Conversación con Giancarla de Quiroga

Entrevista

[Ciberayllu]

Kathy Leonard

 

Giancarla de Quiroga, boliviana, nació en Roma, Italia.� De madre italiana y padre boliviano, es novelista, cuentista y poeta. Empezó a escribir muy joven, en italiano, y poco después de emigrar a Bolivia a los 17 años, empezó a escribir cuentos en español.
Giancarla de QuirogaEn 1989, ganó el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuento convocado por la Municipalidad de Cochabamba con el libro De angustias e ilusiones. El mismo año, su novela La flor de «La Candelaria» ganó una mención en el concurso «Erich Guttentag» y fue publicada por la prestigiosa editorial Los Amigos del Libro.� En 1994, la escritora ganó el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuento convocado por el matutino Presencia, con el relato «Celebración».
En 1995, Giancarla de Quiroga publicó, con el auspicio de UNICEF, un estudio sociológico titulado «La discriminación de la mujer en los textos escolares de lectura».� En 1996, bajo el sello editorial Arcane 17, la Casa de Escritores Extranjeros y Traductores de Saint Nazaire, publicó en versión bilingüe, español-francés, el cuento «Una habitación propia en Saint-Nazaire».� Ha publicado cuentos y ensayos en diferentes periódicos y antologías bolivianas y del exterior.
En 1998 su novela La flor de «La Candelaria» fue traducida al inglés con el título Aurora y publicada en los Estados Unidos.
Actualmente, la autora es docente en la Universidad Mayor de San Simón y Directora de Relaciones Internacionales en la Alcaldía Municipal de Cochabamba.


Usted se considera boliviana aunque nació en Italia. ¿Me puede hablar de su niñez en ese país?� ¿Influyó esto en alguna manera en su formación como escritora?

Nací en Roma, donde viví hasta mis 17 años.� Cursé el liceo clásico y desde pequeña me gustaba mucho la lectura.� Tenía buenas notas en italiano, es decir, en� lenguaje, y buenos profesores que alentaron mi afición por la literatura.� Es extraño, pero no empecé a escribir prosa, sino poesía, aún conservo algunas escritas en mi adolescencia.� La necesidad de escribir surgió en momentos de emociones fuertes, de soledad, de amor...� Cuando vine a Bolivia, no hablaba el español, me tomó� varios años adquirir el dominio del lenguaje y poco a poco fue despertando en mí el deseo de escribir en la nueva lengua.� Pero no tenía la paciencia ni la dedicación ni el tiempo para hacerlo de manera metódica y sistemática, hasta que conocí al escritor y político Marcelo Quiroga Santa Cruz, amigo que influyó mucho en mi vocación literaria.� A él dediqué el cuento escrito en Francia, publicado en versión bilingüe, «Una habitación propia en Saint-Nazaire».� Entre mis primeras lecturas en castellano, me impresionó especialmente la novela de Marcelo, Los deshabitados, y mi tesis de licenciatura de filosofía es una análisis de esta obra.

Encuentro muy interesante el hecho de que usted escribe en español, siendo éste su segundo idioma.� ¿Le costó mucho aprenderlo?

La verdad es que no me costó mucho aprender a hablar.� Era muy joven y se aprende un idioma con sólo escucharlo.� Escribir ya es otra cosa y continúo aprendiendo.

Sin embargo, a los diecisiete años, uno ya no es tan joven para empezar a aprender otro idioma.

Tal vez me haya ayudado el hecho de que en el liceo clásico estudié latín y griego.� Tal vez por ellos tengo muy buena ortografía en español, sin haber estudiado mucho.� En la escuela odiaba las matemáticas, la física y la química, en cambio, me encantaba hacer traducciones del latín, del griego y del francés al italiano; el conocimiento de otros idiomas debe haber facilitado el aprendizaje.

¿Sigue usted hablando italiano o ya lo ha olvidado?

