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18 noviembre 2002

Paralipomena peruana

Miguel Rodríguez Liñán

 

En el N° 1043 del jirón de la Unión, también conocido como calle Belén, flamea la bandera. La garúa y el olor específicos de la capital son perfume raro en mis nostálgicas narices; y aunque esta neblina de setiembre agrede, no importa: estoy en la patria y busco el Bar-restaurante Wony, cuyo dueño era un español de cepa, de bocadillos, berberechos, ensaladilla y vino tinto, donde se reunían los poetas; pero ya no existe. Escruto con mirada de arqueólogo centímetro a centímetro la� vereda dispareja, los pasantes, la niebla... El Wony ya no existe. «Sí, maestro —me dice el inesperado lustrabotas que me estafará dentro de cinco minutos— ¿Lustrada?» El precio farfullado con malicia era exhorbitante, pero acepté. Y el pícaro comprendió que mis zapatos eran tan extranjeros como yo; alabó el cuero, la calidad, el acabado� e incluso los pasadores (golpecito para cambiar de pie), antes de barnizarlos aplicadamente con el suero platinado de la estafa... Pero estoy en un bar incierto que propone inca kola y caldo de gallina, cerca del espectro del Wony, tomando una cerveza solitaria, luego otra, desconcertado, mientras la ventisca ploma de Lima picotea los rostros. «Sí existe, jefe –había dicho el timador con gorra y zapatillas –allá está.» Estoy en el Perú, en Lima, y hacia la dirección indicada me dirijo como un zombie. Al fondo, veo la torre del Centro Cívico con su geométría de bunker ... Siempre odié el asfalto y el cemento; el yeso y la arcilla, en cambio, me parecen nobles; el hierro es inhumano y muerto, mientras que el magma y la incandescencia nos recuerdan la pasión moviente, dúctil, maleable de la vida, no sé por qué pienso esto; pero hoy es domingo y el Wony está cerrado... Una voz de micro, potente y gangosa, dice que compra botellas. «El Wony sí existe, caballero», dijo un joven vendedor de golosinas, reafirmando que el idioma vivo está en la calle y que el idioma de los libros especializados y tratados son fierro, asfalto, cemento, pero nunca yeso y arcilla maleables... ¡Qué urbanidad y corrección en la frase del vendedor de golosinas! Regreso pensativo al hotel Continental del jirón Puno... la gente camina muy despacio, ríe, apostrofa, escupe, y parece totalmente despreocupada por las miserias de la humanidad. Algo nos redime. Eso. Pero ¿qué es? He vuelto a la patria para indagarlo. Sinceramente, algunos compatriotas me sacan de quicio. Doy cita y no acuden. Traté de organizar, apoyándome en muletas europeas (agenda y cita) que no tienen sentido aquí, un almuerzo el domingo, pero nadie pudo acudir; y los que dijeron vendrían naturalmente no vinieron. Pero estoy feliz de estar en la patria; tan contento estoy que río solo como lo que soy, como un loco, y aspiro con gusto el smog de Lima... Para vengarme de todos comí un cebiche de corvina continental, un toyo a la plancha continental con ensalada y papas fritas nacionales, y me soplé lentamente un Tacama rosé semi seco antes de caer en el remanso de la siesta... desperté sobresaltado, acogotado por la angustia del apuro y del trabajo, ya sonaban las nueve de la noche, los del hotel estaban o parecían relajadísimos, espontáneamente sonrientes y amables, no hay problema, señor, ¿cuál es el problema?, vaya al chifa de enfrente, despreocúpese. En el chifa indicado por esos filósofos releí lápiz en mano mi poemario Cadastro, que fue concebido con la angustia del trabajo y la preocupación, cené bien, tomé dos chelas y regresé al hotel donde fui visitado por el dios del insomnio. Lima es un manto de barriadas mentales y Ulises siempre será Ulises . En la película de aquel día volví a revivir la turbulencia de los taxis amarillos y estridentes, de los semáforos, de la gente que camina tan despacio, la inundación-avenida que llega hasta Desamparados. Cuatro cúpulas veo ahora desde el piso 11 del hotel Continental; tres son de iglesia; la cuarta es el Cerro San Cristóbal asmático de bruma. Me lleno de ternura viendo a los gallinazos cuyo majestuoso vuelo se burla de los terrícolas. ¿Qué me pasa? Los denigrados primos del buitre son alados reyes negros; mal vistos por los mortales porque estos inmortales pertenecen a la estirpe de los carroñeros... gallinazos sin plumas. Julio Ramón fue un gran bromista. Y las gárgolas de París son seres imaginarios mil veces horribles en comparación a los humildes gallinazos reyes del espacio.

