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Al germen lo que es del germen:

enfermedades europeas y destrucción de la civilización andina

Domingo Martínez Castilla

Este artículo se publicó en Márgenes. Encuentro y debate, año VI, No.10-11, SUR, Lima, octubre de 1993. Puede citarse o reproducirse sólo a partir de dicha fuente y citándola.
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Y murió [Guaina Cápac] en la ciudad de Tumi de pistilencia de saranpión, birgoelas. Y de la temoridad de la muerte se huyó de la conuerción de los hombres y se metió dentro de una piedra. Y allí dentro se murió cin que lo supieran y mandó antes que muriera que no se publicara su muerte.[1]

Guamán Poma


The Incas

La hermosa Micay, esposa chachapoya de Cusi Huamán, orejón cusqueño, ha aprendido a enfrentar a la epidemia, y dirige el ejército de las mujeres de blanco que llevan alivio por los cuatro suyos. Es el año de 1525, cuando esta extraña plaga se extiende por los Andes, sin que nadie pueda detenerla. Dos años más tarde, Huayna Cápac, uno de los hombres más poderosos de la Tierra, se niega a seguir los consejos de Micay y, encerrado en su palacio quiteño, no puede evitar que la enfermedad trasponga los muros de piedra, y reclame su vida y poco después la de Ninan Cuyochi, hijo suyo y de la coya Cusi Rimay, heredero escogido tardíamente pero aparentemente aceptado por las panacas cusqueñas. Los dioses andinos han fallado, y es el comienzo del fin.

Por más de 150 de las 1,041 páginas de la novela The Incas, de Daniel Peters[2], la enfermedad venida de ultramar es la principal protagonista. En ese sentido, probablemente se acerca mucho más a la verdad que las versiones aceptadas de la destrucción del Tawantinsuyu, que por razones que la psicología y la antropología debieran tratar de explicar, ponen mucho más peso en los factores creados y —en términos generales— controlados por el ser humano, que en otros que no refuerzan el antropocentrismo que caracteriza a la inefable cultura occidental y cristiana.

En contraste con la presentación de Peters, Maria Rostworowski, en su aclamada Historia del Tahuantinsuyu[3], menciona a la enfermedad en tres párrafos, pero no se puede ver que dicho fenómeno se integre al análisis. La destrucción del Imperio de los Incas de Espinoza Soriano[4], para citar un segundo trabajo relativamente reciente, no le otorga importancia alguna a las epidemias, a pesar del título de su libro. Algo similar sucede con The Inca Empire, de Thomas C. Petterson[5], quien adopta un enfoque marxista bastante convencional.

Las contribuciones de los trabajos mencionados, y de muchos otros, desde Cieza hasta nuestros días, han sin duda contribuido a un mejor entendimiento de cómo fue posible que una civilización tan antigua y sólida como la andina (cuya expresión más espectacular, desde el punto de vista europeo, fue el Tawantinsuyu), haya constituido tan pobre resistencia a la exploración e invasión europeas. En el caso de Rostworowski, se pone mucho peso en la imposibilidad de sustentar la práctica andina de la reciprocidad en la gran escala del Tawantinsuyu; Espinoza Soriano subraya el rol de las etnías sometidas como aliadas de los españoles contra el Incario; y Patterson basa su análisis en la lucha de clases. En estos, como en prácticamente todos los estudios previos, se omite casi siempre el rol que las epidemias pudieron haber jugado como el mejor aliado de los españoles, quienes —si leemos las crónicas— se encontraron aparentemente con el plato servido. En los casos en los que se menciona e inclusive documenta las epidemias, no se continúa con la evaluación de las consecuencias de tales enfermedades, y del despoblamiento que trajeron consigo.[6]

¿Por qué la omisión?

Arcabuces, ruedas y acero, ritos y mitos, mastines matagente y caballos, intrigas políticas, Pizarros y Cahuides, Huáscar y Atahualpa, y otras creaciones del hombre, reciben pues casi toda la atención de cronistas de época y de historiadores modernos. A pesar de la enorme magnitud de las epidemias de 1525-27, 1546, y 1558-59, entre las registradas y documentadas en las crónicas de la conquista del Tawantinsuyu, el estudio de su influencia en la destrucción de la civilización andina ha sido omitido por razones que merecen sopesarse.

Una hipótesis simple de las razones de esta omisión es la ya mencionada del antropocentrismo que caracteriza al pensamiento judeo-cristiano. Uno de los principios básicos de este paradigma estipula la idea del progreso en la evolución de las especies y de la cultura, que por supuesto no puede llevar a otra cosa que a esa especie particular que se llama Homo sapiens, y a la cultura dominante. En otras palabras, se supone que el paso del tiempo es sinónimo de progreso, y que el ser humano es la culminación de la evolución de las otras especies: el rey de la creación.

