13 junio 2003

El Solar tenía un corazón muy grande
(Buenos Aires, mayo de 1978)

Cuento

[Ciberayllu]

Félix Toshi Arakaki

Recordando, en el encuentro del PEN Club
en Copenhague, Dinamarca, en mayo de 1978, con el poeta Ernesto Cardenal y el narrador Sergio Ramírez,
� a los periodistas y escritores desaparecidos en la Argentina.

La casa donde vivíamos no era grande y papá, cebando mate para los amigos que iban llegando, decía:

—Pasen, pibes, que el corazón de la casa es muy grande.

Entonces, como desde pibe me decía: lo único grande que tenemos es el corazón de la casa, a la que todos los del barrio le decían «El Solar». Así se le llamó siempre, desde el tiempo del abuelo de mi abuelo...

Ésa fue la última fiesta grande que vi en el corazón de la casa: mi hermano se trajo a su gallada estudiantil para festejar su ingreso a la universidad y, por el camino, contento, dejó que se le cuele también la del barrio y entre ellos metí a la mía, la de los pibes que ya le dábamos a la de trapo.

Y mi abuelo le decía a papá, cuando nos veía corriendo por la calle, en nuestros partidos de fulbito: ¡Como en los tiempos del «Come Uña», che!

Pero, para la fiesta que se hizo para mi hermano cuando entró a ser estudiante de ingeniería, ya el abuelo no estaba con nosotros, se lo habían llevado la cana. Se lo llevaron a él, que era el nieto del que construyó la casa donde vivíamos, que no era grande pero tenía un corazón muy grande. Y, si hubiera estado allí, diría que esa fiesta quedaba muy chiquita a lado de cada fiesta que se hizo por la llegada al mundo de cada uno de los pibes que fuimos naciendo en el corazón de El Solar.

Dos años después de la de mi hermano fue la fiesta del ingreso de mi hermana a la facultad de medicina. Vino con su novio y sólo unos cuantos muchachos de la universidad. Ella, mi hermana, se trajo a las pibas del barrio, y todos entraban al corazón tan grande de El Solar.

Como en los tiempos en que aún estaba el abuelo con nosotros, me preguntaban las chicas: Y tú, pibe, ¿qué vas a estudiar? Y, como en esos tiempos del abuelo, respondía: ¡La redonda, che, la de cuero!

Para la fiesta de mi hermano, la gallada del barrio trajo guitarra. Para la de mi hermana sólo grabaciones.

—Han prohibido los cantares de Gardel con guitarra —dijo alguno de la gallada, agregando que no era día para entrar en provocaciones con las botas de la dictadura.

Papá repetía lo mismo:

—Quietecitos, che, tranquilo —lo decía porque aún sabíamos dónde estaba el abuelo. Entonces hasta podían visitarlo, los domingos.

Papá regresaba de esas visitas con los ojos hinchados de tanto aguantar su coraje. Mamá me daba un beso y me decía «Es lo que te manda el abuelo». Pero ella no tenía tanta fuerza como papá y como si se reventaran los diques le llegaban los chorros de lágrimas, y entonces el lagrimón se hacía general.

Ahora aún veo a papá: cebaba mate diciendo a las chicas, a las amigas de mi hermana, entren al corazón de la casa... Y escuchaba que unas voces contentas de admiración le decían: «Y ya serás la doctora del barrio»; luego me hacían la misma pregunta, la de los tiempos del abuelo, y yo respondía, como siempre: «Voy a estudiar la redonda».

Las amigas de mi hermana eran todas más grandes que yo. De las pibas, que desde muy chiquillas jugaban con mi hermana, la que me gustaba no era la más piba. Mi hermana me sorprendió viendo cómo la miraba y me dijo al oído: «¡Che, pibe, está muy vieja para ti!» Pero no podía prohibirme que la siguiera mirando, aunque de reojo, para que no se mandara con alarmas ante la vieja.

Allí, en esa fiesta para mi hermana, escuché decir que por lo menos nos dejan tener el mate. Entonces supe que en el Uruguay lo habían prohibido porque decían los militares de su gobierno que el mate era un conspirador. Ahí escuché, lo que seguramente lo había escuchado ya papá, que el comisario de la vecindad no dejaba de echarle el ojo a la casa, a El Solar que fue levantado por el abuelo de mi abuelo.

Una tarde llegaron unas primas grandes, con una tía, y me llevaron a pasar un fin de semana al campo. Ese fin de semana duró más de cinco días. Lo recuerdo porque me clavaron notas muy feas por faltar al colegio, pero después me las corrigieron y allí, en la escuela, con las rectificaciones de las notas supe que me dieron ese fin de semana tan alargado porque al abuelo lo habían desaparecido de donde estaba, de la cana, y la casa se hizo como un río de llantos y no querían que a ese tan grande llorar se le aumentara el mío. Me la evitaron los viejos.

Poco tiempo después se cargaron con mi hermano. Los de la cana se reían diciendo que necesitaban un ingeniero para levantar unos solares para el comisario. Ni por mis protestas de que aún no había terminado sus estudios se lo llevaron a una de las canas secretas de La Seguridad del estado. Desde allí las cosas pasaron demasiado rápido para darme cuenta. Mi hermana llegó llorando un día porque también lo habían desaparecido al novio. Luego fue el turno de mi hermana porque había muchos enfermos en los nuevos solares que, poco tiempo después, supe que eran las nuevas canas. Y yo gritaba que aún no era médico para curar a nadie, pero cargaron con ella. Entonces ya no había domingos donde se podría visitarlos como al abuelo que habían hecho desaparecer. Mi viejo se hizo más viejo que nunca y se las pasaba andando por todas partes, corriendo de un lugar a otro. Un día llegaron los de la cana y también se lo cargaron para que estuviera con sus hijos.

La casa se nos quedaba vacía y allí, una mañana, vi a mamá agarrar un cartón para pegarle la foto del abuelo, al lado la foto de papá, luego la foto de mi hermano y la de mi hermana y abajo de esas fotos escribió: ¿Dónde están? Yo todavía seguía siendo un pibe y me escondía en el ropero diciéndome que por nada me moviera de allí hasta que ella regresara y así se iba, con el cartón de fotos, como un álbum de familia preguntando ¿Dónde están?

Poco a poco, de esas marchas, se le rompieron los zapatos pero así, con los zapatos reventados siguió saliendo a preguntar ¿Dónde están? hasta que no volvió más... Yo seguí oculto en el ropero, esperando que vuelva y no sé cuántos días después llegaron los de la cana. Me sacaron de donde me escondía. Antes de que me cargaran los de la cana, el comisario dijo: mientras quede uno vivo queda un heredero. Entonces me sacaron la casa para hacerme desaparecer y El Solar se quedó vacío, sin corazón, para que sea ocupado por el comisario y su familia...

* * *

(Escrito en París, el 16 de mayo 2003, después de recibir el mensaje de Sergio Ramírez�que me dice que el poeta Ernesto Cardenal anda bien, que vive cerca de su casa...� La alegría me nubló los ojos y sólo pude escribirle: Gracias hermanón. Y recordé en ese instante las primeras tardes de Sol primaveral en Copenhague. Tardes en que todo el mundo se ponía en cuero sobre los pastos de los parques soleados. Y Sergio le decía a Ernesto: Padre, lo están tentando al pecado...)


© 2003, Félix Toshi Arakaki
Escriba al autor: felix.toshi@wanadoo.fr
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu.


Para citar este documento:
Toshi Arakaki, Félix: «El Solar Tenía un Corazón muy Grande (Buenos Aires, mayo de 1978). Cuento», en Ciberayllu [en línea]


418/030613