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11 junio 2004

De la «traición aprista» al «gesto heroico».
Luis de la Puente Uceda y la guerrilla del MIR
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Jose Luis Rénique

 

El embrujo cubano

Veinte años tenía Ricardo Gadea cuando arribó a Cuba, procedente de Argentina, en enero de 1960. Del Colegio Militar Leoncio Prado de Lima a la Universidad de La Plata había ido descubriendo su identidad aprista. Le venía por tradición familiar: de su padre, un modesto trabajador aprista como de su hermana Hilda exilada en Guatemala desde el 49.55 En Argentina había conocido y hecho amistad con otro joven viajero peruano, el jaujino Máximo Velando. Hijo de campesinos, quechua-hablante, había salido de su tierra —a los 20 años— en 1952. Siguió en ese país estudios de Economía. Vinculándose, asimismo, a la Juventud Comunista Argentina. Trabajó, asimismo como obrero llegando a tener participación gremial. En 1961 decidió volver al Perú. Tras permanecer por unos meses en su tierra natal partió a Cuba por su propia cuenta. Un mes y medio le tomaría llegar desde Lima hasta la isla.56 Ahí, a mediados de los 60, se reencontró con Ricardo enrolado ya como estudiante de comunicaciones en la Universidad de La Habana. Juntos se ofrecieron a colaborar en la defensa de Cuba en los azarosos días de la crisis de los misiles. A través de Ricardo consiguió entrevistarse con el Che. Este, le habría planteado que «debía regresar a su patria y militar, porque era a través de la militancia político-partidaria que podía tener acceso a cualquier permanencia en Cuba» puesto que, en esos momentos, «era una persona que viajaba espontáneamente» su estadía tenía limitaciones precisas. 57 Cuba era como un magneto; una fuente de curiosidad e ilusión frente a los años grises del ochenio de Odría: tiempos de amargura, frustración y escepticismo.58

A Cuba, Ricardo había llegado invitado por su hermana Hilda, quien, a su vez, había llegado a la tierra de Martí a raíz de su vínculo con el Che con quien compartía una hija. En Lima, Hilda había impulsado actividades de solidaridad con Cuba con apoyo de la juventud de su partido entre quienes la lucha de los «barbudos» caribeños despertaba marcada simpatía. Al partir a la isla seguía aún vinculada al aprismo. Una vez en Cuba, a pesar de la ruptura de su vínculo marital con el Che, Hilda seguiría siendo conducto privilegiado de los revolucionarios peruanos con su célebre ex-esposo. Así lo comprobó Ricardo Napurí, uno de los primeros izquierdistas peruanos en conocer al Che tras la victoria revolucionaria. También a él, Odría le había lanzado al exilio. Un aviador militar deportado —según testimonio propio— por haberse negado «a bombardear a marinos y militantes de la izquierda aprista en la insurrección de octubre de 1948».59 En Argentina, el abogado Silvio Frondizi lo ayudó a salir de la cárcel naciendo entre ellos un vínculo intelectual y político.60 El 8 de enero de 1959 —en el avión que trasladaba a exilados cubanos y a los propios familiares de Guevara— arribó Napurí al «primer territorio liberado» de América, conociendo al comandante argentino cuando «vestía aún ropa de campaña, con algo de barro en sus pantalones y zapatos».61

Conocer al Che y convertirse en militante de la Revolución Cubana fueron, para Napurí, prácticamente, una misma cosa. A su ofrecimiento de colaboración, el comandante respondió indicándole que la manera más efectiva de hacerlo sería retornando al Perú «con la tarea de ver qué organizaciones y hombres apoyaban a Cuba, pero que a la vez estuvieran dispuestos a asumir un compromiso revolucionario». "Aceptas o no aceptas" le dijo. Fue así —rememoró el peruano— que «decidí abandonar todo, mi familia, mi trabajo, todo». Así, tras una década de ausencia, volvió el ex —aviador al Perú convertido en emisario nada menos que del líder de la «revolución continental» que se iniciaba. No le era ajena a Guevara la situación peruana, las tensiones del APRA en particular, que le hacían recordar al peronismo de su tierra natal. Que no comprendía —reveló el comandante a Ricardo Napurí en 1959— por qué los trabajadores argentinos demoraban en liberarse de las ataduras de un movimiento «proclive a pactar y capitular al imperialismo». De seguro vio en el núcleo de los «apristas rebeldes» el imprescindible elemento de voluntad para derivar hacia la izquierda los contingentes populares enrolados en sus filas. A través de Hilda Gadea se había familiarizado con la historia aprista. De ahí entonces que orientara a Napurí hacia la emergente izquierda aprista. «Estando aún en Cuba, y por consejo del Che —recordaría éste— adherí al Apra Rebelde». No tuvo al llegar a Trujillo, sin embargo, un recibimiento entusiasta. Como años después recordaría, recién llegado de Cuba,� pistola en mano, «uno de los lugartenientes de Luis de la Puente» me dijo: «Te retiras de acá, hijo de puta. Vienes a quitarnos lo que tenemos. Fuera. No les agradaba verme llegar como un hombre ‘protegido’ de Cuba». Las suspicacias no desaparecerían prestamente. Un tema era declararse en «rebeldía» dentro del APRA y otro, muy distinto, era optar por lo que se perfilaba ya como una opción comunista. A fines del 59, los apristas rebeldes norteños eran un núcleo merodeado y sumido en la incertidumbre.

Del APRA Rebelde al MIR

En octubre de 1958, en la IV Convención del PAP —ya restablecida su legalidad—, pudo tener lugar el debate postergado desde 1948. Ahí, una moción —apoyada por el núcleo juvenil encabezado por De la Puente—, pretendió traducir el aprendizaje del período en una crítica al establishment partidario y en una propuesta para rescatar lo que, a su parecer, era el sentido esencial de la historia del APRA. Las concesiones de la llamada «convivencia» —sostenían— terminarían cambiando la naturaleza misma del partido. No una legítima transición sino un servicio a los intereses de la oligarquía era el resultado neto —según ellos— de la opción del 56. El régimen pradista —ha escrito Frederick B. Pike— había significado el más desperdiciado sexenio de la historia peruana del XX.62 Como resultado, una a una las banderas históricas del APRA —denunciaba el grupo disidente— habían sido arrebatadas por fuerzas nuevas como Acción Popular, el Movimiento Social Democrático y la Democracia Cristiana.63

