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6 abril 2002

Poetas peruanos, embajadas, ministros y otros

Miguel Rodríguez Liñán

Fue preciso, decisivo el hecho de volver a París para enterarme de tantas cosas ignoradas, como por ejemplo del cuerno de la abundancia, de la gran plétora de talentosos poetas peruanos recientes; sólo citaré o mencionaré en esta nota a los nacidos después de 1940, es decir desde César Calvo («Y si de pronto huyeran / el valor y el destino / —como alas— de este pájaro / que me lleva a los vientos / o a la muerte»), Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, José Watanabe y otros —omito a Javier Heraud, el que nunca tuvo miedo de morir entre pájaros y árboles, porque todos lo conocemos aunque sea de nombre, a Julio Ortega, pájaro de paso y sin pasado, según dice de él mismo en un poema, por ser más reconocido como brillante intelectual, ensayista y pedagogo, a muchos otros seguramente, hasta llegar a las exquisitas liras eróticas de una Mariela Dreyfus («Como todas las potrancas de este mundo / cabalgo me encabrito y al borde de la noche / cedo mis ancas al jinete de las barbas del oeste / para después relinchar gozosa sobre el prado») o de una Patricia Alba que advierte al varón: «Mis manos descansarán en las mejores bandejas del banquete / Y mi cuerpo será gozado / Trescientas veces más de lo que tú puedes / Imaginar», o las metáforas vegetales untadas de savia y la voz pura y sobria de una Rosella di Paolo («Tu risa es ancha y feliz como un campo de coliflores / y me hundo en tu barba verde / en tu gran cuerpo de yerba») hasta llegar, luego de citaciones y meandros, a los chicharrones con yuca preparados con unción lírica por José Alberto Velarde en el 129 rue du Faubourg du Temple, mientras converso con el cisne y leo la versión bilingüe de su poemario Palabras Anudadas y descorcho una botella de buen vino de Burdeos, y a los excelsos cuyes fritos con guarnición de humitas venidos directamente de la patria en las maletas surrealistas repletas de ajíes limos, choclos, papas amarillas y resecas lonjas de charqui de Charlie (poeta Homero Alcalde) en el 193 rue du Faubourg Poissonnière, donde escribo esto mientras el bardo cajamarquino, exhausto de sus quince horas de viaje, duerme a pierna suelta y ronca como un angelito. Utilizo dos libros: Poésie péruvienne du XX siècle, edición bilingüe traducida por un gran especialista de literatura hispanoamericana: Claude Couffon —traductor entre otros de Pablo Neruda, Juan José Arreola, Nicolás Guillén—, y Poesía peruana, 50 poetas del siglo XX, editorial Peisa, 2001... «Precisamente —le dije a Charlie bromeando minutos antes de que se durmiera—, supongo que pertenecemos al siglo XXI, puesto que no estamos incluidos en la nómina de antologados, ni tantos otros...» «No importa, cholo —dijo él más cachasiento que nunca, Charlie el Gran Burletero—; te traje polvo de maca de regalo. Toma maca todos los días para que te vuelvas macanudo.»

Pero volvamos a nuestros consagrados alumnos de las Musas: Antonio Cisneros el miraflorino, José Watanabe de Laredo. El primero vino en 1991 o 1992 a Marsella para un recital en el Centro Internacional de la Poesía, o para unos talleres de traducción literaria, no recuerdo bien; el caso es que entonces, ignorante de la existencia del gran vate, y de puro curioso, leí algunos de sus poemas en francés... Recuerdo con agrado una composición que inmortalizaba innecesariamente a los patos, o que utilizaba los patos como pretexto poético, o ambas cosas a la vez; y digo innecesariamente porque todos los integrantes de los reinos animal, vegetal y mineral son inmortales; los únicos mortales somos nosotros los pobrecitos seres humanitos, por eso procreamos —para ratificar nuestra pertenencia a la fauna— y recurrimos al arte —cosa de locos o de ángeles—con la esperanza de perdurar. El poema de Toño Cisneros (como familiarmente lo llama Hugo Figueroa) sobre los patos es fulgurante y conciso. Me impactó. Más tarde, en el Parc de la Torse, vi unos patos mandarines bogando en el estanque. Y dos majestuosos cisnes negros de pico colorado. De nuevo sentí la intensidad lírica del poema: como si hasta ese momento nunca me hubiera fijado detenida, tierna y amorosamente, en la contemplación metafísica de los patos. Y en los cisnes... de pura casualidad me enteré que cisne también quiere decir