No, no lo he olvidado.� Escribo con frecuencia a mis familiares, por lo menos una carta al mes.� He tenido la suerte de poder viajar a Italia cada dos años e inclusive cada año, sin embargo, cuando llego a Roma, me sorprende encontrar una cantidad de neologismos y expresiones que se van generando a raíz de situaciones nuevas o de acontecimientos políticos o sociales.� Por ejemplo, palabras como terremotati, tangenti, que antes no existían.� Eso debe ocurrir en todos los idiomas, pasa también con el español que hablamos en Bolivia con palabras como empantanamiento, narcovínculos y otras que han surgido a raíz de diferentes hechos.

¿Por qué decidió venir a Bolivia?

Mi padre es boliviano y vivía aquí.� Mi madre murió en Roma cuando yo era muy pequeña, durante la guerra.� Me crié con mis abuelos y tíos, y al salir bachiller, decidí visitar a mi padre y conocer Bolivia.

Usted empezó a publicar hace pocos años; en 1989 publicó una colección de cuentos que se llama De angustias e ilusiones.� ¿Comenzó a escribir los cuentos con mucha anterioridad?

Claro que sí.� Cuando me venía una idea, escribía, guardaba los papeles y cuando deseaba un reencuentro con el texto, los buscaba, los revisaba, trabajaba los cuentos y los concluía.� Así ocurrió con esos relatos, hasta que en el periódico leí la convocatoria a un concurso de la Municipalidad de Cochabamba, me animé a enviarlos y gané el premio nacional.� Por cierto, aún no trabajaba en la Comuna.

¿Cómo le afectó el hecho de ganar un premio?

Me gustó mucho, francamente: de no ser por el concurso nunca hubiese publicado los cuentos.� Cuando salió la edición, mucha gente me llamaba y comentaba; «Ese cuento, “Se llamará Cristóbal”, a mí me pasó eso cuando era niña».� O el de la anciana, decían, «¿Sabes que yo tengo el mismo temor?»� Entonces me di cuenta que algunas personas se identificaban con las situaciones que yo describía y se iba creando una especie de hermanamiento, de solidaridad, porque, en el fondo, todos tenemos los mismos problemas de soledad, temores y angustias, por eso titulé el libro De angustias e ilusiones.�

¿Existe algún tema común en todos sus cuentos?

No, no hay una unidad temática, además, los escribí en diferentes épocas.� Algunos me costaron muchos meses de trabajo, mientras que «Se llamará Cristóbal» lo escribí en media hora.� Dicen que es un cuento para niños, la verdad es que les gusta mucho, pero en realidad, es un cuento para mamás.

Un cuento suyo que me llamó la atención por su temática de la muerte es «Celebración».� ¿Puede referirse a ese cuento?

«Celebración», que ganó el premio nacional del matutino Presencia, me lo inspiró un pariente, una persona de edad que murió hace dos años.� Durante su larga enfermedad, pude ver como la proximidad de la muerte iba despertando en él curiosidad, angustia, temor, dependiendo de su estado de ánimo.� Muchas veces conversamos sobre el gran misterio que es la muerte y fui escribiendo el cuento en su compañía.� Cuando se lo leí, él encontró que el final del protagonista, era la muerte que él quería, con un hermoso recuerdo, sin resentimiento, una muerte apacible y serena.� Como le decía, aprecio ese cuento, por las circunstancias en que fue concebido.� Acaba de ocurrírseme la idea que podría escribir la historia de cada cuento, cuál fue la palabra, el gesto o la circunstancia que lo inspiró.

¿Ha merecido el cuento alguna mención en la crítica?

Mereció algunas notas periodísticas, pero ningún trabajo crítico en especial.� Aquí hay muy poca crítica, considero que la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor San Andrés de La Paz debería promover la elaboración de reseñas críticas de todas las publicaciones literarias, eso ayudaría a la divulgación de las obras y estimularía su lectura.

Otro cuento suyo muy interesante se titula «Desvelos» y está incluido en una antología publicada por la Universidad Técnica de Oruro.

Ese cuento obtuvo el segundo premio en el año 1984.� Fue escrito en la época de dictadura y está lleno de alusiones, por ejemplo, una constituyó un homenaje a Marcelo Quiroga Santa Cruz, que fue asesinado el día del nefasto golpe militar de l980.

