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11 junio 2004

De la «traición aprista» al «gesto heroico».
Luis de la Puente Uceda y la guerrilla del MIR
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Jose Luis Rénique

Bíblicamente parecíamos un pueblo elegido integrado por la gente más sacrificada, tenaz e inteligente, pero con un signo fatal: no llegar a alcanzar la simbólica tierra prometida, bajo la dirección de nuestro Moisés.|
Luis Felipe de las Casas1

No me importa lo que digan los traidores,
hemos cerrado el pasado con gruesas lágrimas de acero.
Javier Heraud2

La entrega es el camino del místico, la lucha es el del hombre trágico; en aquel el final es una disolución, en éste es un choque aniquilador (...) Para la tragedia, la muerte es una realidad siempre inmanente, indisolublemente unida con cada uno de sus acontecimientos.
George Lukács 3

 

A fines de octubre de 1965 las Fuerzas Armadas del Perú daban cuenta del aniquilamiento —en la zona de Mesa Pelada, parte oriental del departamento del Cuzco— de la llamada guerrilla Pachacútec. Luis de la Puente Uceda estaba entre las bajas. Sus restos jamás serían encontrados. Caía con él la dirección del movimiento. Barrerían en las semanas siguientes lo que quedaba del alzamiento. Menos de seis meses había tomado suprimir a quienes, «contagiados por el virus del comunismo internacional», ajenos por ende «al sentimiento de nacionalidad», habían pretendido obstruir la marcha de la nación «por los caminos del desarrollo». Conjurado el «peligro rojo» el país podía volver a la vigencia plena de sus instituciones democráticas. Sin olvidar por cierto que se vivía una situación de guerra por el dominio del mundo, distinta que las de antaño, sin fronteras y sin escenarios precisos, con un enemigo ubicuo y multiforme que demandaba estrategias nuevas y una permanente actitud de vigilancia.4

Una mera nota a pie de página de la Guerra Fría latinoamericana. En la literatura de la «era de la revolución cubana» el caso del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) peruano ocupa un lugar marginal. Ni siquiera Regis Debray en su ¿Revolución en la Revolución? supuesta síntesis teórica del castrismo —publicado en enero de 1967— le dedicaría algo más que una mención al paso.5

Mirada desde la perspectiva de la historia peruana, sin embargo, su efímera existencia adquiere otros significados. Imposible negar, en primer lugar, el impacto que tuvo en los oficiales encargados de su represión, núcleo de origen del «velasquismo» del 68 al cual, paradójicamente, buscarían reclutar a varios de sus sobrevivientes. Su influjo, asimismo, abriría un espacio de acción entre los dos grandes partidos políticos de los años 20 —el APRA y el PC— contribuyendo a la creación de una vertiente —para bien y para mal signada por un activismo militante y por su vocación insurreccional— identificada como la «nueva izquierda». Si en el caso de los comunistas, la aparición de esta afectó su posibilidad de constituirse en pivote de una izquierda nacional unificada, en el caso del aprismo se constituiría en impedimento para sus posibilidades de reproducción en el mundo campesino y urbano-popular surgido de la «gran transformación» de mediados del XX. Ya en los años 80, en tercer lugar, cuando la mayoría de integrantes de la «nueva izquierda» se había incorporado a la legalidad, descendientes del viejo MIR reclamaría la continuidad de su legado incorporándose al Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA).

Diversos trabajos han delineado el territorio del vanguardismo latinoamericano de los 60 en el que surgieron proyectos como el representado por el MIR.6 Queda aún por explorar la dimensión nacional. No solo rastrear el origen de este fenómeno desde las coordenadas de la historia local, explorar también su impacto simbólico en el desarrollo de nuevas fuerzas contestarias. Interrogante particularmente urgente en el caso del Perú, donde, el fenómeno de la violencia política alcanzaría elevados niveles durante los años 80. Originado en pequeños grupos —lindantes muchas veces con la marginalidad— compensan sus debilidades con una intensa elaboración mental: imaginan campesinos revolucionarios, «largas marchas» del campo a la ciudad, extrapolan categorías y discursos «internacionalistas» para pintar escenarios locales de absoluta confrontación; entre el idealismo y la tragedia, su historia emite señales no siempre asimilables a través del «análisis ideológico» o las «historia de las ideas». Para salir del plano individual o grupal, para aspirar a ser el gran catalizador vanguardista, deben construir una identidad capaz de proyectarlos al país, capaz de resonar en la memoria de la gente; entretejiendo para ello lo nuevo y lo cosmopolita con lo tradicional y lo local. El fenómeno insurgente es un fenómeno sincrético cuya comprensión requiere un esfuerzo de contextualización.� En el caso del Perú, esa historia desde dentro� del fenómeno guerrillero de los 60, conduce, retrospectivamente, a la experiencia insurreccional aprista. Es en referencia a esta que el MIR define su ethos revolucionario.

Este trabajo explora la construcción de una nueva identidad política —militante, guerrillera, subversiva— en un contexto particular de la historia peruana: de emergencia del Perú rural, de un lado, y de revisión y renuncia por parte del APRA de aspectos fundamentales de su propia tradición de lucha. El análisis, para ello, incide en tres dinámicas fundamentales: (a) la de los individuos y sus pasiones, la naturaleza de la opción política de los futuros insurrectos; (b) las redes y espacios públicos en que se estructura lo individual como acción concertada; (c) los contextos del encuentro de proyectos políticos y sociedad. En torno a estos tres referentes analíticos se entreteje una historia cuyo objetivo final es comprender la constitución de identidades legitimadoras del ejercicio de la violencia en el Perú. Cómo, en otras palabras, la experiencia del 65 afectó la cultura política del izquierdismo local, preparando el terreno para la gran tempestad de los 80. En esta historia, Luis de la Puente Uceda emerge como eslabón entre las tradiciones insurreccionales novecentistas —rearticuladas en el aprismo primigenio— y el guerrillerismo contemporáneo. Las huellas escritas y orales de su apasionada trayectoria aparecen por ello como eje de un relato que pretende construirse de lo personal a lo social.

