Drácula y los doce mil gitanos

[Ciberayllu]

Domingo Martínez Castilla

Segunda parte

 

Los roma

Romaní, romanichel, romanes, rom, roma: palabras que hoy se usan para designar étnicamente a muchos grupos gitanos y a sus hoy diversas lenguas, son una muestra de que ni siquiera en su denominación existe consenso. Hay gitanos vlach, kalderash, ursari; los hay andaluces, y otros que a veces se confunden con los peripatéticos tinkers de las islas británicas; hay sinti alemanes; finlandeses, cristianos, musulmanes; hay gitanos que no hablan romanes para nada, como muchos de los que viven en Hungría, y otros que han creado lenguas prestándose ya sea el vocabulario o la gramática locales. Hay gitanos que con los siglos han perdido el color moreno y los ojos grandes que trajeron de la India. A pesar de todas esas diferencias y discrepancias, a pesar de muchos gitanos que creen que otros gitanos no debieran llamarse gitanos, hay muchas cosas que los unen. En la mayor reunión anual de gitanos de todo el mundo, se juntan, miles de ellos, en una peregrinación anual a Saintes-Maries-de-la-Mer, pequeño balneario de la Camarga francesa, donde intercambian tradiciones, hacen música, adivinan la suerte a los curiosos gadyé (sí, es cierto que entre ellos no se suelen adivinar la suerte), buscan parejas, y honran a Sara la Kali (la oscura, a quien los gitanos han hecho su santa patrona), mujer de origen egipcio que —de acuerdo a la leyenda— salvó a María Salomé y María Cleofás, madres de apóstoles que habían sido deportadas de Palestina en un bote a la deriva. Sara apareció en el mar, en una balsa, ayudándolas a llegar a lo que es hoy la Costa Azul, desde donde predicaron el evangelio con la ayuda de la misteriosa egipcia.

Es probablemente imposible encontrar una definición universal de «lo gitano», porque siempre se encontrará gitanos que no se ajusten a ella, pero que son sin embargo claramente gitanos. Una característica universal es su increíble capacidad de adaptarse a los más diversos medios, siempre hostiles y discriminatorios, manteniendo en todo momento una fuerte lealtad a la propia cultura, al clan, pero siempre en tiempo presente, y siempre a la defensiva. Los gitanos temen, como todo grupo discriminado, pero ese temor se lo guardan frente a los gadyé, y su mejor defensa es en muchos casos fortalecer las leyendas y los mitos que acerca de ellos existen, así como inventar nuevas historias. Por ejemplo, son muy pocos los gadyé que conocen el idioma, o incluso los verdaderos nombres de los gitanos. En muchos casos, los niños reciben tres nombres: uno para los documentos de identidad del país donde viven; otro para los otros gitanos; y uno tercero, que la madre musita al oído del recién nacido, que es un talismán para protegerlo contra todo mal. La frecuencia de ceremonias secretas para protegerse contra el mal, es una muestra clara del temor permanente en que vive la sociedad gitana.

Algunas de las creencias gitanas, muy pocas, son casi universales, como el temor de los hombres gitanos a la contaminación (marimé) por contacto con gadyé o con mujeres en los periodos impuros de la menstruación y el nacimiento, pues la sangre ajena no se debe tocar, ni siquiera mirar. O también el temor a los espíritus de los muertos que, si han sido maltratados, podrían acosarlos, a veces tomando la forma de vampiros humanos.

Por otro lado, el temor colectivo más grande es la desaparición del clan, que es la vida misma. Para evitarlo, se incentiva constante, permanentemente, todo aquello que refuerce la lealtad o que impida que el clan pierda miembros. Los varones gitanos rara vez interactúan con mujeres gadyé, y mantienen su contacto con los varones no gitanos al mínimo requerido para realizar intercambios comerciales, mientras que las mujeres gitanas —especialmente Kalderash— son mucho más visibles en las ciudades europeas y americanas, porque a ellas —ya impuras— les corresponde mucho de los contactos con los gadyé.

Durante más de cinco siglos, los gobiernos de los países europeos han entendido que esta lealtad hacia el clan y la propia cultura es lo que ha mantenido a los gitanos como distintos, y por lo tanto la han tratado de destruir.

Prohibido ser gitano

Como un ejemplo de esta persecución, sólo uno entre muchísimos, la historia de los gitanos en España es bastante ilustrativa.

