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28 febrero 2004

Hacia una historia literaria de Lima, la Ciudad de los Reyes

Introducción a Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito*, Edicions de la Universitat de Lleida, 2003

Eva Mª. Valero Juan

Lima —naturaleza y ciudad— es así: una tregua en el arenal,
un latido en la soledad, una sonrisa en la adustez de cielo y tierra.
Sebastián Salazar Bondy

En 1535 fue fundada la capital del Perú con el ostentoso nombre que contenía y presagiaba su leyenda colonial: la Ciudad de los Reyes. Engendrada sobre el vasto desierto que se extiende a lo largo de las costas del Perú, la pauta seguida en su planificación obedeció al mandato del inmenso arenal. «Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone»1, escribe Italo Calvino, y muy especialmente Lima cumple esta aseveración, pues si el desierto dejó su huella en el entramado urbano, su fisonomía arquitectónica se configuró como oposición radical a ese espacio homogéneo y uniforme. Lima fue trazada en cuadrícula, con una planta ortogonal —tan solo alterada en algunos puntos or los signos de las poblaciones indígenas anteriores—, a la que se opuso el gusto limeño, «asimétrico», «extrovertido» y «sensorial»2, mediante la voluptuosidad y el abigarramiento aristocrático con que fueron construidas las casas. La frase de Calvino es idónea para comprender el proceso de fundación y evolución de la capital peruana en su conjunto urbanístico y arquitectónico, pues, como explica Sebastián Salazar Bondy, «la rigidez impuesta por la fatalidad fundadora quiso ser burlada por el gusto palaciego: el desierto puso su impronta en el tiro de las calles»3.

No menos significativo es el nombre que finalmente se impuso para la denominación de la capital. Fundada a orillas del río llamado Rímac, la pronunciación débil de la «r» devino en el nombre de la ciudad de Lima. Como explica Aurelio Miró Quesada, Rímac es el participio presente activo del verbo quechua rímay, que significa «hablar»: «Por su oráculo noble y prestigioso, por el sonido cargado de misterio de su vieja voz espiritual, a Lima hay que traducirla, por lo tanto, como la ciudad ‘que habla’»4. Y, aunque en los primeros tiempos de la conquista, Pizarro pensó en establecer la capital en Jauja, finalmente, como cediendo al oráculo del río o a su canto inmemorial, fijó en el valle del Rímac la fundación de la ciudad. Aquel llamado del río hablador parecía haber presagiado el rumor de la ciudad murmuradora, que durante la época colonial creció entre intrigas, silencios, campanas y temblores, pero también la propia esencia espiritual de un lugar cargado de historia, en el que el pasado adquiere una relevancia fundamental, tal y como comprobaremos al acercarnos a la historia de las letras peruanas.

El dicho popular español, más lejos que Lima, la situó en los confines imaginarios de un mundo casi inaccesible por su lejanía. Sin embargo, aquella ciudad que se asomaba a los confines del mundo era real y, como tal, requería de una nueva fundación, como una forma de crecer en su destino o de alimentar su propensión utópica inicial. Lima, desde su nacimiento, aguardaba ser escrita, necesitaba adquirir una segunda realidad que le confiriera una dimensión perdurable. Es así como, desde los primeros tiempos de la Colonia, la ciudad comienza a adquirir presencia en los escritos de los poetas que residen en la capital y plasman en sus versos la epopeya de su fundación y los fastos que en ella se celebran en torno a la corte virreinal. Sin embargo, en el siglo XVII, un poeta andaluz afincado en la capital, Juan del Valle Caviedes, inaugura en sus versos una literatura urbana que satiriza la frivolidad de las costumbres de la sociedad virreinal, vertiendo en sus versos un teatro urbano en el que destaca, como tono fundamental, la puerilidad y la ligereza de la vida colonial.

Esta literatura será el germen de una escritura que versa sobre la ciudad y que evoluciona, en los siglos posteriores, entre la literatura de viajes, la poesía y el cuadro costumbrista, hasta desembocar, ya en Portada del libropleno siglo XIX, en la literatura fundacional de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma. Para poder entender cabalmente esta obra así como el desarrollo de la literatura urbana posterior, hemos considerado necesario remontarnos a los tiempos de la Colonia y la República y recorrer los contextos sociales, culturales y políticos que enmarcan la aparición de esta incipiente literatura urbana. Lógicamente, Palma no podría comprenderse sin un acercamiento a ese pasado histórico y literario que, por una parte, explica el proceso en el que se inserta su obra, como punto culminante y a la vez inaugural de una tradición, y, por otra, constituye el fondo temático primordial del que se nutre su narrativa; en definitiva, un pasado, tanto histórico como literario, que Palma recuperó y reivindicó en su obra posibilitando de este modo la formulación literaria de una conciencia histórica, y, a su vez, la fundación de una propuesta literaria original.

