Factores sociales en la revalorización de la coca - 2

Ciberayllu

Enrique Mayer

 
(Continuación...)

El respeto al uso de la coca

En la defensa de la coca de los años 70 y 80 hemos insistido que atentar contra el consumo tradicional de la coca implicaba atacar a la cultura andina en su esencia e integridad. Defendíamos el derecho de la cultura andina a existir como principio fundamental, y no nos deteníamos tanto en lo bueno o lo malo del mismo acto de chacchar coca. Al demostrar que la coca es la planta sagrada de los indios, defenderla implicaba apelar al derecho de libertad de culto. Aunque legítimos, hoy estos argumentos me parecen un poco exagerados ya que conducen a posturas un tanto ridículas. La forma como es sagrada una cosa en una cultura no es la misma en otras, y hacer aparecer a la coca como una cosa similar a objetos muy reverenciados de otras religiones es risible. Sin dejar de ser sagrada, la expresión de la sacralidad de la coca es, sin embargo, diferente a la forma como esto se representa en el mundo católico o se teatraliza en un evento público. La coca prefiere formas de expresión menos dramáticas.

La coca aparece como compañera fiel del hombre y de la mujer del Ande. A la coca se le habla y se le confían los secretos y anhelos más íntimos. Y la coca responde e indica. Ella se comunica con los humanos. La coca puede responder a los anhelos e inquietudes con su sabor. Si es dulce responde afirmativamente a las cuestiones de su interlocutor, si es amarga negativamente o también puede saber ambigua. La coca usada así ayuda a la reflexión, a la ponderación de los dilemas de la vida y a encontrarles salida. Es lo opuesto al escapismo y el hedonismo que el consumidor occidental busca con la cocaína o el crack. La coca no solamente no embrutece, sino que al contrario, genera sabiduría y ayuda a encontrar soluciones ante problemas en los que hay factores desconocidos que necesitan ser esclarecidos. La coca ayuda a resolverlos. Tiene sus misterios, los que se aprenden con la experiencia y con paciencia24. Convence aun al más desconfiado. Los que coquean no necesitan de ayuda psiquiátrica.

He aquí la versión de un muchacho escéptico migrante de la comunidad de Tángor (en la que hice mi primer trabajo de campo en 1969). Vivía en Lima y se dedicaba a la distribución y venta de ropa que sus parientes fabricaban informalmente en el barrio de El Agustino. Había adquirido sus documentos personales en forma ilegal. Regresó a la comunidad para participar en la fiesta de carnaval. Al enterarse de que yo estaba recopilando cuentos sobre la magia de la coca, él me dijo con toda seriedad, que la coca tiene capacidad de «avisar». Había perdido sus documentos y andaba preocupado. Su abuela le miró y dijo que algo andaba mal con él y que iba a consultar la coca. Luego de consultarla dio su veredicto. Dijo que el muchacho estaba enamorado. Y con eso, el joven encontró sus documentos, pues los había dejado debajo del colchón en casa de su enamorada.

La coca, pues, avisa, y se vale de formas misteriosas. Su magia no sólo se expresa en actos importantes como el despacho, o la lectura de la coca en una mesa de curación o en el intercambio simbólico entre ganaderos25. Ella tiene formas sutiles de penetrar al pensamiento y los sentimientos de cada usuario, por lo que es la fiel compañera en el camino y de la vida. Es, como lo dice Catherine Allen, un arraigo y un modo se ser, y por eso una expresión de la identidad de uno. Es una sacralidad íntima, familiar, cotidiana y subjetiva. La coca es la expresión de una religión minimalista. No es la majestuosidad ni el misterio inexplicable que exige acto de fe, ni es el trueno, ni el rayo, ni tampoco el último misterio del universo. La coca es mucho más humilde y tranquila, y allí es donde reside su virtud. No hay grandes visiones, ni bruscos cambios en la sensación del placer. No se vuela con la coca, pero tampoco se llega a los profundos estados de desesperación y depresión que provoca el uso de la cocaína.

