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22 junio 2005

Continuidades y rupturas en la literatura peruana de las dos últimas décadas*

Acerca del Primer Congreso Internacional de Narrativa Peruana (Madrid, mayo 2005)

Mario Wong


1. El discurso inaugural del escritor Mario Vargas Llosa en el 1er Congreso Internacional 25 años de narrativa peruana (1980-2005), que giró en torno al debate que se suscitaba en «los escritores de la generación del 50» sobre la evasión y el arraigo de los escritores «telúricos» y de los «evadidos»   —los unos asumiendo un rol moral y civil, más preocupados por los temas de la identidad, con un cierto desprecio de la forma, y los otros, cosmopolitas, estéticamente hablando muy respetables— habría de señalar las líneas (que aparecerían quizás con otros términos) de todo este evento, que reunió a un buen número de escritores peruanos contemporáneos —subrayando acá que se incluye en el término a escritores de uno y otro sexo—  en la Casa de América de Madrid del 23 al 27 de mayo.

2. El narrador Dante Castro —en su ponencia «Los Andes en llamas», presentada en la mesa sobre Narrativa política y narrativa de la violencia (en la cual participé, también, con Alonso Cueto y Jorge E. Benavides)— escribe : «Soplan en el oído de las nuevas generaciones que “la única responsabilidad del escritor es con su lenguaje”, sin recordar la sentencia de Faulkner: Si el cómo escribo es más importante que el qué escribo o para quién escribo no nos haría falta la tesis de los demonios elaborada por el primer Vargas Llosa y mucho menos el legado del imortal José María Arguedas. Sólo nos haría falta aquella audacia de la ignorancia para buscar el éxito al margen de la experiencia humana real, tal como la definía Katherine Anne Porter. Este es el camino que no tomamos ni tomaremos ». Me parece que, tal como están formuladas, estas proposiciones —en su claridad pristina y su carácter polémico— nos devuelven a controversias de los años 60, de corte sartreano, sobre el para qué sirve la literatura.

3. Se suele pensar la literatura peruana en términos dicotómicos: provincias/Lima, Andes/Costa, telúricos/cosmopolitas (Perú/mundo), lo que nos lleva a la ya vieja polémica o, mejor dicho, desencuentro inútil, entre Julio Cortázar y José María Arguedas o, en años más recientes, al controvertido libro La utopía arcaica (1996) de Mario Vargas Llosa, sobre la obra de este último escritor. Aquí nos movemos en la problemática del debate entre la tradición y la modernidad (o, en términos maniqueos, entre barbarie y civilización).

4. A mí lo que me interesa es incidir en otra cosa: la relación entre la realidad y la creación literaria. ¿Se trata acaso de una «realidad mimética» (de la literatura como imitación o copia aristotélica de lo real)? ¿Existe un corpus de la literatura peruana (constituido de continuidades y de rupturas a su interior, que tendrían que ver con distintas poéticas o estéticas)? Esto plantea, implícitamente, preguntarse cuál es la relación entre la tradición y la modernidad (y en la crisis de esta última, donde se sitúa la literatura de algunos escritores de los 80-90, que son los años de la violencia). Así, es en la forma —como dijo Vargas Llosa en su discurso— donde se decide todo (incluso las cuestiones de orden ético).

5. En la última parte de mi ponencia sobre la presencia de los discursos de la «post-modernidad» y de la violencia política, sostuve que:

El fracaso en el proceso de integración y de re-estructuración modernizadora, emprendido por los militares a comienzos de los años 70, para redefinir la articulación del país con respecto al sistema capitalista mundial, produjo frustraciones en ciertos sectores de la clase media, lo que aunado a la violencia política de la guerra interna de los años 80-90 (en correspondencia a lo que J.P. Fayé denomina discursos ideológicos totalitarios), y a la aceleración de los flujos migratorios, traería una completa desestructuración sistémica, lo cual habría de manifestarse en el arte y la literatura de esta etapa, sobre todo en cierta poesía de los 80 (1) y en algunos narradores (en los que me incluyo), en cuanto expresión de «una experiencia social desquiciada, violenta y altamente anárquica»(2). Producción ésta que, paradójicamente, sería ubicable dentro de las vertientes de la «post-modernidad».