1948

El 3 de octubre de 1948 Lima amaneció con la noticia de una sublevación. En el puerto del Callao, personal de la Armada y «brigadistas» apristas se enfrentaban con fuerzas� leales al régimen. El movimiento sería cruentamente debelado. Cuatro décadas después, los implicados y sus descendientes seguirían debatiendo responsabilidades. Los dirigentes del partido, según unos, habían traicionado a las bases.7 Otros, por el contrario, señalaron a un oficial militar de filiación aprista —quien, según ellos, habría actuado «con la prescindencia total del Comité del Ejecutivo»— como el principal responsable.8� Que estaba «dispuesto a jurar que ni yo ni persona alguna de mi partido había tenido nada que ver con la rebelión», diría en 1954 Víctor Raúl Haya de la Torre.9

Tres años antes el PAP había apoyado la elección del mandatario que aquella madrugada se buscaba derrocar. Hacia mediados de 1947, no obstante, los apristas habían comenzado a conspirar, reactivando en ese afán a sus «equipos de combate».10 La percepción era que, tras bastidores, la oligarquía —sin representación política explícita desde la desaparición del Partido Civil en 1919— actuaba para frustrar la opción democrática.11 Con el gobierno crecientemente desprestigiado entró en la agenda aprista el esquema de un movimiento cívico-militar. Mientras los líderes buscaban un general «amigo», las «bases» imaginaron una insurrección.

Cual fuese su trasfondo, el incidente del 3 de octubre aceleró los preparativos de otro proyecto sedicioso; encabezado este por el General Manuel Odría, apoyado por la oligarquía y dirigido contra el partido de Haya de la Torre. El 27 de octubre de 1948, mientras el depuesto presidente Bustamante marchaba al exilio, el aprismo iniciaba un nuevo ciclo en la clandestinidad.

Dieciséis años atrás había comenzado la primera persecución. A fines de 1931 el Coronel Luis M. Sánchez Cerro había ascendido al poder tras derrotar en las ánforas al líder aprista. Denunciando fraude, tras hacerse evidentes los primeros síntomas de persecución, Haya de la Torre delineó el sentido de la lucha por venir: a Palacio —dijo— llegaba cualquiera, porque «el camino a Palacio» se compraba «con oro o se conquistaba con fusiles». La «misión del aprismo» en cambio, era «llegar a la conciencia del pueblo».12 Y a ella, solo se llegaba, «como hemos llegado nosotros, con la luz de una doctrina, con el profundo amor de una causa de justicia, con el ejemplo glorioso del sacrificio».� El propio Haya sería una de las primeras víctimas de la represión. Estaba en prisión cuando, en julio de 1932, se produjo la revolución de Trujillo dirigida por dirigentes apristas locales imbuidos aún del espíritu anarquista y montonero del siglo anterior.13 La memoria de dicho movimiento se convertiría en el mito fundador de un combativo aprismo popular. Seis mil muertos y unos ocho mil prisioneros reclamaría el aprismo de aquel ciclo que se iniciaba.14 El «dolor y la muerte», no obstante, fortalecerían al partido en la clandestinidad convirtiéndole en una suerte de fraternidad de distintiva cohesión moral.15

¿Proponía Haya de la Torre una revolución? ¿Cuál era la naturaleza de la «revolución aprista» a la que sus jóvenes militantes se sentían convocados? Apelando a Tolstoi, a Ghandi, a Engels y a Marx, Haya proponía que lo peculiar del aprismo era proclamar la necesidad de «llegar al poder para operar desde él la revolución, en un sentido de transformación, de evolución, de renovación, pero sujeta siempre a los imperativos y limitaciones de la realidad».16 Que —«sin eludir la posibilidad de que toda revolución pueda implicar o no violencia en un sentido físico o moral»— era factible una revolución sin violencia. Aludiendo al levantamiento «pierolista» de 1895 —que había tomado Lima tras derrotar al ejército nacional— Haya hablaba de realizar un «95 sin balas». De su temible imagen insurreccional del 32, sin embargo, el APRA no podría prescindir. En la medida que su proscripción se prolongaba, más aún, de ella dependería para sobrevivir: como defensa de la represión, para aseverar su compromiso con la lucha antidictatorial, sostener el mito de un «gran ejército civil» subterráneo, garantía de la futura «revolución aprista».

Una larga lista de movimientos, asonadas, insurrecciones en colaboración con oficiales militares derivaron de aquella estrategia caracterizada, entre otros elementos, por un uso limitado, propagandístico, de la violencia.17 Con sus dirigentes históricos recluidos o deportados, la juventud —personalmente dirigida por su jefe-fundador— emergió como protagonista de la etapa en la clandestinidad. Diversas organizaciones concibió Haya para canalizar hacia los objetivos partidarios su espíritu de combate. La Vanguardia Aprista de la Juventud Peruana era una de ellas. Como «cuerpo actuante del Partido», la «acción» era su «norma fundamental». Como «escuela del sacrificio, la disciplina y el entusiasmo de la juventud aprista organizada militarmente» la definían sus normas. De ahí entonces que, un vanguardista fuese un «apóstol y un soldado» que «no delibera sino actúa» dispuesto siempre a «dar su vida si es preciso» por «los ideales de nuestro gran Partido».18