¿Acaso no es así? Con seguridad muchos lectores ya se están haciendo esa pregunta, cuya respuesta es necesariamente filosófica, dependiendo de la percepción que se tenga del mundo material. Los avances científicos en el campo de la evolución biológica confirman que todas y cada una de las especies, incluyendo a Homo sapiens, tienen un origen que debe más a la casualidad que a la necesidad. Pero el pensamiento judeo-cristiano-occidental, desde el libro del Génesis hasta el Manifiesto Comunista, está empapado de esa idea de progreso, de marcha desde un estado primitivo hacia formas superiores, que gira alrededor del hombre y de sus logros, de formas diversas de determinismo histórico, muchas veces disfrazadas de especulaciones filosóficas complicadas y frecuentemente incomprensibles.

Y esto viene al caso porque proporciona una de las hipótesis para explicar por qué se le da tan poca importancia a la muerte de tal vez 95 de cada 100 americanos en un plazo tan corto. Aparentemente, no podemos aceptar que seres inferiores y simples, como pueden ser virus o bacterias, puedan influenciar en tales niveles el destino de la humanidad.

Los conquistadores, obviamente, no tienen ningún interés en desviar la atención de la historia de sus hazañas, aceros y biblias, hacia unos bichos sin importancia y sobre los cuales no ejercen ningún control. Y los conquistados, ya sin control de su propia historia, sufren de ese antiguo prejuicio animal que iguala enfermedad con suciedad y peligro, pero que el ser humano, tan conciente de sí mismo, transforma en culpa, pecado y vergüenza.

(Entre los conquistadores, ha surgido una teoría —una más— muy peculiar y relativamente reciente para explicar la catástrofe de la civilización andina, y que acá se menciona sólo para ver hasta dónde llega la imaginación eurocentrista de Vargas Llosa, que después de decir todo lo políticamente correcto acerca de los primeros conquistadores —"espadachines, semianalfabetos [...] que, aún antes de haber terminado de conquistar el Incario ya estaban despedazándose entre ellos"—, nos dice que ellos "representaban una cultura en la que había germinado [...] algo nuevo, exótico, en la historia del hombre"[7]: la libertad individual, una "práctica desconocida" frente a la cual "todas las otras [culturas] sucumbirían". En muchos lugares las culturas locales sin duda sucumbieron, pero la germinación parece estar llevando todo el tiempo desde la llegada de los invasores europeos.)

Ausencia en las crónicas

Las referencias a las epidemias de viruela, particularmente a las primeras en azotar América, son más abundantes en México que en los Andes y en la cuenca del Misisipí, probablemente porque los cronistas estaban presentes cuando la viruela atacó en México. No es ése el caso en las otras áreas mencionadas, pues en aquéllas la enfermedad se adelantó en varios años a la llegada física de los europeos.

Los estragos ya habían ocurrido cuando de Soto exploró el Misisipí, encontrando innumerables asentamientos abandonados, muchos con los almacenes de maíz intactos y las tierras de cultivo abandonadas. Y algo similar ocurrió en el Tawantinsuyu, donde la enfermedad ya había llegado probablemente hasta el Altiplano antes de que los españoles pusieran un pie en Tumbes.

¿Qué paso en México? La historia de la caída de esa federación de ciudades hoy conocida como Imperio Azteca, tiene mucho más en cuenta el papel de las enfermedades, particularmente la viruela, que llegó a Veracruz en 1520 en la persona de un negro infectado, parte del ejército de Pánfilo de Narváez, cuyo objetivo, irónicamente, era detener la aventura de Cortés.

Padden, en un interesante trabajo sobre la conquista de México, describe "la furiosa embestida de un enemigo invisible que fue de lejos el peor asesino: la viruela[...]: al cabo de dos semanas la epidemia asoló la costa de Veracruz a Cempoalla, con niveles de mortalidad local entre 50 y 100 por ciento. El aire mismo estaba contaminado por secreciones nasofaríngeas, por costras secas de las lesiones de la gente infectada, y por cuerpos insepultos y excrementos. [...] No pasó mucho tiempo, y la enfermedad asesina estaba sitiando la capital".