La primera indicación de gitanos españoles es un salvoconducto de enero de 1425, otorgado en Zaragoza por Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, a favor de «Don Johan de Egipte Menor»; Tomás, conde de Egipto Menor, recibió otro salvoconducto poco tiempo después. Las crónicas indican que gitanos llegan a Barcelona en 1447, desde Francia. En Andalucía, lugar hoy paradigmático de los gitanos españoles, el primer registro histórico es el de la llegada, de Tomás (probablemente el mismo grupo de treinta años antes) y Martín, «Condes de Egipto Menor», quienes fueron recibidos en Jaén en 1462 y agasajados estupendamente por el conde Miguel Lucas de Iranzo, que ocho años después volvería a recibir, en su sede de Andújar, al Conde Jacobo de Egipto Menor y a su esposa Loysa. Cada uno de estos nómades venía acompañado por entre 50 y 200 personas.

Ya estaban establecidos en Andalucía durante las guerras de reconquista contra los moros, y probablemente ayudaban a los dos contrincantes, dependiendo de a qué lado iba la marea durante los diez años del sitio de Granada. La persecución empieza muy temprano, en 1499: Fernando e Isabel, los reyes católicos, ordenan que en sesenta días todos los gitanos abandonen su vida nómada y se establezcan permanentemente; muchos lo hicieron; quizá de esa época daten algunas de las que hasta hoy son las gitanerías, como la de las famosas cuevas granadinas del Sacro Monte, que se han convertido en lugares turísticos y en semilleros de genios de la música y de la danza flamencas.

Durante los Felipes, las leyes se hacen más severas (no sólo en España, sino en Francia, Alemania e Italia). Felipe III, en 1619, afirmó que los gitanos no eran una nación, sino un grupo de gente viciosa extraída de lo peor de la sociedad de España, por lo que les prohíbe usar sus nombres, sus vestidos y su lenguaje, bajo pena de exilio, que en muchos casos derivó en migración forzada hacia la América española. Felipe IV (1633) va más allá, y prohíbe el matrimonio entre gitanos. En 1783 se les prohibió llevar a cabo todas sus actividades tradicionales (por ejemplo, no podían poseer yeguas de cría). Por supuesto que ninguna de estas medidas tuvo las consecuencias esperadas, salvo el infligir sufrimiento, uno más, a este pueblo peculiarmente duro para el castigo

No fueron muy diferentes las cosas en el resto de Europa, donde aparecían por todas partes leyes específica e inconfundiblemente dirigidas a los gitanos, por las que se les ofrecían las «alternativas» de asimilarse, ser expulsados, o ser eliminados, no necesariamente en ese orden. Nunca fue posible ejecutar plenamente tanto edicto, ora por el interés de alguna gente en los servicios de los gitanos, ora por la habilidad de los perseguidos de estar siempre un paso delante de sus cazadores, ora por la repugnancia que casi siempre provoca el genocidio o, finalmente, porque no había gobierno que tuviera los recursos para imponer sus propias y exageradas leyes. Sin embargo, no eran infrecuentes flagelamientos públicos, marcaciones con hierros candentes, secuestro de niños gitanos para darles educación cristiana (crueldad que se ha repetido hasta nuestros días, con muchos de los niños regresando a sus clanes a la primera oportunidad), y algunas veces ejecuciones legales sin ninguna otra causa que la forma de vida del acusado. Los gitanos aprendieron así a frecuentar las fronteras, las zonas boscosas, cualquier lugar que no fuera de mayor interés para los gobiernos o los señores, y a aceptar las reglas, religiones y exigencias de los gadyé, siempre y cuando no alteraran totalmente su cultura ni rompieran la unidad del clan. Poco a poco, muchos grupos gitanos se asentaron permanentemente, principalmente en España y en los Balcanes. De esa forma, casi siempre lograban capear los temporales.

Casi siempre. Durante las primeras décadas del siglo que ahora acaba, la presión en contra de los gitanos se hizo cada vez más dura. El gobierno prusiano de 1906 emitió una ordenanza para «combatir la molestia gitana», en cuyo texto se detallan varios acuerdos bilaterales con la mayor parte de países de Europa central, específicamente diseñados a combatir la forma de vida de los gitanos. A diferencia de las crueles, pero poco efectivas, medidas de los siglos anteriores, ahora se trataba de imponer medidas más acordes con la Europa del siglo veinte; más «políticamente correctas», diríamos hoy en día. Aquí y allá el objetivo principal es la sedentarización de los grupos errantes, con la que todo el mundo, gobiernos y personas, parecen estar de acuerdo... siempre y cuando tales asentamientos estén lejos. Esto, obviamente, hace imposible que tales campañas tengan éxito, y la «solución» no es tal.

