Globalización y crisis en el Manifiesto:
Los retos del milenio

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[Ciberayllu]

Óscar Ugarteche
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Información y espacio

La sociedad virtual (Manrique, 1997) se introduce en este mundo globalizado post-muro de Berlín. La virtualidad yace en lo inmaterial de su sustento. Las redes de comunicación que se han abierto mediante la revolución del nuevo paradigma productivo han abierto un mundo nuevo y descartado el mundo viejo.

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Hay elementos que conforman la globalización y otros que le hacen a la naturaleza del cambio de paradigma, en el sentido de Kuhn (1972). Uno de los resultados de la introducción del paradigma de la información a mediados de la década de los años setenta fue la aceleración y masificación de la información. Hoy en día se transmite más información que en toda la historia de la humanidad, y ésta se duplica a un ritmo tan vertiginoso que se puede considerar infinito. Si la humanidad duplicaba su acervo de conocimientos en tanto títulos impresos cada mil años hasta el invento de la prensa de Guttenberg, y cada 120 años hasta el invento de la maquina de escribir en las postrimerías del siglo XIX, hoy en día se duplica cada par de meses y éste debe ser ya un dato obsoleto (mayo 1998).

En quince años, las microcomputadoras pasaron de ser máquinas con 4Kb de memoria, a las que se les comunicaba órdenes en BASIC —lenguaje creado para interactuar con las recién inventadas microcomputadoras en 1975—, a tener una memoria de 16 Mb de memoria en 1989. En 1982 Apple introdujo en el mercado la computadora personal. En 1998, las computadoras personales funcionan con almacenamiento de 7 Gb y 64 Mb de memoria RAM, utilizan programas de alta complejidad que han reemplazado la instrucción directa, y han pasado a ser dirigidas por flechas y doble clics. User friendly se le llama en inglés a este nuevo sistema de comunicación con las computadoras que se lleva a cabo sin complicarle mucho la vida al que no se la quiere complicar. El ritmo de innovación en la propia industria del cómputo ha revolucionado el concepto de conocimiento y de la comunicación. Las computadoras Apple casi no están en el mercado, por ejemplo, pues las compatibles con IBM arrasaron con la innovación y la hicieron propia. En la sociedad moderna se va creando la dependencia de este instrumento en las universidades, bibliotecas, escritorios, estudios, tiendas, fabricas, etcétera. Hasta en los hogares. De otro lado, la revolución del microprocesador ha impactado en todo lo que concierne a la vida moderna: desde los modos de transferencia de dinero por cajeros automáticos, estaciones de servicio, máquinas registradoras, relojes que hablan, automóviles que indican el retroceso en voz alta, camiones que tocan música cuando retroceden, aparatos de sonido y discos compactos, pantallas de automóviles que indican cuando distintas partes del automóvil no están siendo tratadas con corrección (puertas abiertas, por ejemplo, o falta de cinturón de seguridad). Es difícil pensar en algún aspecto de la vida moderna donde el uso del microprocesador no influya. Considérese que el microprocesador, el alma de lo digital, fue inventado en 1969 y puesto en uso en 1975 en mayor escala. Veintidós años después es imposible pensar en algún aspecto del mundo moderno sin las máquinas que usan microprocesadores: faxes, teléfonos inalámbricos, teléfonos de tono, y todo lo demás que es digital, como por ejemplo los sistemas de frenos de los autos modernos, los sistemas de dirección de los mejores autos, o las llaves descartables de los hoteles.

La globalización y la revolución de la información han ido de la mano con el cambio de paradigma tecnológico. Sería impensable el mundo como lo conocemos a fines del siglo XX, sin los avances de la ciencia que tenemos hoy en día. Esto ha tenido resultados muy positivos para la recuperación de la productividad en los países desarrollados porque ha permitido ahorrar mano de obra, materias primas y energía, además de haber acelerado el ritmo de innovación. Ha tenido, de otro lado, algunos resultados que no son tan buenos. El ahorro de la mano de obra ha generado un desempleo estructural irreversible, porque el número de personas requeridas para producir una cantidad de bienes es menor hoy que hace una década. Se ha entrado de este modo en la etapa post-industrial y en la sociedad post-industrial. De manera creciente, la fuerza de trabajo no ingresa a la manufactura de bienes sino a servicios que tienen que ver con la circulación de los mismos, con su diseño, su calidad, su entrega, su mantenimiento, su transporte, su mercadeo.