poeta... Revelación... El plumaje negro, la majestad y el pico colorado... El Patito feo... Los patos eran metáforas... Ya sabemos que el mundo es un pañuelo (otra metáfora), desde siempre: Cisneros el cisne resultó ser amigo de mi amigo Juan Carlos Belón, fotógrafo arequipeño, a quien conocí el año siguiente en casa de Aníbal... París ahora: estoy de nuevo en la catedral del Sacré C�ur, en Montmartre, he subido en teleférico, me siento en las escalinatas blancas, miro con telescopio todo París, y pienso en un alucinante —como diría Pepe Velarde de Yunguyo— poema de José Watanabe en el que hasta los intestinos amarillentos rebañando en sangre son bellos, José Watanabe que nació en mi Laredo sentimental donde festejamos en 1967 los mil quinientos años de mi bisabuela con todo el clan familiar enriquecido con la presencia de amigos, José Watanabe que con seguridad parodiando al escritor francés Pierre Louys escribió un poema titulado «Consejos para las muchachas», en el que dice conocer algunos sueños femeninos e intercala anuncios publicitarios en su canción para Susana... Ahora Watanabe es jurado del prestigioso premio Casa de las Américas donde concursé de puro atolondrado —todavía me falta camino que recorrer, pero que será recorrido. Saco de mi maletín de cuero de becerro con cerradura de cobre (adquirido ilícitamente en una tienda lujosa de Aix-en-Provence, me siento orgulloso de esa fechoría, constato que soy escritor ambulante con cierta predilección parisina por los bistrós de Montmartre) una hoja con gotas resecas, violáceas, de vino tinto, donde anoté nombres de poetas peruanos de esa época. Figuran: Carlos Henderson con su misticismo de los maderos, César Calvo inmerso en preguntas y penumbras, Winston Orrillo que desea despertar en otro cuerpo y que también le canta tiernamente a su perro� («Mi perro / de orejas tristes / de lánguida mirada / Mi perro / que me muerde / dulcemente / como tu recuerdo»), Marco Martos que coge la pluma y dice lo que se le viene a la lengua, lo que siente de adentro, como por ejemplo radiografía daltónico o lo que se le dé la gana, Mirko Lauer latinista que titula uno de sus poemas In caelum et in infernum canis: sextina ayacuchana («Tiempo duro cincel / Tallando sus formas entre las lajas : / Un mercader o un soldado son las piedras»), Jorge Pimentel con ese poema de polendas titulado Balada para un caballo, Carmen Ollé, Elqui Burgos, Jorge Nájar, Giovanna Pollarolo, Eduardo Chirinos... La lista es larga y siempre incompleta... ¡Pero a mis patas José Alberto Velarde y Homero Alcalde los conozco en carne y hueso! ¡Hemos comido y bebido juntos hasta la saciedad! Además, me han presentado al mítico Leopoldo Chariarse que ahora vive en Alemania y está impregnado de filosofía oriental... He pasado muchos años completamente desconectado del quehacer poético de poetas peruanos, desconectado de tantas cosas. Como en otro planeta; en otra órbita donde mi curiosidad se había volcado hacia la literatura francesa, hacia la poesía china de la época de Li Po y Tu Fu, hacia la poesía japonesa diamantizada en haikus —vendería ipso facto mi alma al diablo por saber chino o japonés, los dos de preferencia, munirme de laúd y pincel, ir en burro hacia las montañas color esmeralda, cantarle siempre al ángel de la� amistad — ... En la vida real bajo a tomarme una cerveza en la rue Gabrielle, antes de almorzar en un excelente restaurancito de Montmartre... Coloco mi libreta de apuntes a mano derecha, al lado del vino santo que acompaña el civet de chevreuil (encebollado de corzo) ... La abro: agosto del 2001. Lima. Jirón Quilca. Bar restaurante Queirolo. Estoy con el poeta Jorge Ita Gómez hablando de libros. «Eres un espécimen en vías de desaparición», le digo con amable ironía, «un poeta en estado puro que sólo habla de literatura y poesía». En ese instante irrumpe en el local que algo tiene de madrileño, con cierto estruendo, un mulato de unos cincuenta años, con lentes, coronado por una cabellera recia de la que sobresalen resortes: Enrique Verástegui en persona... He leído muchos de sus poemas; calibrando mis palabras afirmo sin exagerar que el hombre es, poéticamente hablando y para mi gusto, genial. Estoy leyendo (ya estoy de vuelta a casa, 123 rue du Faubourg des Poissonnières, dominios de Charlie Homero Alcalde... quinientos libros me rodean... superlibros: Cesare Pavese, Jean