Conversación con Leonardo Padura Fuentes
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[Ciberayllu]

Stephen Clark

 

(Continuación)

SC: Hablando de estas mismas novelas y también de tus cuentos, lo que veo es que muchos de los personajes, los protagonistas sobre todo, son personas que se sienten defraudadas y desilusionadas; se preguntan si sus vidas no han sido malgastadas y están buscando huir de su situación actual a través del exilio, el suicidio, el abandono de su trabajo, etc. ¿Estás tratando de representar la condición humana en sí o de captar el estado anímico del cubano medio a estas alturas del proceso revolucionario?

LP: Creo que hay de las dos cosas. De alguna manera, mi forma de ver la vida a través de la literatura (que no es siempre la misma en que la veo desde otras manifestaciones) es muy cercana a las visiones existencialistas. Incluso en una novela como Máscaras verás toda una reflexión sobre el existencialismo y una cercanía a las filosofías existencialistas. Y todas esas actitudes de todas esas personas están muy a tono con esa tradición cultural y literaria. Pero también hay una presión de un sentimiento generacional del cual yo afortunadamente he tenido la posibilidad de descartar en alguna medida. No me considero para nada, afortunadamente, una persona que se haya frustrado, una persona que se haya decepcionado porque gracias a la literatura he podido expresarme, he podido trabajar, he podido organizar mi vida y eso para mí ha sido el premio mayor que he podido tener en la literatura.

Pero sí, desde la primera novela hay una visión de desencanto sobre todo entre el Conde y su grupo de amigos. Y curiosamente el único que se salva de alguna manera es El Flaco Carlos, y se salva por una razón muy humana. Él es el que realmente está muy jodido. Está en una silla de ruedas en un estadio irreversible, pero ese hombre tiene que atarse a algo en la vida para seguir viviendo. Y por eso es el único que ve con un poco de optimismo la vida. Eso es muy típico de las personas hipocondríacas. Mientas no están enfermos siempre piensan que están enfermos. Y cuando están enfermos dicen que no, que no están enfermos, que están saludables, que no pasa nada. Y ése es un poco el juego entre Carlos y el resto de los amigos. Pero fundamentalmente es la visión de una generación que no participó de la épica revolucionaria y como la llama en algún momento un personaje de la novela, «una generación de mandados», o «la generación escondida». Andrés, en Paisaje de otoño, por ejemplo, se queja de haber sido un eterno mandado, de haber tenido que obedecer desde que nació hasta que era adulto. Y esto sí es una sensación que creo que mi generación ha sufrido mucho.

SC: Al principio de esa novela, y de las otras, haces una aclaración en la cual dices que estos personajes son producto de tu imaginación, pero que se parecen bastante a la realidad. A primera vista esto parece un poco contradictorio. ¿Podrías explicar tu insistencia en hacer esta aclaración? Un lector no familiarizado con el panorama literario actual de Cuba podría suponer que haces esto para no meterte en problemas con las autoridades.