Incluso, de ganar —«por los caminos de la transacción y el convenio»— en el 62, ¿no significará eso la muerte de nuestro movimiento? ¿no tenían acaso, movimientos históricos como el APRA, un «destino que cumplir?64 Su «normalización», su metamorfosis a la «condición de cualquier partido tradicional» que hacía del «silencio o la concesión» para llegar al poder era lo que los herederos del espíritu «vanguardista» del aprismo se negaban a aceptar. No bastaba que, en esa apelación, la propia obra de Haya de la Torre fuese esgrimida como guía del reciclaje partidario. Sus escritos, en realidad, eran los textos de una larga cruzada resuelta en un irritante pragmatismo percibido como una búsqueda de acomodamiento que negaba los ideales «auténticos» del aprismo. presentista. Frente al Antiimperialismo y el APRA de los 20, su Treinta años de Aprismo era la nueva voz oficial.65 Propuestas de rectificación, de democracia interna, de «renuncia inmediata de todos los apristas que ocupan cargos diplomáticos, municipales y políticos» en el régimen pradista, no tenía lugar en la fórmula transicional concebida por los líderes del partido. ¿Era posible separar al Haya de la Torre de los 50 de su pensamiento de los 20? Su propuesta misma, en realidad, los había puesto fuera del partido. Ante la sanción, el pequeño núcleo norteño se constituyó en Comité de Defensa de los Principios y, posteriormente, en APRA Rebelde, como «organización autónoma para la realización del ideario aprista» abandonado por «los actuales dirigentes convivientes», estableciendo como objetivo fundamental, la creación de una «conciencia revolucionaria para organizar y acelerar el proceso de la revolución nacional».66 ¿Así que te expulsaron? preguntaría el periodista Manuel Jesús Orbegoso en 1959 a un Luis de la Puente asediado por el asma y la ansiedad. «Miserables —respondió— no saben que ahora somos más apristas que nunca».67

A mediados de 1959, De la Puente se mantenía aún dentro de los marcos de una perspectiva nacionalista radical. Tras su carcelería de 1955 se había abocado al tema agrario. En 1957 había presentado como tesis doctoral su estudio «La Reforma del Agro Peruano».68 Se inclinaba ahí por una fórmula de «anti-feudalismo realista» equidistante de los planteamientos imperialistas como de los aquellos «intoxicados de marxismo». Reforma Agraria sí. Pero no por el «camino revolucionario» —escabroso, cruento y de consecuencias muy dudosas— sino como «acto legítimo de promoción del desarrollo», ejecutado en «estricto cumplimiento de la Constitución y las leyes». Un camino evolutivo perfectamente encuadrado dentro del «ideal indo-americanista» expresado por el aprismo y que, en la revolución boliviana, había encontrado adecuada concreción. Conservaba en buena medida esa visión al momento de su primer viaje a Cuba en julio de 1959. Así lo dejó saber en un forum sobre la Reforma Agraria cubana dónde se pronunció en favor del respeto a la propiedad privada, del «derecho a una parcela» del campesino cubano en aras de una transformación con justicia y libertad. Apasionado como era, demandó con insistencia —según Marco Antonio Malpica— una definición de los cubanos, quiénes, en realidad, prefirieron no responder.69 Estas posiciones —como las expuestas en el proyecto de ley presentado por los «apristas rebeldes» en octubre de 1961— no se distinguían demasiado de las defendidas por los nuevos grupos reformistas que surgieron de la lucha contra la dictadura de Odría: AP, DC, MSP. Dentro del propio Ejército e Iglesia Católica se registraban fuertes indicios de preocupación reformista. Así, a mediados de los años 60 el Prelado de una de las zonas más pobres del sur andino peruano solicitó que la Asamblea Episcopal Peruana discutiese el problema de las propiedades de la Iglesia temeroso de que dicho tema fuese levantado por los agitadores comunistas, crecientemente agresivos después del «éxito» castrista.

El espectáculo que vemos hoy en Cuba —manifestó— se puede repetir en el Perú. El R.P. Ramblot, O.P. de la Misión Lebret nos dijo hace dos años que las actuales condiciones socio-económicas en el Perú son las peores de toda América del Sur, con la excepción de Bolivia. Estas condiciones, dijo, son hechas a medida para el ataque comunista. Quizás se puede objetar que estoy viendo sólo el problema de la sierra; pero no nos olvidemos de que el movimiento de Castro se inició en la Sierra Maestra de Cuba, y que estamos a muy pocos kilómetros de la influencia boliviana, la que sentimos mucho.70

En noviembre de 1960, con la transformación del APRA Rebelde en MIR el proceso hacia la construcción de una identidad nueva entraba en una nueva fase. Es el inicio del curso que lleva a Mesa Pelada 1965. La influencia de los pupilos de Silvio Frondizi —Napurí y Cordero— se dejaba sentir así en la partida de nacimiento de una «nueva izquierda» en el Perú. A mediados de los 50, el argentino había fundado la primera de varias organizaciones con este nombre en Latinoamérica: el MIR-Praxis.71 Siete meses antes de la decisión de los peruanos, un flamante MIR venezolano se había pronunciado por el camino armado. Entre el ímpetu guevarista y la crítica filo-trotskista del comunismo pro-soviético se delineaba una nueva forma de ser izquierdista. Apuntando en esa dirección, los peruanos aspiraban a superar el «camino evolucionista» del «compromiso y la componenda» para apuntar a los movimientos sociales que conmovían el país. La defección del PAP, más aún, coadyuvaba a configurar un escenario de polarización en que, «la solución oligarco-imperialista» contendería con la «solución popular, revolucionaria» por definir el ya insostenible impasse que entrampaba el desarrollo nacional. Una Reforma Agraria «radical y profunda» era, en este sentido, la medida prioritaria. De ahí que, la organización del campesinado en el plano nacional era «la tarea imperativa del momento actual».72

