Entrevista a Frances Aparicio sobre los estudios culturales latinos.
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[Ciberayllu]

Juan Zevallos-Aguilar

A la tercera parte

 

¿A qué departamentos académicos pertenecen? ¿Con qué otros programas deberían estar afiliados?

A raíz de su carácter interdisciplinario, y de la diversidad racial del sector latino estadounidense, el campo de estudios latinos debería converger tanto con el programa de estudios afroamericanos como con estudios latinoamericanos, norteamericanos, y con estudios de la mujer. En mi opinión, diría que Latino Studies pertenece a todos esos espacios, incluso a departamentos de español e inglés, y, a la vez, no debe estar abarcado por ninguno en su totalidad. Deberíamos gozar de autonomía burocrática sin por ello sacrificar los diálogos y la cooperación intelectual que son hoy día tan necesarios en un mundo académico cada vez más multidisciplinario. La gran diversidad de espacios en los que se localizan estos programas refleja usualmente los recursos existentes, ya sea en cuanto al perfil nacional y disciplinas del profesorado, en cuanto a la predisposición —o falta de ella— de ciertos departamentos de integrar los estudios latinos a sus programas, y en cuanto a las estructuras burocráticas de cada universidad. En muchos casos, la presencia de los Estudios Latinos dentro de un solo departamento terminaría siendo muy limitada, pues ninguna disciplina, por sí misma, puede representar este campo de estudio. Tampoco debería ser articulado ni en inglés ni en español exclusivamente, sino en una combinación de ambos sistemas lingüísticos. En la Universidad de Michigan, por ejemplo, acabamos de implementar un requisito de español para la concentración en Latino Studies. Ello implica la colaboración del departamento de español en la enseñanza del idioma como en el desarrollo de cursos compartidos. Es interesante observar que muchos académicos chicanos han sido entrenados en los departamentos de inglés, mientras que aquellos de descendencia caribeña y puertorriqueña tienen mayor representación en los departamentos de español. Como resultado, las universidades deben ser conscientes de establecer una diversidad pan-latina dentro del profesorado como diversidad en las áreas de investigación.

¿Cuáles son los riesgos de la institucionalización de los estudios latinos?

Uno de los peligros más obvios al establecer un programa de Estudios Latinos es localizarlo de antemano en un espacio que conduzca a su colonización y falta de autonomía. La integración de los «estudios latinos» con los estudios latinoamericanos o con los estudios norteamericanos, cuya historia y fundación responden a una realidad política muy diferente, podría conllevar una serie de obstáculos y conflictos internos en cuanto a administración, toma de decisiones, admisiones, y otros asuntos de carácter académico y estructural. Algunas universidades, en la urgencia de establecer Estudios Latinos para responder a las presiones políticas, establecen los programas y las estructuras antes de contratar a un grupo significativo de profesores, quienes deberían ser los responsables de diseñar el programa académico según el perfil tanto del estudiantado como del profesorado.

Uno de los logros del campo de Estudios Latinos es la práctica interdisciplinaria en investigaciones que ya no se centran únicamente en la literatura. ¿En qué consiste el campo de Estudios Latinos? ¿Sería este campo el primero en el que se practica los estudios culturales?

Según Juan Flores en el artículo ya citado, los programas pioneros establecieron una serie de valores y prácticas que guiarían esta nueva praxis intelectual. En primer lugar, el trabajo interdisciplinario que trascendería las barreras de las disciplinas tradicionales. En segundo lugar, el trabajo colectivo y la colaboración entre investigadores. En tercer lugar, la integración de lo académico a las comunidades locales y regionales. Dichos ideales caracterizan el campo de Estudios Latinos, pero ello no quiere decir que se hayan logrado en su totalidad en la práctica. La realidad es que hay una gran tensión entre el compromiso de los académicos hacia los ideales originales y las necesidades más pragmáticas de responder a las exigencias del mundo académico norteamericano. Por ejemplo, los Estudios Latinos consisten de estudios interdisciplinarios, pero la mayor parte de la investigación se basa en las disciplinas tradicionales y se enfoca en un grupo en particular, perpetuando los paradigmas nacionales. Más que lo interdisciplinario, que es muy difícil de lograr, es lo multidisciplinario lo que ha caracterizado esta práctica intelectual. Ello es resultado precisamente de los criterios utilizados para evaluar el trabajo de investigación, criterios que limitan las posibilidades de radicalizar el campo. En cuanto al trabajo colectivo, el mundo académico dominante le resta valor al trabajo colectivo y empuja al investigador a publicar por su cuenta, de nuevo aminorando las posibilidades del trabajo en colaboración. Ahora bien, los consorcios nacionales como el IUP auspician este tipo de trabajo en colaboración e interdisciplinario, otorgándole fondos pero también legitimidad a dichos proyectos. Finalmente, la integración de la práctica académica y sus resultados a las comunidades locales y regionales es un tema que hoy día se debate dentro del campo, pues muchos académicos están cuestionando el concepto de «comunidad» y redefiniéndolo. Otros han expresado un gran compromiso al trabajar con las comunidades latinas en los barrios, integrándolos a sus investigaciones como sujetos más que como objetos de estudio. El debate se ha articulado como el conflicto entre teoría y comunidad, dicotomía que sugiere que la comunidad no académica no tiene el potencial de teorizar o de ser considerada como ente intelectuale. Sin embargo, una de las características más únicas de los Estudios Latinos ha sido precisamente el desarrollo de teorías que no están divorciadas de la realidad diaria de los sujetos subyugados, teorías, como dice Cherrie Moraga, «from the flesh», derivadas de las experiencias sociales y humanas.