El lunes 16 de setiembre visité al escritor Oscar Colchado Lucio, fuimos a comer picante de cuyes en un restaurante criollo de la avenida Habich, y hablamos de literatura hasta por los codos. Le dije que participaría en el recital de esa noche en «La Noche» de Barranco, qué felicidad, que era el comentador del Grupo Kloaka, que participarían los poetas Domingo de Ramos, Dalmacia Ruiz Rosas, Tatiana Berger, que asistirían Edián Novoa, Mary Soto y Enrique Polanco junto a los benéficos espíritus de Roger Santiváñez, José Alberto Velarde, José Antonio Mazzotti y Mariela Dreyfus, también vendrían Lelis Rebolledo y Guillermo Gutiérrez para cantarle a la explosión noctámbula... Acudí a «La Noche» de Barranco como un muchacho a su primera cita de amor con el primer informe Kloaka —que leería con voz firme ante un embelesado auditorio de 500 personas de los cuales 400 eran letrados-poetas— pero ni siquiera los poetas convocados asistieron. Heroicamente, Domingo de Ramos leyó mi texto. Los gatos asistentes prestaron cierta atención... Una hora antes nos habíamos reunido en el «Juanito» de Barranco con un periodista conversador exquisito de la RPP, y con un señor angélico, periodista también, originario de Huancavelica... Una hora después el poeta Jorge Ita Gómez, un joven estudiante de La Católica, Domingo y yo regresamos al «Juanito» en busca de sánguches y cerveza... los recuerdos posteriores pertenecen a la bruma... creo haber aterrizado en el Queirolo del jirón Quilca con Ita Gómez en busca de fantasmas poéticos, como el fantasma de Enrique Verástegui que sonreía cañetanamente en la silla principal. En el ascensor del Continental, vi en una fracción de segundo a mi primo Joel y a Jorge Ita que vinieron a recibirme en el aeropuerto, el pollo que compramos en La Molina, cerca de la casa de mi cuñado, cuyo cartel rezaba: colita de cuadril (180 gramos), lomo fino de cerdo (180 gramos), morcilla, chorizo, anticucho corazón de res, brocheta filete pierna de pollo, papas fritas, salsas. Esa primera noche pernocté en casa de mi cuñado; pero cuando la lectura-recital ya estaba en el hotel... Al día siguiente dos reconocidos faunos —Ricardo Vírhuez y Jorge Luis Roncal, escritores, editores y periodistas— vinieron para estudiar la publicación de Cadastro. Fuimos al diario La República para concertar cita con Pedro Escribano, quien le dijo a un fotógrafo que me retratase, para entrevista ulterior, pues yo viajaba al día siguiente a la felicidad de Arequipa, te llamo el lunes 23 de setiembre del 2002 a las diez de la mañana, dijo Pedro, pero, lamentablemente, por horarios cruzados, no pudimos vernos después.