Inevitablemente, aquel definitivo paso hacia la izquierda, dejaba en el camino a muchos «apristas rebeldes». Javier Valle Riestra, por ejemplo, se había sumado al APRA Rebelde, según dijo, por «un exceso de ortodoxia», porque «quería realizar los ideales cubanos de ese instante, de Pan con Libertad». Apartándose luego, al ver que lo que surgía era una organización «stalinista». En 1962, finalmente, a raíz de un artículo en el diario aprista «La Tribuna» titulado «El 10 de junio votaré por Haya de la Torre» este lo llamó y le dijo: «ven al partido, el mundo es amplio, el partido es enorme, las puertas están abiertas, estás amnistiado». A pesar de haberse marchado del PAP, Valle Riestra había seguido siendo «ideológicamente aprista».73 Para De la Puente, por el contrario, el paso siguiente era despojarse de aprismo, adoptar una visión nueva, romper con el vínculo emocional que la identidad aprista —y la identificación personal con Haya de la Torre— conllevaba. Si unos se marchaban debido al giro, otros se sumaban, precisamente, atraídos por este. Máximo Velando, por ejemplo. A su retorno de Cuba, este se había trasladado a su terruño, en la sierra central, donde habría desarrollado intenso trabajo político, llegando a ser elegido dirigente en un congreso de comunidades. En 1962, Ricardo Gadea tendría la «gratísima sorpresa» de encontrarse con Máximo al recibir en La Habana a una «delegación de militantes» del MIR.74

El cambio de perspectiva reflejaba, sin duda, una cada vez más intensa relación con Cuba. En julio de 1960 una delegación del APRA Rebelde había viajado a la isla. El propio De la Puente permaneció en tierra caribeña por algunos meses. Eran meses decisivos para el régimen castrista. En la plaza de la revolución habanera, los peruanos escucharon a Fidel vaticinar la transformación de la cordillera de los Andes en una «Sierra Maestra hemisférica». Por ese entonces comenzó a concebirse el plan insurreccional del MIR. Ante el planteamiento del Che —según Napurí— «del foco guerrillero como la herramienta primera y fundamental de la revolución», De la Puente habría contestado con su visión de que, «la alianza del APRA Rebelde con Cuba se convertiría en un formidable catalizador». Que una rápida crisis del PAP —atrapado en su dañino pacto con la oligarquía—, más aún, permitiría sumar a «miles de trabajadores y jóvenes al proyecto revolucionario» del MIR.75 Situación tal permitiría un esquema organizativo más amplio y complejo que aquel delineado por el foco. Era el comienzo de una discusión entre De la Puente y el Che que se prolongaría a lo largo de los siguientes dos años. En el Perú, mientras tanto, el estallido campesino a través de la sierra aceleraba aún más el tiempo político.76

La Hora de la Vanguardia

Hugo Blanco Galdós fue uno de los cerca de diez mil peruanos que habrían salido hacia la Argentina durante los años odriístas.77 Ahí, como otros compatriotas suyos, pasó por los círculos de Silvio Frondizi para recalar, posteriormente, en el grupo trotskista de Nahuel Moreno. Volvió al Perú con el inicio del régimen de la «convivencia». Pretendía insertarse en el movimiento obrero, terminó como organizador campesino. En la cárcel del Cuzco conoció a los dirigentes de Chaupimayo, valle de La Convención,� quienes sostenían una áspera confrontación con los hacendados de su localidad. En lucha contra los asesores «stalinistas» ahí involucrados, Blanco buscó radicalizar la lucha de los sindicatos agrarios impulsando acciones directas, la conquista de la tierra y la organización del valle con criterios netamente campesinos. Su vínculo con la población local más que ideológica se explicaba más bien por su identificación cultural, cotidiana, pragmática con el campesino andino; su reconocimiento de «la fuerza de nuestra raíz india». «Nuestra opresión no es solamente económica —diría— se nos aplasta nuestra cultura, somos los escupidos».78 El indigenismo, en sus escritos, recobraba fulgor su pretendido fulgor revolucionario. Carismático, decidido, su figura creció a niveles míticos durante 1960, infundiendo en los grupos «vanguardistas» ubicados a la izquierda del PC un fuerte sentimiento de urgencia e inevitabilidad. «Por primera vez en nuestra historia republicana —editorializaba un diario trotskista— somos testigos de una movilización a extensión y profundidad que abarca a decenas de miles de campesinos». La perspectiva era irrefutable: la «revolución agraria». Desde este ángulo ¿qué peso podía tener un proceso electoral que dejaba al margen a más de seis millones de campesinos?� Con su gran movilización, el campesinado mostraba la futilidad del «camino pacífico para la revolución». Y si, hasta ahora «nos debatíamos en mil problemas teóricos» la Revolución Cubana proporcionaba un «común denominador», la base para formar un «partido único de la izquierda revolucionaria».79

Los sindicatos campesinos que proliferaban por la sierra del Perú eran, según Blanco,� las bases de un «partido revolucionario sui generis de masas» al que el trabajo de los militantes urbanos no tenía sino que amoldarse. No serían en el Perú los focos guerrilleros a la cubana los que arrastrarían a las masas campesinas a la revolución sino que estas mismas, en su desarrollo, a partir de sus propios sindicatos, llegarían a la «defensa armada de las ocupaciones de tierras a través de la formación de milicias».80 Políticamente, la dupla Revolución Cubana-Movimiento Campesino —según Juan Pablo Chang— cuestionaba el papel del Partido Comunista como «estado mayor obligado de las masas en la lucha por el poder en la revolución latinoamericana». Su «pérdida del ritmo de la historia» propiciaba que, las propias masas, crearan «sus propios instrumentos de lucha» para avanzar hacia el socialismo.81

Varios proyectos comenzaron a armarse en torno a los logros de Blanco en La Convención. El del Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo (SLATO) fue uno de ellos. Derivó en una serie de asaltos a bancos que, supuestamente, proveerían los fondos necesarios para montar el aparato político de apoyo al movimiento campesino. Todo terminó en un fracaso espectacular. La represión que estos suscitaron terminó destruyendo lo poco que los trotskistas locales habían logrado hasta entonces construir.82 A esa «desviación putchista» atribuiría Blanco la� frustración del movimiento convenciano. A vincularse directamente con Cuba apuntó otro grupo de ex —militantes comunistas (Héctor Béjar y Guillermo Lobatón) y apristas disidentes (Juan Pablo Chang). Lo suyo era vanguardismo puro: buscar en la isla caribeña los medios para lanzarse a la acción directa. Investidos del «continentalismo» guevarista, saltarían las «vallas partidarias» para conectarse con aquella «inmensa población peruana a cuyas espaldas operaban los partidos». En diciembre de 1961 arribaron a La Habana.

