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23 febrero 2004

Olinda Celestino

Miguel Rodríguez Liñán

Acerca de un homenaje a la antropóloga Olinda Celestino
(Provincia de Jauja, 1946 - París, 2003).

Me llama hace pocos días Ada y� dice que hay un homenaje en la Maison de l'Amérique Latine para Olinda. Sólo la conozco de nombre. Lo único que he leído de su obra es la versión francesa, publicada por la Universidad de París VIII donde ella enseñaba, de un estudio sobre la estrategia alimenticia en los Andes peruanos. Es una erudita, una sabia. Es etnóloga y también conoce la antropología al revés y al derecho. Una brillantísima intelectual que ha enseñado en el Collège de France y en el CNRS (Centre National de Recherche Scientifique). Ada me pide que haga una reseña-crónica y de inmediato le prevengo que será con mi estilo, nada solemne ni laudatorio, de pronto seré áspero, como dicen los colombianos, pero el asunto me interesa, si no no acepto, hablo de esto con el poeta Jorge Nájar y de mi confusión entre antropología y etnología. Me siento muy interesado por el tema tabú de la antropofagia recordando algunos pasajes de Lévi-Strauss en Le cru et le cuit. También me interesa el culto que profesamos a los muertos, a la memoria necrológica, de pronto a la muerte y punto. Es que Olinda sale del planeta de manera imprevista, un cáncer fulgurante se la lleva, creo, en menos de un mes. Hoy se reúnen colegas de trabajo, eruditos antropólogos y eminencias del Collège de France, para celebrar su obra, para rendirle homenaje como se dice, el 26 de enero del 2004. Cae una garúa tenaz, totalmente vallejiana, desde hace tres semanas, el único día de sol fue ayer domingo. Me quedo dormido, narcotizado por el Côtes du Rhône del almuerzo, salgo corriendo rumbo al Metro Pigalle donde haré el cambio —línea verde, la 12, para ir directo hasta la Rue du Bac. Pero estoy medio zombie; no sé por qué bajo en Concorde donde algo pasa, tal vez un asalto de Arsenio Lupin, la policía tiene cercada la estación por la salida rumbo al jardín de Las Tullerías. De pronto esta noche nieva, sí, seguro que nieva para la Torre Eiffel y también para el Panteón. Para la Opéra. Para todos sitios. Para el Sacré C�ur y les Champs Elysées. Esta noche la nieve nos sumerge, nos sepulta, pero todavía no, más tarde, después de la ceremonia en honor al alma de Olinda. De vuelta al Metro en Pigalle me atacan pensamientos de índole fúnebre. Y en estos mis primeros estudios de antropología llego casi de inmediato a la constatación fácil de nuestra necrofilia del alma y, por qué no, de nuestra antropofagia mental. Tomo una chela en el bar de la esquina de la rue du Bac, por eso llego algo atrasado, la ceremonia empieza a las seis y media en punto, hay que salir al patio de adoquines que resbalan y trepar por la escalera que comunica con la parte trasera de la sala donde habla Yolanda Rigault, la presidenta del Cecupe, quien hace un introito de homenaje antes de pasarle el micro a los colegas de Olinda. Carmen Bernard, profesora de Sociología en la Universidad de Paris X (Nanterre), de antropología, especialista en ideologías y religiones. Según entiendo ha escrito, entre sus muchas obras de especialista, libros o ensayos sobre los enigmas de Nazca, los mayas ¿griegos de América?, Teotihuacán, una arquitectura cósmica y otros, sus estudios son abundantes. A Olinda le interesan las transformaciones de las sociedades rurales de los Andes que pueden insertarse en la dinámica de la historia contemporánea (esto me interesa de verdad, mañana 27 asistiré al Centre de Hautes Etudes Latino Américaines en la rue Saint Guillaume, esquina con el boulevard Saint Germain, para una conferencia sobre la Comisión de la Verdad que da� Rodrigo Montoya en buen francés). El otro colega de Olinda es Pierre Bonte, quien trabaja en el laboratorio de antropología social en París, 52 rue du Cardinal Lemaire, aunque su especialidad es el mundo norafricano, los tuaregs, el Islam en los pueblos del desierto. Bonte investiga actualmente sobre la noción del sacrificio en el Islam y también sobre el emirato de Adrar. El tercero es Maurice Godelier, antropólogo de reputación internacional, especialista en Oceanía. Maurice ha sido director del famoso CNRS; ha entrado de primero —como el mejor estudiante— a l'Ecole Normale Supérieure de Saint Cloud. Ha sido asistente de Lévi-Strauss cuando éste era profesor de antropología en el Collège de France que sólo recibe a la crema y nata, como se dice. Se le considera también como uno de los fundadores de la antropología económica. Luego hay otro señor peliblanco y