6. Me interesó mucho la ponencia del escritor Carlos Herrera Gutierrez, titulada «Yunguyo y Reykyavik» porque, valiéndose del cubo de Rubik, establecía distintas coordenadas (espacio-tiempo, la realidad y la literatura, la colectividad y el individuo), que permiten múltiples combinaciones (no se excluyen lo étnico, el género, etc.), para formular ciertas hipótesis interpretativas (quizás como puro ejercicio) sobre el corpus fragmentado, múltiple y plural de la literatura peruana, y no reducirnos a compartimientos estancos («Literatura andina», «Literatura de la violencia», «literatura de mujeres», etc.), lo que nos permite salir de las falsas polémicas o de los enfrentamientos de «capillas literarias», de tipo patriarcal (donde lo que prima es lo «ideólogico» o lo «mediático»). Por todo lo dicho, no entiendo a qué viene decir, como lo hizo Iván Thays, «yo soy alguien absolutamente mediático» (o lo que sería —en los términos de Miguel Gutiérrez— una cuestión de imágenes: grandes o pequeñas que buscan proyectar los escritores, sobre todo andinos. Mucho más abierta me pareció la posición de Carlos Herrera, al recurrir por analogía a la riqueza de la gastronomía peruana y al fútbol para abordar la problemática del «consumo» de la literatura peruana, cuando lo que realmente nos interesa discutir es la producción misma de la literatura, de la creacíón en sí, esto es, de los presupuestos de poética o estéticos subyacentes en las nuevas corrientes narrativas (si las hubiere), y que aparecen como innovaciones a nivel de las formas literarias (podría, sólo por citar un ejemplo, dentro de la denominada literatura andina, la novela Rosa Cuchillo de Oscar Colchado Lucio).

7. Confieso que, excepto un relato de I. Thays publicado en una antología de la literatura latinoamericana (editada por Fuguet), no he leído nada (ni ellos tampoco de mí, supongo) de la narrativa de los escritores que participaron en la mesa «Hablan los últimos» (27 de mayo) (compuesta sólo de varones): Santiago Roncagliolo, Gustavo Rodríguez, Carlos García Miranda (quien me pasó su novela), Daniel Alarcón e I. Thays. Asistí cuando habló éste sobre el «problema de imagen de los escritores andinos». Creo compartir la opinión de Carlos García Miranda de que en la literatura peruana se asiste a un cambio de sensibilidad ; ¿es que, acaso, este cambio obedece a transformaciones en las condiciones de marginalidad (en la vida de los escritores), debido a la irrupción de «realidades nómadas», en correspondencia con las transformaciones en la cultura de masas (debido al rol de los medios de comunicación) en esta etapa de la globalización transnacional? La cuestión que se plantea, a nivel estético, sigue siendo la de las continuidades y  las rupturas en relación a la «tradición» (y al canon literario que la rige); la denominada literatura andina —como señala en un artículo el escritor huancavelicano Zein Zorrilla (3)— no está exenta de dichas transformaciones.

8. Leyendo Poéticas del flujo. Migración y violencia en el Perú de los 80 —el libro de José Antonio Mazzotti que se ocupa (Cap. IV) del movimiento Kloaka (a cuyos miembros conocí a fines de la década del 70 y comienzos de los 80)—, encuentro que sus reflexiones sobre la «postmodernidad» en la literatura peruana última, sobre todo en lo que concierne a la ruptura del discurso lineal y a la dislocación de la lengua, en una especie de «fragmentación esquizofrénica como estética fundamental»(4), principalmente en el poeta Roger Santiváñez, miembro fundador del grupo, se encuentran muy próximas a las opiniones que vertiese en una entrevista (5) cuando apareció El Testamento de la Tormenta (6), novela que publiqué en España en 1997 (pero  cuyos comienzos se remontan a un par de años antes de mi salida del Perú, en octubre de 1989). En este libro, se hallan presentes el perspectivismo, la simultaneidad de los discursos, sin ninguna duda, la fragmentación y la repetición, tan cara a W. Gombrowicz en su Ferdydurke, como recursos de una «estética del caos» para dar cuenta de la violencia de los tiempos. Nos hallamos, pues, frente a una reformulación estética que se encuentra intimamente ligada a la crisis de la «modernidad periférica» —al fracaso de los proyectos políticos y de cambio social de los años 60 y 70—, vivida como «experiencia de choc» (7).