Para ilustrar estos estragos, Padden cita al Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún:

"Era [el mes de] Tepeilhuitl cuando comenzó, y se esparció entre la gente con gran destrucción. Algunos estaban cubiertos (con pústulas) en todas partes —sus rostros, sus cabezas, sus pechos, etc. Hubo grandes estragos. Muchos murieron. No podían caminar, y estaban tendidos en sus lechos y lugares de descanso. No podían moverse; no podían agitarse; no podían cambiar de posición, ni recostarse de lado, ni boca abajo, ni sobre sus espaldas. Y si se agitaban, gritaban de dolor [...] Y muchos desfallecían, había muerte por hambre, [pues] nadie podía cuidar [a los enfermos]."[8]

Y así fue que la viruela facilitó la segunda y definitiva embestida de Cortés. En 1531, el sarampión azotaba México, y desde ahí asoló a todo el continente. Y hay que tener en cuenta también al tifus, al cólera, a la peste bubónica, y a muchas formas de gripe.

Continente robado

Hoy en día, en prácticamente todo el mundo, con excepción de América y Australia y algunas otras áreas aisladas como Sudáfrica y Hawai, los países tienen gobiernos dirigidos por nativos. Tal es el caso de países hoy considerados "viejos", como las naciones europeas, asiáticas y norafricanas, y de otros que se han librado del yugo formal del colonialismo en los últimos cincuenta años, como la mayor parte de países del África negra y del resto de Oceanía. Ni la rueda, la escritura, la pólvora, la geometría euclidiana, y mucho menos la raza explican esta diferencia en destinos históricos.

Galeano describe y denuncia ampliamente los abusos cometidos por los conquistadores de antes y de hoy en Las venas abiertas de América Latina. Pero Ronald Wright, en su documentado, hermoso y conmovedor libro Stolen Continents[9], propone que, para el caso de América, la respuesta puede darse en una palabra: enfermedad. "Europa", escribe Wright, "poseía armas biológicas que el destino había estado hacinando por milenios" y que no existían en América antes de 1492, incluyendo a nuestros conocidos cólera, gripe, fiebre amarilla y malaria, y a las hoy menos comunes viruela (aparentemente erradicada) y peste bubónica.

La mortandad provocada por estas enfermedades es difícil de percibir. Si bien los historiadores y demógrafos no se ponen de acuerdo en los niveles de población existentes en América hace 500 años, todo parece indicar que después de cien años del llamado encuentro de dos mundos, sólo sobrevivía uno de cada diez nativos americanos. Y estas cifras se siguen revisando, y siempre hacia una mayor mortandad. La población de los Andes parece haber estado arriba de los catorce millones, y la de los nativos norteamericanos se estima hoy que era de veinte millones antes de la llegada de Colón, si bien hasta hace sólo unos años, la cifra que se enseñaba en las escuelas era de entre uno y dos millones, cifra muy conveniente para reforzar la idea de que América del Norte era un continente vacío, y que por lo tanto estaba disponible para quien lo ocupara primero.

Los microbios como entidades biológicas

Para evitar percepciones antropocéntricas, es de interés que el lector mire las cosas desde el punto de vista de los gérmenes (término que aquí incluye a virus, bacterias y demás causantes de enfermedades infecciosas). Al igual que a cualquier otra forma viva, les interesa reproducir sus genes al máximo, y por eso causan cambios asombrosos en el anfitrión, haciendo, por ejemplo, que estornude o tenga diarreas, o inclusive alterando el comportamiento del anfitrión, como cuando el individuo enfermo muerde a otros individuos, como sucede con la rabia, para convertirlo en un elemento activo de diseminación de la enfermedad.

El enfermo, por su lado, trata de defenderse de mil formas. A nivel colectivo y multigeneracional, la forma más efectiva y permanente, pero al mismo tiempo la que sólo se consigue después de muchas generaciones, es la inmunidad genética que se consigue por selección natural. A nivel individual, el infectado se defiende como puede: por ejemplo, produce más glóbulos blancos que destruyen a los invasores, sube la temperatura del cuerpo para, en la práctica, tratar de cocinar a los gérmenes, cambia la dieta, y produce anticuerpos específicos para algunos invasores, que hacen al individuo inmune a posteriores ataques. Los invasores, a su vez, replican a estas defensas. Un ejemplo claro es el de la gripe, cuyo virus muta constantemente, haciendo inútil el esfuerzo del individuo por producir anticuerpos, porque éstos devienen obsoletos con mucha facilidad.

Los virus son casos interesantes, ya que para reproducirse utilizan directamente los aminoácidos de las células del individuo enfermo. Un caso extremo es el de los virus que inducen inmunodeficiencia, entre los que los más conocidos son el humano y el simio, causantes del SIDA en primates (recuérdese que Homo sapiens es un primate). Lo que hacen estos virus es atacar al sistema que se encarga de producir anticuerpos. En cierto modo —y se pide al lector que recuerde esta metáfora— funcionan como un arma que ataca sólo a los soldados de un ejército, pero a todos ellos. Y si a eso se añade las mutaciones comunes en todos los virus, es fácil percibir por qué curar el SIDA es una tarea tan difícil.

