[Ciberayllu]
31 mayo 2004

Cuatro del 2004

Carlos Henderson

 

 

DEL EXCESO

me huelgo de estar aquí
con mi vacío tácito
con mi balausta

plenos, primigenios aires
del clamor eran mis
sones

la desesperación
drenaje
del� olivo mañanero

alcor
arrebatado
cornúpeto convulso

gimnasta grieta
diorita
arcilla, no astucia, arcilla

arbitrario
candil, por qué no
sí álamo nuevo

sed de la sed
que interrogo
reto, revuelo y� molienda

albañilería en mis andamios
alazán con albarda
y alboroto

no obstante
a manos llenas, insomnes
mi consecución

álcali sobresalto
mi recomenzar, daga
sin apartarse de mis bóvedas

albardán blasón
lo que no veo es que� ahí
está, estaba� sin nombre, estremecimiento, cimiento

el umbral andrajoso
el mediodía
de sombra, el tronitoso trance bínubo

la canícula calandria
el� relámpago
residuo aún

mi rompiente
luna tribuna al frente
vertical trillar

en mi cohetería ahora confío, en mi cohetería
en mi clavicordio conciso, y verle
la cara serena a la milonga

tengo confianza en mi covacha suntuosa
en el ojo del mármol y
duración

confianza tengo en mi casaca y cascabel
en el diseño de
la unidad, la lid entre vértigo y exceso

¿de la irrisión irredimible
soy halo?, soy sed de� sed
hambre de mi carne.


 

EL CLAMOR

Dites!
Pourquoi de tels chants?

Franck Venaille

 

Tu� clamor� es� destello� ululante� de timbales� mentales.� Es un� himeneo sin convites. Tu sangre.
Prosélita de nada. ¿Antes hubo otros sin reino alguno?, te preguntas. Antes hubo otros sin reino alguno, razón suficiente: tienes que crear otro fulgor que se nombre nombrando al fulgor. Aquí te entregamos no una respuesta a tu� magma de alma, a tu pobre alma desolada; te entregamos esta disquisición a tener en cuenta: vasto guardián de vientos ello es el mundo. Al tercer día hallará su numen, sus ninfas,� su instrumento, esas palomas, ya lo decía el poeta padre. No, tu clamor no es queja,� es riada� inaugural que reensaya su usura,� ¿sólo feliz para fluir de su domo a su pozo, para ceder a su pavor, a su empíreo, entre el destello ululante de timbales mentales? Tú has dicho «Dichoso toco lo oscuro».� Entonces, ¿sí o no? ¿Quieres destruir para volver a empezar?� Si la destrucción fuese una estación del año, sería la única estación donde el exiliado se reencontrara con el mensaje de su noche.

 

El «poeta padre»: César Vallejo. Luego cito a José Lezama Lima.

 


 

EL YO Y EL OTRO

Oh! le cours de la vie
entêté vers en bas!

Philippe Jacottet

 

¿Quién eres? ¿Quién eres? Tú mezclas todo, todo lo confundes. Confundes el inicio y el fin. ¿Quién eres?� Eres el que dice fértil,� entera luz si no furor.� El que� dice todo o� nada.� Dejando
traslucir que todavía no has sacudido esa garúa que se queda impregnada en tu testa desacordada, guardiana de tus arborescencias, ¿de tu creencia en un absoluto que lo resuelva todo? Eres el espacio reducido de una pieza lóbrega en que succionas como vampiro la sangre de un triste comediante. Ten presente, no nos sorprende viniendo de ti. Además, estamos enterados de que tu pasión es divagar sobre tu hastío. Tu otra pasión, no lo ignoramos, va del asombro a la desolación. Sin embargo ya no conmueves. Admítelo, tu hechizo no se reduce sino a técnicas artesanales,� a un conjunto de trances estéticos, ineficaces. Por ejemplo, tu secreta magia —tu Rosa secreta— habla de una renuncia que te impide transmutar tus éxtasis contemplativos en experiencia interior. Y, por supuesto, tratar de ver el mundo como es: polvo y sangre. Sobre esto debería seguir discurriendo. Dejémoslo. Lo que te prometo, para un ahora inmediato, es decir sí a la risa.

 


 

ELEGÍA ALEJANDRINA

la vue ne vas pas vers le monde
elle en revient

Bernard Noël

 