¿Se censuraba la escritura en esa época?

Había censura de prensa, no sé si de las obras literarias, porque me imagino que esa gente no lee literatura, pero había una cultura del miedo que impedía expresarse libremente.

¿Quisiera hablar de su novela La flor de «La candelaria», con la cual Usted ganó una mención en el concurso de la novela «Erich Guttentag»?� ¿Qué significó para usted ganar ese premio?�

Me alegré mucho, pero al mismo tiempo tenía curiosidad de saber cuál sería la novela ganadora del primer premio.

¿Cómo fue el proceso para escribir la novela?

Fue un proceso de alrededor de dos años y todo empezó con un cuento.� Tenía un amigo poeta, Eduardo Mitre, era catedrático en una universidad norteamericana y cada vez que venía de vacación, hablábamos de literatura.� Gracias a él conocí a Isabel Allende.� Él me trajo ese hermoso cuento suyo de un juez y una mujer.� Cada vez que llegaba Eduardo, le mostraba lo que escribía y cuando leyó un cuento aún sin título comentó: «Esto tiene que ser una novela».� «Que flojera», le contesté, «yo soy muy impaciente, y una novela supone un trabajo de largo aliento, de mucha entrega, pero lo intentaré».� Y ahí ocurrió un fenómeno interesante, empecé a escribir con una dedicación absoluta.� Volvía del trabajo y me sentaba a la máquina, sin descanso, fue una especie de enamoramiento...� Disfruté muchísimo recordando las cosas que me contaba mi abuela boliviana; ella fue la principal inspiradora, porque la mayoría de las cosas que relato son verídicas, inclusive es cierto eso que el abuelo la sedujo y se la llevó a vivir al campo.� Tuve que reconstruir paisajes, imaginar situaciones... hay mucho de ficción, pero el fondo es real.

Usted situó la novela en el pasado, durante los años de la Reforma Agraria.� ¿Se debe esto a lo que le relató su abuela?

Claro, ahora que un hombre se lleve a la novia al campo, pasa desapercibido, es normal... Me interesaba reconstruir el espíritu de la época, una sociedad conservadora, pechoña, hipócrita, con una serie de prejuicios, tabúes, especialmente sexuales, lo de mi abuela fue todo un escándalo que dio mucho que hablar.

Aurora, la protagonista de la novela, es una mujer interesante, fuerte, decidida, pero a la vez es también muy sensible, muy femenina.� ¿Su abuela era el modelo de este personaje?

Sí, mi abuela era así.� Por ejemplo, ella me contó que empezó a alfabetizar a los hijos de los campesinos y que el abuelo se oponía diciendo: «Cuando aprendan a leer y a escribir, estos indios se van a soliviantar...»� Era la mentalidad feudal y clasista de la época.� Por eso yo admiraba a mi abuela, porque se rebeló contra los convencionalismos de su tiempo.� Alguna vez le pregunté: «Si volvieras atrás, volverías a escaparte con el abuelo?»� Y ella me decía que sí, que no se arrepentía de nada.

Hay cierta crítica de la ciudad en su novela.� Aurora tiene mucho miedo de lo que le espera allí, de lo que le pueda pasar.

Sí, mi abuela sintió el rechazo y la exclusión, pero al final no le importaba, vivía al margen de la crítica y de la sociedad.� «Yo vivo feliz, no le debo nada a nadie», decía.

En la novela, Alberto, el esposo de Aurora, se enferma gravemente y casi muere.� ¿Es esto algo que realmente ocurrió con el abuelo?

Lo que ocurrió fue algo peor: el abuelo era muy cruel con los indios, entonces ellos se rebelaron y decidieron matarlo.� Le tendieron una emboscada y le dispararon un tiro al corazón, con tal suerte que la bala pasó justo entre diástole y sístole y se alojó en el pulmón.� Como sería el poder que el abuelo ejercía sobre los campesinos que, con la bala adentro, les ordenó que prepararan una camilla y que lo trajeran aquí, a la ciudad.� Lo operó un prestigioso cirujano y el abuelo salvó la vida.� Como usted ve, a veces la realidad supera la ficción y no me atreví a poner este episodio en la novela porque podía parecer inverosímil.