En febrero de 1962, en la segunda declaración de La Habana, lo que hasta entonces había sido una empresa secreta devino abierta y desafiante: el apoyo cubano a las luchas revolucionarias latinoamericanas. Por sus campos y montañas —diría en esa oportunidad el líder cubano— por sus llanuras y sus selvas, «los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar derechos por casi quinientos años burlados» sepultaban las razones, imponiendo la nueva verdad de su incontenible voluntad de lucha. El escalamiento del «continentalismo» conllevaba desplazar a los viejos comunistas: imponer la primacía de la «sierra» sobre el «llano», de la acción directa sobre la teoría. En 1963, en una nueva versión de su célebre manual guerrillero, Guevara dejó de lado la idea previa de que, el origen democrático de un gobierno imponía restricciones a la posibilidad de lanzar acciones armadas.83 Más que nunca, el destino de los Béjar y los De la Puente dependía del curso de aquellos debates.

De la Sierra Maestra a los Andes

En 1962 había en la isla dos grupos de peruanos que habían partido con el fin de recibir entrenamiento guerrillero. Uno vinculado al APRA-Rebelde/MIR que había negociado directamente con el Che —con intermediación de Napurí— su arribo a Cuba y otro, más pequeño, encabezado por Héctor Béjar al que «amigos» del régimen revolucionario como el escritor Luis Felipe Angell «Sofocleto» y Violeta Carnero Hocke les habían servido de puente para llegar al «territorio liberado».84 Los instructores cubanos se aseguraron de mantenerlos separados. De manera casual, los primeros sabrían de la existencia de los segundos. Era la manera en que se manejaban las cosas. Béjar recordaría que su subrepticia salida de Lima quedó expuesta cuando, recién llegado a La Habana, se tropezó con un dirigente del PC peruano en el lobby del Hotel Riviera en que su grupo se encontraba alojados. Siguieron las quejas correspondientes que, por cierto, poco efecto tendrían en el ánimo cuestionador de los PC latinoamericanos promovido por el propio Che y que, más tarde, Regis Debray convertiría en teoría en Revolución en la Revolución. Desde un inicio, de otro lado, Béjar había sospechado que algo mayor se tramaba puesto que, como el propio Fidel le había dicho en la primera entrevista que sostuvieron, «son ustedes demasiado pocos, 150 como mínimo es lo que se necesita». Ellos, no pasaban de la media docena.85

Un tercer contingente de peruanos estaba integrado por unos 80 becarios que habían llegado a Cuba —según le expresaron a Fidel Castro en su primer encuentro— con el deseo de «aprender de las experiencias de la revolución cubana». Cuba tiene toda la voluntad de ayudarles —habría respondido el comandante— sea que buscaran una profesión o conocer «nuestra experiencia revolucionaria». Ricardo Gadea se integró a ellos. Un extenso tour por la Sierra Maestra fue parte de ese aprendizaje. Tres semanas demandantes, visitando los lugares sagrados del nuevo mito nacional cubano. Era evidente —recordaría Gadea— que, «entre los cuadros abocados al área internacional había una posición clara de favorecer la expansión de la Revolución Cubana para romper el aislamiento» pero su propio destino era todavía una incógnita. «En esos días —prosiguió— conversé mucho con Heraud. Un joven de extracción distinta a la del promedio. Un verdadero intelectual a pesar de su juventud. Una promesa. Tenía posibilidad de ir a Europa pero estaba ahí, en la Sierra Maestra. Vacilaba. Tenía dudas». Cuando, de retorno a La Habana, sin embargo, Fidel confrontó al grupo con la opción definitiva —¿profesión o revolución?— el poeta cruzó el Rubicón hacia la lucha armada. Había nacido Rodrigo Machado. Nadie como él expresaría el ánimo con que dicho compromiso se asumía:

Rodrigo Machado nació un día del mes de julio en La Habana, el año de 1962. (Su edad no se sabe aún pues tiene la edad de la lucha de su pueblo). La guerra contra el imperialismo a la que irá conjuntamente con 40 camaradas, dirá o callará los años que él ha de cumplir. ¿Se quedará en algún monte regado con una bala en el cuerpo? ¿Seguirá de viaje a la esperanza o lo enterrarán en el lecho de algún río, entonces enteramente seco? No, pero los ríos de la vida, de la esperanza, seguirán afluyendo con torrentes cristalinos. Porque en el río está la vida de un hombre de muchos hombres, de un pueblo de muchos pueblos. Y Rodrigo Machado, de pie o acostado, seguirá cantando con un fusil al hombre, porque el fusil será uno de los medios para lograr la liberación. Y una vez liberados, los hombres dignos y honrados dirán la verdad a todo el mundo sobre nuestro pueblo, sobre sus luchas y su futura vida. Sólo entonces, Rodrigo Machado y con él los 40 que partieron hacia la vida (de pie o debajo de la tierra) se sentirán felices y dichosos.86

Hecho el deslinde, los «becados» comprometidos con el proyecto armado fueron presentados a los «aprorebeldes» y al grupo de Béjar. El encuentro reprodujo los conflictos que prevenían la unidad de la izquierda en el Perú. Pesaban las tradiciones: por más críticos que fueran con sus partidos de procedencia, apristas y comunistas no se miraban bien. Estos últimos llevaban hasta el extremo la lógica anti-partido y de acción directa: no querían «un partido más», construir, más bien, «una asociación libre de revolucionarios», un «equipo militar disciplinado» que fuera el núcleo del «ejército revolucionario» de todo el pueblo, de la masa sin partido. Era la única manera de ir al fondo del problema, de superar complejos y acortar distancias. Solo desde «el seno de las masas» podía surgir el partido. Y sólo un partido en que «revolucionarios y explotados» se uniesen «en un solo haz» podría funcionar como «auténtica vanguardia» popular.87 Era su manera de superar su frustración con el inveterado fraccionalismo de la izquierda local. Los miristas, en cambio, se veían como el muñón de un partido de gran tradición el cual, eventualmente, se convertiría en su núcleo reconstitutivo. Se veían, por lo tanto, como militantes de un proyecto mayor claramente identificable en la historia del radicalismo de su país. No estaban ahí como militantes dispersos que podían, por voluntad propia, suscribir un proyecto distinto. «Aún siendo una escisión, el MIR contaba con líderes provincianos, con experiencias, bases populares, gente que había sufrido carcelería, era una corriente, con una base social» recordaría Ricardo Gadea.88 Una figura importante del grupo de Béjar como era Guillermo Lobatón Milla optó, en esa oportunidad por incorporarse al proyecto MIR.

