[Ciberayllu]
30 junio 2006

Tres en prosa

Ernesto Carrión

 

Artaud no tiene quien llore por su obra

En 1936, Antonin Artud viaja a México, donde vive
con los indios tarahumaras. A su regreso a Francia,
emprende casi de inmediato un   místico viaje
a Irlanda, es deportado desde Dublin  e internado
en diversos asilos mentales —el último es Rodez—
hasta 1946.

1

tribu verdadera. Luna experta y santa como un bisonte. Rastros de otra selva —que no es selva ni evangelio— sin tu sangre. Educación de las palmas que permiten otear el trueno cuyo penacho ha orillado el ceño de los horizontes. Rusia aquí formidable, dibujada con engreimiento en uno de los nueve cráneos que maniataste bravamente a tu cintura. RU-SIA silabeas entonces, y se desmiembra tu sebo que va ordenando países a su albedrío —ciudades que han despertado rabia—  y asiento para dioses en los  buenos días. Has decidido, cosa bien sabida, aquí y allá ejercitar tu extranjería. Montar de nuevo el bisonte a somormujos. 

2

liba y Zeus escriba tus polvorines. El avellano, coronado de guerra, ha rechazado el alto nudo de tu paloma. Tu palma-gorda  paloma que a medio tiempo es fantasma de tus necedades. Que toca ahí —te dice— o que toca, cuando amenaza otra aldea, junto a ella. 

3

tras  pintar  este cuerpo has olvidado el tuyo. Calígine incomprensible que va rayando la muerte sin la errata de nombres. Has saboreado el peyote, rumiado como bosta la casta verde. Y no has escupido el insumo, la paja destripada, contemplando la magia en su madera. Sobre ese arroyo, no tuyo, el rostro que te pertenece. Las líneas que han bostezado kilómetros de Oriente manso. Ríes. Y ríes como un poseso que ha despertado sin máscara en compañía de sombras. Fango que se ha mezclado con tu fango para la tormenta.

4

ramaje puro. Vientres  como buganvillas  girando  en  torno a otro  sol,  desalojado  y astillado sobre la mazorca. Bleuabsolemond. «Aquí —el zahorí se acerca riente a tu retina— el llanto es para las viejas animal de viento. Cuero blanco a estirarse sobre sus rodillas. Diablo que no se esconde andando cerca...    luego, para leerlo,  cerbatana libre. Carcaj abozalado, oscuro como la prosa en que se desnuca. Buitre o buitres, que apedrearán los niños cuando el sonido merme.»

5

tendrás que aprender despacio a contemplarte entero. A escribir una carta. A destemplar tu lecho, ahora que no tienes enemigos. Pero escribir sin enemigos no es posible. Petrificado, recitas  un  español mestizo a usanza de tus huéspedes. La oración-carne cóncava hundida en el trotar de los vergeles: quien quiere ser devorado, ha de tragar también.
                                                                                 (violeta nocturna llama de la destreza.)

6

obús la selva, el álamo; seas quien fueres te alegra que no existan las palabras. Que ellas asignen caña a su amargura, audacia a su materia coja, te da lo mismo.

entras grande al camino de la piedra Celta.

7

cadáver encantado. Verde lava privada de tu patria. Brocado al que tú llegas moderado.  En seguro tono, aparentemente, hablaste  con  el  viento.  ASHES,    te dijo. ASHES. Y a horcajadas te mostró la fauna eterna. Eterna la compostura; y sus símbolos que insultaste, al usarlos,  sin herir, con displicencia. Único el descenso, el aquelarre, sueñas a mansalva que te bendiga el  poema no-poema.  Que, a la hora de la hora, tú también, privado de tu patria, nadie llore. Mojado de las aves. Abierto a la ceniza, plata ella.

8

te busca  la taberna. Si libas, Zeus escribe tus polvorines. Los tembladerales que poco te interesan. Parados, después y antes, los ebrios juran que el diablo ha regresado. Que aborda saltando encinta las filas  de  británicos castizos.  Negro en su cosquillear  el vaso, no necesitas borrar tu tentativa. Fiebre  que  tanto tiempo estepa, ha desertado en busto gangrenado. Palmeas la ligereza. El error que perdona el pomo de tu asiento. El ágata de luz que ya no enciende.

9

en París —te cuentan— los sueños se apoderan de las artes. Las manos hacen mella de lo que resta.

 


 

El mar relee a Safo

 

Cuán claro este animal enorme, que cerca de mis pies se lame el cráneo. Y cuán grande y fatigada está su sombra, con tantas franjas suaves escondidas. Con tantas fiestas y vitrinas copadas por la luna. Ya pronto, hacia un estanque en silencio, hacia el estrecho de una espuma que aderece, elevaré mi canto. Y dentro, como en un jardín de sueños, numerosas estatuas brindarán mi polvo. Brindarán por la ceguera de cada edad clavada entre la sal y el cielo. Y este animal enorme, que hoy cerca de mis pies se lame el cráneo, sin darse cuenta, cabalgará en mis versos.

 

y cabalgará, aunque no quiera... 

* 

Y yo la llamo mar,

 

Porque reposa inquieta como una amante en los remordimientos del sol. En las preguntas de esta carne, que no logró jamás guardar secretos. Y yo la llamo mar, porque su voz proviene del exilio; y su materia de una noche intacta donde duerme un búho. De  una noche profunda, donde dios amplía su red como una trenza espesa de destellos. Y yo le digo ella, porque la pienso ciega, blanca y vanidosa entre nosotras.

 

porque yo también fui hermosa, cuando ciega.

* 

¿y si mudamos? —preguntas — 

 

y si mudamos, que nunca nos posea ningún hombre.

 

(así es como prospera la presencia en la flexión del tiempo)

 


 

Origen y reconstrucción del primer hombre (Teoría de Caín) 

 

años tuvieron que pasar para reconocer la  peste. Sucedió sin embargo, a la misma hora, en que los rayos del sol acostumbraban a reír sin temer ser sorprendidos por el aguacero. Las colinas, mansamente cubiertas por el vaho enemigo, a gusto en los pastizales.  Los riachuelos, centelleando hacia arriba, mientras las  piedras como pájaros carpinteros angostaban su vuelo sobre las tejas del agua. Parecía haber perdido la vida sus rondas secretas, sus camas arrogantes de limo imperceptible, donde las lágrimas veneraban sus escarabajos. La madre, armada de lengua y mirada gigantesca,  creaba esas figuras galantes, fantásticas del  hombre  del futuro. El padre, recogido  en el miedo a su osamenta, dibujaba  lechuzas y fermentaba licores para  fregar la inmundicia. Asomaba por encima, de la gran humareda  de  las bestias, el hombro de un gigante. Mientras la siembra adolescente, casi blasfemando, pasaba su mano indeseable por la boca del cielo. Alguien que miraba hacia atrás, decidió recogerse el cabello negro, duro, aplastado hasta la súplica de los rehenes de sus ojos,  que  le prohibían distinguir hacia adelante: Caín  descendía hermoso  con   el  cuerpo  de  su  hermano sobre  el arco insobornable de su espalda. Había concluido el primer acto de amor registrado  en  los anales de la historia. Había Caín lavado, con su atrevimiento, el pecado del mundo.

* * *


© 2006, Ernesto Carrión
Escriba al autor: carrionernesto@hotmail.com
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Para citar este documento:
Carrion, Ernesto: «Tres en prosa. Poemas», en Ciberayllu [en línea]

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