Enfermedades epidémicas

Hay enfermedades que siempre están entre la gente, como por ejemplo la malaria y la teniasis: aparecen en cualquier lugar, y siempre hay algunos enfermos. En cambio, las enfermedades infecciosas epidémicas, salen aparentemente de la nada e infectan rápidamente a una gran cantidad de individuos, gracias a formas de contagio muy eficientes. Otra característica de las enfermedades epidémicas es que suelen presentar cuadros agudos: el paciente o muere o se recupera totalmente (salvo por huellas no infecciosas, como son las llamadas "marcas" de la viruela o el sarampión), y si se recupera, es común que haya desarrollado anticuerpos que lo hacen inmune a ataques posteriores. Por último, los gérmenes causantes de epidemias por lo general requieren vivir en el individuo enfermo, y no pueden sobrevivir independientemente.

Epidemia y autoestima

Imagínese el lector los sentimientos y las ideas de españoles y nativos en la época de las grandes epidemias. Por un lado, los nativos mueren en grandes cantidades, mientras al mismo tiempo los españoles parecen (porque la mayoría de los adultos lo son) inmunes a las enfermedades. Entre aquéllos, no es difícil imaginar el desarrollo de explicaciones religiosas, como mirar a los invasores como a los preferidos de los dioses, ya que las epidemias sólo pueden entenderse como de origen divino; y entre los conquistadores, la idea de que la nativa es una raza débil y por lo tanto inferior, incapaz de soportar enfermedades que para ellos son de niños. De ahí a la idea de destino manifiesto no hay más que un pequeño paso.

Estas percepciones deben haberse grabado profundamente en las conciencias colectivas de conquistadores y conquistados. Y al pasar las epidemias, se convierten probablemente en mitos muy difíciles de erradicar, y que contribuyen a la perpetuación del concepto de superior/inferior.

Hoy en día, no es difícil aceptar la explicación de por qué las enfermedades afectaron tanto a los nativos de este continente: simplemente carecían de los anticuerpos para esas enfermedades epidémicas. Es sabido que si uno no tiene los anticuerpos para muchas enfermedades, es susceptible de contraerlas. La forma de evitar esto es con vacunas o desarrollando anticuerpos en los primeros años de vida, como sucede con las enfermedades llamadas de la niñez. (Obsérvese que para estas enfermedades no hay mayor resistencia genética, como, entre otros, afirma Rostworowski: es necesario adquirir la inmunidad.) La población humana de América había estado aislada del resto de seres humanos por miles de años: por lo menos doce mil, que es la mínima antigüedad aceptada sin reservas para el poblamiento de América (hay trabajos recientes como las excavaciones de Pedra Furada en Brasil y Monte Verde en Chile, que podrían llevar esta cifra arriba de los 30,000 años, pero estas evidencias son todavía muy discutidas, al igual que conclusiones de algunos trabajos basados en las variaciones genética y lingüística). En cualquier caso, es una considerable cantidad de años desde el punto de vista de la corta vida humana.

Lo que esto sugiere es, en primer lugar, que las enfermedades que diezmaron a los nativos de América son relativamente recientes. En todo caso, no podrían tener más de doce mil años, porque si tal fuera el caso hubieran cruzado Beringia con los primeros inmigrantes asiáticos. Es más, está demostrado, por evidencias genéticas y lingüísticas, que la ocupación humana de América sucedió en por lo menos tres oleadas: la primera, con las fechas aún en discusión mencionadas en el párrafo anterior, que origina la familia de lenguajes denominada amerindia, que abarca a todos los idiomas de México hacia el sur, incluyendo también a la gran mayoría de lenguas norteamericanas; la seguna ola corresponde a la familia de lenguajes que se denomina Na-Dené, concentrada principalmente en la costa del Pacífico norte, pero cuya representación más meridional se da en el idioma navajo de América del Norte; y la tercera y última ola, restringida a grupos esquimales, llegados al continente hace dos mil años, o quizá menos.

De esto se deduce que las epidemias en cuestión tengan que ser enfermedades ya sea muy raras hace tres o cuatro mil años, o relativamente recientes en la historia de la humanidad, porque de otro modo probablemente hubieran entrado a América con las dos últimas migraciones.

¿Los Incas conquistando Europa?