Es esto lo que constituye para mí el paradigma digno de aculturación para otros. Me parece que en esta forma de utilizar un estimulante inofensivo, los usuarios del mundo andino han encontrado una forma de ser y actuar en la vida que es digno de difundir al resto de la humanidad. Si algo puede enseñar la coca a la humanidad, es que el chaccheo colectivo, pausado, tranquilo, contemplativo, reflexivo y pensante durante ciertos momentos en la vida cotidiana provee a las personas algunos momentos de reflexión, sabiduría, y calma. Es la calma la que da las pautas para actuar. Y este modelo se deriva no sólo de los procesos bioquímicos de los contenidos activos de la hoja de coca que al interactuar con la cal y la saliva producen reacciones biológicas en el cuerpo y ánimo del usuario, sino también del hecho que en el ritmo cotidiano de actividades se deja tiempo para sentarse, conversar y pensar sobre cosas grandes y chiquitas de la vida con los compañeros. La coca es un gran socializador. Su análogo en el mundo oriental es el yoga, tradición cultural que también ha logrado una difusión mundial.

Propongo por tanto revalorizar la coca en su integridad en el contexto de la cultura que la creó y la usa. Esto implica aceptar la validez de la cultura andina, e implica aceptar y reconocer que en las prácticas del más humilde de sus representantes, (el runa coquero), en las que tuvo que refugiarse esta cultura en quinientos años de persecución, se encuentran los gérmenes de modelos viables e importantes para ser adoptados y utilizados por el resto de la humanidad.

Apropiación indebida

La pregunta sobre la autenticidad de la revalorización de la coca es importante, pues en cierto sentido, se están creando situaciones culturales artificiales (como, por ejemplo la introducción del uso de la coca a grupos que antes no lo usaban). Si una innovación pega, aunque parezca inusitado y poco auténtico en un primer momento, será la «onda» en otro, y poco después se convertirá en la genuina tradición que antes no existía. Esto es parte de la creatividad cultural humana. Los trabajos de los historiadores Eric Hobsbawm y Terence Ranger26 han demostrado cómo, lo que la gente cree ser las más férreas tradiciones, fueron arbitrariamente inventadas en algún momento. Los autores describen graciosas ceremonias inventadas por los colonos ingleses de la India que, de un año al otro, se convirtieron en «tradiciones inventadas». Un ejemplo contundente es el Inti Raymi del Cusco actual. Ese festival es una creación de intelectuales Cusqueños de los años 194027 que, poco a poco, ha ido adquiriendo mayor «tradición» y «autenticidad». Aun así la coca no figuraba en las representaciones del incanato hasta el año de 1993 en el que se introdujo la coca en el escenario y la dramatización.

Lo mismo sucede con el coqueo y las costumbres asociadas. Ahora que se busca extender el ámbito de los que las puedan practicar, se entra en el terreno de extender, modificar y cambiar los alcances de una tradición en nombre de salvaguardar esa misma tradición. Por supuesto, también se corre el peligro de crear algo espurio. De inmediato surgirán acusaciones y contra-acusaciones de que lo propuesto es una genuina o una falsa representación de dicha tradición28. Quedará la revalorización que se imponga como la más apropiada y la que parezca a sus cultores ser la más genuina en el contexto dado.

La valoración de un proceso cultural es reconocer lo que tiene valor en su contexto debido, en su forma y en la integridad de las intenciones. Valorar la tradición andina del curanderismo es, por ejemplo, reconocer que la tradición existe y tiene sus propios méritos y valores. Extender dicha tradición hacia clientes de otras culturas puede también ser valioso29. Pero puede llegar el momento en el que se toman algunos aspectos externos y desligados a la tradición entera, para ser usados con otras intenciones. Pongamos como ejemplo la lectura de la coca, que forma parte de las ceremonias de curación30. Si para promover el turismo, alguien se pondría a leer la coca a la hora de los cocteles en el lobby de un hotel elegante para entretener a turistas, podría tratarse de una apropiación indebida de esa tradición.