En las Tradiciones peruanas dicha cualidad fundacional se resume en tres vertientes básicas: el tratamiento de los temas históricos, que habían permanecido silenciados durante el siglo republicano; la creación de una genuina literatura peruana basada en el criollismo y en el desarrollo de las características de la escritura urbana y costeña en un género novedoso; y la primera fundación literaria de la Lima mítica del pasado, es decir, la constitución de un corpus literario en el que la ciudad de Lima, colonial y republicana, adquiere la resonancia de un espacio espiritual fundado y fijado en la memoria colectiva del pueblo limeño. De este modo, Ricardo Palma adquiere el título de primer fundador literario de la capital peruana. Y, desde la inauguración del género criollo en las «tradiciones», toda una serie de cronistas posteriores sustentan en sus escritos una visión de Lima que se convirtió en mitificación pasatista de una Arcadia colonial desvanecida en el tiempo.

Pero Lima fue dos veces fundada en el espacio de la escritura. Esfumado el sueño de la edad dorada, a mediados del siglo XX los escritores de la llamada «generación del 50» irrumpen en el panorama literario con una temática novedosa: la urbe transformada, moderna y contradictoria, asiste en la narrativa de estos escritores a la propia fundación de su geografía literaria, en su realidad íntegra y compleja. En este ámbito situamos a Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), a quien la crítica ha considerado el fundador de la Lima moderna, tanto por su obra cuentística —reunida bajo el título de La palabra del mudo— como por sus novelas Los geniecillos dominicales (1965) y Cambio de guardia (1976); es más, incluso por su primera novela, Crónica de San Gabriel (1960), en la que el hecho de que la trama novelesca transcurra en una hacienda andina no impide que la visión del adolescente limeño proyecte esa mirada urbana que constituye una de las marcas inconfundibles de la obra ribeyriana.

Entre Palma y Ribeyro se sitúa por tanto el eje principal de este libro, esto es, la propuesta de una tradición basada en la ciudad, como motivo literario que adquiere unas características determinadas —y en ciertos casos comunes— en la literatura que abarca el fragmento cronológico que separa a los dos fundadores principales de la ciudad.

Resumida, a grandes rasgos, la evolución de la urbe como motivo literario a través de la historia de las letras peruanas, conviene precisar que el objetivo de este estudio consiste, precisamente, en desarrollar cómo el tema urbano evoluciona a través de la historia de esta literatura, hilvanando una línea que ofrece, a plena luz, el movimiento de la sociedad limeña desde la fundación de la ciudad hasta mediados del siglo XX, y la problemática nacional que el centralismo urbano impone en el devenir de la historia del Perú. Este acercamiento permite además una propuesta sobre la literatura peruana y su historia, en la que el tradicional antagonismo entre las visiones indigenistas y urbanas nos revela el trasfondo de la historia social de un país que, a mediados del siglo XX, se aglutina en el espacio urbano limeño como escenario del Perú integral.

En suma, proponemos una historia de Lima en la literatura peruana y algo más: la revisión de la evolución de esta literatura desde un punto de vista global, que trasluce, por su cualidad hondamente testimonial, el devenir ideológico y la evolución histórica de la sociedad peruana. Con todo, no pretendemos trazar la perspectiva de un entramado urbano concreto, sino recorrer las obras y fragmentos literarios donde los escritores realizan ese trazado que evoluciona desde la leyenda urbana de la Lima colonial hasta la disolución del mito en la narrativa contemporánea. De este trazado emergen las diversas caras de una misma ciudad: Lima o la Ciudad de los Reyes puede ser la ciudad silenciosa y perfumada de los cronistas, la ciudad frívola y sensual de los satíricos, la ciudad tradicional de los costumbristas, la ciudad mítica de Palma, la ciudad de la gracia, la ciudad muerta o dormida y, finalmente, «Lima, la horrible». A través de estas diversas imágenes, desarrollamos una historia literaria de la ciudad centrada en un pasado histórico fundamental y varios presentes literarios, de los que emerge la idea de un futuro, principalmente en la obra de los escritores de la generación del 50.

En esa sucesión de tiempos, lo que planteamos, concretamente, es una diacronía de la ciudad superpuesta a otra diacronía, la de los movimientos literarios. Para ello ha sido fundamental la revisión de los estudios clásicos sobre la historia de la literatura peruana, que aparecen a lo largo del siglo XX, desde «El proceso de la literatura» de José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, los trabajos de Ventura García Calderón (entre ellos, Del romanticismo al modernismo), Raúl Porras Barrenechea� (La formación de la tradición literaria en el Perú), y tantos otros, hasta las propuestas de la historia de la literatura peruana de Luis Alberto Sánchez y las más actuales, especialmente reveladoras en distintos sentidos, de Antonio Cornejo Polar (entre las que destaca La formación de la tradición literaria del Perú) o Mario Castro Arenas (en su libro La novela peruana y la evolución social). Esenciales han sido también los estudios y ensayos del historiador Jorge Basadre sobre la historia del Perú, con especial atención a sus textos sobre el siglo de la Emancipación y su decisiva importancia en el devenir de la evolución social del país. Por otra parte, para el acercamiento concreto a la historia literaria de Lima han sido imprescindibles la Pequeña antología de Lima, de Porras Barrenechea, los libros de Aurelio Miró Quesada (Lima, tierra y mar, entre otros), Lima y lo limeño de Juan Manuel Ugarte Elespuru,así como las obras específicas en las que Lima es protagonista principal; obras que jalonan esta historia urbana que desemboca en la obra de Julio Ramón Ribeyro como creador literario de la Lima moderna.

