pierna hilo tras hilo,
Penélope voraz mientras me exploras;
apréndete su nombre y luego dilo
como nombre feroz sobre las horas

sin pausa de tan lejos, sin respiro.
Que toda cosa es nueva cuando tocas
su agujero, su borde renacido
—cuando en ápice de lengua desembocas

sobre mí, sutil y enternecida
Penélope tejiendo lo que pida
el ojo, el labio, el cuerpo a voces:

que toda cosa es nueva y se levanta
si la tocas, y esta ave que no canta
es mi cosa queriendo que la goces.

II

Toque nomás, señora, que tocando
verá crecer en mí los apetitos,
los órganos azules, levantando
de ánimo la noche con sus gritos

suavísimos, y dulces, y sapientes
hiriéndose ellos mismos del deseo,
la mirada de ágiles serpientes
que preparan nuevamente el ajetreo

feliz y sudoroso, ávido y cierto
de cuerpos que tocando en cada puerto
se llaman en el tacto renovado;

que se llaman, señora, si los toca
con los ojos y las manos, con la boca
abierta en que se crece lo tocado.

III

Para que así llegárame la incierta
calma de quien sabe lo que duele,
con oscura palidez de herida abierta
he dejado que tu lengua me consuele

y me recorra, sutil, cada vestigio
del cuerpo, esta breve residencia
que ofrécele a la noche, a su prestigio,
olor y ritmo, placer y penitencia

—pues de ella, de la noche, nos hacemos
y de ella los líquidos bebemos
en cálido silencio atravesado,

y es la noche la que nos devuelve
a la intensa quietud, y ella resuelve
el nudo de un dolor ya terminado.

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