Genet, Cátulo, Omar Khayyam, Paul Verlaine, T. S. Eliot, Octavio Paz, Jorge Luis Borges... superlibros que parecen voces al acecho, libros parlantes como las piedras parlantes de Siria) un libro de Verástegui titulado Leonardo... Regreso mentalmente al Queirolo y veo al joven poeta Leo Zelada, líder del Grupo Neón... con gabardina parda, anteojos, bigote y barbicha negligentes, fumando. Todos estamos en la sintonía de Baco; se me ocurre decirle a Verástegui que venga a Chimbote... Después me entero que los tragos le caen mal, que es pródigo en extravagancias; y que muy joven escribió En los extramuros del mundo que causó revuelo por su talento y violencia... Jorge Ita y yo nos retiramos discretamente a comer una buena parrillada mixta en el jirón Carabaya. «Si el amor es perfecto tu cuerpo en el lecho será una hoja en el mar donde el amor acaricia levemente tus labios», escribe el negro infuso de lirismo, miembro del Grupo Hora Zero, efímero pero que marcó pauta en nuestra literatura. Sigue la generación del 80 con revistas o publicaciones llamadas: Sic, Trompa de Eustaquio, Calandria, Omnibús (en Arequipa), con poetas como Eduardo Chirinos («El mar / las piedras, algunas gaviotas, / gaviotas blancas, grises, de pico anaranjado, / maderos rotos, / moscas sobrevolando el cadáver de un hermoso animal / varado por las aguas») o Jorge Alfredo Mazzotti, buen conocedor de Dante, que vive actualmente en los Estados Unidos («una leona ha parido en medio de la calle, y / las tumbas se han abierto y vomitado a / sus difuntos. Guerreros feroces combaten / entre las nubes en filas / y escuadrones en exacta formación, haciendo / llover sangre sobre el Capitolio») Llamo a José Alberto Velarde para que me informe más, para que me esclarezca, porque quiero escribir un artículo, le digo, sobre los poetas peruanos de 1940 hasta hoy, hasta ustedes. Me cuenta que se malquistó con Mazzotti porque éste escribió en nota biográfica: «Fue montonero en Buenos Aires, hippie en el Brasil...» ¡Irascible raza de poetas! (Horacio)... Pepe simplemente recorría mundo; pero en Argentina, un gran amor de allá, efectivamente, andaba enredada en la telaraña política... desapareció; mejor dicho la desaparecieron, y el bardo de Yunguyo huyó al Brasil... Tengo ganas de fumar y no tengo cigarrillos. Regreso a Montmartre, los adquiero y regreso para seguir con estas notas. Son las diez de la noche en París... Entro de nuevo por el túnel del tiempo de los libros. Lima en la década de los 80; surge como un dragón recién nacido el Movimiento Kloaka fundado por Roger Santiváñez , poeta puramente impregnado del calor de su Piura natal («Qué terral de chicha, qué clarito más dulce / se nos viene y yo recuerdo a la Gertrudis / tan vieja y tan borracha como sus ojos rojos / Todo arde desde el fondo mientras cuelga / la carne cecinada y las aves son mis moscas ...»), Mariela Dreyfus, Guillermo Gutiérrez y Edián Novoa; el poeta Julio Heredia se incorporó después («Ella, fuego en los braseros de la vivandera. / Estudia las primeras letras y las últimas. / Ha obrado y aprehendido hasta el instante / en que la bestia vuélvese humanísima. / Ella, aires del Caribe. / Ella, son de su batalla»), con Mary Soto, Domingo de Ramos y el pintor Carlos Enrique Polanco y Velarde. Ese fue el Kloaka inicial; ahora Pepe se pone en contacto con ex integrantes ahora desperdigados por el mundo —Canadá, Alemania, Francia y Estados Unidos —para revivir en París Kloaka Internacional, gran evento que incorpora música, pintura y cine, prontamente. Participaré como narrador... Pepe me informa además que Elqui Burgos y Patrick Rosas, nuestros mayores, viven en París; espero poder conocerlos. Parece que Patrick anda actualmente retirado del mundanal ruido. Y yo sigo lamentando no haber conocido al gran rabelesiano Alonso Ruiz Rosas —que actualmente ocupa un puesto importante en no sé qué ministerio. Y hablando de ministerios y ministros conocí en el Ministerio de Economía y Finanzas de Bercy, adonde asistí con Pepe Velarde y el pintor César Escalante, Sporting Cristal pero con corvina —cocktail mundano con mucho pisco sour y camareros vestidos de blanco que distribuían bocadillos gastronómicos peruanos — a un joven ministro peruano, simpático y pitucazo. La encargada cultural de la Embajada, Maki Miró Quesada, me lo presentó diciendo: «Este es el joven escritor autor de una novela