Todos somos los mismos extraños pretendientes de lo imprevisible, te dijo la muchacha árabe, gran lectora de Al Maari y de Octavio Paz. El que cantó la noche extrema, la noche vertical. Y el otro el que como los surrealistas buscó la libertad y encontró El Gran Todo.Y tú, ¿qué has encontrado? Al parecer tu vacío. Y todo comenzó con tu poema «Límites». Ahí escribiste: «no / yo nunca quise vacío». Tú confundías tu mal de vivir, tu no saber qué hacer con la búsqueda de un orden, tu no saber qué hacer con tu vida, simplemente. Ahora lo sabes, el vacío es lo pleno. Lo que te une al mundo. El vacío y el mundo. Ellos estaban en ti cuando tú creíste que el� cielo podría venirse abajo, que todas esas estrellas que tú intuías atravesaban grandes espacios iban a venir a caer a tus pies con gran estruendo. Pero fue algo más real: el mundo se vino abajo: tu pobre padre ganado por la bohemia perdía su puesto en Palacio, y tu madre danzaba con todos los espíritus de los chamanes para que regresara� gran señor de la palabra y de las conversaciones que incluían curiosidad versátil, inteligencia ágil, agilísima. La guadaña, la muerte te rodó cuando dentro de ti el mundo ingresaba sin concierto y todos tus sentidos al desnudo, anchos, sin embargo, sabían poner las cosas limpias y en orden o como deben estar en medio de tanto caos. Aprendiste a reír.� Aprendiste a insertarte en el mundo. Aprendiste a formar parte del mundo. Aprendiste a evadirte del mundo. Aprendiste a abrirte paso entre follajes. En Córdoba, en México, con tu amigo que te había declarado su amor homosexual —te dijo quisiera que leas estas páginas, donde un hombre entregaba su cuerpo a otro hombre— te pusiste de acuerdo para viajar con tu mujer, con tu compañera de soledad —dos jóvenes peruanos viviendo en Ciudad de México,� en el centro del D. F., en las entrañas de la ciudad al mismo tiempo más atrayente y más aterradora, más sutil por expresar a cada instante que la tradición popular tiene carta de nobleza. Y viajaron a Córdoba, camino a Veracruz, y se internaron en un potrero y vieron cómo los hongos, que habían aparecido sobre la mierda del ganado bovino, estaban listos para ser consumidos y para que ustedes se entregaran al vuelo alucinógeno. Segundos antes otros que por allí merodeaban dijeron que en la víspera� los policías� estaban poniendo en la frontera a cuanto extranjero encontraban. Y�� había jóvenes que, eso lo viví en América Central, no sabían cuánto tiempo quedaban en una frontera —los pasaban de una a otra— y tampoco nadie podía suponer cuándo los dioses humoristas harían que terminara ese mal juego de los esbirros. Vuelvo a los hongos. Por fortuna, de lo contrario no hubieras tenido nada por contar de esa anécdota, tu mujer, ella sí, después que ingerimos esos hongos reía con las hojas más ínfimas del prado, con las flores, con los pájaros, con los árboles y con ellos ella se comunicaba. Hizo reír jubilosamente a� cuanto cristiano hacía la ronda� en� los� mismos menesteres con los� hongos.� Nada se repite, exactamente, es cierto. Pero algunas experiencias regresan con vigor y visos que nos recuerdan lo vivido. Años después de la vuelta a tu país con intención de descerrajarte —y no sólo regresar a los ojos de la mente—, cuando ya te habías instalado en tu ermita de iracundo,� en tu ghetto de profesor de la universidad donde todos o casi todos —digamos que las excepciones masas no eran— iban de mentirijillas con su mentira al hombro porque cada quien era� más conformista que el otro, ostentando no obstante poses de vigilia y acatamientos calcinados, refritos; viajaste en el período limbo —entre el período lírico lirón y el período lirio hediondo—,� para poder respirar de tanta mollera molturada y pedrada de pedantería pedestre, viajaste, decía, a Nazca. En un canchón de tierra apenas apisonada —y no lejos de la líneas totémicas— donde corrían mariguana, alcohol,� coca y� música excelsa de algunos jóvenes: sones de gran poder de vibración, de duración,� alternaban palillos, sonaban materias, maridaje de cada materia, instrumentos mezclando pieles y metales, gong y otras percusiones,� armonía entre aire y tierra. En ese ritual, todos conformando un solo cuerpo, tú no participaste. Preferiste hablar a tu alma. Nuevamente te repetías una famosa frase de Claude Simon —el que unió en su obra hortalizas casi imposibles de unir: experimentación, confesión e invención, el que después de haber participado en favor de los republicanos españoles llegó a la conclusión que «la Historia es fatalidad, futilidad».� En esa noche infinita, abierta y clara y de grandes espacios decidiste escribir una elegía, que luego� llamaste «Tenebrae». Tu elegía la escribiste al pie del orbe, en Lima. Lima ya en el ángulo de mira, después sería al pie de sangre derramada, el fuego. Escribiste versos de versos y todo en una larga noche. Ahí propusiste, como otros lo han hecho, que la vitalidad se gesta en la apetencia de todas las incitaciones como principio de vida. Nada sorprendente que llegues a esa noción de vida con intentos de vitalismo. De ahí, por lo tanto, que tu pathos, tus grandes jugadas (ante la vida) provienen forzosamente� del azar. Nada menos sorprendente. Tu juego de contrarios no es nada más que la negación de lo contrario,� algo de lo mismo; digamos, una tautología. De acuerdo, tú has querido ser otro, y por qué no, te lo concedo,� otro otro, no el del espejo el doble. (Bernard Noël lo dice de manera más feliz: «la sombra del doble»). De acuerdo,� mejor� comencemos� por iniciar el final de este poema que se va haciendo —muy diferente para tus usos y costumbres— un poema-río. Pero, es imprescindible que agregues las palabras centrales de tu muchacha árabe: «L'équilibre, c'est être libre. L'équilibre, c'est être libre». Tú no tuviste nada que agregar. Esta mañana que sangra y que se abisma y que se hunde en su tumbo acerbo, lo comprendes: la alteridad molsa, escuálida te coge y te sacude como una hoja, en cualquier escuálida, molsa ciudad. No. No es fácil ser un hombre del subsuelo. Y sin embargo lo indecible es necesario decirlo: «es tiempo de que lo sepan / es tiempo de que la piedra se acostumbre a florecer / es tiempo de que te compadezcas del desasosiego. / Es tiempo.»

 

Al final, versos de Paul Celan.

* * *


© 2004, Carlos Henderson
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Para citar este documento:
Henderson, Carlos: «Cuatro del 2004. Poesía», en Ciberayllu [en línea]

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