La transformación del hortus clausum virreinal y la escritura del cambio

Desde la fundación de «la triste Ciudad de los Reyes», como la llamara César Moro, hasta la Lima horrible que nos presenta Sebastián Salazar Bondy5, la evolución de la experiencia urbana a través de la historia ha encontrado un espacio de representación mimética en la literatura. Al acercarnos a la tradición literaria del Perú, un factor social e histórico reclama nuestra atención en tanto que determina todo el proceso: la oposición entre sierra y costa, que se traduce, desde los tiempos de la conquista, en una insoslayable barrera entre Lima y el resto del país6.

Como sentenció irónicamente Abraham Valdelomar, cuando en las primeras décadas del siglo los intelectuales reclamaban la descentralización, Lima es el Perú. «La historia de la cultura colonial —escribe Luis Alberto Sánchez— no se explica sin la actividad de Lima, un oasis en medio del desierto»7. Este secular centralismo capitalino —por otra parte característico en el ciclo de las fundaciones de las ciudades latinoamericanas8— ha determinado los procesos a través de los cuales la historia de la literatura peruana refleja la evolución de una sociedad herida por su profunda segmentación.

Dicha oposición entre la sierra fértil y contemplativa y la controvertida ciudad, fundada en el árido desierto costeño, ha permanecido como eje temático ineludible a lo largo de la historia de la literatura del Perú y en las páginas de los viajeros que visitaron el país y residieron en su capital. Si acudimos a algunos ejemplos emblemáticos, ya Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo —cuya identidad, a pesar del debate, fue desvelada por Marcel Bataillon al consignar la autoría de Alonso Carrió de la Vandera— establecía en la segunda mitad del siglo XVIII la oposición entre Lima y el Cuzco en El Lazarillo de ciegos caminantes. Por aquel tiempo de inquietos presagios pre-independentistas, la Lima afrancesada cautivó la mirada de aguzados viajeros, que plasmarían imágenes de la ciudad en innumerables páginas, cuyo valor es inestimable como testimonio externo de la urbe y sus costumbres. Entre ellos, los insignes científicos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa patentizaron en sus libros9 ese divorcio entre el país y la metrópoli. Y en el siglo siguiente, Alexander Von Humboldt, que llegó a Perú en 1802, juzgó duramente la mentada escisión nacional: «En Lima misma no he aprendido nada del Perú. Allí nunca se trata de algún objeto relativo a la felicidad pública del reino. Lima está más separada del Perú que Londres, y aunque en ninguna parte de América Española se peca por demasiado patriotismo, no conozco ninguna otra en la cual este sentimiento sea más apagado. Un egoísmo frío gobierna a todos y lo que no sufre uno mismo no da cuidado al otro»10. En el siglo XX esta temática sigue vigente, enfocada desde distintos puntos de vista, desde César Vallejo a Enrique Congrains Martín, José María Arguedas o Julio Ramón Ribeyro.

La imagen de Lima de espaldas al resto del país mantuvo su representación física real durante el siglo XVIII colonial y buena parte del siglo republicano, puesto que la ciudad se encontraba circundada, desde el año 1685, por unas murallas que marcaban no sólo sus límites, sino también su fisonomía de reducto espiritual de elite. Pero, como toda ciudad, Lima no pudo substraerse al mandato de las mutaciones y, en 1870, cuando presidía el país José Balta, el ingeniero Henry Meiggs obtuvo el permiso para que los viejos muros fueran derruidos. Era el comienzo de la transformación. Raúl Porras Barrenechea, en su artículo «Perspectiva y panorama de Lima», describe ese primer intento de ingresar en la modernidad, cuando fueron demolidas las opresoras murallas que detenían el crecimiento de la población, y que en otro libro ha mostrado como «urbanicidio» —«destrucción por la picota, y no por el tiempo»— de la ciudad dieciochesca reedificada tras el demoledor terremoto de 174611:

[La ciudad] se extendió entonces prodigiosamente, reemplazando los antiguos muros por anchas avenidas de circunvalación. A la visión certera y previsora de Meiggs se unieron, para transformar a Lima, el espíritu artístico y la infatigable actividad de Manuel Atanasio Fuentes, a cuyo gusto y bajo cuya inspiración se alzaron los planos del palacio de la Exposición de 1872 y de los jardines que lo rodean, dentro de los cuales se hallaban los actuales Parque Zoológico y Parque Neptuno12.