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En las economías que no fueron industriales, como las latinoamericanas, es difícil saltar a la sociedad post-industrial. Nunca llegamos a la etapa anterior. Ahora la economía de los servicios en América Latina es una suma de servicios cuaternarios, como se denomina a los indicados arriba, junto con niños que venden caramelos en la calle, por hacer una metáfora cruel. Delante de un banco transnacional con cajeros que atienden tarjetas de crédito del mundo entero en tiempo real (servicios cuaternarios), están parados los que no tienen cómo ingresar a la fuerza de trabajo, así traten de hacerlo. Usted puede pagar su cuenta del teléfono, consultar el saldo de su tarjeta de crédito en Nueva York, traer plata de su cuenta de Ginebra y darle una moneda al que cuida el automóvil. Así, los bancos y las tarjetas de crédito, pasando por los cash machines y los niños o niñas que cuidan el auto y venden caramelos, son «servicios» en la economía. La población excedentaria (al aparato económico), sin empleo, que otorga servicios de muy bajo o nulo valor agregado, comienza a aparecer en el mundo desarrollado como un fantasma del carácter estructural del desempleo. Es lo que escandaliza a Forrester (1997).

La relación entre países productores de materias primas y productores de manufacturas se ha deteriorado aún más a causa del ahorro que la nueva tecnología permite en el uso de materias primas, la asistencia que han provisto para producir sustitutos manufacturados por el hombre y la reducción del tamaño de los productos finales a veces hasta casi desmaterializarse. Estar sentado como un mendigo sobre un cerro de piedras ricas en minerales y pensar que su venta es el progreso, es tan relevante hoy como lo fue en el siglo XVI, excepto que ni siquiera es de largo aliento. Ejemplos extremos de lo que ocurre con la apuesta por las materias primas son Santa María de Iquique, hoy un pueblo fantasmal que fue la capital del salitre, y Manaus tiene un esplendor de la era del caucho que hoy está olvidado. Iquitos perdió toda relevancia productiva con el invento de la goma sintética. Con el sabor de la nostalgia del mercurio usado en lámparas, el caucho y el salitre, podemos mirar el futuro de las riquezas minerales encerradas en los cerros del Ande. Y esa es nuestra esperanza. Un pasado antiguo prometido como el supuesto futuro.

Con la aceleración de la información y la comunicación interactiva en tiempo real, el espacio o su sentido se perdió. Por ratos podemos estar en conversaciones de correo electrónico con cualquiera en cualquier parte del mundo, ver en el cable cómo tiran misiles digitales que entran por el tubo de una chimenea en Irak, mientras cenamos y todos estamos en todas partes. No hay geografía. Hasta que se intenta viajar del Sur al Norte. Las visas a Estados Unidos, a México, a Europa Occidental, a los países escandinavos, a Japón, se han convertido en las fronteras crecientes de la historia. La muralla en la que se han envuelto excluye a todos los que no tienen los medios, no tienen titulo de propiedad de la casa, tarjeta de propiedad del auto, tarjeta de crédito internacional, empleo estable. Excluyen a los que no vienen de países ricos y entonces el origen nacional y la geografía adquieren nueva relevancia. No estamos en el mundo sin fronteras. No estamos ni siquiera en el mismo mundo. Un pasaporte de la Unión Europea salva las dificultades de visas y asegura un mejor trato en cualquier puerto o aeropuerto de los países desarrollados. Lo mismo sucede con un pasaporte escandinavo, japonés o norteamericano. Lo demás, salvo México y Argentina, es un problema. Si además el presunto viajero es africano o asiático es mucho peor. Del mundo sin fronteras al apartheid global. Aunque hay un mundo sin fronteras para los que tienen dinero.