con lentes que termina su mensaje para Olinda, que nos está mirando, con una cita de Cicerón sobre la amistad, extraída del libro del filósofo titulado en latín Laelius, de amicitia, traducido por Christiane Touya, Ediciones Arléa con dos tribunos o patricios que se dan la mano. Mientras tanto, Yolanda explica pasajes de la vida de Olinda y luego le cede la palabra a los mencionados especialistas. Pero ¿qué hago aquí? Por lo general amanezco los lunes temblando y no quiero ver a nadie, ni siquiera a la lluvia. Tomo litros de limonada esperando que me pasen los muñecos, quienes dan saltos e inventan un teatro de títeres y elefantes celestes como los ornitorrincos en mi studio. Hago este esfuerzo titánico por amistad precisamente, elemento medio aristolélico que Cicerón pone por sobre todas las cosas diciendo que es lo único que reconcilia —cual puente— la dicha y la desgracia. Por la amistad que siento me une a mi Ada madrina y también, bruscamente, a Olinda. También a Marysa Coello que toma fotos. Estamos conectados. Los conceptos fluctúan. Difíciles son de conocer las fronteras —para alguien que no es especialista— entre la etnología y la antropología. Tengo una sugerencia al respecto pero no la diré por respeto a la ciencia. Llamo a mi amigo Thibaut en Marsella para explicarle mi confusión, para que me dé algunas pistas, voy� a escribir un artículo sobre eso, le digo. Luego compulso el único libro que tengo de Lévi-Strauss. Miro en la internet para informarme sobre la obra de Olinda. Entre sus múltiples estudios se interesa, etnológicamente hablando, por el Valle de Chancay; desarrolla teorías al respecto: la tenencia de la tierra en una micro región de la costa central del Perú. Pero no. Creo que este estudio lo realiza José Matos Mar mientras que, paralelamente, un alemán de nombre Jürgen habla de dependencia y desintegración estructural en la comunidad de Paracas. Olinda escribe sobre la migración y el cambio estructural en la comunidad de Lampián. Y Perú, la horrible patria amada, significa Virú, o sea Pirú (veo el puente de hierro sobre el río Virú, rumbo a Trujillo). Aquí donde están los kioskos, los vendedores de lagartos, las vendedoras de empanadas e Inca Kolas. Aquí en París. Pirú es Virú, estoy seguro. Muchas palabras técnicas cruzan el espacio poético de mi mente. Sincretismo. Universos simbólico-religiosos. Mitos y ritos prehispánicos. Me siento en un torbellino mientras tomo una Inca Cola y muerdo una cachanga imaginaria en la frontera de Chimbote y Trujillo, con cuyes perdidos en la tómbola y juegos de sapo con mil cajas de cerveza, aquí en París con vísperas de nieve. Creo que Olinda tiene al Perú cual procesión por dentro, como tantos de nosotros; por eso escribe sobre la papa, el choclo, los camotes, el ají; también sobre los animales domésticos; sobre los caprinos y los bovinos. Sobre los cuyes. Sobre las llamas y las alpacas. Sobre el arte que tienen los ancestros para conservar los alimentos. Tambos y charqui� escribiendo esto me siento algo ridículo, chovinista, pero estoy seguro de que, aparte de su intelecto magnífico, Olinda conquista gracias al calor humano el inaccesible Collège de France de Lévi-Strauss and Company. Porque esto del intelecto es asunto de élites. Si eres bruto, pues vete a barrer; si tu inteligencia analítica funciona en el sistema, haz lo que quieras. Y después te mueres y el Seguro paga todo. Te pagan una carroza que sale discreta al amanecer, para que nadie la vea porque aquí, según entiendo, la muerte no existe. La tele muestra supermanes y superwomans esbeltos, atléticos, atléticas, sin el menor ápice de la sacrosanta celulitis, sin el menor ápice de simple grasa. Olinda lo sabe perfectamente mientras la devoran raudos los cangrejos del cáncer. Pienso en la anécdota de aquella bellísima bailarina —cuyo nombre no recuerdo— que fallece porque su chal se queda enredado en la rueda trasera del auto y la estrangula, la echa pa'trás ¡plaf! Se acabó. Se acabó y punto. No sé por qué pienso en todo esto con los cabildos y cofradías a los que Olinda es muy afecta. Precisamente expone en el CNRS esta problemática de índole científica con simbolismos del Ande. Todo queda en manos de los doctores, especialistas en sincretismo. Antropología social y, de nuevo, elogio ciceroniano de la amistad, del «Según entiendo, es la naturaleza y no el interés la madre de la amistad; una facultad del alma; una propensión al amor que nada pide». Curiosamente, de esto hablan los antropólogos y etnólogos que han conocido a Olinda. Aquí viene la loa. Todos hablan de amistad, de paz y amor. Es, de pronto, porque estamos