Defino la apropiación como la extracción de algún aspecto de una cultura para utilizarlo en contextos ajenos y para fines enteramente diferentes para los que fue creado. El proceso de apropiación cultural es uno de los factores en las tensas relaciones de dominación, dependencia, roce e imperialismo que existen entre las culturas. En la apropiación cultural hay una especie de robo o plagio de la esencia de una cultura por agentes de otra. Una de las culturas termina enriquecida, mientras que la otra aparece usada o abusada.

Es por la apropiación de un alcaloide de la coca ajeno a la integridad de la planta y su uso en la cultura andina, que hay una apropiación indebida de la coca por el mundo occidental. Desinteresados en conocer o aplicar cómo los seres humanos usan la hoja de coca, e indiferentes a las funestas consecuencias del tráfico de esta sustancia, los narcotraficantes son verdaderos agentes de una apropiación cultural indebida. Su motivación es tan sólo por su adicción al lucro (la mayoría de los famosos narcos colombianos no usan la cocaína que ellos tan acuciosamente venden). Los peruanos, bolivianos y miembros del mundo andino que se prestan para estos procesos de apropiación son culpables de lo que sólo se puede describir como una prostitución, pues permiten que recursos propios de su país y su cultura íntima y privada sean utilizados indebidamente. Vale la analogía.

En el contexto del segundo Forum internacional por la revalorización de la hoja de coca llevado a cabo en la ciudad del Cusco en Julio de 1993, cabría preguntarse seriamente si los procesos de revalorización de la coca que propugnamos no tienen cierto vicio de hipocresía. Creo que habría hipocresía si los que están presentes para valorar la coca no se manifiestan al mismo tiempo con un profundo compromiso de lucha contra el narcotráfico que es el que prostituye los usos genuinos y legítimos de esa coca que buscamos revalorizar. Si no lo hacemos, seremos tildados de crear cortinas de humo y defensas culturales para proteger un narcotráfico vergonzoso. Debemos recusar las formas en las que nuestros argumentos presten algún apoyo al narcotráfico. Tenemos que estar claramente conscientes en qué forma nuestros intentos de revalorización de la hoja de coca en su integridad constituyen una contribución constructiva a la lucha contra el narcotráfico.

A la hora de revalorizar, tenemos que decidir claramente, qué es lo que nosotros queremos verdaderamente exportar. ¿Es nuestra cultura (y, dentro de ella, una forma legítima de gozar de un producto natural)? ¿O estamos interesados en exportar meramente una sustancia química? Si la respuesta va por la segunda, entonces nuevamente habríamos permitido que agentes exteriores se apropien de algo valioso de nuestra cultura y los que tácita o abiertamente habríamos participado en ese proceso hemos deshonrado a la cultura andina que creó un uso legítimo de la coca.

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Notas

  1. ver Anthony Henman Mamacoca El Ancora, La Oveja Negra, Bogotá, Colombia.
  2. ver Sergio Quijada Jara «La coca en las costumbres del hombre del agro andino» Perú Indígena X, 23 . 1963, y La coca en las costumbres indígenas , Imprenta Ríos, Huancayo, 1982 (1955).
  3. Eric Hobsbawm and Terence Ranger Invented Traditions, Cambridge.
  4. José Luis Rénique, Los Sueños de la Sierra: Cusco en el Siglo XX, Lima, CEPES (Centro Peruano de Estudios Sociales 1991.
  5. ¿Será más autentico el Inti Raymi ahora que la coca tiene un papel que jugar en las representaciones?
  6. El curandero mochano Eduardo Calderón, conocido como El Tuno, ha organizado sesiones de curación para turistas que se llevan a cabo cerca de las místicas lineas de Nazca.
  7. ver Percy Paz Flores, el experto de la lectura de hojas de coca en «Cosmovisión andina y uso de la coca» en Instituto Indigenista Interamericano, La coca, tradición, rito, identidad, pp. 232-381.

Comentario privado al autor: © Enrique Mayer, 2000, enrique.mayer@yale.edu
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