Los alemanes, siempre tan bien organizados, se destacan en su afán de «inventariar» a los gitanos. En Bavaria, con el fin de ayudar a la policía a erradicar la «plaga gitana», un tal Dillman elaboró en 1905 un Libro Gitano: más de 3,000 gitanos son identificados en esa lista negra, que fue luego creciendo con la colaboración de otros gobiernos teutones. La alternativa que se daba a los gitanos era la sedentarización. Pero poco a poco, ya ni siquiera esto bastaba. El gobierno bávaro empezó a ajustar más las clavijas, autorizando en 1926 que por razones de seguridad, se enviara a trabajos forzados, hasta por dos años, a los gitanos que no pudieran demostrar tener trabajos estables, sin importar si eran nómadas o no. La república de Weimar, preparando el terreno para los nazis, hizo extensivas estas medidas para toda Alemania. En diversas medidas y niveles, el ejemplo cundió. En Francia e Inglaterra también se hicieron censos de gitanos. En la perfecta Suiza, entre 1926 y 1973 se secuestraron legalmente por lo menos 600 niños gitanos para que se les educara en casas gadyé: hasta los nombres les quitaron. Pero los gitanos lograban adaptarse, y la mayoría, casi siempre, se las arreglaba para sortear el temporal, ya sea mudándose, ya sea haciéndose temporalmente invisibles.

O Porraimos

Casi siempre. Hasta que llegó la brutal eficiencia del aparato nazi. Al igual que los judíos, los gitanos fueron calificados como una raza foránea que atentaba contra la pureza racial germánica. En 1937, usando como base las listas consolidadas por el gobierno bávaro y luego por la república de Weimar, el Centro de Investigación para Higiene Racial y Biología Poblacional empezó a analizar a los gitanos, tratando de establecer correlaciones entre genética y criminalidad, con el enfermizo nivel de detalle característico de la «ciencia» nazi. Las recomendaciones emitidas por los investigadores eran simples: campos de concentración, para hacerlos trabajar e impedir que se sigan reproduciendo. Estas medidas estaban especialmente destinadas a los «mestizos» gitanos que, de acuerdo a los «estudios», eran los peores criminales y los más ociosos. El instituto indicaba que sólo un 10 por ciento de los gitanos eran «puros», justificando así la persecución del 90 por ciento restante.

En julio de 1938 se dieron los últimos detalles a los planes para la Endloesung, o «solución final» nazi. Y en 1941 se decidió el exterminio de judíos y gitanos. Auschwitz, Treblinka, Dachau, Dieselstrasse, Mahrzan, Vennhausen, y muchos otros campos de exterminio, en Alemania y en los territorios ocupados, tenían pabellones especiales para los gitanos. Nadie sabe cuántos murieron, porque la historia oficial ha preferido ignorar el porraimos de los roma, habiéndose concentrado en el holocausto judío, pero se acepta un rango entre medio millón y millón y medio de gitanos exterminados entre 1937 y 1944. Sólo en Auschwitz-Birkenau murieron más de veinte mil gitanos. Y en un sólo día, el 3 de agosto de 1944, los últimos 2897 habitantes de las barracas gitanas de Auschwitz, incluyendo mujeres y niños, dejaron para siempre de cantar y darse entusiasmo.

El exterminio no se dio únicamente en los campos de concentración más conocidos, sino por todos los lugares dominados por los nazis y sus colaboradores. De los ocho mil gitanos de Bohemia y Moravia, sólo 600 sobrevivieron. En los Balcanes, las milicias fascistas croatas de la Ustasha llegaron a escandalizar a los propios nazis con su brutalidad al exterminar a todos los grupos no cristianos, ufanándose en 1942 de haber ya resuelto en Serbia los «problemas» judío y gitano.

Hoy, más de cincuenta años más tarde, el exterminio gitano durante los terribles años del nazismo europeo está recién empezando a divulgarse. Pero pareciera ser sólo de la boca para afuera, sin que tal reconocimiento se traduzca, por ejemplo, en reparaciones económicas como las que están recibiendo otros sobrevivientes del holocausto.

Bandera romani

 

La diáspora continúa

Para quienes no somos periodistas, el presente es siempre difícil de relatar, porque no es aún historia, porque está ahí, con rostros vivos, risas que aún resuenan, lágrimas frescas y cadáveres aún tibios. Las cosas no son mejores para muchos gitanos de hoy. Como sucede cada vez que hay grandes cambios políticos y sociales, las minorías suelen pagar los platos rotos, a pesar del esfuerzo que siempre hacen para mantener un perfil bajo mientras los grupos mayoritarios se enfrentan y reacomodan. Los gitanos de Europa oriental y de los Balcanes están hoy mismo soportando una ola de hostilidad racista y étnica como pocas veces en el pasado, pues los grandes cambios se suelen dar al mismo tiempo que el desgobierno: a veces como consecuencia de éste, y otras causándolo. Los rearreglos de fronteras en los Balcanes han producido efectos similares a los de los países cuyos gobiernos fueron aplastados por la caída del muro de Berlín.