La presencia del líder añadía a la lucha cotidiana un elemento épico. Del impacto de su llegada a una base partidario en un barrio de Lima dejó Juan Aguilar Derpich vibrante testimonio: «un ruido de auto, una figura en la oscuridad» es el Jefe en visita de sorpresa, «nada se le escapa, conoce las necesidades y posibilidades de cada base»; escucha primero y luego comienza a hablar, «el incienso de sus palabras lo envuelve todo, un sopor bienhechor y estimulante al mismo tiempo invade los sentidos. Están ante el Gran Sacerdote, el rito es solemne, la entrega absoluta». Culmina el encuentro con los saludos rituales: «¿En la lucha? ¡Hermanos! ¿En el dolor? ¡Hermanos!» Saludos, rituales, símbolos, pero sobre todo la presencia del Jefe, garantizaban la cohesión. Heroísmo y entrega: valores fundamentales.19 Cobardía y traición: la negación misma del ser aprista. «Ser traidor en esta hora —diría el líder del aprismo— es no sólo ser el Judas que nos vende, sino el cobarde que da el paso atrás». Ni para uno y para el otro había «lugar en nuestras filas».20 Eran las claves medulares de lo que ha sido descrito como una «comunidad emocional»,21 un «simulacro de nación»22 o, simplemente, —en palabras de su propio Jefe aprista— como una «locura colectiva».23 SEASAP («Sólo el APRA salvará al Perú») era el saludo cotidiano. Mística y entrega, más que teoría, caracterizaban a la militancia aprista. Se leía, en todo caso, de Haya, su «Anti-Imperialismo y el APRA» —el breviario básico del aprismo de los 20s, el planteamiento de un estado nacionalista enfrentado con el «coloso del norte»— y sus conmovedoras «Cartas a los Prisioneros Apristas». En general, sin embargo —según un veterano de la resistencia—, «sólo repetíamos lo que el Jefe y las directivas decían».24 La visión estratégica de la resistencia quedaba librada a su «genial intuición», privilegiadamente educada durante su primer exilio, un singular peregrinaje que, entre 1923 y 1931, lo había llevado del Morelos zapatista al Moscú bolchevique, poniéndole en contacto con las altas esferas de la intelectualidad europea y latinoamericana.25 Desde entonces, en base a sus experiencias y a su propio talento, había expandido como nadie las fronteras de la política peruana: la prisión y el exilio, tanto como el sindicato o el partido, se convirtieron bajo su inspiración en ámbitos de acción organizativa; los jóvenes, la mujer, la familia misma, igualmente, devinieron, bajo su impulso, en protagonistas políticos. Coraje, entrega y optimismo redondeaban la fuerza de su liderazgo. «No es la muerte lo que me preocupa —sostuvo Haya en 1935— sino la mejor manera en que ella pueda servir a los altos fines del Partido».26 De la abrasiva manera en que todos estos valores eran vividos en la cofradía aprista dejaría testimonio Luis Alberto Sánchez, por largos períodos el más cercado al Jefe de todos los líderes partidarios:

Psicológicamente, nada afectaba más a Haya que la deslealtad al partido, personalizado en él y en el CEN [Comité Ejecutivo Nacional] del PAP, también personalizado por él en esas circunstancias. La «traición» al partido era lo que más afectaba a Haya, dominado por la idea de la unidad monolítica, de la disciplina voluntaria, pero férrea.27

En la situación internacional, sin embargo, fue donde percibió Haya la salida al confinamiento de su partido. Concibió para tal efecto dos importantes acciones tácticas. Acercarse a Washington la primera. Aprovechando de la política de «buena vecindad» de F.D. Roosevelt convencería a los yankees de la filiación democrática del aprismo; que eran un insumo, más que un obstáculo, para el progreso de las relaciones interamericanas; provocando, de ser posible, su intervención moral contra «los tiranos de nuestros países»: un novísimo «frente norte-indoamericano» contra la «internacional negra» fascista. Del antiimperialismo al «interamericanismo sin imperio».28 El recurso a la revolución incruenta apoyada en las «bases apristas» en alianza con militares nacionalistas como método de la lucha antioligárquica era la segunda de sus propuestas. El inmenso prestigio moral de que gozaba entre sus partidarios, el desgaste natural de la era de las catacumbas, la promesa de que el retorno a la legalidad sería nada menos que la antesala de la «revolución aprista», fueron algunos de los factores que coadyuvaron a la aceptación del viraje partidario que derivó en su entusiasta participación en la «primavera democrática» que se abría en 1945. Con su inicio, «vanguardistas» y «defensistas» quedaron en compás de espera. La madrugada del 3 de octubre de 1948, las contradicciones engendradas por el ambivalente discurso del «Jefe máximo», saldrían a la superficie en las calles del Callao.

APRA: Crisis y Exilio

El 3 de enero de 1949 Víctor Raúl Haya de la Torre ingresaba a la Embajada de Colombia en Lima. Lo que en circunstancias normales debió ser un trámite hacia el exilio se convirtió en un sonado incidente diplomático: cinco años pasarían antes de que el gobierno peruano otorgara un salvoconducto al jefe del APRA. Ese acontecimiento marcó la diferencia fundamental entre los dos grandes ciclos de la clandestinidad aprista. Por primera vez desde 1931 el Jefe no estaba al frente de la organización. En su ausencia el debate interno se desplegaría incontenible. Hasta alcanzar —como observaría Andrés Townsend Escurra— una desconocida virulencia. Al punto de colocar al PAP al borde de la ruptura. De ahí que, los años de Odría, fuesen «los más adversos y difíciles» en «toda la historia de la clandestinidad aprista».29 De las responsabilidades por el 3 de octubre pasó el debate a la crítica de la actuación partidaria en la recién cancelada apertura democrática y, por extensión, a los cambios introducidos por Haya en la orientación doctrinaria del partido desde fines de los 30. ¿Había el PAP traicionado sus ideales primigenios? En torno a esta cuestión se producirían numerosas renuncias. De cuadros de larga trayectoria en muchos casos quienes, decepcionados, convirtieron su vieja pasión militante en antiaprismo intransigente, en hiriente diatriba, enfilada, sobretodo, contra la figura del legendario Jefe Máximo.30 ¿Adónde ir después del APRA? Hacia la izquierda, los «vanguardistas» apristas encontraban al PC y a un pequeño, pero muy activo, grupo trotskista.31 Los apristas más dispuestos a «incorporarse a una organización revolucionaria» —según Arquímedes Torres— enfrentaban el problema de que, del aprismo «salíamos vacunados contra el comunismo» lo que era reforzado porque «veíamos en el PC una línea muy teórica y muy zigzagueante, especialmente durante el período de Prado». En el fondo, la tragedia del «ala izquierda» del aprismo era que, los que se iban del partido, «no dejaban de ser apristas».32