Para agregar sal a las heridas, los cubanos proponían que Gonzalo Fernández Gasco —en su condición de delegado del grupo aprista rebelde— asumiera la coordinación general del grupo. El grupo de Béjar —e inclusivo algunos miristas— se rehusó de manera tajante. Fernández Gasco, expresaba para muchos de ellos lo más reprobable de la conducta aprista: la llamada «bufalería»,89 el anticomunismo, la intemperancia y el caudillismo. Era él, sin embargo, el hombre de confianza de Luis de la Puente. El más indicado para representarlo en su forzada ausencia. Se extrañaba su autoridad y sus dotes diplomáticas en aquellas negociaciones. No estaba, sin embargo, el jefe del MIR, exento de ese rasgo de la formación aprista. A ello se debía, precisamente, su ausencia en La Habana. En un confuso incidente ocurrido en la ciudad de Trujillo —en febrero de 1961— había Luis empuñado su arma para, supuestamente, defenderse de una agresión de sus ex-compañeros apristas, ocasionando la muerte de uno de ellos. Por ello, purgaría carcelería hasta agosto de 1962. Su ausencia, coadyuvó a que el grupo de Béjar, a pesar de su precariedad, pasara a ser la prioridad de los anfitriones. Se acomodaban perfectamente a la impaciencia cubana de esa hora.�

Como proyecto de partido que el suyo era, los miristas se veían retornando al Perú individualmente, para ir filtrándose hacia las «zonas guerrilleras» tras haber asegurado vínculos políticos y respaldo de masas. Sería un proceso paulatino, a través del cual iría determinándose los lugares más propicios para la acción militar. Imposible conciliar visión tal con el modelo de ingreso e inicio de la acción armada que el grupo de Béjar representaba: una columna de guerrilleros de verde oliva entrando, como invasores, por la frontera con Bolivia con una organización pre-establecida; con cada uno de sus miembros ocupando su puesto, retaguardia, vanguardia, etc. Fidedigna reproducción del modelo del Che, hasta el nombre —Ejército de Liberación Nacional— lo habían adquirido en Cuba en tanto que, cada uno de sus pasos, hasta su destino final, dependía de los asesores cubanos y sus vínculos bolivianos. Para cuando Luis de la Puente Uceda regresara a Cuba el flamante ELN era ya una irrebatible realidad. Acrecido con miembros del grupo de los «becados» como Javier Heraud, con 40 combatientes, en el segundo semestre del 63, aquel proyecto de foco partió hacia Sudamérica.

Su objetivo era alcanzar, desde la frontera boliviano-peruana, la zona de La Convención. Trescientos kilómetros de agreste territorio separaban a dicho valle del borde boliviano-peruano. Un obstáculo menor para la voluntad de lucha que dichos combatientes detentaban. De los labios del propio Fidel Castro los jóvenes peruanos habían recibido las orientaciones que les impulsarían hasta la localidad de Chaupimayo donde, en abril de 1962, Blanco —en lo que era el punto culminante de su carrera como organizador— había sido elegido secretario general de la Federación Provincial de Campesinos de La Convención y Lares. Cuatro décadas después, Ricardo Gadea recordaría la sesión en que, frente a un mapa del Perú, el comandante cubano explicaba la fórmula para proceder con éxito por la ruta de Bolivia al área convenciana: había que ganar la cumbre de la cordillera y proceder a través de ella, de manera que, «si el ejército viene por el lado oriental ustedes se pasan al occidental y si vienen por el lado occidental se pasan al oriental». Esa su memoria de lo que, más que una conferencia geopolítica, era un ritual de la voluntad. Inocultable la sensación de pasmo del entrevistado al retrotraer aquel episodio, dice más con la leve sonrisa irónica que con sus palabras. ¿Y nadie le discutió nada? Pregunto. Nada —responde— «había un gran voluntarismo, una simplificación de la información, un gran desconocimiento».90 No va más haya. Pesa, a través del tiempo, la fuerza de la lealtad, a Cuba y su revolución. Del encuentro con el líder cubano, Javier Heraud/Rodrigo Machado dejaría registro poético: «...escuché su voz de furia incontenible hacia los enemigos» y «recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, sus tristes niños, sus calles despobladas de alegría».91

La estrategia del ELN, a fin de cuentas, no era sino el borrador de ¿Revolución en la Revolución? que Regis Debray publicaría en enero de 1967.92 Así lo comprobarían aquellos combatientes en los duros caminos altoperuanos. El plan era cruzar al Perú por la provincia paceña de Reyes, en la zona altiplánica boliviana, hacia Carabaya, departamento de Puno, para luego enfilar hacia el norte, al departamento del Cuzco. Se monta el operativo con ayuda del PC boliviano. Una vez en el terreno, no obstante, los contactos locales adujeron problemas de seguridad en esta ruta, propusieron� ir más al norte, para intentar cruzar hacia el departamento peruano de Madre de Dios. De ahí, a través de la muralla verde amazónica, procederían hasta La Convención. Las vicisitudes de la empresa preludiaban aquellas que cinco años después atraparían en otra región de ese mismo país al propio Guevara.93 Tres meses tomaría el mero traslado de los combatientes hasta el punto de cruce. Cuarenta años después, Héctor Béjar se preguntaría si los comunistas bolivianos que debían facilitarles el paso hacia el Perú no estaban, simplemente, tratando de deshacerse de ellos.94 Que su presencia ponía en riesgo a sus compañeros presos fue una de las más consistentes quejas de sus contactos locales. Cortada la comunicación con los asesores cubanos debido a la «crisis de los misiles», más aún, los combatientes del ELN quedaron en manos del PC local. Arribados al punto de cruce optaron por enviar un destacamento de avanzada compuesto por 8 hombres. Su tarea era, nada menos que tomar contacto con el movimiento de Blanco y preparar las condiciones para la entrada del grueso de la columna. Tras varios días de caminata entraron a la localidad de Puerto Maldonado, donde fueron detectados. Hubo una breve confrontación. La mayoría del grupo logró huir. Dos quedaron rezagados.� Trataron de rendirse. Heraud cayó abatido. A través de la onda corta, sus compañeros captaron la noticia horas después. No quedó sino emprender el alucinante retorno. Béjar, hoy, prefiere reservarse los detalles. Su rostro denota una épica indecible. Promete contarla en un libro de memorias. Otros sobrevivientes prefieren no hablar. ¿Por qué entrar como una columna invasora en lugar de hacerlo de incógnito, por separado? Era el modelo cubano dice Béjar. ¿Cómo discutirle a su teórico y gran implementador? No era imposible hablar con el Che, le presentabas tu punto vista —recordaría Napurí—, te escuchaba y te miraba «y tú te dabas cuenta de lo que pensaba: ¿y dónde hiciste tú la revolución?" y entonces «cedías a él».95