Pocos años después, en 1879, la ciudad, ya desnuda e indefensa, sufrió la invasión de las tropas chilenas. El intento de ingreso en la modernidad había fracasado; como ha visto Peter Elmore, «la proto-historia de la modernidad urbana en el Perú concluyó en una debacle»13. Tras la Guerra del Pacífico el país había de afrontar la reconstrucción y reparar la decaída moral del pueblo peruano.

Sobre las ruinas del pródigo pasado de la Ciudad de los Reyes se abría un futuro de cambios que culminarían, a mediados del siglo XX, en un proceso de asimilación de las provincias en el espacio cada vez más desbordado de la ciudad. La Lima amurallada en tiempos de la Colonia se convertirá así en el escenario principal del cambio social y cultural del Perú. Esta transformación, operada sobre un país cuyo siglo republicano se caracterizó por el caos, es el sedimento que permite la emergencia de una literatura urbana eminentemente evocativa desde las postrimerías de dicho siglo. Tradición literaria de profunda raigambre que experimentará cambios substanciales a lo largo del siglo XX, pues si bien la veta evocativa persiste, el objetivo se desplaza y la emergencia de evocaciones de la ciudad antigua no sirve sino para enfocar, con una agudeza crítica más efectiva, los procesos del cambio que sufre la urbe de mediados de siglo, momento en que Lima recibe el aluvión inmigratorio de las provincias.

Como veremos, todo el proceso de mutación de la ciudad puede rastrearse a través de la historia de la literatura peruana, tanto en lo referente al cambio social como en lo que atañe a la propia transformación urbanística. Y aunque nuestro objetivo consiste en trazar el eje temático de Lima en la tradición literaria del Perú, también nos referiremos a las distintas corrientes literarias que coexisten en los diferentes momentos históricos y a las relaciones que se establecen entre ellas, de modo que podamos perfilar el tema de la literatura urbana en el marco indispensable de esta tradición literaria. Sus dos ejes temáticos, narrativa urbana e indigenismo, establecen múltiples vínculos, en ocasiones contrapuestos pero en otras complementarios. Este dualismo de la literatura es el reflejo y la respuesta a la mentada oposición histórica que dividió a la sociedad peruana en sus más profundas raíces, y que generará problemas fundamentales en el proceso de construcción de la nacionalidad republicana decimonónica y, por ende, en la formulación de un proyecto literario nacional. Problemas que intentaremos dilucidar en las páginas de este libro.

Quizá simplificando los términos, en 1928 José Carlos Mariátegui ubica con precisión y claridad esta problemática14, cuando todavía no se ha producido la radical transformación de la ciudad de mediados de siglo:

El Perú según la geografía física, se divide en tres regiones: la costa, la sierra y la montaña. [...] Y esta división no es sólo física. Trasciende a toda nuestra realidad social y económica. La montaña, sociológica y económicamente, carece aún de significación. [...] Pero la costa y la sierra, en tanto, son efectivamente las dos regiones en que se distingue y separa, como el territorio, la población. La sierra es indígena; la costa es española o mestiza. [...] «La dualidad de la historia y del alma peruanas, en nuestra época, se precisa como un conflicto entre la forma histórica que se elabora en la costa y el sentimiento indígena que sobrevive en la sierra hondamente enraizado en la naturaleza [...] Ni el español ni el criollo supieron ni pudieron conquistar los Andes. En los Andes, el español no fue nunca sino un pioneer o un misionero».

La raza y la lengua indígenas, desalojadas de la costa por la gente y la lengua españolas, aparecen hurañamente refugiadas en la sierra. Y por consiguiente en la sierra se conciertan todos los factores de una regionalidad si no de una nacionalidad. El Perú costeño, heredero de España y de la conquista, domina desde Lima al Perú serrano; pero no es demográfica y espiritualmente asaz fuerte para absorberlo. La unidad peruana está por hacer, y no se presenta como un problema de articulación y convivencia, dentro de los confines de un Estado único de varios antiguos pequeños Estados o ciudades libres. En el Perú el problema de la unidad es mucho más hondo, porque no hay aquí que resolver una pluralidad de tradiciones locales o regionales sino una dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono por una raza extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza indígena, ni eliminarla, ni absorberla15.

Este planteamiento traduce la tesis dualista del indigenismo arquetípico, cuyos postulados, formulados en la revista Amauta, serán superados posteriormente por la tercera generación de indigenistas; concretamente, en la propuesta neoindigenista de José María Arguedas y su descubrimiento del mestizo para la constitución de una «nacionalidad integrada»16.