LP: Ésa es una de las respuestas posibles y una de las respuestas reales que tiene esa nota aclaratoria. Me estoy refiriendo a una cosa que se parece mucho a la realidad pero no es la realidad. Y sobre todo lo hago por el personaje de Mario Conde. El personaje de Mario Conde es un policía casi imposible en los órganos policiales cubanos. Incluso las referencias a las instituciones y organizaciones policíacas que aparecen en estos libros, en todos los casos, están nombradas con nombres ficticios. La Central de Policía no existe. No hay ninguna Central de Policía en Cuba. Los investigadores que investigan a los policías tienen un nombre en las novelas que ahora no recuerdo exactamente. También es un nombre inventado. Y también digo en una de las novelas que Mario Conde es un policía de la literatura, no un policía de la realidad. Ésa es la primera respuesta posible. Y la segunda es que a veces uno juega con el lector diciéndole créeme o no me creas, y el juego empieza a ponerse serio. Estos personajes, que son personajes de ficción, de pronto se han empezado a convertir en personajes de la realidad. Y Mario Conde se va convirtiendo cada vez más en una referencia para muchos lectores. Y me hablan de Mario Conde como alguien que existe. Se preocupan por el destino de Mario Conde. Me preguntan si, en esta última novela, El Flaco Carlos se muere o no se muere, y qué va a pasar con Andrés y el Conejo, si se casa, o qué pasa con Tamara. Y de pronto los personajes empezaron a irse de la ficción y crear su propia realidad dentro de la ficción. Y eso tiene mucho que ver por supuesto con el desarrollo de la serie y tiene mucho que ver con algo que a veces uno no se imagina ni valora: y es hasta qué punto la estética de la telenovela pertenece a la forma de ver la cultura de las sociedades latinoamericanas. No por gusto somos los grandes creadores de culebrones y de telenovelas, los mexicanos, los cubanos, los colombianos, los brasileños, los venezolanos, los argentinos. Y tiene mucho que ver con una manera de ver la vida y de ver la cultura. Y, de pronto, estos personajes se convierten un poco en personajes de telenovela, de los cuales uno va conociendo su vida y quiere saber su destino final. Entonces, lo que empieza siendo un juego, empieza a ponerse serio. Y a medida que estos personajes se van alejando de uno, van entrando en su propia realidad que la gente les va creando también.

SC: Cambiando un poco de tema, me gustaría hablar de tus reflexiones sobre el exilio cubano. En Paisaje de otoño y otros textos pintas la experiencia del exilio como una de tanta decepción o desilusión como la experiencia de vivir en la Cuba contemporánea. ¿Podrías hablar un poco sobre eso?

LP: Si la guerra de Angola no fue un trauma para la conciencia cubana, el exilio sí lo ha sido. El exilio comienza en el año 1959, es decir, un nuevo exilio. Porque en el ‘59 terminó el exilio de las personas que estaban en contra de Batista o que simplemente no querían vivir en la Cuba de Batista y que habían ido a vivir afuera y que empiezan a regresar a Cuba. La vida cubana ha estado marcado por los exilios. Si te digo que los dos grandes poetas cubanos del siglo XIX, que son José María Heredia y José Martí, vivieron la mayor parte de su tiempo en el exilio, eso te da una medida de hasta qué punto, desde la fundación de la cultura cubana, el exilio es una constante. El hombre que de alguna manera resume la forma de pensar y de proyectarse de los cubanos a principios del siglo XIX es Luis Varela, que vive casi toda su vida en los Estados Unidos. Y así Cirilo Villaverde, el gran novelista cubano del siglo XIX, vive casi toda su vida fuera de Cuba. El exilio ha sido una constante en la vida de mi país. En estos últimos años el exilio ha sido mucho más masivo y ha sido mucho más amplio porque han estado involucradas en él distintas capas de la población, no solamente los intelectuales, no solamente los políticos, sino muchísimas personas, por razones económicas fundamentalmente. Es una experiencia que ha tocado a todas las familias cubanas. Ha sido como la presencia de algo que siempre está o que siempre puede llegar. Y ha tenido momentos en que se ha vuelto algo bastante álgido. El éxodo por el Mariel en el año 80 fue un momento muy duro. Y hubo otros momentos en que se ha convertido en un problema nacional, como en el año ‘94 cuando la crisis de los balseros.