Del otro lado de la frontera, la situación política en que el ELN esperaba insertarse iba desvaneciéndose aceleradamente. En julio del año anterior, una Junta Militar de Gobierno había reemplazado al mandatario constitucional: la «convivencia» terminaba a trompicones. Con una combinación de concesiones y medidas represivas, el nuevo régimen comenzó a contener al movimiento campesino. En enero del 63, lanzaron los militares una gran redada nacional que llevó a la cárcel a miles de militantes y sindicalistas. Tras una escaramuza —ocurrida a mediados de diciembre de 1962— en que se produjo la muerte de dos policías, Blanco pasó a la defensiva. Un destacamento de 60 efectivos llegó a Chaupimayo a fines de mes. En febrero, un decreto-ley ordenaba el inicio de la Reforma Agraria en los valles de Lares y La Convención. Blanco quedó aislado. El 29 de mayo, finalmente, cayó en manos de sus perseguidores. Quince días después de la caída de Heraud. Desde prisión, unas semanas más tarde, reafirmaría su distancia de la «errónea» línea guerrillerista: «admiré la valentía de los muchachos de Madre de Dios —diría—, pero siento mucho que tanta energía revolucionaria se haya desperdiciado».96

De estos acontecimientos supo Luis de la Puente desde prisión. Salió recién en agosto del 62, tras 18 meses de confinamiento. Se trasladó, a los pocos días, al valle de La Convención. Cuba —según recordaría Ricardo Napurí— les había ordenado tomar contacto con Hugo Blanco.� De la Puente se habría resistido, subrayando su desinterés por unificarse con este o con el propio Béjar. Pensaba —según el mismo testimonio— que el liderazgo de la revolución debía estar en manos del MIR y tenía suspicacias de tratar con un trotskista como Blanco o, inclusive, con el propio Napurí a quien comenzó a ver también como trotskista. Tras una «gran discusión», finalmente, el viaje se realizó. Una vez allí —según Napurí—, De la Puente quiso aprovecharse del hecho de «que Blanco acostumbraba a homenajear a quien lo visitaba con una gran conmemoración, con miles de campesinos» para filmar el evento con el fin de mostrar en Cuba que todo ese movimiento «estaba bajo su disciplina». Nueva discusión: «porque era un problema ético, además de político», siempre según Napurí.97 Quedaron las imágenes de Luis de la Puente dirigiéndose a una multitud campesina en la plaza de armas de Quillabamba. Era el momento de gloria de la lucha convenciana. Que no duraría mucho, como vimos antes: la victoria del movimiento —una ley de reforma agraria específica para su provincia— fue el inicio del fin del «poder dual» de Blanco. Lo cierto es que no hubo acuerdo entre los líderes. No volverían a encontrarse. De La Convención, vía Lima, el lider mirista se dirigió a Cuba, donde le esperaban nuevos problemas.

La preferencia del Che por el ELN reflejaba no sólo las preferencias por un esquema foquista típico sino las dificultades entre aquel y el MIR. De la Puente se había resistido a la impaciencia del argentino-cubano. Acaso tenía Guevara una visión tan pobre del liderazgo aprista que pensaba que el mero acto insurreccional ejercería un influjo magnético sobre una masa como la aprista tantas veces engañada. Por ello, habría querido presionar al MIR a alinearse con su «modelo». Por eso, mientras De la Puente purgaba prisión, las solicitudes de sus compañeros para regresar a combatir al Perú habían sido desoídas, enviándolos más bien a cazar bandidos en el Escambray.98 Terminado el entrenamiento militar —recordaría Ricardo Gadea— «nos sentíamos desesperados por regresar y no entendíamos por qué no nos lo permitían».99 Testigo de esas tratativas, Ricardo Napurí nos acerca al contenido de las mismas. De la Puente «era un experto en el problema agrario y campesino» y «lo desarmaba al Che cuando le explicaba la composición orgánica del campo en el Perú». Le había explicado la importancia de la sindicalización rural y el peso de las «miles de comunidades campesinas» y «su tradición de disciplina interna y de combate». Lo que ponía en duda el esquema del «foco puro» pues De la Puente le decía que en el Perú había «organizaciones campesinas concretas», con las cuales había que hacer un trabajo previo pues, el campesino, no iba « a abandonar sus organizaciones porque yo le ponga una guerrilla». Entonces —según Napurí— «el Che comprendió que debía ‘matizar’ su idea del foco pensando que lo que se prometía en Perú era mucho más». A tal punto que, «por un tiempo consideró que Perú era una punta de lanza en sus afanes internacionalistas de exportar la revolución». De ahí que, «muy convincentemente nos dijo que si la insurrección ‘prendía,’ lo tendríamos a nuestro lado en las sierras peruanas».100

En esa discusión, Napurí formulaba una pregunta bastante pertinente: si existía «un núcleo probado de militantes y activistas, si quedaban aún relaciones con el campo, si se habían mejorado los vínculos con estudiantes y la clase obrera», tal como sostenía De la Puente. Entonces: «¿por qué no construir al MIR como un partido obrero y socialista?" lo cual «no negaba los compromisos con el Che, ni el internacionalismo, sino que los inscribía sobre una nueva base». Se desató entonces —según el ex-aviador peruano— «una discusión decisiva». ¿Era el foco «necesariamente contradictorio con la existencia del partido»? Napurí opinaba que no en tanto que la guerrilla se sujetara al partido revolucionario. Así lo demostraban experiencias como la leninista y la maoísta. Analizando el caso cubano, «De la Puente y quienes lo seguían afirmaban que el factor determinante de la victoria era la lucha guerrillera». El, por su parte, subrayaba el papel jugado por el "llano," por «el gran aparato urbano» del Movimiento 26 de Julio que, con la huelga general del 1º de enero del 59, «había impedido los intentos del general [Eulogio] Cantillo de formar una junta militar que impidiera el acceso al poder de Fidel y los suyos».101