El año 1992, el del quinto centenario de —entre otras cosas— la llegada de muchos gérmenes a América, ha servido para que la imaginación popular, alentada en algunos casos por la académica, especule mucho sobre el probable camino que hubiera podido tomar la civilización en este continente si es que se hubieran dado algunas otras condiciones, como por ejemplo que Huáscar no hubiera estado peleando con Atahualpa, que Moctezuma y su entorno no hubieran dependido tanto de astrólogos (que antes, como ahora, predecían principalmente catástrofes), o que Colón se hubiera perdido en el Mar Océano y los europeos no hubieran llegado por otros cincuenta años. Para algunos, las cosas hubieran sido distintas sin guerra civil o ritual en los Andes. En otras palabras, al mito de la superioridad cultural europea, se opone una cierta tendencia a imaginar que las condiciones del sometimiento de las civilizaciones americanas se debieron a circunstancias aleatorias propias de los años en los que sucedieron las diversas conquistas.

Para aceptar esta explicación sería necesario demostrar por lo menos una de las siguientes hipótesis: (i) que hubo civilizaciones americanas que no sufrían de problemas internos circunstanciales y que fueron capaces de sobrevivir incólumes la invasión europea; o (ii) que por alguna casualidad histórica increíble, todas las civilizaciones americanas estaban sufriendo de problemas circunstanciales internos que las hicieron débiles frente a la embestida europea.

En la práctica, son poquísimos los grupos humanos en América que han mantenido sus tradiciones y han seguido un camino de afirmación étnica como el que se puede encontrar en muchas ex-colonias asiáticas y africanas. La norma ha sido el despoblamiento y la sustitución con inmigrantes, o el mestizaje genético y cultural. (Descontando los grupos étnicos aislados en la Amazonía, el caso más notable parece ser el de los Cuna en Panamá, que se la han arreglado para mantener muchas de sus tradiciones.)

En suma, explicaciones basadas en circunstancias históricas son difíciles de sostener, y esto aparentemente daría la razón a quienes defienden a capa y espada la superioridad intrínseca del paradigma europeo de desarrollo.

Las epidemias regaladas a América por los europeos son una hipótesis muy sólida para explicar la catástrofe cultural y poblacional del siglo XVI, pero su mera existencia no permite solución alternativa alguna. En otras palabras, no hubiera sido posible evitar la catástrofe: tarde o temprano, el efecto hubiera sido el mismo, salvo que la invasión europea se hubiera dado después del descubrimiento del principio de las vacunas, lo cual está fuera de cuestión para la época que se está tratando.

Y esto significa que, inclusive si se hubiera dado el caso hipotético de que alguna civilización americana "descubriese" Europa o Asia, las enfermedades hubieran arrasado con los eventuales conquistadores, a no ser que pudiera darse el camino inverso: que las enfermedades llevadas a Europa por los exploradores nativos americanos arrasaran primero con los europeos. Pero no existieron enfermedades epidémicas americanas que se difundieran entre la población con la misma facilidad y eficiencia de la viruela, el sarampión y el cólera. (Generalmente, se acepta que la sífilis es la única enfermedad importante llevada de América a Europa, pero nótese que no posee las características de las otras epidemias, que se contagian a través del aire, la ropa o el agua: la sífilis requiere contacto físico para pasar de un individuo a otro, lo que hace su diseminación más lenta y su prevención más fácil.)

En conclusión, las armas infecciosas americanas eran notoriamente inferiores a las europeas. Esto sin duda se puede interpretar como una suerte de fatalidad, que si bien no antropocéntrica, sería determinista al fin de cuentas. Si, en principio, se rechaza cualquier determinismo, debiera pues buscarse otra explicación circunstancial.

Direccionalidad de las epidemias

Para buscar tal explicación, es menester salir de los límites estrechos de la historia servida en el convencional estuche judeo-cristiano, que por lo general se circunscribe a los hombres, a sus obras, sus intrigas y sus instituciones.

Es necesario averiguar qué paso en Eurasia durante los pocos milenios (pocos en relación a la antigüedad de la especie Homo Sapiens, estimada entre 100,000 y 200,000 años) en que no hubo contacto con los hombres americanos, y que permitió el desarrollo de esas enfermedades peculiares. Al no haber surgido en América una serie de epidemias similares, entonces algo especial debió acontecer en Eurasia, que no sucedió en América.

En uno de los múltiples trabajos publicados con ocasión de los 500 años, Jared Diamond[10] discute este tema con bastante detalle. Los párrafos que siguen son en gran parte una síntesis de su hipótesis sobre las razones que determinaron este intercambio desigual de gérmenes.

En primer lugar, Diamond nota que las enfermedades que más duramente han afectado al ser humano en periodos recientes, tienen su origen en enfermedades de animales. Este grupo de afecciones incluye viruela, cólera, sarampión, peste bubónica, gripe o influenza, tuberculosis y, mucho más recientemente, SIDA. Entre éstas, las enfermedades epidémicas propiamente dichas se caracterizan por aparecer a intervalos relativamente largos, y afectando a grandes cantidades de personas cada vez que lo hacen. Como ejemplo, el autor cita a la "más grande epidemia en la historia de la humanidad", que fue la de gripe al final de la primera guerra mundial, que mató a 21 millones de personas.