en comunicación con ultra tumba. Todo lo que pasa lo siento natural, sincero. Tanto así que Maurice Godelier se emociona hasta las lágrimas hablando con toques humorísticos de Olinda. El muy eminente Maurice Godelier está llorando. Segundos antes, ha hecho revelaciones espantosas en lo que concierne a la individualidad. Olinda ha sido maltratada en el Collège de France. Le han denunciado por no sé qué. No accede a la beca porque su propuesta concierne a lo colectivo en el mundo individual. No le dan la beca. Los estudiantes reclaman a Olinda, les encanta de la peruana el aspecto como colectivo, comprometido al estilo Sartre, con exclusión de la personalidad. Ahora sí entramos a un terreno muy resbaloso (Eso le digo a Mario Wong al día siguiente cuando se desarrolla con divergencias una discusión sobre� las ideas.) La exclusión. Los mundos paralelos de Plutarco que implican la enseñanza de Sócrates� Mientras tanto, intelectuales peruanos educados en Francia hacen con Velasco Alvarado la Reforma Agraria. Ajá. De modo que la cosa se gesta en Francia� Pero ahora se habla de la modestia, de la reserva de Olinda. Aquí en Francia el medio universitario y de los intelectuales pertenece al horripilante espíritu de competencia donde pulula con certeza la envidia con sus garras leprosas. Creo que Olinda ha sido víctima de ésta en el Collège de France o en el CNRS� luego comento lo de los intelectuales peruanos y la Reforma Agraria en la era Velasco. Siendo yo estudiante en la Universidad de Aix-en-Provence pasa lo siguiente, para tener una idea de lo que quiero decir sobre esto de la competencia y de ser el mejor. No existen la internet ni las bibliotecas virtuales. Los libros tenemos que verlos, tocarlos, en la biblioteca de la universidad. Mañana hay un examen muy importante sobre literatura medieval�Y cuando voy a buscar el libro, veo que alguien ha arrancado la página que todos necesitamos para conjugar el idoma de Lancelot. La ha arrancado para que los otros no lean la información� Olinda es todo lo contrario de la mezquindad. Es totalmente desinteresada y, sin ser indiscreta, participa en la vida de sus amigos. Su modestia, su reserva, su discreción precisamente la separan del ego, que es el diablo incarnato. No la he conocido personalmente, ni conozco la faz diabólica, pero puedo afirmar que tiene un espíritu angélico, tal vez comprometido políticamente pero libre de toda lacra en este mundo del individualismo total. Por eso fascina a los franceses. El aspecto colectivo y generoso contra la ferocidad del individuo. Los estudiantes se dan cuenta, por eso la quieren. Pero esta noche, en este homenaje, hay una arreglo de cuentas, amable y gentil, pero es un arreglo de cuentas post mortem contra los que fueron malos con Olinda. «Cuando pienso en la amistad —dice Cicerón— me pregunto qué impulsa al ser humano a buscarla. ¿Es una propensión natural? ¿O es el ser humano con su fragilidad y su indigencia quien la busca?» Cicerón está aquí presente, con toga y sandalias de cuero, antes de que le corten las manos y le decapiten los esbirros del orden establecido. Aquel o aquella que se opone al Orden muere, c'est la loi. Nadie puede luchar contra Escila y Caribdis, salvo Ulises. Y Cronos es el Emasculador. No sé por qué pienso en los griegos, tal vez por esto del amor. De lo poco que he leído de sus trabajos etno-antropológicos, siento que Olinda lo hace por amor, amor sutil, muy fino, que va de la mano con la amistad, como dice Cicerón, ese estado como primordial que propicia la benevolencia y el famoso amor al prójimo. Sin amor, el intelecto no vale. Es un bicho platónico que chapalea en los pantanos del conocimiento especializado, inútil, sólo válido o legible como los jeroglíficos de Champollion para otros eruditos de no sé qué. Aprecio sinceramente el trabajo de Olinda, incluso su amor a la patria, las exigencias de su ética y su lógica tan femenina que prescinde volontiers del menor asomo de pedantería. Creo que su objetivo es una precisión imaginaria que sobresale indemne del conocimiento científico. Este objetivo tiende a elucidar, pero no sólo con la óptica del intelecto analítico, de eso que llaman inteligencia. Repito que lo hace por amor —como una actitud espiritual—. Sinceramente, me hubiese gustado conocerte, Olinda.

París, 5 de febrero del 2004

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© 2003, Miguel Rodríguez Liñán
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Para citar este documento:
Rodríguez Liñán, Miguel: «Olinda Celestino», en Ciberayllu [en línea]


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