Pero en general lo que ha ocurrido es que todas las familias, prácticamente, tienen a alguien en el exilio, y ha sido un exilio que se ha caracterizado por la sensación, que es una sensación real, del regreso imposible. Todos los exiliados piensan en los límites de su regreso, y el cubano, cuando sale, ya va pensando que ese regreso es imposible, que es un exilio definitivo. Y eso le da un carácter mucho más dramático, mucho más terrible, al exilio cubano. Luego he tenido la suerte de pasar tres veces por Miami, de ver cómo viven los exiliados cubanos. Creo que sería incapaz todavía de escribir con profundidad sobre la vida de los exiliados cubanos, porque necesitaría tal vez un conocimiento mucho más profundo, pero tengo allá mucha familia y muchos amigos con los que converso mucho cuando estoy allí. Y evidentemente es una situación que aparentemente es muy satisfactoria para ellos porque económicamente van triunfando y van resolviendo sus problemas materiales, a diferencia de los exiliados mexicanos, que tienen que entrar por la frontera y que son terriblemente explotados, los salvadoreños, los dominicanos, los haitianos. Hay gente que, como emigrados, llega a Estados Unidos en unas condiciones terribles. Los cubanos tienen una situación favorable y ventajosa porque tienen toda una serie de condiciones y de leyes que los protegen y, además, una comunidad, sobre todo la asentada en Miami, muy fuerte económicamente y que políticamente siempre está buscando adeptos. Esto crea una serie de espacios posibles para que la gente se pueda insertar económicamente allí y materialmente resuelven sus problemas.

Pero en el sentido cultural, en el sentido psicológico, en el sentido vital, es una gran frustración. La mayoría de los cubanos que ya son un poco mayores cuando llegan a los Estados Unidos, nunca aprenden a hablar inglés. Se refugian en el español como una forma de resistencia y en realidad más que una resistencia es una defensa lo que están haciendo. Se están defendiendo ellos mismos como individuos por el miedo que tienen de acercarse a la otra cultura. Eso por un lado. Y por el otro, está esa sensación de que están en un lugar que no les pertenece, y por eso han tratado de reproducir en Miami la vida cubana de alguna manera. Yo estuve en Los Ángeles hace tres o cuatro años, en el Valle de San Fernando, y me encontré que ésa no era una sensación exclusiva a los cubanos. Tú entras en el Valle de San Fernando y estás en una ciudad mexicana. Es una cosa que era para mí alucinante. Me dije, «Esto no es Los Ángeles, estoy metido en México», porque la geografía, la tierra, los olores, son los mismos que en las ciudades del norte de México. Entonces es como si estuvieras en México. Pero en Miami la cosa va incluso más allá. En Miami existen olores, tradiciones, costumbres, que en Cuba se han perdido. El olor del pan con bistec, que en Cuba ya no existe, existe en Miami. Determinadas celebraciones, determinadas formas de comportarse que acá se han perdido, existen en Miami. Ha sido como un reservorio de la cultura. Y eso también es una defensa de los exiliados.

Por último, está ya el tercer paso, que creo que es el más dramático de todos, cuando los que se fueron pequeños de Cuba o los que nacieron en los Estados Unidos comienzan a separarse de la cultura cubana y comienzan a ser unos seres un poco indefinidos. Son los que se llaman los «cubano-americanos» en términos académicos. Son personas que a veces escriben en español, a veces escriben en inglés, o hablan en español o hablan en inglés, pero que están a medio camino en todo. Para ellos Cuba es un mito que está en la memoria y su vida real es la vida norteamericana. Del lado de acá, mientras tanto, la vida en los Estados Unidos a pesar de que la propaganda oficial la fustiga muy duramente, se ha convertido en el jauja que está en la mente de muchos cubanos. Y es lógico. En Cuba tener un automóvil es una de las cosas más difíciles que te puedas imaginar. Todos los cubanos que llegan a los Estados Unidos tienen un automóvil a los seis, siete meses porque es una cosa, más que normal, necesaria. Es como comprarse unos zapatos o unos pantalones. Para vivir en Miami tienes que tener un automóvil, aunque sea un modelo del año ochenta, que se le caen las puertas, pero tienes que tener automóvil. Y lo fotografías de la parte que no se le caen las puertas y parece un auto magnífico. Entonces la gente en Cuba mitifica mucho la vida del cubano de los Estados Unidos. Y he comprobado con la casi absoluta mayoría de los cubanos que llegan allá o que van de visita, que uno de los grandes mitos que hay es el de la Calle Ocho —ya sea los carnavales de la Calle Ocho, la alegría de la Calle Ocho—. Y cuando llegan se encuentran que eso no existe. La Calle Ocho es nada. Esa diferencia entre lo real y lo posible marca mucho las condiciones de ese exilio que se va fraguando en la mente de la gente. Lo que sí es indiscutible, como te decía desde el principio, es que ha sido un trauma nacional del cual no hemos salido y no vamos a salir en mucho tiempo, y que ojalá ese trauma se resuelva en los años futuros de la mejor manera para la cultura, para la política y para la vida cubana en general, porque una Cuba diferente, nueva —como decía Martí, con todo y para el bien de todos— hay que hacerla también con los cubanos que viven en el exilio.