Como se mencionó en párrafos anteriores, las epidemias se caracterizan por cuadros agudos, de ahí que se presenten esporádicamente, pues infectan a prácticamente toda la población (entendiéndose por ésta a un grupo humano relativamente cerrado), y al cabo de poco tiempo sólo quedan individuos muertos o inmunes. El germen ya no tiene a nadie a quien infectar y por lo tanto desaparece hasta que, pasados algunos años o quizá décadas, un individuo enfermo proveniente de otra población, la vuelve a introducir entre individuos "nuevos" que no tienen los anticuerpos.

Diamond presenta un caso muy ilustrativo, que vale la pena traducir:

"La historia del sarampión en las remotas islas Feroe del Atlántico norte presenta un ejemplo clásico de este proceso. Una severa epidemia de la enfermedad llegó a las Feroe en 1781, y luego desapareció, dejando las islas sin sarampión hasta que un carpintero infectado llegó de Dinamarca en 1846. Al cabo de tres meses, casi toda la población de las Feroe (7,782 personas) se había enfermado de sarampión, muriendo o recuperándose, y haciendo que el virus desaparezca nuevamente hasta la epidemia siguiente. Los estudios muestran que el sarampión es susceptible de extinguirse en cualquier población humana de menos de medio millón de personas."

En otras palabras, para que estas enfermedades mantengan presencia, requieren de poblaciones (en el sentido definido más arriba) relativamente grandes, ya que de otra forma los gérmenes no pueden subsistir dentro de una población determinada.

Por esta razón, las epidemias masivas son hechos históricos relativamente recientes, ya que los virus o bacterias no podrían sostenerse en sociedades agrícolas o ganaderas con poblaciones dispersas y poco contacto entre ellas. Nótese que no se afirma que estas enfermedades u otras parecidas no hayan existido, sino que para subsistir requieren de amplias poblaciones. Al igual que otras especies animales, es altamente probable que muchas enfermedades hayan ocurrido sólo muy localmente y hayan desaparecido sin dejar rastro.

Como muchas adaptaciones biológicas, la transmisión muy eficiente de una enfermedad puede provocar la extinción misma del germen. Debido precisamente a dicha eficiencia, el germen se encuentra en muy poco tiempo sin más gente a quien infectar.

Las llamadas enfermedades infecciosas de la niñez no tienen en realidad ninguna preferencia especial por niños. En poblaciones grandes e interconectadas como las que caracterizan a gran parte del mundo actual, la mayoría de los adultos son inmunes a las enfermedades por haber sido afectados cuando niños, por lo que a los gérmenes no les queda otra cosa que atacar a los niños que carecen de los anticuerpos. En realidad, estas enfermedades "de la niñez" pueden causar estragos en las pocas poblaciones aisladas que quedan en el mundo, como lamentables experiencias recientes todavía lo muestran en la Amazonía.

Los mejores amigos del hombre

Como ya se adelantó, estas enfermedades provienen de enfermedades de animales, por lo que sería de esperar que los gérmenes se comporten de manera parecida en otras especies: es decir, cuadros agudos, que por lo tanto requieren también de poblaciones grandes, que se dan sólo en animales sociales, como los rumiantes y los cerdos. Al domesticar estos animales, el ser humano también se estaba acercando a gérmenes que, por selección natural y saltos mutacionales, afectarían tarde o temprano al hombre. Lógicamente, cuanto más cercano el animal al hombre, mayores son las posibilidades de que el patógeno emigre y se adapte al nuevo anfitrión. Es probable que muchos gérmenes potencialmente epidémicos hayan atacado a pequeñas poblaciones humanas y hayan desaparecido con ellas, pero al aumentar y concentrarse la población humana, algunos gérmenes devienen viables más allá de su lugar de origen. Las enfermedades epidémicas que hoy se conocen son, en realidad, provocadas por unos pocos gérmenes que han devenido biológicamente exitosos en tiempos muy recientes.

Eurasia fue un gran centro de domesticación de ungulados, que comparten una característica muy importante: grandes manadas, propias de grandes llanuras. Al mismo tiempo, las poblaciones humanas se movían en grandes olas migratorias, precisamente por la necesidad de ganar áreas de pastoreo; había por tanto intercambio de gérmenes casi permanente entre poblaciones asiáticas y europeas. Mongoles y bárbaros llevaban consigo no sólo terror sino también gérmenes. Y a falta de invasiones, el intercambio comercial era frecuente desde hace mucho entre Asia, África y Europa. Además de las caravanas que traían seda y especias del oriente, había también intercambio con África: por ejemplo, entre las ruinas de ciudades africanas cercanas al Océano Índico puede encontrarse porcelanas y sedas chinas.