Eventualmente, el debate interno se desplazó a los círculos de exilados. Desde Buenos Aires, Manuel Seoane lanzó la idea de realizar congresos postales con participación de los diversos comités de desterrados apristas. Los acuerdos del primero de estos eventos reflejaron espíritu crítico tanto como voluntad unitaria: se decidió acatar la autoridad del Comando Nacional de Acción, pero se demandó democracia interna así como dar por terminado el experimento de «cooperacionismo con los Estados Unidos» juzgado estéril y perjudicial.33 El alineamiento aprista con la «doctrina Truman» de 1947 había causado, en efecto, apreciable irritación en sectores del partido. El propio Luis Alberto Sánchez —uno de los líderes históricos del PAP, de particular cercanía con el Jefe aprista— criticaría la propuesta hayista de apoyar la causa de la democracia en la guerra de Corea mediante el envió de cinco mil combatientes apristas.34 En el segundo congreso postal, asimismo, Seoane —reconocido en la práctica como el número dos del aprismo— se encargó de sintetizar críticas y delinear perspectivas que reubicaban al APRA en la senda nacional-reformista. Seguimos representando la única fuerza «capaz de ejecutar la auténtica renovación social del Perú» decía, sin profundizar demasiado en la critica del período 45-48. Destruir el feudalismo y afirmar el industrialismo eran los puntos centrales de su propuesta. Si con el segundo había «fórmulas de convivencia» con respecto al primero —subrayaría Seoane— no había «términos medios».35

Asimilando críticas, recobrando el mensaje progresista del aprismo, figuras de la generación fundadora del PAP (Sánchez, Seoane) irían llenando el vacío dejado por el Jefe; contando con el respaldo de elementos de la generación siguiente (Andrés Townsend, Armando Villanueva del Campo, Nicanor Mujica, Ramiro Prialé, Ricardo Temoche y otros). Unidas ambas en la lucha contra el «revisionismo radicalizante» y los «quistes filosoviéticos» que brotaban en la organización. Contando, en ese esfuerzo, con la anuencia epistolar de su neutralizado Jefe, quien los alentaba a reafirmar el predominio de la vieja guardia, aquella de la Reforma Universitaria de 1919, de quienes, procedían las verdaderas «ideas germinales» que el «novoaprismo comunistoide» pretendía asumir como propias. De ahí que, frente a esa «tendencia estudiantil aprista a culpar a los líderes», a «responsabilizarlos de todo lo ocurrido» e incluso «a reemplazarlos» había que relevar que, «la fuerza del partido está en su continuidad, en su decurso del 19 a hoy». Siendo imperativo «demostrar que ningún movimiento fue en América tan continuo, tan coordinado, tan concertado».36

Ese discurso, no obstante, chocaba con las experiencias del exilio. Al contacto con las experiencias argentina, guatemalteca, mexicana, chilena, los deportados reflexionarían� sobre todo aquello que el APRA hubiese podido conseguir de no haber enfocado —como diría Héctor Cordero Guevara— con un «miope reividicacionismo» la apertura 45-48 que debió haber sido «la etapa de preparación de la revolución» en el Perú. El problema, según él, estaba en la visión estratégica, en el abandono de los principios, en la mezcla de eclecticismo y caudillismo que la conducción mesocrática del aprismo propiciaba. Sus planteamientos al Segundo Congreso Postal iban, notoriamente, más allá del modelo de revolución burguesa radical propuesta por Seoane. Proponía «un replanteamiento revolucionario» del partido: retomar el marxismo y los ideales primigenios, incorporar a la clase obrera y al campesinado, fundamentalmente indígena, como factores activos y conscientes.37 Exilado en Buenos Aires, Cordero Guevara se había vinculado a los círculos de estudio del marxismo encabezados por Silvio Frondizi en los cuales, un peruano de simpatías apristas —Ricardo Napurí— tenía un papel muy activo. Tomó de ahí ideas centrales para la constitución de la «izquierda aprista» y, eventualmente, de la «nueva izquierda» de los 60. Dos en particular: (a) la caducidad de la burguesía como fuerza progresista de vocación democrática e industrialista que, apoyada por los sectores progresistas del ejército y por la clase obrera, sería portadora de un nuevo tipo de sociedad y (b) la crítica balanceada del peronismo —a ser aplicada al caso del aprismo— ni como «desviación» ni como «epidemia» sino como una maciza realidad histórica de efectos irreversibles, como «un intento fallido de revolución nacional-burguesa» a ser rescatado y reorientado desde la izquierda.38 De lo que se infería, la inutilidad de romper con el APRA, debiéndose agotar a su interior, más bien, todas las posibilidades de lucha. Identificado como marxista Cordero Guevara sería marginado del Comité de Desterrados de Buenos Aires. En 1957 retornó al Perú dispuesto a dar la lucha por consolidar a la izquierda aprista. 39