París, 31 de mayo del 2005.

 

* * *

* Texto originalmente preparado para el acto organizado por el Centro Cultural Peruano (CECUPE) que se realizó el 31 de mayo del 2005  en la Maison de l’Amérique Latine (París), con motivo del Congreso internacional de narrativa peruana de Madrid. No pudo ser leído por limitaciones de tiempo.

(1) Sobre el flujo subterráneo y el movimiento poético Kloaka, ver el Capítulo IV del libro de José Antonio Mazzotti Poéticas del Flujo. Migración y violencia en el Perú de los 80 (Lima, Fondo editorial del Congreso de la República, 2002).

(2) Ob. Cit., p. 134.

(3) «Como corresponde a una ex-colonia, el Canon criollo fue acuñado en la metrópoli española, tuvo su periodo de afrancesamiento, y trata hoy de hacerse eco de los hallazgos celebrados en la cultura norteamericana. Pese a que en las últimas décadas se remoza, con un toque de realismo sucio norteamericano, el Canon literario criollo contempla hipnotizada a Madrid y París, vueltas las espaldas a las culturas del Ande, que realizan su propia asimilación del Occidente» (Zein Zorrilla, «La novela andina contemporánea y el canon literario criollo», Lima, mayo del 2004 ; http://www.geocities.com/zeinzorrilla/zart08.html).

(4) J.A. Mazzotti, Ob. Cit., pp. 132-135; ver nota 5.

(5)  Entrevista que me hizo el poeta José Velarde (también miembro fundador de Kloaka); mi libro de poesía La Estación Putrefacta (Lima, Eds. Maestra Vida, 1985) concluye con un poema que tiene como título «Fragmenta».

(6) Mario Wong, El Testamento de la Tormenta, Madrid, Huerga & Fierro editores, 1997.

(7) En lo que concierne a la «expérience du choc» a fines del Siglo XIX, el filósofo italiano Giorgio Agamben nos dice que : «Baudelaire es el poeta que debe enfrentar la disolución de la autoridad de la tradición en la nueva civilización industrial y que por lo tanto se encuentra en la situación de deber inventar una nueva autoridad: se liberó de este deber haciendo de la intransmisibilidad misma de la cultura un nuevo valor, y colocando la experiencia del choc al centro del trabajo artístico. El choc es la fuerza de choque de la cual se cargan las cosas cuando pierden su transmisibilidad y su comprensibilidad al interior de un orden cultural dado. Baudelaire entendió que si el arte quería sobrevivir a la ruina de la tradición, el artista tenía que intentar reproducir en su obra la destrucción misma de la transmisibilidad que se hallaba en el origen de la experiencia de choc : de este modo lograba hacer de la obra el vehículo mismo de lo intransmisible. Por la teorización de lo bello como epifanía instantánea e inasequible («un éclair…puis la nuit!»), Baudelaire hizo de la belleza estética el número de la imposibilidad de la transmisión » (G. Agamben, L’Homme sans contenu, Clamecy (France), Eds. Circé, 1996, p.74 ; Traducción de la cita: Anouk Guiné).


© 2005, Mario Wong
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Para citar este documento:
Wong, Mario : «Continuidades y rupturas en la literatura peruana de las dos últimas décadas», en Ciberayllu [en línea]


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