¿Cuál fue el trato del abuelo hacia los campesinos después del incidente?

No conozco los detalles.� Seguramente los campesinos se escaparon, pero en la etapa previa a 1952, a la Reforma Agraria, el maltrato y el abuso de los terratenientes era tal que hubo varios levantamientos, el de la hacienda de Yayani fue muy comentado.

Entonces, según parece, su abuela era una especie de feminista temprana.

No sé qué decirle... ella nunca se planteó el problema de la liberación femenina, pero de hecho, era una mujer liberada y profundamente enamorada hasta el final de sus días.� Finalmente, se casó en «articulo mortis», pero se casó.

¿Qué quiere decir en «articulo mortis»?

Según me contó, a raíz de un «mal parto», como lo llamaba ella, es decir, a raíz de un aborto, se puso muy grave y la trajeron a Cochabamba.� Estaba moribunda, en el hospital, y el abuelo lloraba desconsoladamente.� Entonces una monja italiana le dijo: «Se está muriendo, ¿por qué no se casa, así arreglan su situación?»� El abuelo aceptó, y los casó el capellán del hospital.� Casi milagrosamente, la abuela fue mejorando y vivió muchos años.

Sin embargo, Aurora y Alberto nunca se casan en la novela.

No se casaron porque quise evitar el «happy ending» tan obvio y preferí un final incierto.

¿Siempre tiene una relación tan personal con los personajes de sus obras?

Cuando creo un personaje, me gusta verlo por dentro, no me importaría ser catalogada de escritora omnisciente, creo que es legítimo.� Es como cuando conozco a una persona, quiero conocer sus debilidades, sus fantasías, sus reacciones...� Con los personajes trato de hacer lo mismo, trato de darles un alma, para que tengan vida, para que parezcan reales.

¿Cómo se siente cuando termina de escribir una obra, por ejemplo, al terminar de escribir La flor de «La Candelaria»?

Extenuada.� Pero la verdad es que yo no sabía cuándo había terminado la novela, porque no es como terminar un vestido, una torta...� Por ello le pregunté a un amigo pintor: «Cómo sabes que tu cuadro está terminado y que no necesita una pincelada más?»� Es difícil saberlo, pero un indicador válido para mí, es que me sentí saturada, ya no podía añadir ni una coma al texto.� «Debe ser porque la novela está madura, porque está terminada», pensé.� Dejé descansar el texto unos meses, le di algunos retoques y se lo di a leer a un amigo entrañable, el que me inspiró el cuento «Celebración».� El me hizo unas cuantas observaciones, hice algunas modificaciones y presenté la novela a un concurso.� La opinión de amigos críticos es fundamental para mí, no deben ser condescendientes ni benévolos, deben ser sinceros y no deben sentir el «escozor de la envidia».� Cada texto publicado ha contado con la aprobación de algún amigo entrañable, que merece toda mi gratitud.

Usted ha escrito otro tipo de trabajo, uno que trata la discriminación de la mujer en los textos escolares.� ¿Me podría hablar de ese trabajo?

Durante cinco años he sido investigadora en el Instituto de Estudios Sociales y Económicos de la Universidad Mayor de San Simón.� El director del Instituto tenía una gran visión y creó un área de investigación de la mujer.� Primero hice un estudio sobre la inserción de la mujer en los estudios universitarios, porque antes las tendencias femeninas eran muy diferenciadas de las preferencias profesionales masculinas y quería descubrir las causas.� Después de esa investigación, me pregunté de dónde venía la discriminación de género y me di cuenta que había que buscar las causas en los textos escolares.� Busqué libros de diferentes épocas y encontré una serie de mensajes sexistas que reflejaban una mentalidad patriarcal y machista, encontré cosas increíbles.

¿Ha afectado esto a la creación de protagonistas femeninas en sus obras?