En cualquier caso, del mismo modo que Mariátegui parte de la constatación de este problema básico en la sociedad peruana, como eje esencial para el planteamiento de su «Proceso de la literatura», Antonio Cornejo Polar, en su libro La formación de la tradición literaria en el Perú, llama la atención sobre la necesidad de imbricar procesos sociales y literarios para poder averiguar los modos como se han ido construyendo las tradiciones literarias nacionales. Su propuesta nos interesa especialmente en tanto que destaca la relevancia de los procesos sociales y su papel determinante en el resto de procesos, culturales, políticos y económicos:

Interesa subrayar, sobre todo, la naturaleza agudamente ideológica de las operaciones que fijan la imagen del pasado y diseñan la ruta que conduce, desde él, hasta el presente, nuestro presente. [...] Naturalmente en este proceso se produce un complejo diálogo entre la «objetividad» del acontecer histórico y el modo como lo leen, en cada circunstancia, los distintos grupos sociales. A la postre la tradición es el producto de esta lectura que no solamente establece el sentido del pasado sino también —y a veces más— el del presente.

Es importante añadir que la relación entre proyecto nacional y tradición literaria no es ni mecánica ni unilateral; no lo es, entre otras muchas razones, porque la tradición literaria es en parte generadora del proyecto nacional y no su simple reflejo17.

En este sentido, el debate literario, como ha visto Cornejo Polar, es al mismo tiempo una discusión sobre los proyectos nacionales que se contraponen. Tal es el caso, por ejemplo, de la polémica entre José de la Riva Agüero y Mariátegui sobre el carácter de la literatura peruana, que se resume en la oposición entre la visión hispanista del primero —formulada en su tesis Carácter de la literatura del Perú independiente (1905), donde afirmaba el carácter español de la literatura peruana—y el indigenismo de Mariátegui, quien en «El proceso de la literatura» de sus Siete ensayos refutó enérgicamente las tesis colonialistas de Riva Agüero18. Enfrentamientos de este tipo confirman, según Cornejo, «que en un solo momento coexisten varias tradiciones literarias, con frecuencia combativamente antagónicas»19.

En este libro intentaremos bosquejar el mosaico de imágenes que adquiere la ciudad a lo largo de la historia de esta literatura, en la medida en que traducen no sólo el entramado interno de las transformaciones urbanas, sino también los cambios en la conciencia que se tiene de ella. Para ello, siempre tendremos en cuenta que nos encontramos ante una literatura «no orgánicamente nacional», como señaló Mariátegui20, una literatura «polifacética y polícroma»21 —Luis Alberto Sánchez—, «pluri-social y pluri-cultural»22 —Cornejo Polar—, así como el planteamiento de este último, quien acierta al observar que «lo que estaba implícito en Mariátegui era mucho más, era una visión dialéctica a través de la cual podía verse nuestra literatura como una literatura de diálogo y polémica intercultural, intersocial...»23. Esto es, una literatura que reproduce las hondas contradicciones étnicas y sociales y que por ello no es una, sino varias; es heterogénea, conflictiva y múltiple24 y adquiere una función determinante en el proceso de construcción nacional, es decir, en la legitimación del pasado y, en definitiva, de la historia del Perú.

 

Del espacio geográfico al espiritual: la construcción de la ciudad literaria

La literatura sobre las ciudades las dota de
una segunda realidad y las convierte en ciudades míticas
.
Julio Ramón Ribeyro

Ribeyro, el narrador que en los años 50 centró su escritura en el entramado social de la Lima moderna, reflexiona sobre la creación literaria de ciudades en un artículo que dedica a Ricardo Palma, titulado, a modo de homenaje, «Gracias, viejo socarrón»25. Allí, Ribeyro establece un lazo de unión con la «tradición» del célebre polígrafo peruano. Pero la relación entre ambos autores la reservamos para el último capítulo, donde aportamos las conclusiones de nuestro estudio, resumiendo la línea evolutiva de una tradición literaria limeña y, en última instancia, peruana. Lo que nos interesa destacar ahora de este artículo es la reflexión que ofrece Ribeyro sobre la representación literaria de ciudades, en la que incide sobre el poder fundacional de la literatura en la medida en que les confiere una dimensión mítica y perdurable. Para ello, recuerda algunos casos paradigmáticos:

Que hay escritores profundamente identificados con su ciudad natal o adoptiva es un hecho conocido. La obra de estos autores es inseparable de la ciudad en la que vivieron y sobre la cual escribieron: Balzac y París, Dickens y Londres, Joyce y Dublín, Musil y Viena, etc. Gracias a ellos, estas ciudades nos son familiares, podríamos decir que las conocemos (así nunca hayamos puesto los pies en ellas), que hemos tenido acceso a su espacio y a su espíritu. Nunca he estado en Trieste ni en Estambul, pero he recorrido sus suburbios, sus mercados y sus puertos leyendo a Umberto Saba o a Nazim Hikmet. Por mediación de estos autores, el lector se apropia de una visión de lo no visto (por lejano o por pasado), que no se equipara a la experiencia directa, pero que la sustituye y, llegado el caso, la complementa26.