SC: Ahora me gustaría preguntarte sobre uno de tus mejores cuentos —«Mirando al sol»— en el cual se notan fuertes tensiones raciales en la sociedad cubana actual. Sin embargo, muchos académicos norteamericanos tienen la impresión de que uno de los grandes logros de la Revolución fue el mejoramiento de las relaciones interraciales en Cuba. ¿Podrías comentar sobre esto?

LP: En Cuba, desde el triunfo de la Revolución, no existe discriminación racial: por acuerdos y decretos políticos, todos los ciudadanos son iguales, tienen iguales posibilidades para el estudio, para el trabajo, para los servicios, y eso se ha puesto en práctica. En las universidades se encuentran personas de todas las razas, hay una cantidad enorme, por ejemplo, de médicos que son negros, y no hay esa discriminación. Sin embargo, eso no quiere decir que en la sociedad y en la mentalidad cubana haya desaparecido el racismo. Y la sociedad cubana era una sociedad radicalmente racista en el siglo XIX. Era una sociedad necesariamente racista. Recuerda que Cuba era el país del Caribe con mayor cantidad de esclavos por habitante. Hubo un momento en que el 55 por ciento de la población cubana, y casi el 60 en otro momento, era negra. Por eso es que Cuba no es independiente junto con las demás repúblicas de América porque el miedo al negro que venía de Haití donde la experiencia había sido terrible estaba muy en la mente de los pensadores cubanos. Y, de alguna manera, prefirieron dejar pasar el tiempo para lograr la independencia en un momento en que ya la situación de desbalance entre las dos razas no fuera tan grande. Incluso muchos políticos y economistas cubanos proponían como primera solución para Cuba en el siglo XIX el blanqueamiento de la población. Y por eso es que en un momento determinado se comienzan a traer braceros de la zona de Yucatán y después se traen braceros chinos, y se comienza, junto con la prohibición de la trata, a buscar otras soluciones para blanquear la población cubana. Eso por supuesto deja en la conciencia de un país un estigma que no se cambia en una generación y no se cambia por una ley. Y muchas personas han reflexionado sobre el racismo que todavía existe en la sociedad cubana. Por supuesto que no es un racismo agresivo; no es un racismo expandido. Incluso los matrimonios interraciales en Cuba son muy normales y muy extendidos y no hay ningún problema con eso.

