De literati a socialista: el caso de Juan Croniqueur1
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[Ciberayllu]

José Luis Rénique
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«Mi misión ante el pasado parece ser la de votar en contra. Ni me eximo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad».
José Carlos Mariátegui, 19282

ramos entonces más jóvenes. Había más candidez en nuestro corazón y más optimismo en nuestros labios. No habíamos tenido ninguna tangencia con la política ni con sus hombres. Estábamos todavía en la ingenua edad de los versos y el romanticismo». Así veía el José Carlos Mariátegui de julio de 1918 al Juan Croniqueur de 1916.3 Tras «dos años comentando a nuestra guisa y a nuestro antojo la política criolla», el literati se había convertido en «periodista de oposición»;4 en un acerbo impugnador cuyo objetivo era «quemar el organismo político del país», tan corrompido ya que acaso sólo la «acción material del fuego» podía «purificarlo».  Situados en el diarismo casi desde la niñez —continuó— «han sido los periódicos para nosotros magníficos puntos de apreciación del siniestro panorama peruano». Le habían permitido, por ejemplo, conocer de cerca a los «hombres figurativos» de la política nacional por quiénes diría sentir «un poco de desdén y otro poco de asco».5 Duras palabras viniendo de quien como él había ganado fama como reportero de asuntos frívolos, como «cronista ameno y sin trascendencia»6 y autor de versos —según un crítico— «finos y aristocráticos� como para damas».7

 
JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
CRONOLOGÍA, 1894-1919
  1894: Nace en la ciudad sureña de Moquegua el 14 de junio. Siendo JCM un infante, su padre abandona el hogar.
1899: Su madre decide trasladar a la familia a Huacho, cerca de Lima.
1902: JCM sufre un accidente en la escuela. Lo trasladan a Lima. Queda afectada su pierna izquierda. No vuelve a la escuela.
1909: Entra como obrero al diario La Prensa.
1910: Asciende a ayudante del linotipista y corrector de pruebas.
1911: Primer artículo en el diario La Prensa, firmado con el seudónimo Juan Croniqueur.
1912: Le asignan la redacción de las notas policiales y de lotería.
1913: Se incorpora a la redacción de La Prensa. Comienza a escribir regularmente sobre tópicos literarios y artísticos
1915: Inicia su colaboración con la revista hípica El Turf y con la revista femenina Lulú.
1916: En junio deja La Prensa y se incorpora a El Tiempo.
1917: Elegido vicepresidente del Círculo de Periodistas. En noviembre protagoniza el 'escándalo' Rouskaya en el cementerio general de Lima.
1918: En junio funda con César Falcón y Félix del Valle la revista Nuestra Época.
1919: En enero se separa de El Tiempo. En mayo publica el diario La Razón desde donde apoya el paro general por el abaratamiento de las subsistencias y el movimiento de reforma universitaria. En agosto La Razón es clausurado. En Octubre, Mariátegui parte a Europa enviado a Italia por el gobierno de Leguía como agente de propaganda del Perú en el extranjero.

De hecho, a inicios de 1916, tras cubrir por algunas semanas el congreso de la república, su conclusión había sido: «A mi no me sugestiona la política. Me gustan sí los políticos, que es distinto». Porque éstos podían ser tan entretenidos que a pesar de tener «pase libre para todos los teatros y para todos los cinemas» jamás había cometido «la tontería» de «optar por una tanda de vermouth en vez de ir a la cámara». Alguna vez, más aún, le había tomado el pelo a un diputado y éste le había quitado el saludo. Sintiéndose tentado, entonces, de tomarles el pelo a todos, «para ver si eran igualmente susceptibles». Decidiendo hacer, para tal efecto, «como los chiquillos», un «teatro guiñol» para sus lectores. Porque, en una ciudad tan aburrida como Lima, tan urgida de diversión y de espectáculo,8 qué mejor que mirar el Parlamento, «infinito acervo de alegrías», fuente inagotable de «divertimiento y alborozo», tinglado, marco y decoración de la jocosa «democracia mestiza» peruana.9