Desde Trujillo, simultáneamente, Luis de la Puente Uceda había encontrado su propio camino hacia el exilio. Era un hombre de acción. Un producto típico de la tradición «defensista» del partido. Pariente lejano del «jefe máximo», militante desde la edad escolar, había sufrido a los 16 años —en 1944— su primera carcelería. Preso nuevamente en 1948 a raíz de la toma de la Universidad de Trujillo, sería finalmente deportado en 1953 tras organizar una huelga en el valle azucarero de Chicama. Encontraría en México un aprismo dividido. Guillermo Carnero Hocke, Manuel Scorza, Eduardo Jibaja, Juan Pablo Chang y Gustavo Valcárcel conformaban el ala radical. En diciembre de 1952 había renunciado éste último a la secretaria general del comité de deportados. Habíamos pensado —explicó— que «ante el sismo de la realidad» que el 48 había significado, «los líderes abrirían los ojos y cambiarían el rumbo de la nave aprista».40 Ninguna esperanza quedaba ya para él a fines del 52. En 1953, estando ya en Guatemala, Valcárcel fundó el Frente Revolucionario Peruano, un paso en el proceso que lo llevaría al PCP. El propio Luis de la Puente sería separado del Comité de México poco después. Ahí lo encontró Hilda Gadea hacia septiembre u octubre del 54, preocupado por «la explotación y la miseria que reinaba en nuestro país». Haya había pasado por México tras finalmente abandonar la embajada colombiana en Lima a comienzos de junio de aquel año. A Hilda, Luis le contó que, en aquella oportunidad, el Jefe «había hecho llamar» a los separados del Comité de Exilados y que, «después de un sermón disciplinario», había conseguido convencerlo de que se reincorporara aunque sin detentar cargo alguno. Le comentó, asimismo que, con miras a las elecciones presidenciales del 56, «se fraguaba una conciliación entre el APRA y las fuerzas reaccionarias representadas por la familia Prado, gran baluarte financiero en el país». Con la cual, por cierto, él no estaba de acuerdo, siendo por el contrario de la opinión de que «era necesario rechazar las consignas del Partido» procediendo más bien a «hacer la revolución». Planeaba con ese fin su regreso al Perú «donde se reuniría con un grupo de compañeros que lo estaban esperando». Días después, en casa de la peruana Laura de Albizú Campos �—esposa del luchador independentista puertorriqueño Pedro Albizú Campos— un grupo de exilados despidió al joven aprista quien partía de retorno al sur. En aquella ocasión el propio Luis había entonado «algunas canciones en quechua». Tuve en mente —recordaría Hilda años después— presentarlo con Ernesto.41 Se conocerían recién en Cuba tras el triunfo de la revolución.

De la Puente retornaba al Perú comprometido con un proyecto subversivo que, desde Argentina, coordinaba Manuel Seoane y que contaba con el respaldo del General Perón y del MNR boliviano.42 Desde el Ecuador —con el apoyo de un general peruano residente en ese país— entrarían al Perú para proseguir con sus planes. Otro grupo entraría por Bolivia. La liberación de Haya se interpuso en sus planes. No bien libre, el líder aprista se había abocado a consolidar su control del partido, proceso bastante avanzado ya por el círculo de sus más fieles allegados. Se había dirigido a Montevideo primero para poner en línea al propio Manuel Seoane. Para desalentar, sobretodo, la cercanía que algunos de los desterrados habían ganado con el General Perón. Visitó luego Guatemala y México donde, tras sermonear a De la Puente, se dirigió a Europa adonde permanecería hasta 1957. En esas circunstancias, el plan insurreccional con el que De la Puente se había comprometido perdía viabilidad. De la Puente, Carnero Hocke, Fernández Gasco y otros compañeros, quedaron atrapados en el medio. Entraron al Perú sólo para encontrar que sus propios compañeros facilitaron su detención. La traición y las torturas marcarían el espíritu del joven dirigente.

Hilda Gadea representaba otra de las hebras del entramado surgido del fiasco del 48: el celo, la disciplina, la formación intelectual de la mujer aprista. Su memoria escrita perfila, asimismo, los dilemas que acechaban a los militantes de esa organización. Poseía una apreciable formación marxista. De cultura rusa, además de Lenin, conocía la clásicos literarios de las décadas previas a la revolución. La revolución china era su nueva pasión. Admiraba la larga lucha del pueblo chino cuya realidad equiparaba ella a la de «nuestras masas campesinas indígenas».43 Tenía, por sobretodo, alma de militante. Decía no tener metas de tipo profesional. Sentido de misión más bien. La certeza de que «no podíamos ser felices viendo explotación y miseria», por lo que, «hacíamos el propósito de dedicarnos a remediar en lo posible estos males, invirtiendo nuestras vidas y nuestro esfuerzo en ello, no importa los riesgos que significara». En sus propias palabras, un «sentido agónico» de la vida en la línea de Unamuno. Sin temor a la muerte, dispuesta a afrontarla en beneficio de la sociedad. «Como militante política —aseveró Hilda— dejé atrás los problemas absolutamente individuales, adoptando una conducta de lucha». ¿Cómo vos, que piensas como comunista, eres aprista? le interpelaba Ernesto Guevara en 1954 quien trataba, por ese entonces —por propia confesión— de persuadirla «de que se largue de ese partido de mierda».44 Gadea respondía que el PAP era un medio, una fuerza para llegar al poder e iniciar el proceso de «hacer una sociedad nueva». Que, «como muchos dirigentes juveniles del APRA así lo creíamos, todo ese aparente abandono de las banderas principales de lucha eran tácticas» temporales, pero que, una vez en el gobierno, el APRA haría una verdadera transformación».45

En los días finales de Arbenz, Hilda era la única representante en Guatemala de la «tendencia izquierdista dentro del APRA». A su paso por ese país, quiso esta plantearle al Jefe que no viajase a los EEUU, que ello tendría «consecuencias dentro del APRA, que esa actitud para el pueblo sería muy confusa». No pudiendo hacerlo le entregó una carta conteniendo sus planteamientos. No recibiría respuesta.46 Tiempo después, ya desde México, tras ver partir a Ernesto —convertido ya en su esposo— en la legendaria expedición del «Granma» Hilda regresaría a ocupar su puesto, como dirigente aprista, en su país natal. Tras la tortura y el encierro sufrido a raíz de su captura, Carnero Hocke optó por un proyecto aparte, el Partido Nacionalista Revolucionario Peruano de breve e insignificante existencia. De la Puente Uceda, por su parte, eligió reincorporarse al PAP identificado ya como líder de la izquierda aprista. A mediados de 1957, se encontró con Héctor Cordero Guevara por primera vez. Me dejó —recordaría éste años después— una «extraordinaria impresión», un hombre con ideas definidas; con la fuerza espiritual y la voluntad que presagiaban «a un verdadero dirigente».47 Juntos harían la etapa final de su infructuoso esfuerzo por reorientar al APRA y que habría de culminar en su expulsión.

