[Ciberayllu]
29 marzo 2004

Estela la bruja - Cuento

José B. Adolph

Son las seis de la tarde. Llega Estela. Estela la bruja.

Lleva la bolsa de siempre. La acomoda sobre la banca y luego se sienta a su lado. Estela suspira.

Pronto aparecen el perro y los dos gatos. Ninguno es próspero. El perro muestra las costillas, los gatos —uno gris atigrado, el otro anaranjado— observan, precavidos, todos los ángulos del parquecito antes de acercarse a Estela. Los cuatro se conocen bien y los gatos fingen indiferencia mientras el perro jadea, ansioso.

Estela saca unos envoltorios de su bolsa y pone en el suelo un montoncito de comida para el perro y otro, algo más grande, para los gatos.

Diríase que Estela ha pasado de los sesenta. Es verano pero viste un pesado faldón y un suéter con hilachas sueltas, no muy limpio. Lleva un toque de lápiz de labios. Mientras come atropelladamente, el perro mueve levemente la pelada cola. Los gatos mantienen una cierta dignidad.

Estela vuelve a suspirar. Sonríe un poco. Se ve que no está del todo aquí. Uno se pregunta no tanto dónde está sino cuándo está: ¿en qué pasado, en qué presente, en qué futuro?

No tardarán en aparecer los niños. Si este es uno de esos días, le gritarán «¡Bruuuujaaaa!». Algún día, quizás pronto, comenzarán a arrojarle cosas o le empujarán la bolsa para que caiga al suelo y desparrame su contenido. Pero hasta ahora se limitan a gritarle, tres o cuatro veces seguidas, «¡bruuuujaaaaa!».

A Estela le molesta un poco ese grito, pero piensa «ah, niños». Más le preocupa que el perro y los gatos, si todavía están allí cuando aparecen los niños, desaparecerán. A Estela le entristece el terror de los otros.

Ni los animales ni nosotros conocemos la historia de Estela. Menos aún, qué la espera a la vuelta de la esquina y a la vuelta de este día.

¿Y por qué habríamos de saber más que la propia Estela? Sólo nos resta imaginar, como imagina Estela pasado, presente y futuro. Si ella sólo fluye en un lago rosáceo o amarillo, del que surgen ciertos picos y escollos negros, fluyamos con ella y evitemos los mismos escollos. Estela sabe lo que significa chocar con esas filudas negruras que salen de la superficie del lago. Significa dolor. Ideas muertas, amores ahora indescifrables, sonrisas congeladas como la que ahora —no hay niños todavía— embellece su rostro. Y lágrimas.

Allí están los niños: tres chicos, dos chicas. Ninguno mayor de diez años. Dos juegos de patines, una pelota, un par de carritos. Y simpatía por Estela la bruja, sobria y resistente. Junto a ella un perro que se rasca y dos gatos que, como el perro, se aprestan a desaparecer y desaparecen.

Estela está sola, como cuando vino y como lo estará cuando se vaya a dormir, a eso de las siete o siete y media. ¿A dormir? ¿Cómo saberlo si aquí también dormita o se esfuma hacia adentro, por debajo de la superficie del lago? Quizás camine lentamente hacia otro insomnio o hacia otra sonrisa. Eso será en la casa donde viven sus familiares, en la ruina que la cobija en el silbido del viento a través de puertas y ventanas rotas o en el asilo que la deja salir en los crepúsculos a dar de comer a sus amigos de cuatro patas, que tampoco tienen a nadie.

Estela no tiene hambre. Alguien debe de alimentarla y de los restos fabrica sus paquetitos para el perro y los gatos: Estela, al menos, tiene un nombre y el apodo de bruja.

Los niños siempre acaban por aburrirse porque Estela no reacciona. ¡Si al menos les gritara! Acaban dedicándose a sus otros juegos. Estela, a su único juego: navegar por su lago íntimo, rosáceo y amarillo, tratando de evitar los escollos que, últimamente, parecen ser cada vez menos. Eso le arranca otro suspiro y otra leve sonrisa. Quizás haya escuchado una voz infantil llamándola mamá o abuela. O quizás una voz masculina que le susurra te amo. Hay toda clase de escollos y toda clase de dolores.

Ha oscurecido. Los niños, como antes de ellos el perro y los gatos callejeros, se han ido. Aparecen parejas en busca de una banca o quizás de un matorral. Evitan la banca de Estela. No la llamarán bruja: existe sólo como una banca inutilizable.

Estela sabe que es hora de irse. Se levanta un poco trabajosamente, coge su bolsa y comienza a caminar. Dos minutos después, ya hay una pareja ocupando su banca. A nosotros sólo nos queda la sensación de un tímido oleaje que recorre un lago rosáceo y amarillo. También este oleaje se apaciguará y dejará otra noche impune.

* * *


© 2004, José B. Adolph
Escriba al autor: jbadolph@terra.com.pe
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu.


Para citar este documento:
Adolph, José B.: «Estela la bruja. Cuento», en Ciberayllu [en línea]

511/040817