En conclusión, los patógenos tenían a su disposición a poblaciones humanas continuas o interconectadas entre sí, permitiendo su diseminación y evitando extinguirse, como sucede en poblaciones aisladas.

En América las condiciones eran distintas. Por un lado, sólo cinco especies de animales fueron domesticadas en América: pavos, cuyes, camélidos[11], una especie de patos, y perros. Esto es una consecuencia de la extinción en América de muchas especies potencialmente domesticables, como caballos y camellos, que ocurrió casi simultáneamente con la llegada del hombre a este continente.

Diamond observa que ninguna de estas especies vive en grandes manadas en estado silvestre (los camélidos se organizan en unidades familiares que raramente sobrepasan los veinte animales), y que en cualquier caso llamas y alpacas no fueron nunca tan numerosos como los grandes rebaños de ganado que existían en Eurasia (esto merecería contrastarse con información de las crónicas y evidencia arqueológica, pues hay indicios de que la población de camélidos haya sido mucho más grande de lo que se sostenía anteriormente.)

Por otro lado, el comercio a lo largo de América no estaba tan desarrollado como en Eurasia, y los desplazamientos de gente de un área hacia otra eran mucho más la excepción que la regla, lo cual se explica a su vez por la topografía, en donde las barreras naturales son abundantes. Nótese también que las zonas de mayor agricultura tendían a coincidir con las de más difícil acceso. En otras palabras, muchas circunstancias determinaron que las enfermedades americanas fueran pocas y no tuvieran carácter epidémico. Estas circunstancias fueron geográficas y biológicas, pertenecientes más al dominio de la historia natural que al de la historia exclusivamente humana.

Ideas finales

El presente artículo, que no es sino una combinación de revisión bibliográfica y especulación alrededor del probable rol de la enfermedad en la historia andina, tiene como objetivo principal el plantear un derrotero poco investigado en los estudios andinos y peruanos, que se espera pueda contribuir a enfrentar los problemas de afirmación nacional que hoy aquejan a nuestros paises, y a plantear rutas alternativas de desarrollo. Pocas dudas pueden quedar respecto a la enorme importancia que los gérmenes europeos tuvieron en el cambio radical que ocurrió en toda América a partir de la llegada de Colón.

Sin embargo, es necesario, por un lado, evaluar las consecuencias sicológicas de las epidemias en las culturas de nuestros países, a nivel de conquistadores y de conquistados. Por otro lado, el despoblamiento masivo también tiene repercusiones muy difíciles de exagerar en la economía y la producción andinas, que pueden explicar el estado de postración casi permanente en los últimos 500 años.

Algunas hipótesis

Para concluir, puede ser útil especular un poco más, y presentar algunas hipótesis en forma de preguntas dirigidas a los estudiosos de la problemática andina.

  1. Teniendo en cuenta que estas enfermedades se difunden y se sostienen más eficientemente en lugares de concentración humana, que en los Andes se limitaban a las grandes ciudades en las que se centraba el poder religioso y la administración, ¿en qué medida las epidemias jugaron el rol de —para usar un término lamentablemente actual— exitosos comandos de aniquilamiento dirigidos a los centros de poder?
  2. Más específicamente, los Andes de los primeros años de la Conquista (que, como se ha visto, empieza propiamente en 1524, con la llegada de la viruela) presentaban un cuadro de movimiento rápido de masas de hombres en todas las direcciones del Tawantinsuyu, debido a la muerte de Huayna Cápac y Ninan Cuyochi, y a la consecuente guerra entre Huáscar y Atahualpa. Los ejércitos son una suerte de ciudades móviles, convirtiéndose por tanto en lugares ideales para la difusión de la enfermedad. ¿Existen evidencias de que el poder militar del Tawantinsuyu y de las etnías dominadas por los Incas, se haya visto especialmente afectado por la epidemia, en otra suerte de ataque selectivo?
  3. Más aún, estos ejércitos, formados por súbditos de todas las nacionalidades andinas, son ideales para que los patógenos lleguen a los lugares más remotos, a bordo de los soldados que regresan a sus ayllus después de haber cumplido su servicio militar. ¿Hay información que permita evaluar cómo se difundieron las epidemias?
  4. Uno de los grandes logros de la civilización andina, prácticamente sin parangón en el mundo, fue la eliminación del hambre, por lo menos en las cinco últimas décadas antes de la caída del Tawantinsuyu, gracias a un dominio muy especial del complejo medio ambiente andino. La agricultura andina, de acuerdo a estimados actuales, fue la de mayor diversidad en la historia de todo el mundo (se menciona que en los Andes había una variedad de cultivos similar a la existente en toda Eurasia). Aparentemente, el producto agrícola total de lo que fuera el Tawantinsuyu aún no puede alcanzar los niveles del siglo XV. Todo eso se perdió, lógicamente, con la población: no sólo se abandonaron andenes, campos de pastoreo, sistemas completos de irrigación (infraestructura fÍsica), sino la base misma de la tecnología, que era un conocimiento profundo de la tierra y del abanico de germoplasma que la variabilidad de ésta demandaba. Sin que se pretenda proponer un regreso a formas precolombinas de organización de la producción agrícola, ¿no debiera proponerse la variabilidad, y no la especialización, como la base de la futura producción agrícola andina?