Es posible imaginar la confusión: el choque entre la sofisticación teórica de Ricardo Napurí y el ímpetu de Luis de la Puente y de su lugarteniente Fernández Gasco. ¿Podía el Che arbitrar entre ambos? Había, para ello, importantes «factores adversos: la distancia, los problemas de comunicación». Como también «el hecho de que el Che concentraba las decisiones sobre Perú a pesar de estar abrumado de tareas y de sus frecuentes viajes al exterior». De tal suerte, recordaría Napurí:

[...] a veces había que esperar por muchos días en el hotel antes de ver al Che. El único contacto era él, y cuando no estaba, no había con quién pactar nada. No había un equipo que se reuniera contigo, así que la atención no era rigurosa, tal como sí lo era cuando se impartía instrucción militar en los campamentos y en la logística de apoyo. Personalmente, dependía de Hilda Gadea para contactarme con el Che. No podía decirle "te llamo tal día", por ejemplo. Hablaba a Hilda y ella hacía el contacto, y luego me decía: "El Che te espera, a tal día, tal hora, conforme su agenda, en el Banco de Cuba". Mas tarde, cuando yo estaba en Perú, el vínculo oficial quedó bajo responsabilidad de De la Puente. 102

El elemento militante capaz de organizar ese enorme potencial provendría de la juventud aprista que —según De la Puente— respondería al llamado del MIR a la luz de la evidente traición de la dirección del PAP. Por eso, Guevara se había avenido a esperar. El tiempo pasaba, sin embargo, y lo prometido, no se materializaba. La realidad era que no solamente el MIR no había logrado constituirse «en un polo de atracción para la juventud aprista» sino que, en el mundo campesino, solamente tenía, la «influencia marginal que tenía De la Puente mismo por su condición de abogado laboralista». No tenía pues, el trujillano, «lo que había dicho al Che que tenía».103 Sin la ruta de un aprismo de izquierda post-hayista disponible, con sus vínculos dentro del APRA prácticamente colapsados tras la «deuda de sangre» adquirida a raíz del asesinato del «defensista» aprista en Trujillo, De la Puente y el proyecto MIR habían llegado a un punto crítico.

Merodeado por estos dilemas, De la Puente optó por una suerte de fuga hacia delante. Con su característica pasión buscó en el mundo revolucionario la síntesis ideológica que avalara su proyecto. Así, mientras el Perú marchaba hacia su segunda elección presidencial en dos años en procesos que habían incluido campañas con creciente participación y en los cuales la Reforma Agraria apareció como tema principal;104 mientras el estallido campesino entraba en repliegue al compás de una mezcla de concesiones y represión; el líder del MIR recorría la geografía del este comunista, llegando a entrevistarse con Mao Tse Tung, con Ho Chi Ming y Kim Il Sun. De retorno a Cuba acordó con el Che un diseño táctico basado —en descripción de Napurí— «en un supuesto modelo único cubano» consistente en varios focos guerrilleros apoyados por «un mínimo de partido» que entrarían en acción «a la brevedad posible». Convencido de que ese proyecto no funcionaría, Napurí escribió una carta al Che anunciándole que renunciaba al MIR. Este, por su parte, anunciaría públicamente que había «zanjado» con el trotstkismo.

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Notas

55 Entrevista con el autor, Lima, Agosto 14-15, 2003.

56 «Testimonio de Carmen Gastán Olivera» [viuda de Máximo Velando] en Juan Cristóbal, «Maximo Velando: el optimismo frente� a la vida (El vencedor de Yahuarina),» Lima: Ediciones Debate Socialista, 1984, pp. 21-29.

57 «Testimonio de Ricardo Gadea» en Ibid., pp. 17-20.

58 Miguel Gutiérrez, La generación del 50: un mundo dividido, Lima 1988, p. 23.

59 José Bermúdez y Luis Castelli, «Treinta años del Che» (Entrevista a Ricardo Napurí) en Revista Herramienta, no. 4, http://www.inisoc.org/che.htm

60H.� Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina, p. 143.

61 J. Bermúdez y L. Castelli, «Treinta años del Che». Las citas siguientes corresponden a este importante texto.

62 F. B. Pike, «The Old and the New APRA in Peru: Myth and Reality,» p. 37.

63 Sobre el desarrollo de estos movimientos, véase: Fernando Belaúnde Terry, Pensamiento política de Fernando Belaúnde Terry, Lima: Populista, 1979; Pedro Lizarzaburu T, «La caída del régimen belaundista: un análisis político: o, La tragicomedia de los hombres de la renovación,» Lima: Pontificia Universidad Católica del Peru, Departamento de Ciencias Sociales, Area de Sociología, 1976; Héctor Cornejo Chávez, Democracia cristiana y revolución, Lima 1968 y Nuevos principios para un nuevo Perú, Lima, Imp. El Cóndor , 1960 Planas Silva, Pedro.   Biografía del movimiento social-cristiano en el Perú, 1926-1956: apuntes.   Lima: Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, 1996 y Juan Abugattas, «Aspectos del pensamiento social de Augusto Salazar Bondy» en Pensamiento político peruano 1930-1968, Lima: DESCO, 1990, pp. 333-334.

64 «La Realidad Nacional y la línea política de la Convivencia». Moción presentada en la IV Convención del Partido Aprista el 10 de octubre de 1958 en Del Apra al Apra Rebelde , pp. 56-108.

65 Para un análisis de los contrastes entre ambos textos, véase Mariano Valderrama, «La evolución ideológica del Apra, 1924-1962» en El APRA: un camino de esperanzas y frustraciones, Lima: Ediciones El Gallo Rojo, 1980, pp. 1-98.

66 «La Realidad Nacional y la línea política de la Convivencia,» pp. 123-24.

67 M. J. Orbegoso, «Luis de la Puente Uceda: Rebelde con Causa,» p. 46.

68 Publicada posteriormente como La Reforma del Agro Peruano, prólogo de Marco Antonio Malpica, Lima, s/f.

69 Marco Antonio Malpica, Biografía de la Revolución. Historia y Antología del Pensamiento Socialista, Lima: Ediciones Ensayos Sociales, 1967, pp. 503-504.

70 De Nevis Hayes, Prelado Nulius de Sicuani [Cuzco] a Mons. Juan Landázuri Ricketts, Presidente de la Asamblea Episcopal, Septiembre 26, 1960. En Archivo de la Prelatura de Sicuani.