«Las ciudades existen, no sólo en la geografía, sino en el espíritu», nos recuerda Raúl Porras Barrenechea27. Desde este punto de vista, la literatura las dota —parafraseando a Ribeyro— de una segunda realidad complementaria, mítica, trascendente, sobrenatural. Para Ribeyro, fiel admirador de la literatura francesa, París es, sin duda, la ciudad privilegiada por la literatura:

La literatura sobre las ciudades las dota de una segunda realidad y las convierte en ciudades míticas. Inversamente, la ausencia de esta literatura las empequeñece. Hay ciudades importantes pero que no han inspirado grandes obras literarias y que por ello mismo siguen siendo sólo eso, ciudades importantes [...] Estas ciudades pueden ser centros de interés político, económico, histórico, urbanístico u otros pero, que yo sepa, carecen de plusvalía literaria, no han dado origen al o los escritores que les agreguen la dimensión sobrenatural de la literatura.

París, en este sentido, es una ciudad privilegiada. Su prestigio, a pesar de no ser la metrópoli cultural del mundo, proviene en gran parte de las obras que inspiró a escritores nativos y foráneos [...]

Que estas representaciones sean fidedignas no tiene mucha importancia. Si lo son, poseen a parte de su valor estético uno documental, que satisface el gusto de ciertos lectores por lo concreto y permite a historiadores, sociólogos y economistas estudios tan pronto apasionantes como necios. Pero pueden ser también representaciones equivocadas, tendenciosas o fantasistas. La Habana de Lezama Lima puede ser delirante, la Praga de Kafka onírica y el Bagdad de Las Mil y una Noches fabuloso. Pero es gracias a estos autores o libros que dichos espacios dejan de ser espacios geográficos para convertirse en espacios espirituales, santuarios que sirven de peregrinación y de referencia a la fantasía universal28.

Tras esta reflexión sobre un tema tan universal como son las relaciones entre literatura y ciudad, Ribeyro regresa en su artículo al asunto del que había partido, Ricardo Palma, cuyas Tradiciones Peruanas se acomodan en los lindes difusos que separan y a la vez aúnan historia y literatura, realidad y ficción. Ribeyro atribuye la creación de Lima como espacio espiritual, esto es, la primera fundación literaria de esta ciudad, a ese «viejo socarrón» que fue Ricardo Palma. Desde su punto de vista, la historia y la memoria de los limeños pervivió gracias a la obra del tradicionista, asumiendo la aseveración de un ilustre historiador para quien «Lima fue fundada dos veces, la primera por Francisco Pizarro y la segunda por Ricardo Palma»29.

Ahora bien, recordemos que nuestro objetivo consiste en un recorrido, lo más amplio y exhaustivo posible, por la producción literaria en la que Lima adquiere una función determinante como imagen, escenario, o incluso como personaje central. Por tanto, debemos remontarnos desde el siglo XIX de Palma a la Lima colonial, época en la que encontramos los primeros testimonios en los que la ciudad hace sus primeras apariciones en el espacio de la escritura. En cualquier caso, como veremos en el capítulo dedicado al tradicionista, Palma ha sido considerado fundador literario de la ciudad por ser el primer escritor que crea un corpus literario de entidad en el que Lima pasa a formar parte de la historia literaria. Partiendo de la estética romántica, da vida a la Lima del pasado desde su fundación en un género original y novedoso; y, además, rescata del olvido la ciudad colonial cuya representación literaria hasta el momento había sido más bien escasa. Pero a pesar de esta escasez, nos parece interesante, e incluso necesario para este trabajo, remontarnos a la Colonia y recoger esos primeros balbuceos con los que Lima nace en los espacios de la literatura.

Para empezar este recorrido, apuntamos los siguientes versos de Sebastián Salazar Bondy, como primer interrogante al que trataremos de responder a través de las imágenes que nos brindan los escritores de Lima en el devenir de la historia:

Lima, aire que tienes una leve pátina de moho cortesano,
tiempo que es una cicatriz en la dulce mirada popular,
lámpara antigua que reconozco en las tinieblas,
¿cómo eres?30.

Nada mejor para responder a esta pregunta que regresar a ese tiempo cortesano, abrir la cicatriz del tiempo y penetrar intrépidamente en las tinieblas del pasado.

* * *


*Valero Juan, Eva María: Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito, Edicions de la Universitat de Lleida, 2003 (249 pp.) ISBN: 84-8409-958-X.

Notas

1 Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Madrid, Siruela, 1998, pág. 33.

2 Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible, México, Era, 1968, pág. 83.

