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Leyenda1: Selección de poemas

Cecilia Bustamante

(Continuación)
 
 

Bodas de cristal

Es extraño
que te conmueva años después —
imágenes en la tarde y las palomas
en la Plaza Cataluña. Palomas grises
en una técnica olvidada
es extraño
que sientas así, como si hubiera vivido
yo algo en esos años pasados. Nada más
un fantasma aprisionado por un truco
del disparador.
Es extraño
que me recuerdes.
Aprendí de mis hijos
para la compañía humana y difícil,
difícil, incoherente y más.
Parezco
estirar la mano hacia urbana avecita,
no puedo negar mi echarpe de gasa,
aquel abrigo de Oeschle. Es más bien
una tarde de Lima.

Crucé
los portales en la Plaza de Armas.
tenía la piel muy suave, vestidito discreto
para el mediocre clima de Lima. Una boquilla
de marfil que había comprado en el Barrio Chino.
Recuerdos
inofensivos. Los inviernos de Lima.
abrigo poco grueso para el clima de Pittsburgh,
para la nieve de Nueva Inglaterra.
Esas ciudades no son como Lima
ni soy yo
en esa foto que registra la huella
detrás del anteojo, otra en el antebrazo derecho
debajo de la tela gruesa de mi abrigo azul.
Mantenía distancia, la línea recta hacia mí.
Viví
Me dices en la calle Londres, también en Urgel,
Plaza Calvo Sotelo. No tuve nada que ver.
No me orientaba, cardinalmente hablando,
no entendía los nombres de ciudades a que fuiste.
Palabras
eran. Poesía. Las escuchaba con rencor.
Barcelona es
un dormitorio largo, pared cubierta por cortinas nylon,
ropas dobladas, sábanas inmensas, limpios pañales
en el agua fría del invierno. Reducidas presas
para fabricar algún menú.
Cansancio,
hemorragias, fiebre, amenaza antigua de la TBC.
Suturas en las manos, manchas que perturban
para siempre el color transparente del pasado.
recuerdo haber dejado el abrigo en la tienda de viejo.
Abandonarlo
para otra más pobre que yo. Alli estaban
unas bellotas presas en el frasco sellado,
quietas, cálidas, inmóviles. Les dediqué
un poema,
llené de palabras el misterioso espacio
que resguardaba el cristal.


Cuánto te amara...

A Emilia y a su madre,
que vivían en el pueblo de Huariaca, Perú

LLa mujer, la viuda, la que no tenía marido,
vive con su hija cerca del panteón.

Levemente almidonadas, suaves rosas
de rizos retintos saturados de nogal.
Modosas, algo infantiles soportan
la luz cenital
al centro de su casa,
luego salen por el difuso zagüán.
Chispeantes y acharoladas
a la Fiesta de San Juan.

—Madrecita, lucero del alba, lucerito...
respondía al saludar. —¿Quieres llevarla
a la Plaza, a la Fiesta de San Juan?
Niña de sombras tiernas,
niña de helado color,
Salidas de una novela sentimental.
Olían a limoneros antiguos
Sobre la alberca
tornasolada
de aquella hacienda colombiana.
mariposas muertas, María,
flotantes
azahares.

Nadie espera, lucerito del alba.
La hija de la viuda hierbaluisa y cedrón
su madre se hace de papel crepé.
Estrellas, días de vacaciones.
Historia de una joven
asediada por la nada.
Madrecita, olvido que no nos deja.

Señora, aunque la vista de negro
y con medias de seda,
Tiene la piel palpitante
Y usted, con sus manitas perfectas
Es una mujer sin marido que huele
A puro miedo y amor.

* * *

  1. Del libro en prensa Leyenda, Extramares Editions, Lima/Austin.
©Cecilia Bustamante, 1998, Bustam824@aol.com
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