Podría continuarse especulando y planteando más vertientes de investigación, relacionadas con la permanencia de la mortandad epidémica en la mentalidad andina, el problema del racismo, la facilidad con la que se difundió el cristianismo, y otras que han sido tácitamente ppropuestas en las páginas previas. En todo caso, hay preguntas que debieran contestarse en estos tiempos urgentes.

Columbia, 22 de febrero de 1993.

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NOTAS

  1. Guamán Poma de Ayala (Waman Puma), Felipe: El primer nueva corónica y buen gobierno, edición crítica de John V. Murra y Rolena Adorno. Siglo Veintiuno editores, México, 1988.^
  2. Peters, Daniel: The Incas, Random House, New York, 1991. Nótese que se trata de un trabajo de ficción, en el que se mezclan personajes y situaciones históricos e imaginarios. ^
  3. Rostworowski de Diez Canseco, María: Historia del Tahuantinsuyu, IEP, Lima, 1988. A pesar a los tres párrafos de la página 154 en los que se menciona la epidemia "de viruela o sarampión que diezmó la población del Tahuantinsuyu", y que dichas enfermedades "hicieron terribles estragos en los habitantes de los Andes", no se hace en el libro una evaluación del significado político, militar, y económico de tal mortandad. Es más, en las reflexiones finales, cuando la autora se refiere a "las causas visibles y las causas profundas" de la destrucción del estado inca (p. 286), las epidemias no aparecen en ninguno de los dos roles. ^
  4. Espinoza Soriano, Waldemar: La destrucción del Imperio de Los Incas, Amaru Editores, Lima, 1973. ^
  5. Patterson, Thomas C.: The Inca Empire. The Formation and Disintegration of a Pre-Capitalist State, Berg, New York, 1991. En este trabajo, las enfermedades sólo aparecen al mencionar la muerte de Huayna Cápac, y los estragos causados por las tres olas epidémicas del siglo XVI. ^
  6. Hay algunos estudios demográficos en los que se menciona el probable efecto de las grandes epidemias. Uno reciente es el de José Luis Rénique y Efraín Trelles, basado en información del gobierno colonial, donde se estudia localmente la composición demográfica a fines del siglo XVI, después de la tercera gran epidemia (José Luis Rénique y Efraín Trelles, "Aproximación demográfica yanque-collaguas", en Franklin Pease, ed., Collaguas, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica, Lima, 1984). Es probable que existan otros trabajos también basados en visitas y libros parroquiales, sin embargo los análisis tienden a omitir los efectos de las primeras epidemias. ^
  7. Vargas Llosa, Mario: "El nacimiento del Perú", en Oviedo, José Miguel (editor): La edad del oro, Tusquets/Círculo, Barcelona, 1986; pp. 11-27. Efraín Trelles también se refiere a este escrito, en Manrique, Nelson et al. 500 años después... el fin de la historia, Escuela para el desarrollo, Lima, 1992. ^
  8. R.C. Padden: The Hummingbird and the Hawk. Conquest and Sovereignty of the Valley o Mexico, 1503-1541, Harper Torchbooks, New York, 1970. (Traducción del autor.)^
  9. Wright, Ronald: Stolen Continents. The Americas through Indian Eyes since 1492.; Houghton Mifflin Company, New York, 1992. ^
  10. Diamond, Jared: "The Arrow of Disease", Discover, Octubre 1992, Vol. 13, No. 10, pp.64-73. ^
  11. Si bien consideradas como especies distintas, los híbridos de llamas con alpacas son fértiles, lo que sugiere un antepasado silvestre común. En cualquier caso, esto no afecta el resultado de este razonamiento. ^


Comentario privado al autor: © Domingo Martínez Castilla, 1996
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