19 mayo 2003

El erotismo es un humanismo.
Observaciones sobre The Contemporary Fornicator's Style Infraction, por M. K. Mancuso

[Ciberayllu]

Mónica Belevan

El Mancuso tiene una nariz egregia, irreprochable; no hace mucho, el principal periódico de Saint Louis, Missouri (y él en Manchester, sin prestar caso ni ocaso a estas cosas) lo aclamó como el Oscar Wilde del punk.

A sus crísticos, ya casi treinta y tres, años de vida, se ha visto excomulgado, con honores, por la Universidad de Oxford, y se desempeña, intermitentemente, como militante bartlebyano (siendo, en el fondo, como Kafka: afecto al silencio farragoso de las oficinas).

El Mancuso es al anonimato lo que Jacques Rigaut, El Regio,�fue a los espejos.

Sus recientes investigaciones giran en torno al sexo, y se resumen, burdamente, a esta papeleta, una multa al grueso de los llamados sensualistas, en palabras del Mancuso:

carroñeros, estatizadores del contrato sexual, dilapidadores, presas del más intestino mal de males —la explotación indiscriminada y desmoralizante de una antigua fuente de inventiva humana—.

No sé hasta qué punto esta opinión resulte placentera a los lectores: al Mancuso tampoco le importa.

Ha llegado a la conclusión, tras mucho borgeo, de que a la par de los grandes santos, existen, a fuerza de tractoria dialéctica, grandes pecadores. A lo que ha de sumar que los santos no son necesariamente extáticos, y que los pecadores, los reales iniciados en el éxtasis, pueden pasarse la vida sin dañar, o desvirgar, a nadie (ciertos parecidos, tibios, a un tal Oblomov).

¿Es acaso cualquier pseudo-epicúreo, cualquier follador naranja, silogístico y maquinal, un verdadero sensualista? Que el gran dios Pan de cada día nos libre de tamaña evanescencia.

Los hay, a sus ojos, fornicadores módicos, erectile cantos of the bourgeoisie: productos eficientes del� entorno, que van y vienen conjugados, como verbos regulares, a la cópula predeciblemente ditirámbica, de interés entomológico, paleo-realista o meramente incidental.

Pero el erudito, un onanobservador, consigue distanciarse del volkswagen sexual, y se empeña sólo en desentrañar exquisiteces, las más que menos, parafilias que nuestra sociedad condena al ostracismo; affaires de recámara lúcida como:

la práctica sexual privada, hermética, heredera de la wank-masonería; en otras palabras, un� sexo de sesgo humanista.

Porque hay un sexo deshumanizante, clama el Mancuso, ese que se disfraza de encuesta Durex:

tabula crasa de lo presuntamente sexy, de las falsas quintesencias

�y que fomenta una estandarización quirúrgica de la uni-dimensionalidad sexual del hombre contemporáneo: análoga, sin ninguna imprecisión, a los cultores de la Tierra plana —que siempre hay y siempre sobran— pero con el respaldo pantocrático de unas contundentes masas practicantes de lameculos y otros maledictos.

Es cierto que el Mancuso promueve la no-reproducción de las partes, lo cual� se debe� a una inspiración matemática ajena al caso en cuestión, pero recalca la irrepetibilidad del individuo, y por consecuencia la de su experiencia y de sus circunstancias.

«El wash and wear erótico...», dice:

�...conlleva a un eventual aniquilamiento del deseo.

Las pruebas, creo, existen, y se evidencian en la supuesta licuefacción del sexo binario, de a dos, en el que cada quien es uno y cuya suma, suma, exactamente, a un uno áureo, transubstancial e imperfectible.

Es esta incapacitación del sexo actual la que invita al desvencijamiento de la pareja, a la teoría inestimablemente bruta de las permutaciones.

Y sigue:

Quizás el compromiso en relación al acto sea potestad casi exclusiva de los alquimistas y los físicos teóricos —hay una sustancial (léase, no sustanciosa) tripa de humanos que parecerían sentirse conformes con el desgaste eterno del eterno apetito.

Lo cierto es que estas satisfacciones poco elegantes implicarían el catálogo sexual de un gourmand, quien se da por bien abastecido con lo que le caiga del cielo o se arrastre, desvirtuado, a sus pies. Le da lo mismo follarse un ángel (cf: Sodoma y Gomorra), que a la última excrecencia de un coprófago; es democrático, ergo,� inhumano, hasta el absurdo.