3 Ibidem.

4 Aurelio Miró Quesada, Lima, tierra y mar, Lima, Editorial Mejía Baca, 1958, pág. 17.

5 Lima, la horrible es el título del emblemático ensayo de Sebastián Salazar Bondy (Lima, Peisa, 1974), quien da comienzo a su obra con los últimos versos del poema de César Moro «Viaje hacia la noche», recogido en La tortuga ecuestre. Moro apunta al final del poema lugar y fecha, donde encontramos por primera vez el título utilizado por Salazar Bondy: Lima la horrible, 24 de julio o agosto de 1949, firmado César Moro [La tortuga ecuestre].

6 «El medio geográfico y la mayor resistencia de la cultura antigua —escribe José María Arguedas— determinaron, pues, la extrema diferenciación que actualmente existe entre sierra y costa, en el Perú. Nunca fueron en la antigüedad tan distintos ambos mundos. [...] Pero en la actualidad y desde que se intensificó la explotación industrial del país, tales obstáculos no sólo provienen de la naturaleza física del suelo y de la resistencia cultural del indio; provienen también, y en medida mucho más grave de lo que a primera vista parece, del conservadurismo colonial, que en la sierra tiene raíces aún muy profundas, por el mismo hecho de que en esa región la cultura hispánica estuvo rodeada y tuvo que afirmarse y ahondarse más que a través de la lucha». En su libro Formación de una cultura nacional indoamericana, México, Siglo XXI, 1975, pág. 26.

7 Luis Alberto Sánchez, «Panorama cultural del Perú», introducción a la 2ª ed. de su obra La Literatura Peruana, Lima, Ediventas, 1965-66. Publicado en Luis Alberto Sánchez, La vida del siglo, Hugo García Salvattecci (ed.), Venezuela, Ayacucho, 1988, pág. 34.

8 En el libro fundamental del historiador argentino José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, el autor plantea� el proceso centralista de las fundaciones: «No sólo por su gusto remedaba el fundador lo que dejaba en la península. Estaba instruido para que estableciera el sistema político y administrativo de Europa [...] de modo que la nueva ciudad comenzara cuanto antes a funcionar como si fuera una ciudad europea, ignorante de su contorno, indiferente al oscuro mundo subordinado al que se superponía». México, Siglo XXI, 1976, pág. 67.

9 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias Secretas de América, publicado por David Barry en Londres en 1826.

10 Cit. en Juan Manuel Ugarte Elespuru, Lima y lo limeño, Lima, Editorial Universitaria, 1967, pág. 12.

11 En su Pequeña antología de Lima. El río, el puente y la alameda, Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea, 1965, págs. 397-399.

12 Raúl Porras Barrenechea, «Perspectiva y panorama de Lima», La marca del escritor, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pág. 101. Por su valor histórico, merece recordarse como testimonio directo de aquel primer impulso modernizador, el relato del viajero francés Edmundo Cotteau, miembro de la Sociedad de Geografía de París, que llegó a Lima en 1878. En su relato enuncia los adelantos urbanos de la época de Balta, la formación de la colonia china, usos y costumbres de los limeños, etc. Véase Raúl Porras Barrenechea, Pequeña antología de Lima, ed. cit.,págs. 301-306.

13 Peter Elmore, Los muros invisibles. Lima y la modernidad en la novela del siglo XX, Lima, Mosca Azul Editores, 1993, pág. 11.

14 Véase «José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez: Polémica sobre el indigenismo», en José Carlos Rovira (ed.), Identidad cultural y literatura, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert y Comisión V Centenario. Generalitat Valenciana, 1992. Los textos proceden de La polémica del indigenismo, recopilación de Manuel Aquézolo Castro, prólogo y notas de Luis Alberto Sánchez, Lima, Mosca Azul, 1976, págs. 69-100. En esta polémica, Luis Alberto Sánchez advierte la excesiva simplificación de los términos en el discurso de Mariátegui sobre la problemática nacional, y la esterilidad de dicho discurso para la propuesta de soluciones: «Serranos y costeños: así no se divide un país, y mucho menos cuando la sierra misma ofrece diferencias tan marcadas, en sí misma, entre el norte, el sur y el centro y cuando la costa tampoco es la misma, juzgándola por el factor hombre, en Mollendo, Callao o Paita. No, eso es muy sencillo y ... muy viejo [...] oponer como si se tratara de toros, pugilistas, gallos o trenes, el colonialismo y el indigenismo, como lo hace José Carlos Mariátegui; todo ello es simplísimo, retrotrae anticuados hábitos intelectuales» (pág. 114); «¿usted cree que en la oposición de costa y sierra, y en la comunidad indígena está el camino de la solución, y que la comunidad es una organización autóctona?» (pág. 121). La respuesta de Mariátegui es contundente: «¿Cómo puede preguntarse Sánchez si yo reduzco todo el problema peruano a la oposición entre costa y sierra? He constatado la dualidad nacida de la conquista para afirmar la necesidad histórica de resolverla. No es mi ideal el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral» (pág. 123).