Con la salida de Haya de la embajada colombiana, tras su crisis más profunda, el PAP, de alguna manera, retornaba a la normalidad. Las primeras declaraciones del líder aprista no permitían abrigar demasiadas esperanzas en un cambio en la línea del partido. Sus compañeros más radicales esperaban una denuncia encendida de la dictadura. Sorprendió en primer lugar que escogiera una revista yankeeLife en español— para reencontrarse con el mundo.48 Nada contra el imperialismo, avanzaba sus reflexiones, más bien, sobre el papel de las «naciones americanas» en el marco de la «pugna mundial». A los 55 años, el combatiente de otros tiempos aparecía pausado y cauteloso. Su objetivo —como sugiere Frederick B. Pike— era construir un nuevo partido bajo el manto de la continuidad de la tradición aprista.49 Proponer al PAP, en tal sentido, como modelo de partido democrático alternativo tanto a los PC como a los populismos autoritarios tipo peronista. Andrés Townsend sintetizó el objetivo de la reorientación aprista: en Latinoamérica, los Partidos Socialistas terminaban siendo tributarios del comunismo; la moderna democracia social, en cambio, requería tenía como «instrumento propio de realización» a los «partidos del pueblo» cuyo «arquetipo» era el PAP, hermano mayor de la emergente «izquierda democrática latinoamericana».50 Durante los 50, Haya pondría particular énfasis en difundir esta visión en los medios académicos norteamericanos donde, en efecto, encontraría particular simpatía.51 Apristas de izquierda como Alfredo Hernández Urbina, pensaban, por aquel entonces, que la posibilidad de que el APRA deviniese Partido Democrático Revolucionario pasaba por «bajar al llano» a la vieja guardia, promoviendo simultáneamente una democratización del partido a través de: permitir «la existencia de corrientes y contracorrientes internas como legítima expresión de democracia política», la realización de congresos anuales que «normen la vida partidaria», impidiendo la reelección de quienes habían sido parlamentarios del 31 al 45 y, por último, cancelando «la Jefatura del Partido», lo que conllevaba «abolir la organización vertical».52 Nada podía impedir para ese entonces la negociación en curso con Manuel Prado que permitiría al PAP recobrar status legal.

En marzo de 1956, una Convención Nacional del partido dio facultades a Ramiro Prialé para «concertar alianzas o pactos con cualquier fuerza política con el fin de conseguir la legalidad del partido» manteniendo, por cierto —en palabras de un historiador aprista—, «el decoro y la dignidad de las banderas programáticas e ideológicas del aprismo redentor». A cambio de su apoyo electoral, los apristas exigían, «el retorno a la legalidad, la libertad de sus detenidos, el regreso de los deportados, la devolución de los bienes incautados y el respeto a los actos ciudadanos».53 Manuel Pardo sería el elegido. Estaba en curso la formación de los que los propios apristas denominarían como el «régimen de la convivencia». De una disciplina aceptación de dicho régimen dependía, supuestamente, que en 1962 las Fuerzas Armadas y la oligarquía —los grandes enemigos del aprismo— permitiesen su llegada al poder. Después de una dictadura —diría Haya de la Torre— «los pueblos como los individuos necesitan un período de convalecencia».54 Con el poder una vez más al alcance de la mano, en todo caso, la posibilidad de un APRA radical —que había parecido relativamente cercana entre fines de los 40 e inicios de los 50— se alejaba acaso definitivamente. De acontecimientos que ocurrían lejos del Perú surgiría un nuevo intento por reconciliar al antiguo partido con sus supuestos «ideales primigenios» revolucionarios. En diciembre de 1956, cuando Prado llevaba cinco meses en el poder, los expedicionarios del Granma arribaban a la costa Este de Cuba.

Continúa...


Notas

1 Luis F. de las Casas, El Sectario, Lima: Centro de Investigaciones y Capacitación, 1981.

2 Del poema «Palabra de guerrillero» en Javier Heraud, Poesías completas y Cartas, Lima: Biblioteca Peruana Peisa, 1976.

3 George Lukács, El alma y las formas. Teoría de la Novela, México: Grijalbo, 1985, pp. 254-255.

4 Ministerio de Guerra, Las guerrillas y su represión, Lima 1966, pp. 76 y ss.

5Regis Debray, ¿Revolución en la Revolución?, La Habana: Cuadernos de la revista Casa de las Américas, 1967.

6 Al respecto, de particular importancia es José Rodríguez Elizondo, La crisis de las izquierdas en América Latina, Caracas: Instituto de Cooperación Iberoamericana/Editorial Nueva Sociedad, 1990. Véase también Timothy Wickham-Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America: a comparative study of insurgents and regimes since 1956, Princeton, NJ: Princeton University Press, 1992. Entre los trabajos de síntesis del fenómeno guerrilleros latinoamericano destacan, Thomas C. Wright, Latin America in the Era of the Cuban Revolution, New York: Praeger Publishers, 1991, Richard Gott, Guerrilla Movements in Latin America, New York: Anchor Books, 1972 y Luis Mercier Vega, editor, Guerrillas in Latin America, New York: Praeger, 1969.

7 Víctor Villanueva, La Sublevación Aprista del 48. Tragedia de un Pueblo y un Partido, Lima: Editorial Milla Batres, 1973.

8 Armando Villanueva del Campo, «La Otra Revolución» (Entrevista) en Domingo Tamariz Lúcar, La ronda del general, Lima: Jaime Campodónico/Editor, 1998, pp. 116-125.