La verdad es que no he analizado a los personajes femeninos de mis cuentos.� Pensándolo bien, cuando escribo, no tengo una intención didáctica, no me propongo enseñar algo, los personajes «me salen» fuertes o débiles, dominantes o sumisos, de acuerdo a la exigencia de la trama.

¿Entonces, usted no piensa en las expectativas de los lectores y/o críticos?

Creo que no.� Por ejemplo, un profesor de literatura que reside en los Estados Unidos comentó, «Qué pena, la protagonista de La Flor de «La candelaria» debía ser más feminista, más agresiva, así te traducían tu novela y hubiese tenido gran éxito».� Obviamente me gustaría que mis obras sean traducidas y vendidas, pero no puedo escribir para responder a la moda o a las expectativas del mercado, eso no me interesa.

¿Ha tenido algunas desventajas como escritora o piensa que las mujeres en general tienen desventajas en comparación con los varones dentro del ámbito literario?

Yo creo que sí.� Dependiendo del contexto, sí, porque es más difícil abrirse campo.

¿Por qué piensa usted que es así?

Porque hay una tradición de predominio y una tradición de exclusión, y eso es en todos los ámbitos.� Por ejemplo, en la Alcaldía, varias mujeres hemos alcanzado puestos de dirección, pero las funciones más importantes están en manos de los varones.� En la universidad pasa lo mismo, hay muchas mujeres profesionales capaces, pero los rectores, los decanos, son varones, y no porque sean más capaces, sino por tradición.� Así ocurre en la Cámara de Senadores, de Diputados, en los Ministerios, en los bancos, en la empresa privada, y las mismas mujeres tenemos cierta resistencia hacia nuestras congéneres...� En cuanto a la literatura, las mujeres estamos tratando de conquistar un espacio que estaba ocupado tradicionalmente por los varones y tenemos que buscar espacios en los periódicos, en las editoriales, porque por lo general, es difícil y costoso publicar nuestras obras.

¿Cómo ve usted el futuro de la literatura latinoamericana?

A partir del «boom», es un desafío poder mostrar una realidad de la que parece que todo se ha dicho.� Siempre hemos dirigido la mirada a la vieja Europa, pero con escritores como Borges, Carpentier, García Márquez, sólo para citar algunos, se da el fenómeno inverso: Europa ha dirigido la mirada a América Latina.� Y tal vez el futuro de nuestra literatura consista en seguir siendo nosotros, en mostrar nuestra realidad, con sus valores, en decir lo que nos pasa y en decirlo bellamente.


Bibliografía de Giancarla de Quiroga

Novela
La flor de «La Candelaria».� Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1990.

Antología de cuentos
De angustias e ilusiones: Cuentos.� Cochabamba: Editorial Serrano, 1989.

Cuentos Publicados
«Celebración». �Presencia Literaria (15 junio de 1993): pp. 1 y ss.

«Una habitación propia en Saint-Nazaire.»� Saint Nazaire: Editorial Arcane 17, la Casa de Escritores Extranjeros y Traductores de Saint Nazaire, 1996.

Otros
Los mundos de Los Deshabitados: Estudio de la novela de Marcelo Quiroga Santa Cruz.� La Paz: Piedra Libre, 1980.
La discriminación de la mujer en los textos escolares de lectura. La Paz: UNICEF, 1995.

Obras traducidas al inglés

«Celebration». Traductora: Kathy S. Leonard. The Fat Man from La Paz: Contemporary Fiction from Bolivia. Ed. Rosario Santos. New York: Seven Stories Press, 2000. pp. 65-78.

Aurora.� (La flor de «La Candelaria»).� Traductora: Kathy S. Leonard.� Seattle: Women in Translation, 1999.

«Of Anguish and Illusions».� Fire from the Andes: Short Fiction by Women from Bolivia, Ecuador, and Peru.� Eds. Kathy S. Leonard y Susan E. Benner.� Albuquerque: University of New Mexico, 1998.� 18-24.� Traducción de Susan E. Benner.


Comentario privado al autor: © Kathy Leonard, 2001, kleonard@iastate.edu,
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