Pero siempre en la expresión verbal persiste con más fuerza que en otras manifestaciones ese racismo. Es muy habitual que cuando alguien está molesto con una persona, y esa persona es negra, diga «ese negro de mierda», aunque no sea una persona racista. Es una manera de descalificar al otro con el cual uno está molesto por una razón o por otra. Es cierto que todavía hoy en la zona más marginada de las ciudades cubanas, las zonas donde hay mayor índice de delincuencia, hay también un mayor índice de personas negras que nunca tuvieron todas las posibilidades de acceso que tuvieron otras personas, sobre todo, fundamentalmente blancas. Vencer el estigma de nacer en un lugar marginado, de estar en una familia deshecha o a veces con bajo nivel cultural es mucho más difícil que para una persona que proviene de una capa de la sociedad donde no hay esos problemas. Entonces la situación actual en Cuba es muy peculiar: aunque no hay discriminación racial hay racismo, y aunque hay racismo las personas se mezclan libremente y comparten los mismos espacios con absoluta naturalidad. Pero a la vez hay una agresividad a nivel verbal hacia la persona negra. Y a nivel social los negros son menos representativos en determinadas esferas de la vida. Pasa por ejemplo en buena parte del mundo de la cultura. Los negros fundamentalmente están en la música pero no así en la literatura, en las artes, en el ballet. Están en la danza moderna, la danza contemporánea, donde hay una expresión corporal en la cual el negro se expresa muy bien por una aptitud ancestral. Y lo está en los deportes donde hay una mayoría de los negros. Así que hay distintos matices y creo que es una situación que en Cuba necesita cada vez más reflexión. Aunque no pienso como algunas personas que lo ven como un peligro potencial para una Cuba en el futuro. Creo que ya el problema racial no volverá a ser un gravísimo problema como lo pudo haber sido en otras épocas.

SC: Hablando de otras épocas, ¿cuáles fueron los autores que más influyeron en ti durante tu juventud?

LP: Cuando yo ya tuve idea de que iba a escribir y de que quería escribir, el primer escritor que me deslumbró fue Hemingway. Literariamente le sigo agradecido a Hemingway sobre todo por lo que él llamó aquella técnica de mostrar solamente un octavo de lo que uno quiere decir y lo otro mantenerlo en el subtexto. Fue para mí un escritor importante. Incluso comencé imitando las traducciones al español de Hemingway. Fue lo primero que escribí. Después creo que la literatura hispanoamericana de los años 60 y 70, que fue tan importante en el mundo, me marcó de alguna manera. García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Fernando del Paso y Julio Cortázar tienen mucho que ver con la forma en que escribo. Pero creo que lo que escribo y la manera que estructuro la historia tiene que ver fundamentalmente con la novela norteamericana de la cual soy un aficionado absoluto. Ya te mencioné a Hammett y a Chandler como dos de mis maestros en lo de la novela policíaca. Pero soy un lector absoluto y convencido de escritores como Updike, como Salinger, como John Dos Passos, es decir todos esos escritores a partir de los años 20. En general creo que la novela norteamericana y el cuento norteamericano han sido fundamentales para mí. Y hay allí esa combinación: tomo de los escritores norteamericanos la manera de ver la literatura y de estructurar las historias, y de los latinoamericanos una forma de expresar el lenguaje. En general creo que hay otros autores que de alguna manera me han ido dando pautas. Te mencioné a Vázquez Montalbán para lo de la novela policíaca, pero no puedo dejar de mencionarte un escritor como Guillermo Cabrera Infante a la hora de escribir en cubano. Creo que el gran mérito de Guillermo Cabrera Infante, con independencia de lo que representan sus libros, es lo que dicen sus libros y cómo están dichos sus libros. Él, para mi juicio, es el creador del habanero literario, el idioma habanero. Y eso es una ganancia a partir de la cual ningún escritor que escribe sobre asuntos cubanos y que vive en La Habana puede prescindir. Y ha sido para mí otra de las influencias importantes.

SC: Ya que hemos hablado un poco sobre tu pasado, me gustaría preguntarte de tus planes para el futuro. Con la tetralogía de Mario Conde ya terminada, ¿a qué tipo de literatura te vas a dedicar en los próximos años?