A las seis de la mañana, bajo sol verdugo, el ómnibus penetra en el circuito descendente de tierra, piedra y diamantes pardos que conducen a la bella. Sentir el pálpito del orden y la limpieza casi suizos en estas geografías inhóspitas me asombra. Los volcanes son dioses: el Chachani, el Pichu Picchu, el Misti y el espectro del Coropuna. Pepe Velarde matinalmente vino al terminal, nos dimos un abrazote, me condujo a su casa donde fui tratado como rey, y después del desayuno fuimos a los recintos de la Universidad de San Agustín en cuyo laberinto blanco apareció el Encargado General de Asuntos de Libros Misael Ramos-Virgilio. Hablamos congeniando de inmediato de la presentación del libro del poeta Osvaldo Chanove y de nuestras prontas, muy prontas, incursiones en picanterías, vayamos a ver la Plaza de Armas desde los portales, dos cervezas por favor, y un jugo de papaya arequipeña, miren, nunca hubo terremoto, los torreones-campanarios han sido reemplazados en menos de seis meses, miren, son blanquitos, los originales estaban pardamente patinados por los siglos, artesanos, escultores y picapedreros especilistas en la piedra blanca sillar los restituyeron en ese tiempo record, salud. Y mi amigo Juan Juaneco es experto en vitrales; sabe cómo, por qué y con qué intensidad penetra la luz serrana por un rombo rojo, un rombo verde, un rombo violeta... Ahora llega Alonso Ruiz Rosas al corazón de la universidad donde estamos y propone almorzar en la picantería Sillustani, donde podremos elegir, a orilla del río, kunkachu, chicharrón, lechón al horno con humitas o cuy chactado —aunque las especialidades son el cuy al horno a la cuzqueña y el picante a la tacneña—. Estamos bajo una ramada de esteras con Pepe, Misael, Juan Juaneco, Alonso y Juliana decapitados por el sol y el cielo de Arequipa. Alonso es un conversador exquisito, rabelesiano con límpidas incrustaciones cartesianas, y ciertamente futuro alcalde de Arequipa, por falta de tiempo no pudimos conocer a su padre el poeta José Ruiz Rosas... Al día siguiente, en La Bóveda, instigados por Misael-Virgilio, degustamos el primor de la pequeña papaya blanca local. Y esa misma noche fuimos con Misael a una discoteca del mundo situada en la avenida Mariscal Castilla donde mis recuerdos se diluyen; pero esa niebla carece de importancia porque al día siguiente conocí la felicidad del Mercado Avelino Cáceres —mil variedades de papas, mil variedades de ajíes, chirimoyas, guanábanas, papayas, camotes y ajo y ají y culantro molidos en bolsitas de plástico, todo por un sol—. La felicidad es perpetua: la señora Elena prepara luego el almuerzo... la víspera, recuerdo, estuvimos en casa del poeta Osvaldo Chanove quien confirmó que la única literatura válida es la que se realiza segundo a segundo con moléculas de tiempo y putas pelirrojas... por eso presentamos en estado de gracia su poemario Canción de amor de un capitán de caballería para una prostituta pelirroja, Ediciones Santo Oficio, regresemos al almuerzo-fragmento del universo: salpicón, rocoto relleno y postres. Estuvieron presentes en el ágape-fiesta: Juan Juaneco Almuelle, Osvaldo Chanove, Misael-Virgilio Ramos, Rosana Chirinos, Mary Ann Ricketts, Pepe Velarde y yo aquel sábado; ya noche llegaron Alonso, Juliana y Lucho Maldonado, antiguo parisiense, mientras dábamos brincos rocanroleros con este último que fue divinizado de inmediato por los brebajes de Misael-Virgilio, el gran proporcionador de Bacardíes; tambien participó del jolgorio una joven jurista amante de la poesía. Al día siguiente Jorge Velarde, hermano del poeta, quien estuvo de paso por Mollendo para prever con otros especialistas los futuros estragos de la venidera Corriente del Niño, nos resucitó con agua mineral y alka-setzer. Fuimos al mirador de Sachaca para mirar a la bella de cuerpo entero: la ciudad a lo lejos y el ajedrez verde-pardo de la campiña mientras los cerros antropomórficos decían ¡Soy el Indio Dormido! Con tanto volcán adentro ¿para qué Misti? ¿Hasta cuando Arequipa otra vez?� Un día nos invitaron a un almuerzo con sarsa de mariscos mezclados con� legumbres: habas, dientes de choclo, filamentos de cebolla, trazos de zanahoria, lapa, tolina, pota, barquillo, pulpo y caracol... para empezar. Rocoto relleno, chicharrón y sarsa de patita con papas, después. Recuerdo también una pancarta que rezaba: VI Festival del Cuy Chactado... Arequipa fue un sueño donde todavía veo a Misael-Virgilio y a los amigos que conocí, todos sonrientes.

(Continuará)


© 2002, Miguel Rodríguez Liñán
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