15 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, Era, 1996, pág. 185. La cursiva es nuestra.

16 Ángel Rama dilucida la cuestión cuando expone la distinción entre ambos períodos del indigenismo, basada en el esfuerzo de los últimos por subsanar las carencias de sus predecesores. En sus palabras, la tercera generación indigenista, «disponiendo de un conocimiento mucho más amplio de la cultura indígena y apreciándola con fuerte positividad, aportará sin embargo el descubrimiento del «mestizo» y la descripción de su cultura propia, distinta ya de la «india» de que provenía. Este último indigenismo, el que hasta la fecha puede estimarse como el más cabal y mejor documentado, ha sabido realzar el papel central que cabe al «mestizo» en la formación de la tantas veces ambicionada «nacionalidad integrada» peruana...». «Introducción» a José María Arguedas, Formación de una cultura nacional indomaericana, ed. cit., pág. XVI.

17 Antonio Cornejo Polar, La formación de la tradición literaria en el Perú,Lima, Centro de Estudios y Publicaciones, 1989, pág. 15 y 17.

18 Francisco José López Alfonso analiza esta polémica en su artículo «Aproximación al pensamiento estético de Mariátegui», publicado en el libro Pensamiento crítico y crítica de la cultura en Hispanoamérica, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1991, págs. 84-117.

19 Op. cit., pág. 17.

20 «El dualismo quechua-español del Perú, no resuelto aún, hace de la literatura nacional un caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y crecidas sin la intervención de una conquista. Nuestro caso es diverso del de aquellos pueblos de América, donde la misma dualidad no existe o existe en términos inocuos. La individualidad de la literatura argentina, por ejemplo, está en estricto acuerdo con una definición vigorosa de la personalidad nacional», Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, ed. cit., págs. 210-211.

21 Luis Alberto Sánchez, «Panorama cultural del Perú», cit., pág. 44.

22 Antonio Cornejo Polar, en A.A.V.V., Literatura y sociedad en el Perú, I, Lima, Mosca Azul, 1981, pág. 34.

23 Ibidem, pág. 35. Partiendo de este planteamiento, Cornejo centra el que debiera ser objetivo primordial de la crítica peruana contemporánea: «ver de qué manera nuestra literatura pone en funcionamiento [...] dos mundos, y un poco que contempla lo que sucede cuando esos dos mundos se comunican o se atacan mutuamente» (pág. 36).

24 La perspectiva de heterogeneidad cultural americana fue formulada por Antonio Cornejo Polar como recurso teórico frente a los habituales conceptos de mestizaje y transculturación para la definición de las literaturas de Latinoamérica. Véase Antonio Cornejo Polar, «Mestizaje, transculturación, heterogeneidad», en Asedios a la heterogeneidad cultural, José Antonio Mazzotti y Juan Zevallos Aguilar (coord.), Philadelphia, Asociación Internacional de Peruanistas, 1996. Cornejo ve en los conceptos de mestizaje y transculturación la tendencia a la definición de una realidad desproblematizada y armoniosa. Frente a ellos, mediante el concepto de heterogeneidad —como ha explicado José Carlos Rovira— Cornejo «se afincará en una realidad cultural y literaria problematizada y conflictiva, para considerarla centro de cualquier visión que quiera dar cuenta de los procesos y las relaciones de la literatura en el marco de una sociedad concreta. La perspectiva contraria, todo lo que pretenda debilitar el conflicto discursivo (entre literatura hegemónica, literatura popular, literaturas indígenas) será una suerte de mistificación teórica». José Carlos Rovira, «Heterogeneidad y discursos conflictivos», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXV, nº 50, Lima-Hanover, 2º Semestre de 1999, pág. 109.

25 Julio Ramón Ribeyro, «Gracias, viejo socarrón», en su Antología Personal, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, págs. 127-131.

26 Ibidem, pág. 128.

27 Pequeña antología de Lima. El río, el puente y la alameda, ed. cit., pág. 9.

28 «Gracias, viejo socarrón», cit., págs. 128-129. La cursiva es nuestra.

29 Ibidem, pág. 127. Recordemos también la aseveración de Raúl Porras Barrenechea: «La ciudad —ya lo sabéis— la fundaron en colaboración don Francisco Pizarro y don Ricardo Palma». En su Pequeña antología de Lima. El río, el puente y la alameda, ed. cit., pág. 9.

30 Versos del poema de Sebastián Salazar Bondy titulado «Identidad sentimental», sección «Lugar de nacimiento». En su libro Conducta sentimiental, Ediciones Celis Cepero, Bogotá, 1983.


© 2002, Eva Valero Juan
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Para citar este documento:
Valero Juan, Eva Mª: «Hacia una historia literaria de Lima, la Ciudad de los Reyes. Introducción a Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito», en Ciberayllu [en línea]


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