LP: Pienso escribir fundamentalmente novelas. Creo que mi etapa como ensayista se va a partir en dos. Hice bastante crítica literaria, bastante ensayo en mis primeros años. El primer libro que publiqué fue mi tesis de la universidad, sobre el Inca Garcilaso de la Vega, y después escribí dos libros sobre Alejo Carpentier y publiqué en revistas muchos ensayos y crítica literaria. Y después me fui centrando más en la narrativa. Y creo que ahora, por un largo rato, voy a estar centrado en la narrativa. El proyecto en que estoy trabajando, todavía en fase de investigación, es una novela que se desarrolla en dos momentos históricos muy precisos, que son la primera mitad del siglo XIX cubano y los últimos años del siglo XX y quizás los primeros del XXI. Voy a partir de la figura de José María Heredia, el poeta romántico cubano, que va a ser como un espejo entre esa época que fue la suya y la época actual que es la mía y la del otro personaje que voy a crear para esta novela. Y quiero hacerlo porque pienso que pocos momentos en la historia de Cuba se parecen tanto como esos principios de siglo XIX, una época de fundación de todo —se estaba fundando el país, la cultura, la nacionalidad— y estos años donde tantas cosas han entrado en crisis. Y hay a veces crisis de nacimiento, hay crisis de defunción, hay crisis de crecimiento, y en esos tres tipos de crisis, que ocurren tanto en estas dos épocas, creo que se va a desarrollar esta novela, que espero poder empezar a escribir dentro de un par de meses.

SC: Y para terminar, me gustaría que hablaras un poco sobre los libros más leídos actualmente en Cuba. ¿Es posible hablar de bestsellers hoy en día en Cuba? ¿Se está leyendo mucho? ¿Se están vendiendo libros?

LP: Mira, las personas siguen aficionadas a la lectura, pero el mercado del libro en Cuba es un mercado absolutamente deformado. No hay papel. Hay mucha escasez de papel, y aunque se está recuperando la cifra de títulos que se publican, sigue siendo insuficiente. Es un país donde se venden solamente los libros que se hacen en el país. No se importan libros por cuestiones económicas. Entonces, muchos libros que se pudieran convertir en bestsellers no lo llegan a ser porque cuando se agota la edición, no se vuelven a imprimir. Muy rara vez se hacen segundas ediciones. Y terceras casi nunca. Esto hace que no se entienda bien los mecanismos del gusto literario de la gente, aunque uno puede tener percepciones de los libros que más se leen, de los que más buscan las personas. Y esto está muy ligado a la inexistencia de un sistema de promoción de la literatura que generalmente en los países capitalistas lo desarrollan las propias editoriales. Una editorial presenta a su autor y crea una pequeña campaña, o una gran campaña, para que sus libros se vendan. En Cuba eso no ocurre porque prácticamente el lector cubano es un consumidor cautivo que tiene que comprar ese libro o no comprar ninguno.

Ha ocurrido también algo interesante, y es que los precios de los libros se han multiplicado. Por ejemplo, un libro como el mío, Paisaje de otoño, se estaba vendiendo en 15 pesos, que es una cifra absolutamente elevadísima para un bolsillo cubano teniendo en cuenta que el salario promedio en Cuba son 200 pesos al mes. Hasta el año 90 un libro como ese costaba un peso. Es decir que se ha multiplicado por 15 el precio del libro. Por supuesto los materiales que se usan para el libro —el papel, la tinta y eso— valen mucho más de lo que valían en el año 90, cuando prácticamente todo eso venía subvencionado de la Unión Soviética. La situación de Cuba es muy peculiar en todos los sentidos porque es un país que está todavía en una profunda crisis económica porque dependía de un universo económico que desapareció. Entonces de pronto el país se enfrenta con su propia realidad, sin estar preparado para enfrentarse con esa realidad. Y creo que después de todo, bastante bien hemos salido de esa crisis. Hubo un momento en el año 92 o 93 en que la vida cubana era realmente terrible. Pero aunque las personas pasaban hambre no se morían de hambre. Y por supuesto, cuando hay un país que está en crisis, lo primero que entra en crisis es la producción cultural. Los primeros recortes siempre vienen por allí. Y eso ha pasado con la literatura.

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© Stephen Clark, 2000, Stephen.Clark@NAU.edu
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