71 H. Tarcus, El marxismo olvidado, p. 149.

72 MIR, «Manifiesto de Chiclayo,» Lima: Ediciones Voz Rebelde, 1963, p. 13.

73 «Lo que no había dicho Javicho» en Caretas[Lima, Perú], Agosto 13, 1998, no 1529 http://www.caretas.com.pe/1998/1529/javier/javier.htm

74 «Testimonio de Ricardo Gadea» en J. Cristóbal, «Máximo Velando: el optimismo frente a la��������������� vida,» p. 18.

75 J. Bermúdez y L. Castelli, «Treinta años del Che» (Entrevista a Ricardo Napurí), p. 4.

76 Véase sobre el tema: Howard Handelman,  Struggle in the Andes: peasant political mobilization in Peru,   Austin: University of Texas Press, 1974; Eric Hobsbawn, «Peasant Land Occupations» en Past and Present 62, febrero 1974, pp. 120-152; Hugo Neira, «Sindicalismo campesino y complejos regionales agrícolas» en� Aportes [Paris, Francia] no. 18, octubre 1970, pp. 27-67 y Cuzco: tierra y muerte, reportaje al sur, �Lima, Problemas de Hoy, 1964.

77 Alfredo Hernández Urbina, Nueva Política Nacional, Trujillo: Ediciones Raíz, 1962, p. 53.

78 Tierra o Muerte, México: Siglo XXI Editores, 1974, p. 148.

79 POR (Organo del Partido Obrero Revolucionario) Nos. 9 (Julio 1, 1961) y 10 (Julio 20, 1961).

80 Aparte de Tierra o Muerte sus planteamientos son expuestos en El camino de nuestra revolución, Lima: Ediciones Revolución Peruana, 1963. Sobre sus experiencias en La Convención, véase: Tom Brass, «Troskyism, Hugo Blanco and the Ideology of a Peruvian Peasant Movement» en Journal of Peasant Studies, 16:2, Jan. 1989, pp. 173-197; Eduardo Fioravanti, Latifundismo y Sindicalismo Agrario en el Perú, Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1974 y Víctor Villanueva, Hugo Blanco y la rebelión campesina, Lima: Librería Juan Mejía Baca, 1973.

81 Juan Pablo Chang, «Cuba y el papel de la vanguardia» en Revolución Peruana, no. 5, Enero 5, 1963.

82 Para una historia detallada de este episodio, véase: Gonzalo Añí Castillo, El secreto de las guerrillas, Lima: Ediciones Más Allá, 1967.

83 Véase al respecto, Matt Childs, «An Historical Critique of the Emergence and Evolution of Ernesto Che Guevara´s Foco Theory» en Journal of Latin American Studies, 27, 1995, pp. 593-624.

84 Entrevista con el autor. Lima, agosto 20, 2003. «Sofocleto» era un conocido militante comunista peruano y Violeta Carnero Hocke era una militante aprista devenida izquierdista en los años 50. Su hermano Willy había participado con Luis de la Puente Uceda en el plan insurreccional de 1954 lanzado con apoyo peronista.

85 Ibid.

86 «Explicación» en Visión del Perú: Revista de Cultura, vol. 5, p. 17.

87 Héctor Béjar, Las guerrillas de 1965: Balance y Perspectivas, Lima: PEISA, 1973, pp. 17-18.

88 Entrevista con el autor.

89 En la memoria aprista, Manuel «Bufalo» Barreto aparece como el paradigma del combatiente popular. Barreto, un trabajador azucarero —anarquista y luego aprista— fue uno de los líderes de la revolución de Trujillo de julio de 1932. Muerto en el ataque al cuartel O’Donovan, fue uno de los 5,000 mártires apristas que la historia del PAP reclama. Su nombre sería aplicado a los «defensistas» del partido de las subsiguientes generaciones. Mientras que, para los enemigos del PAP, términos como «búfalo» o «bufalería» denotaban la prepotencia y el agresivo fanatismo del militante aprista.

90 Entrevista con el autor.

91 Citado en «He viajado por los pueblos de los sueños» Página Web en homenaje a Javier Heraud, Grupo de Trabajo y Propaganda "Amanecer Comunista Será"� http://www.geocities.com/Paris/Parc/5781/

92 Regis Debray, ¿Revolución en la Revolución?, La Habana: Cuadernos de la revista Casa de las Américas, 1967.

93 Para un análisis reciente de los aspectos militares de la campaña del Che en Bolivia véase, Paul J. Dosal, Comandante Che. Guerrilla Soldier, Commander, and Strategist, 1956-1967, Pennsylvania: The Pennsylvania University Press, 2003.

94 Entrevista con el autor. Lima, agosto 20, 2003.

95 «A treinta años del Che»

96 Hugo Blanco, «Generalidades sobre el modo de acción del militante de la ciudad que atiende al campo y algunas notas,» Cuartel Mariscal Gamarra, junio de 1963 en Revolución Peruana, órgano del FIR, Julio 2, 1963, pp. 7-11.

97 «A treinta años del Che».

98 Testimonio de Ricardo Gadea en Jon Lee Anderson, Che Guevara. A Revolutionary Life, New York: Grove Press, 1997, p. 560.

99 Entrevista con el autor.

100«A treinta años del Che».

101 Ibid. Al abandonar el poder, Batista intentó dejar el mando a una junta liderada por el General Cantillo, comandante de la provincia de Oriente. Esta designó a Carlos Piedra, el más antiguo miembro de la Corte Suprema, como Presidente provisional de acuerdo con la Constitución de 1940. Cantillo quedó como jefe del estado mayor del ejército. Castro se opuso, llamando asimismo a una huelga general contra el régimen de Piedra.

102 Ibid.

103 Ibid.

104 En las elecciones presidenciales de 1962, Haya de la Torre había derrotado por escasísimo margen a Fernando Belaúnde Terry. Esos comicios, sin embargo, fueron declarados nulos por la Junta Militar en el poder. En el nuevo sufragio de 1963, Belaúnde alcanzó el porcentaje necesario para convertirse en Presidente de la República.

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Para citar este documento:
Rénique, Jose Luis : «De la 'traición aprista' al 'gesto heroico' - Luis de la Puente Uceda y la guerrilla del MIR -2», en Ciberayllu [en línea]


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