9 «Cinco años de exilio en mi patria» [de Life en español, Mayo, 24 de 1954] en Testimonios y Mensajes, OC, vol. 1, pp. 242-258. En ese artículo, explicó Haya, que había optado por el asilarse solo al darse cuenta de que «no podría eludir a mis perseguidores durante toda la vida». Y que lo había hecho, obligado por la dirección de su partido que le había exigido que «siguiera el ejemplo de otros dirigentes apristas que ya se habían refugiado en embajadas extranjeras o que habían cruzado la frontera, en un exilio temporal». (p. 244)

10 A. Villanueva del Campo, «La Otra Revolución,» p. 117.

11 Sobre la desaparición del Partido Civil a raíz del golpe de Augusto B. Leguía de 1919 que dio inicio al llamado «oncenio,» véase Pedro Planas, La República Aristocrática, Lima: Fundación F. Ebert, 1994, p. 106 y ss. Sobre el régimen de Bustamante y Rivero, véase: Nigel Haworth, «Peru» en Latin America Between the Second World War and the Cold War, 1944-1948, editado por Leslie Bethell y Ian Roxborough, New York: Oxford University Press, 1992, pp. 170-189, Gonzalo Portocarrero, «La oligarquía frente a la reivindicación democrática» en Apuntes, [Lima], 7:12, 1982, pp. 61-73 y, sobretodo, De Bustamante a Odría: el fracaso del Frente Democrático Nacional, 1945-1950, Lima 1983.

12 V.R. Haya de la Torre, «Discurso del 8 de diciembre de 1931" en Política Aprista, OC, vol. 5, pp. 87-90.

13 Véase sobre el legado anarquista en el aprismo véase, Luis Alfredo Tejada Ripalda, «La influencia anarquista en el APRA» en Socialismo y Participación 29, marzo 1985, pp. 97-1109. Sobre la revolución aprista del 32, el mejor trabajo disponible es Margarita Giesecke, «The Trujillo Insurrection, the APRA and the Making of Modern Politics,» tesis doctoral, University of London (Birbeck College), 1992.

14 V.R. Haya de la Torre, «El Aprismo en el Perú» [1934] en O.C., vol. 2, pp. 333-36.

15 Véase a respecto, Imelda Vega-Centeno B., Aprismo Popular: Cultura, Religión y Política, Lima: CISEPA-PUC/TAREA, 1991.

16 V.R. Haya de la Torre, «Manifiesto de Febrero de 1932» en O.C., vol. 5, pp. 94-124.

17 Véase al respecto, Thomas M. Davies, Jr., y Víctor Villanueva, Secretos electorales del APRA. Correspondencia y documentos de 1939, Lima: Editorial Horizonte, 1982 y Luis Chanduví Torres, El APRA por dentro: lo que ví, y lo que sé, Lima: Talleres Gráficos, 1988.

18 «Reglamento interno de la Vanguardia Aprista de la Juventud Peruana» en Colección de Volantes de la Biblioteca Nacional del Perú. Sobre la Federación Aprista Juvenil véase Luis Alberto Sánchez, Una larga guerra civil. Apuntes para una biografía del APRA, vol. II, Lima: Mosca Azul Editores, ¿????? La FAJ según este autor no era una «fuerza de choque» como sus críticos sostenían sino «una fuerza de superación moral y disciplinaria,» p. 179. Según otro testimonio, la VAJ era «una fuerza juvenil revolucionaria y por tanto militarizada que perfeccionó a la VACH» en Luis Felipe de las Casas, El Sectario, Lima: Centro de Investigación y Capacitación, 1981, p. 78.

19 Juan Aguilar Derpich, Catacumbas del APRA. Vivencias y testimonios de su clandestinidad, Lima 1984, p. 138.

20 Víctor Raúl Haya de la Torre, «Discurso del 8 de diciembre de 1931" en O.C., vol. 5, pp. 87-90.

21 Hugo Neira, Hacia la tercera mitad. Perú XVI-XX. Ensayos de lectura herética, 2da edición, Lima: SIDEA, 1997.

22Karen Sanders, Nación y Tradición. Cinco discursos en torno a la nación peruana 1885-1930, Lima: Pontificia Universidad Católica/ Fondo de Cultura Económica, 1997.

23 «Yo siempre sonreí en la soledad de mi celda, cuando supe que un órgano periodístico de la reacción dijo que la fuerza y el entusiasmo del aprismo en las horas preelectorales fue una locura colectiva. Aquí estamos de nuevo viendo resurgir poderosa y creadora la locura colectiva». V.R. Haya de la Torre, «Discurso del 12 de noviembre de 1933» en O.C., vol. 5, pp. 153-160.

24 Juan Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, Lima: Debate Socialista, 1985, p. 32.

25 Véase al respecto, V.R. Haya de la Torre, Por la emancipación de América Latina en O.C., vol. 1, pp. 5-147 y Luis Alberto Sánchez, Haya de la Torre o el Político. Crónica de una vida sin tregua, Lima: Editora Atlántida, 1979, capítulos 8 a 14. Un excelente examen crítico de la evolución ideológica de Haya durante los 20 e inicios del 30 puede encontrarse en Pedro Planas, Mito y Realidad . Los orígenes del APRA: el joven Haya, 2da. ed. Lima: Okura Editores, 1986 y Pedro Planas/Hugo Vallenas, «Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo (Aportes para una contextualización del pensamiento de Haya de la Torre)» en Raúl Chanamé, Pedro Planas, Hugo Vallenas, María Teresa Quiróz, Vida y Obra de Víctor Raúl Haya de la Torre, Lima: Instituto Cambio y Desarrollo, 1990, pp. 96-220. Sobre el eclecticismo aprista y el mesianismo temprano de Haya véase Jorge Basadre, «Meditaciones de nuestro tiempo» en Apertura. Textos sobre temas de historia, educación, cultura y política, escritos entre 1924 y 1977, Lima: Ediciones Taller, 1978, pp. 445-167.

26 V.R. Haya de la Torre, Cartas a los prisioneros apristas en O.C., vol. 7, pp. 218-251.

27 Luis Alberto Sánchez, Apuntes para un Biografía del APRA (Una larga guerra civil), Lima: Ediciones Mosca Azul Editores, 1979, p. 114.

28 V.R. Haya de la Torre, La Defensa Continental en O.C., vol. 4, pp. 230-268. Para un análisis del acercamiento hayista a los EEUU véase, Frederick B. Pike, The Politics of the Miraculous in Peru: Haya de la Torre and the Spiritualist Tradition, Lincoln and London: University of Nebraska, 1986, pp. 243 y ss.