sobre Chimbote, que me gustó tanto.» Pero yo estaba tan achispado a golpe de piscos sours que casi le doy palmaditas en el hombro... ignorando que se trataba de un alto dignatario... al día siguiente recibo un mail de la Embajada en la que me dicen que Aurelio Loret de Mola es Ministro de la Defensa, y Fernando Carbone Ministro de la Salud, y que esa señora superelegante es una tal Violeta Lourdes Amaro Vidal de Oshima... Y el día D, 20 de febrero, asistimos a otro super cocktail en los suntuosos locales de nuestra Embajada en París, invitados por Javier Pérez de Cuéllar. Tanto don Javier como su esposa son cremas de persona... yo miraba estupidizado el aposento barroco y a tremendos mujerones de alto vuelo al acecho de artistas desprevenidos... las fotos de don Javier con los políticamente grandes de este mundo... François Miterrand, Yasir Arafat, Simon Peres, Bill Clinton, Nelson Mandela y el Papa... con marco de plata sobre mesa de mármol... Pensé en Platón cuando responde a unos letrados que le pedían comentar sobre los 25 siglos de dinastías de faraones egipcios: «Una enumeración de sombras», dijo. Pero el cocktail fue una maravilla —aunque me sentía «más perdido que cuy en tómbola», como se dice con humor en el habla popular—. Se habló un poco de todo con Tony Wagner, Jean-François Texier, Eva Ruiz de Castilla, Hercilla Ricci, Anabella Rey Rojas, Alfredo Picasso, Carlos Donoso y otros, como en una página de sociales de Caretas... los únicos escritores éramos Pepe Velarde, Mario Wong y yo. Maki me presentó a un señor seriote, alto, con lentes, bigotes y cabellera de cincuentón: un catedrático de San Marcos de paso por París: Ricardo Falla. Charlaba con el Ministro Carbone; hablamos con el joven médico cirujano, que parece aficionado a la literatura, de la novela y del norte chico. Carbone fue solicitado; y, visiblemente, mi conversación le pareció aburrida a Falla, de modo que me fui a refugiar en otra charla con la pintora Marta Puch y su simpatiquísimo esposo, todo lo contrario del catedrático. Solícita y bienintencionada, Maki me presentó a un intelectual peruano, Fernando Carvallo, para ver lo de la presentación del libro en la Maison de l’Amérique Latine...� era el objetivo de esa noche —aparte, por supuesto, del pisco sour y los deliciosos bocadillos de nuestra gastronomía servidos en fuente de plata—. Me dio cita para el día siguiente... Mario Wong, Pepe Velarde y yo salimos apresurados, apenas eran las ocho pero las compañeras de los escritores nos esperaban para cenar, intercambiamos unas cuantas palabras con don Javier y su esposa, agradecimos el honor y nos despedimos... Qué bonito es París, compadre Pepe. París es una mujer bella como una estalactita, como una piedra del pleistoceno, como una rosa de Babilonia. París es nuestra Babilonia, nuestra Sodoma y Gomorra. Sus cúpulas de oro destellan desde la terraza de la Tour de Montparnasse, donde escribo esto al día siguiente: el Arco del Triunfo, Nuestra Señora de París, el Obelisco de la Bastilla, el Sagrado Corazón de Montmartre, el Panteón, y la loca frígida esa, que no tiene tetamen ni trasero, flaca y filiforme: la Torre Eiffel. París el mes de noviembre del año pasado, cuando Fátima me dejó generosamente su apartamento en la rue Broussais cuando se fue a Hong Kong. (Broussais fue un eminente médico del siglo XVIII, especialista de pulmones, tisicólogo...) Salgo a ver el letrero que rinde homenaje a Samuel Beckett, ya casi llego al Parc Montsouris donde me detiene un difunto Mariscal de Francia convertido en nombre de calle, como Guillermo Moore. Entro con paso firme al Parc Montsouris, rompiendo este frío de pingüinos, fumando. ¡Stop! Una diosa pagana aplasta con su pie venusiano un zócalo de víveres y frutas... París el año pasado cuando festejamos mis cuarenta abriles en la rue Broussais con géiseres de champagne y salmón noruego porque nos lo merecemos. París de Pepe Velarde, de Charlie (poeta Homero Alcalde), del Gran Chino Mario Wong y de Astroboy (Iván Loyola, fotógrafo que vive en Vancouver y trabaja en Alaska). Qué hermoso es París. Todos moriremos en París. Nuestro César murió en París. Mi paisano Antonio Salinas murió en París. Yo también quiero morir en París, pero bailando.

Marsella, 5 de marzo del 2002.                        


© 2002, Miguel Rodríguez Liñán
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