Por ejemplo, en lo que fue Checoslovaquia, muchos gitanos se han quedado sin nacionalidad, porque ni la república checa ni la eslovaca los reconocen como propios, a pesar de haber vivido en esas tierras por generaciones; esto ha provocado un gran movimiento de gente hacia otros países, particularmente Canadá, que sólo durante 1997 recibió más de 700 gitanos checos, enviados allá con engaños por los gobiernos locales, que hasta les pagaban el pasaje (sólo de ida) para que se fueran; como consecuencia de esto, Canadá ha pasado a exigir visas para visitantes checos.

En Hungría, una encuesta reciente (enero de 1998) indica que más del 50 por ciento de la población no quiere a los roma, por lo que son comunes los abusos policiales y más comunes aún los ataques por grupos racistas, que también se dan en el resto de Europa, incluyendo a España, Francia y Alemania.

En Rumanía, los numerosos gitanos tuvieron que sobrevivir la brutalidad racista del gobierno de Ceausescu, bajo cuyo gobierno se establecieron esos terribles orfanatos que tenían una proporción altísima de niños gitanos; a pesar de haber sido derrotado, el gobierno «socialista» ha dejado en la gente un profundo sentimiento anti-gitano, que se manifiesta de múltiples formas, incluyendo saqueos de los negocios de algunos gitanos que lograron rápidos éxitos económicos con la liberalización de la economía.

Y si bien en la Yugoslavia de Tito los gitanos lograron ser reconocidos como una minoría nacional con los mismos derechos de croatas, albaneses, macedonios, etc., todo esto ha quedado atrás, y están ahora entre los perdedores absolutos del reordenamiento balcánico.

Miles de gitanos emigran hoy en día, llenando campos de refugiados en Alemania (sólo en Berlín hay más de veinte mil refugiados de Bosnia, probablemente la mitad de ellos roma), Austria, Inglaterra, los países escandinavos. La lista de atentados racistas y abusos policiales contra gitanos es interminable y cubre toda Europa, desde España hasta Rusia. Y son gitanos muchos de los niños de la calle, en Belgrado, en Tirana, en Bucarest, adictos a los pegamentos industriales como en casi todas las grandes ciudades pobres del mundo.

Ayer, cuatro de julio de 1998, un gitano fue atacado por skinheads, primero con tacos de billar, y luego apuñalado gravemente, en Pisek, pequeña ciudad al sur de la Bohemia checa, y a escasos kilómetros de donde se encontraba el campo de concentración de Lety, establecido por los checos sólo para gitanos, desde donde éstos fueron posteriormente enviados a los campos de concentración nazis.

Conclusión

No la hay. Los gitanos siguen enfrentando los problemas que siempre han enfrentado, atrapados entre el derecho no reconocido que tienen a ser distintos, y la imposibilidad de encontrar suficientes oportunidades que les permitan sobrevivir decentemente. Como muchos grupos discriminados, la mayoría sólo encuentra aceptación donde siempre la encontraron: la música, los trabajos más duros que por lo general nadie más quiere hacer, el baile, los circos, los espectáculos callejeros, la quiromancia y la cartomancia, o la compra-venta de autos, que ya no de caballos. Si no hay lugar ni siquiera para esas cosas, el crimen de poca monta, que es la excusa universal para seguirlos discriminando. Y cuando hay gitanos que tienen éxito económico, el racismo franco y el abuso de la mayoría.

Pueblo especial, no cabe duda. Gente especial, que sigue sonriendo y viviendo donde la dejen vivir.

Escudo romaniEscudo romaniEscudo romani

Comentario privado al autor: © Domingo Martínez Castilla, 1998
Comente en la plaza de Ciberayllu.
Ciberayllu


Algunas fuentes de información:

Angus Fraser
The Gypsies
Blackwell, Oxford, 1992

Isabel Fonseca
Bury Me Standing. The Gypsies and Their Journey
Vintage, New York, 1995

Bertha Quintana & Lois Gray Floyd
¡Qué gitano! Gypsies of Southern Spain
Holt, Rinehart and Winston, Inc., New York, 1972

En la Internet:

Más ensayos en Ciberayllu


Para citar de este documento:
Mart�nez Castilla, Domingo : «Dr�cula y los doce mil gitanos», parte 2, en Ciberayllu [en l�nea], julio 1998


980712