Entre ambos momentos —comienzos de 1916 y mediados de 1918— mucho había cambiado en el mundo y, con ello, la percepción que del medio circundante y de su ubicación en él tenían los habitantes de la «ciudad letrada» local.10 Las cuestiones internacionales se convirtieron en referencia obligada a raíz de la «gran guerra». El romanticismo aliadófilo cedió paso a la imagen de una civilización en proceso de autodestrucción. Con Wilson surgió la esperanza de una reconstrucción en democracia con voz para los más débiles. Sin poder eliminar, sin embargo, el «embrujo» del octubre soviético y su oferta máxima: la inminencia del socialismo.11 A mediados de 1918 Mariátegui se contaba ya entre sus adherentes. De su dimensión estratégica y doctrinaria, sin embargo, recién se impondría después de octubre de 1919 cuando, en una perfecta ironía del destino, un dictador en ciernes —Augusto B. Leguía— determinó su partida a Europa sin calcular que le facilitaba así� la formación ideológica que en su tierra le hubiese sido imposible obtener. Antes de eso —del Marxismo y de la Comintern— José Carlos, prácticamente, no había salido de Lima una polvorienta ciudad costeña de unos 200,000 habitantes enclavada en un vasto país agrario mayormente indígena, dotado de una geografía encabritada y con una historia no menos compleja.12

De quince años, en 1909, había ingresado como trabajador manual auno de los más importantes diarios del país. Cuando descubrieron su talento le hicieron redactor. Pobre, sin educación formal, físicamente impedido desde pequeño, marcado encima por el estigma que conllevaba un complicado pasado familiar,13 en la redacción de La Prensa encontraría la «patria intelectual» que la vida le había negado: su ventana al país, su conducto hacia el mundo, un ambiente propicio para desarrollar una filiación intelectual no-tradicional, diferente, y eventualmente contrapuesta, a aquella que la universidad podía garantizar. Juan Croniqueur, el seudónimo con que adquiriría su primera fama, resumía bien la identificación inicial de su célebre pluma: cronista por sobre todo, modernista y afrancesado. Bajo ese y otros menos conocidos apodos literarios, Mariátegui publicaría mas de 900 artículos entre 1911 y el momento en que, a mediados de agosto de 1919, le forzaron al silencio que preludió su exilio.

El destino de esa obra juvenil reflejaría las opciones políticas de su autor. Marxista «convicto y confeso» a su retorno de Europa en 1923, Mariátegui confina a Croniqueur bajo un rótulo condescendiente y lapidario: una «edad de piedra» irrecuperable. Ruega así a su madre destruir el álbum de recortes periodísticos que de sus tiempos pre-europeos ella le había organizado. No que fuera, como en algún momento el mismo diría, un autor poco autobiográfico.14 Consciente, más bien, del valor que su propia historia tendría para su proyecto revolucionario optó por convertirla en material para la creación de una tradición socialista en el Perú. Derivó de ahí una versión de su trayectoria pre-europea en la que, la frescura impugnatoria del joven Croniqueur, la singularidad de su descubrimiento personal del Perú de su tiempo, quedaban� sometidas a un esquematismo teleologizante.15

En el marco de la disputa por su legado que a su muerte se produjo aquella versión militante devino historia oficial. Así, cuando a fines de los 50 se publicaron sus obras completas sus editores justificaron la exclusión de su producción pre-europea aduciendo que nada añadía esta a «su obra de orientador y precursor de la conciencia social del Perú». Interpretaban, ciertamente, su voluntad. La construcción de una tradición socialista mas que la «objetividad» de los historiadores era lo que a él le interesaba. Y en tales circunstancias, Juan Croniqueur quedaba condenado a un nuevo ostracismo: como un capítulo olvidado de la paradigmática biografía del «fundador del socialismo peruano». En desmedro, por consiguiente, de una comprensión precisa del viaje que, a través de los meandros y discontinuidades del precario Perú de inicios de siglo, habría de llevarle de la «edad de los versos» a la edad de la política.

Recién en el curso de los años 90, aquellos textos postergados —dispersos hasta entonces en periódicos de difícil consulta— fueron, finalmente, publicados en una edición de ocho volúmenes, abriéndose con ello la posibilidad de incorporar su experiencia juvenil al examen de la forja de la tradición socialista en el Perú; de conocer con mayor proximidad la manera en que los radicales peruanos del XX temprano imaginaron la nación y los caminos para su transformación: antes del Marxismo y de las grandes palabras que definirían la identidad del revolucionario internacionalista de los años 20.16Éste es el propósito del presente artículo: explorar a partir de los textos mismos de Croniqueur y no de los textos «autobiográficos» de Mariátegui, la llamada «edad de piedra» del radicalismo peruano.


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© 2001, José Luis Rénique, JRenique@aol.com
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