24 setiembre 2002

Reunión en Barranco

Crónica de un atraso no anunciado

[Ciberayllu]

María Isabel Guerra

 
Barranco, en casa de Maruja Martínez (¡presente!), 17 de agosto del 2002.
De pie: Leo Zelada, Dante Castro, Mark Cox, Óscar Ugarteche, Nelson Manrique, Óscar Málaga, Edgardo Rivera Martínez, Juan Acevedo
Abajo: María Isabel Guerra, Domingo Martínez, José Adolph
(Foto de Julián Igue.)

 
No, ésta no es la crónica de un embarazo inesperado: es la crónica sobre la crónica que debería haber escrito hace un mes. Sorry por la tardanza (y perdón por el anglicismo) pero, aunque suene a lugar común, Perú 2002 es un mundo de paradoja, donde sobran los temas pero todo se confabula para no poder escribir. Uno quiere concentrarse, pero «lo real» se las arregla, cual combi que embiste y fuga, para venir en busca de quienes seguimos creyendo que no sólo de pan se vive.

Digresión: ¿algo de esta «realidad real» tendrá que ver con el hecho de que muchas de las más importantes piezas de la literatura peruana hayan sido escritas fuera del Perú? Perdonen la tristeza. Las cotidianidades imponen su urgencia (y no entraré en detalles relacionados con la tan de moda «perspectiva de género») y finalmente, cuando ya al parecer tengo algo de tiempo para cumplir con el encargo, sentada frente a la parpadeante pantalla, quiero escribir, pero me sale espuma / quiero escribir muchísimo y me atollo. Si mucha gente tuvo que irse del Perú para poder escribir, y si muchos se siguen yendo simplemente para poder vivir, ¿por qué pensar que yo, en comparación una plumífera, iba a ser la excepción? ¿O será que me encebollo sin motivo?

Recuerdo a Quino y su lo urgente no deja tiempo para lo importante, mientras noto que ya pasaron una, dos, tres semanas, uno, tres, siete días más, y aún no he escrito la sabatina crónica que Domingo me pidió. Reparo en que no me han pedido un cuento, ni siquiera un chiste, sino un simple ejercicio para el cual no debería necesitar ni un viaje al parque; una vez concientizada al respecto, el panorama se despeja y luce menos intimidante. Lo malo del periodismo es que nos malacostumbra a escribir corto, pero un buen chorro de whisky en el café con leche siempre hace el milagro de interconectarme las neuronas más indicadas para remediar esta deformación profesional. Bueno, no siempre funciona: pero igual es sabroso. Punto aparte. Un chorrito más...

Aquel sábado, cuando mi marido —Julián— y yo llegamos al departamento barranquino que todos conocemos, ya estaban presentes Óscar Ugarteche, Óscar Málaga, Nelson Manrique, José Adolph, Juan Acevedo, Dante Castro, Mark Cox, Edgardo Rivera Martínez, Antonio Melis y por supuesto el Kuraka, pues, más las respectivas parejas. ¡Plop! Primera vez y encima llegamos tarde. Pero como estamos en el Perú, normal nomás.

Tras las presentaciones de rigor, tuve la suerte de que José Adolph me perdonara, generosamente y a nombre de todos, el ser periodista; de modo que me sentí obligada a aclarar —humorísticamente, claro— que nunca trabajé en el SIN. Una ronda de vino, y las conversaciones se reanudaron. Al fin y al cabo, el calor del departamento nos mantenía a salvo de la juerga nocturna que se apodera de Barranco los fines de semana, y el ambiente era propicio para la tertulia auténtica.

La verdad, resultó un poco difícil seguir el hilo de tantas conversaciones simultáneas, porque atender más alguna de ellas implicaba perderse todas las otras, igualmente interesantes y deliciosas. Así que Julián y yo nos la pasamos igual que en un partido de tenis; mirando aquí y allá, de un lado a otro, intercambiando comentarios sobre lo que cada uno vio y oyó. Reconstruyendo los hechos, a pura memoria y sin ayuda de juez de línea alguno, recuerdo que Óscar Uno nos divirtió con sus anécdotas acerca de cómo aún es posible asombrarse en el Perú, y nos reafirmó la convicción de que el nuestro es, sin duda, un país surrealista; Óscar Dos y Dante nos hicieron mantener las esperanzas de que hay maneras de publicar obra en el Perú; Edgardo nos contemplaba a todos en silencio, un silencio sin duda llenecito de preguntas: Antonio narraba las anécdotas acaecidas durante un viaje por la selva peruana, ante los atentos Juan y� Nelson. Más adelante llegó Leo Zelada (aunque yo lo siga llamando Rubén), le agradecí mentalmente el no haber permitido que nosotros fuésemos los últimos en llegar. Leo anunció la pronta llegada de Paolo de Lima... a quien seguimos esperando hasta la fecha.

Por supuesto que la estrella de la noche fue el Kuraka, quien animó el debate intercultural Lima-Jauja-Misuri (parece ruta de combi, ¿no?) y hasta se hizo tomar fotos protocolares, estilo corte imperial del inca, rodeado por los miembros presentes de la panaca ciberayllista.� No faltaron los chistes, los chismecillos ni por supuesto los brindis, acompañados de una deliciosa mousse de trucha —dizque con propiedades afrodisíacas— hasta que unos aromas deliciosos —acompañados de una no menos prometedora vista— anunciaron que la carapulcra estaba servida, y que había para todos los gustos (y edades), es decir, con y sin picante.

Viéndonos a todos los reunidos, y tras el cuarto vaso de vino, resultó inevitable ponerse sentimental, y pensar que en el Perú lo que nos sobran son héroes. Que haya gente que, en medio de la realidad torpe y bruta (no sé si más bruta que torpe o al revés) del Perú y de este lado del mundo, tenga la ocurrencia de dedicarse a la reflexión, al activismo, a las artes, a la educación, a luchar por lo que muchos consideran causas perdidas, no es esquizofrenia: es un acto de fe. Alguna vez, hace tiempo, le dije al Kuraka «vivo de la esperanza de un mañana mejor». Puedo decir que me hace muy feliz darme cuenta de que hay muchos que sentimos lo mismo y que tratamos de poner nuestro granito de arena.

Y bueno, volviendo a la crónica de la reunión... yo no tengo vocación de tucuyricuy, así que dejaré a la imaginación de los que no fueron el resto de los detalles. Baste con decir que nosotros nos retiramos a las 3 a.m. y todavía seguía la conversa. Gracias Domingo... y gracias a todos por estar allí. He dicho.


Nota del editor:
Después de la reunión, organizada al apuro descuidado, me di cuenta de que estaban en Lima otros queridos autores de Ciberayllu, con quienes quedo en deuda permanente. Y gracias mil a Betty Martínez, anfitriona excepcional que, como siempre, se ocupó de todas las logísticas. (DM)


© 2002, María Isabel Guerra
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