Los gourmets sexuales (es decir, los onoanobservadores), son distintos, en cuanto:

El buen sexo no prescinde nunca del buen gusto —llevado a su máxima expresión, es quizás un arte primigenio que lamentablemente espera aún, cabizbajo, que alguien le oferte su giro copernicano.

Quienes follan indiscriminadamente lo hacen —o así parecería— con miras a hacerse los unos a los otros, sin por eso haber concertado, clara y distintamente, cuál sería� la diferencia eficiente entre hacer y deshacer; muestran una falta de aprecio por las formas que cualquier aristotélico o jarryano (bien formado) �encontraría detestable.

Quien no acata al sexo como rito, como praxis de una previa intelección:

...pierde el acto creativo en lo sexual, y con� ello, pierde al acto entero en sí.

Ergo, el hacer y el quehacer sexual del vulgo exigen ser sometidos al más juicioso proceso de somatización intelectual: caso contrario,

nos robarán (como se esclarece sabiamente en Dr. Strangelove) los fluidos corporales, o remarcarán en cualquier instancia una pérdida sustancial de dichos, dichosos, efluvios.1

Hay otra certeza —otra fineza— en esta enseñanza. El Mancuso promueve que el verdadero sexo es� Verbo. Los cachondos de cafetín comparten cigarrillos, sentados ante el bar, catedralicios, esculpiendo babosadas como la siguiente:

—Señorita, tiene Ud. unos senos ejemplares.

—¡Ejemplares serán los de su madre!

—Es cierto, sí, pero... ¿cómo lo supo?

«Esto no es verbo...», reza el Mancuso:

...esto es sofística sexual.

Y hay, aún así, mejor ejemplo de sofística que el anterior: la que se encuentra ociosamente embelesada con el traste; o la sofística bipartisana de las tetas; o la sofística lela, chicha e insofisticada —no en vista de su supuesta sordidez, sino en relación a controles fitosanitarios y basicidades varias de inspección de calidad e higiene—.

Esboza el Mancuso, sin embargo, una fe intravenosa en una posible (aunque implausible) redención del Eros a manos de una epidemia sexo-fáustica de envergadura, en la cual él deposita una creencia tan ingenua como grácil.

Ya se sabe adonde fueron a parar las grandes empresas evangelizadoras, con sus propuestas regias y humanistas, sexuadas (pero sólo hacia atrás)...

El Mancuso tiene, como digo, una nariz preciosa, como las que ya no se ven hoy por hoy. Sería una lastima que su doctrina alquímica del sexo no invite, por lo menos, a una reconsideración de las condiciones de la cópula contemporánea.

De ser en realidad un Oscar Wilde, un subversor, lo más factible es que el Mancuso sobrelleve, o sobregire —con consecuencias trágicas, a manos del conservadurismo de la práctica sexual vigente— la irrisión desinformada de sus coetáneos, el rechazo y la envidia de sus pares (tan impares, ellos), el anonimato tierno a podredumbre de su tesis.

No se nos ha planteado una teoría tan osada en relación a la verdadera dimensión del valor y la naturaleza humana de la cintura para abajo, desde las investigaciones nunca sanamente desmentidas del uno, y del otro, doctor Freud.

* * *

(1) Aquí el texto me resulta oscuro. En el inglés original, el fragmento reza:
They will rob us of our bodily fluids (as wisely evinced in Dr. Strangelove), or they shall, in any case, implicate a substantial loss of these, thesean effluvia.
A ojos vista, la traducción es espinosa, en cuanto el fragmento seguramente alude, y sólo con significado para unos pocos iniciados, al mito de Teseo; sin por eso olvidar que el Mancuso es fonéticamente afecto a ciertos juegos idiomáticos que no conducen a ninguna parte.
Por otro lado, la construcción gramática me parece problemática. No queda en claro quiénes nos robarán los fluidos corporales o si son Ellos, o los propios fluidos (¿?), quienes implican una pérdida sustancial de dichos, dichosos, jugos.

Bibliografía

MANCUSO, M.K, The Contemporary Fornicator`s Style Infraction, London: Plumrose University Press, 2002.


© 2003, Mónica Belevan
Escriba a la autora: bloomswake@hotmail.com
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más crónicas en Ciberayllu.


Para citar este documento:
Belevan, Mónica: «El erotismo es un humanismo. Observaciones sobre The Contemporary Fornicator's Style Infraction, por M. K. Mancuso», en Ciberayllu [en línea]


413/030519