La geografía es el principio para producir bienes especiales en áreas donde están las materias primas relacionadas con esos bienes (Dollfus, 1997). Un salmón chileno es bienvenido en Japón a mejor precio que un salmón noruego o escocés. Y en Estados Unidos le han puesto un arancel adicional de 4.5%. La mano de obra y su costo importa para esas cosas, y no para la manufactura de productos sofisticados donde lo que interesa es el capital humano bien remunerado. En el mundo global, la Unión Europea no puede consultar con no nacionales de la Unión Europea, el gobierno norteamericano insiste en el uso de bienes y servicios norteamericanos en sus contratos, y los japoneses ni siquiera se plantean la posibilidad de que se use personal o bienes o servicios no japoneses en sus consultas. Es decir, hay un apartheid económico además del social.

Esto no tendría mayor significado si no fuera porque la mayor parte de la población está distribuida fuera del espacio de los países ricos, donde habitamos las 4/5 partes de la población del mundo. Además, el espacio geográfico fuera de los países ricos representa más del 80% de la superficie del mundo. Estamos entonces sentados en las afueras de una muralla donde el 20% de la población mundial vive en un espacio reducido. Somos percibidos como la amenaza de los bárbaros para los romanos. En los extramuros hay vida, hay gente y hay espacio. Esto último es de lo que carecen Europa y Japón. Somos el espacio del dónde respirar antes que del dónde producir. Dollfus (1997:35) constata que el mundo de la globalización es el mundo de la concentración. La mitad de la humanidad reside sobre el 3% de la tierra (en zonas urbanas) y la mitad de la riqueza mundial se produce sobre el 1% de la tierra, «notoriamente en las grandes islas del archipiélago metropolitano mundial» que son: Tokio y vecindades; Nueva York y vecindades (incluyendo Washington D.C.); París y vecindades; y Londres y vecindades. Sugiere Dollfus que hay un proceso de fragmentación en marcha, incluso dentro de las ciudades. No están en el mismo lugar, a pesar de la geografía, un desempleado negro de Harlem que un funcionario de Naciones Unidas, por ejemplo, pese a las cuadras de distancia entre ellos. No tienen los mismos horizontes, ambiciones o conexiones. Las distancias sociales tienden a crecer incluso dentro del archipiélago metropolitano mundial. Fuera de este archipiélago el proceso es intenso porque aquellos de las sociedades del Sur, que han sido incorporados a la globalización, son los sujetos de crédito, que tienen empleo bien remunerado; es decir, más o menos el 10% de la población. El 90% restante observa desde afuera, del mismo modo cómo observamos los eventos en la televisión de cable.

La geografía, además, importa porque la distancia hoy es un elemento vital por la introducción del concepto «justo a tiempo». Un mes de navegación marítima es un freno para una transacción comercial que se puede realizar con un proveedor a cinco días de distancia, o a un día de tren. La distancia hoy se mide en costo de transporte y capital muerto durante el tiempo que dura el transporte. La Paz está dos veces más lejos de Lima que Puno, puesto que cuesta el doble el mismo tiempo de vuelo. Santiago está a la mitad de Buenos Aires que Lima, puesto que toma el mismo tiempo en el aire y cuesta la mitad. La frecuencia de vuelos modifica la tarifa y sin duda estar a 300 dólares de distancia no es igual que estar a 100 dólares. En el aire el tiempo es el mismo. Además, en términos de costo de capital, tener un producto en el mar durante un mes es tener el capital invertido y congelado un mes, en lugar de conseguir ese mismo producto de un proveedor cercano.

Son estas consideraciones las que están haciendo que la globalización en América Latina se esté convirtiendo en un regionalismo donde el dinamismo del comercio internacional es manufacturero dentro de los países de la región. Incluso países de baja densidad manufacturera como Chile, tienen mayor dinamismo industrial dentro de América Latina que afuera. Brasil, Colombia y México lideran este proceso, sin duda.

Continúa...

© Óscar Ugarteche, 1998, ougarte@pucp.edu.pe
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