29 Andrés Townsend Ezcurra, 50 Años de Aprismo. Memorias, Ensayos y Discursos de un Militante, Lima:� Editorial e Imprenta Desa, 1989.

30 Véase por ejemplo, Ciro Alegría, Mucha suerte con harto palo. Memorias, Buenos Aires: Editorial Losada, 1976, p. 255, donde el gran novelista peruano acusa a Haya de haber impuesto en el partido una «verdadera dictadura intelectual. Véase, asimismo: Luis Eduardo Enríquez, La estafa política más grande de América, Lima: Ediciones del Pacífico, 1951, Magda Portal, ¿Quiénes traicionaron al pueblo?, Lima 1950 y Alberto Hidalgo, Por qué renuncié al APRA, Lima 1954.

31 Hernando Aguirre Gamio, «Presentación» a Carlos Howes Beas, Fundamentos ideológicos de la Revolución Peruana, Lima: Ediciones Debate, 1973. El propio Haya de la Torre había contribuido a sembrar el interés de algunos militantes en la figura de Trotsky, a quien había conocido en su visita a Moscú de los 20s y cuya lucha contra Stalin veía con simpatía. Véase al respecto, V.R. Haya de la Torre, «Trotsky» [1924] en Combatientes y Desocupados �en OC, vol. 3, pp. 31-35.

32 J. Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, p. 111.� Sobre el PCP durante los años 40 y 50 véase, Héctor Béjar, «APRA-PC 1930-1940; itinerario de un conflicto» en Socialismo y Participación, 9, febrero 1980, pp. 13-40; César Guadalupe, «El Partido Comunista Peruano de 1930 a 1942 ¿El período de Ravines?» en Debates en Sociología, vol. 12/14, 1989, pp. 101-128 y Comité Departamental de Lima del PCP, «En Defensa de los Principios Marxistas-Leninistas del Partido Comunista Peruano» (Conclusiones y Resoluciones del XIV Congreso Departamental de Lima), Lima 1962.

33 «Proposiciones para el 2do Congreso Postal de Desterrados Apristas y algunas conclusiones del 1er. Congreso Postal»

34 En una carta a Haya de la Torre de enero 4 de 1951 remitida desde Santiago, Sánchez escribió: «Encuentro francamente desmesurado, increíble y contraproducente la oferta de 5,000 para Corea. Ha caído pésimo en todos lados. Además, los norteamericanos no estiman eso, creo que es aconsejable vender antes que regalar». V.R. Haya de la Torre y Luis Alberto Sánchez, Correspondencia, tomo I, Lima: Mosca Azul Editores, 1982, p. 462.

35 Manuel Seoane, «Carta de 1952» en «Proposiciones para el 2do Congreso Postal de Desterrados Apristas y algunas conclusiones del 1er. Congreso Postal»

36 De V.R. Haya de la Torre a Luis A. Sánchez, Noviembre 25, 1952 en V.R. Haya de la Torre y L. A. Sánchez, Correspondencia, tomo II, Lima: Mosca Azul Editores, 1982, p. 32.

37 Héctor Cordero Guevara, «El Apra y la Revolución (Tesis para un replantamiento revolucionario)» [1952] en Del Apra al Apra Rebelde (Documentos para la Historia de la Revolución Peruana), Lima 1980, pp. 1-35.

38 Horacio Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Ediciones El Cielo por Asalto, 1996, pp. 26 y 141.

39 J. Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, pp. 120 y ss.

40 Gustavo Valcárcel, «El APRA y la claudicación de sus líderes,» (Publicaciones del Frente Revolucionario Peruano), Guatemala 1953, p. 11.

41 Hilda Gadea, Che Guevara, años decisivos, México: Aguilar Editor, 1972, p. 103.

42 Véase sobre el tema, J. Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, pp. 135 y ss. y Manuel Jesús Orbegoso, «Luis de la Puente Uceda: Un rebelde con causa» en MJO-Entrevistas, Lima 1989, pp. 46-53.

43 Ibid., p. 37.

44Luis Hernández Serrano, «Ernesto no me gustó» (Testimonio de Myrna Torres Rivas sobre la formación revolucionaria del joven Ernesto Guevara en Guatemala y su amistad en México) en Juventud Rebelde Digital , 14 de junio del 2003, http://www.jrebelde.cu/2003/abril_junio/jun-14/print/ernesto.html

45 H. Gadea, Che Guevara Años Decisivos, p. 34.

46 Ibid., p. 39.

47 Juan Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, p. 153.

48 V.R. Haya de la Torre, «Cinco años de exilio en mi patria».

49 Frederick B. Pike, «The Old and the New APRA in Peru: Myth and Reality» en Inter-American Economic Affairs, 18(2), Otoño 1964: 3-45.

50 Andrés Townsend Escurra, «El Partido Aprista y las elecciones generales de 1962» en Cuadernos (Congress for Cultural Freedom), [Paris], vol. 57, febrero 1962, pp. 27-46.

51 Robert Alexander, «The Latin American Aprista Parties» en Political Quarterly, vol. 20, no. 3, Julio-Septiembre 1949, pp. 236-247 y Harry Kantor, The ideology and program of the Peruvian Aprista movement, Berkeley, California: University of California Press, 1953. En noviembre 25 de 1952, Haya escribió a Luis Alberto Sánchez que a académicos como Kantor había que «como fichas,» había que «jugar con ellos y coincidir en lo que ellos nos favorecen» en V.R. Haya de la Torre/Luis Alberto Sánchez, Correspondencia,� 1952-1976, Lima: Mosca Azul Editores, 1982, vol. II, p. 36.

52 Alfredo Hernández Urbina, Los partidos y la crisis del Apra, Lima 1956, p. 19.

53 Víctor García Toma, Las alianzas del APRA, Lima: Promociones Gráficas Imagen, 1982, p. 110.

54 Citado en ibid., p. 122.

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© 2004, Jose Luis Rénique
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Para citar este documento:
Rénique, Jose Luis : «De la 'traición aprista' al 'gesto heroico' - Luis de la Puente Uceda y la guerrilla del MIR -1», en Ciberayllu [en línea]


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