Una de las formas de racismo institucional es la perspectiva dominante de que el campo de Estudios Latinos carece de seriedad académica y de complejidad intelectual o de teorizaciones importantes. Se le ha marginado y continúa siendo invisible en los estudios culturales y en la literatura poscolonial producidos en el primer mundo. No se reconocen todavía las contribuciones significativas de los latinos y latinas en las teorizaciones sobre el sujeto, la hibridez, y en el análisis de las condiciones coloniales en un mundo supuestamente poscolonial. Latino Studies fue uno de los primeros espacios en los cuales se producen estudios culturales, junto con los estudios afro-americanos, asiático-americanos y nativos indígenas.

¿Cuáles son sus objetos de estudio? ¿Cuáles son las perspectivas teóricas e instrumentos metodológicos? ¿Quiénes son los teóricos y críticos más consagrados?

Para Latino Studies, el objeto de estudio siempre ha sido el sujeto colonizado, silenciado por las instituciones dominantes, las clases populares, los movimientos sociales, las mujeres como sujetos doblemente oprimidos. En la historiografía, el sujeto chicano o puertorriqueño de clase obrera ha radicalizado la historia oficial, mientras que en las humanidades el análisis de las producciones culturales de la clase obrera también desestabilizan los paradigmas de la cultura élite. La necesidad de examinar las estructuras del colonialismo, tanto en Puerto Rico como territorio norteamericano, como entre los chicanos como colonialismo interno, asimismo le ha otorgado un papel importante a los Estudios Latinos en el desarrollo mismo de lo poscolonial. De hecho, la mirada hacia el extranjero y el llamado «tercer mundo» que ha sistematizado los estudios poscoloniales ha negado u olvidado la existencia del colonialismo dentro de los países del primer mundo, marginando estos espacios tan significativos. Dichos enfoques en lo «internacional» y en el extranjero han sido, pues, una manera de silenciar las formas de dominación y colonialismo dentro de los Estados Unidos, fenómenos que los críticos latinos siempre hemos examinado a fondo en nuestro análisis de la historia, la inmigración, la mujer, la lengua, y la educación, entre otros.

La tendencia multidisciplinaria y a veces interdisciplinaria de «estudios latinos», la convergencia con los estudios culturales, el postestructuralismo, teorías discursivas, el feminismo (convergencia y divergencias), y la nueva historiografía revisionista, es todo parte de la práctica intelectual llamada Estudios Latinos. La emergencia del «sujeto fronterizo», sus teorizaciones tanto por feministas como Gloria Anzaldúa como por historiadores de la inmigración, críticos literarios y culturales, y por las ciencias sociales, ha sido el concepto más importante que los estudios latinos han contribuido a los estudios culturales en los Estados Unidos, Europa y América Latina. Contra muchas concepciones dominantes que presumen que los intelectuales latinos deben aplicar e imitar las teorías occidentales al contexto «latino», los estudios latinos han constituido un espacio dinámico y original precisamente porque hemos trabajado con las teorías dominantes y en contra de ellas, cuestionándolas y proponiendo nuevos modelos de identidad cultural y racial. Angie Chabrám, en uno de los pocos artículos que existen sobre el desarrollo del campo, observa que los profesores e intelectuales chicanos pioneros resistieron de manera absoluta la integración de las teorías occidentales y norteamericanas a sus estudios, posición que se explica dentro del contexto mayor de oposición y lucha como por sus posiciones sociales mucho más conectadas con la comunidad de clase obrera y con las clases populares que con el mundo de los académicos.5 De hecho, estas figuras pioneras se educaron como profesores en las disciplinas tradicionales y, por lo tanto, no podían forjar un campo nuevo basándose en las disciplinas tradicionales. Por ejemplo, en vez de estudiar la «ironía» en una novela chicana (y muchos lo hicieron) —tema favorito de la tendencia dominante del «New Criticism»— los latinos se concentraron en las maneras en que el texto literario articulaba una crítica social de las condiciones de vida de los méxico-americanos, una aproximación que en aquel entonces se consideraba muy «descriptiva» o meramente «política». Por contraste, las generaciones más jóvenes han tenido el privilegio de educarse con profesores chicanos y latinos y pueden hoy día articular una crítica con los instrumentos teóricos desarrollados por sus antecesores. De hecho, para los años 80 las feministas chicanas como Norma Alarcón, Gloria Anzaldúa y Chela Sandoval demuestran en su ensayo «Oppositional Consciousness» que el trabajo crítico y oposicional se puede mediatizar a través de los discursos teóricos académicos, y ellas comienzan a abrir el camino para la integración del conocimiento sobre los latinos dentro de los espacios académicos dominantes. Los artículos de las feministas chicanas que contrarrestan la exclusión de la mujer minoritaria en los modelos anglos de liberación feminista tuvieron impacto no sólo en las actividades pol1ticas, sino en el salón de clase. Ya es bastante conocida la observación de que mientras el posestructuralismo anunciaba la muerte del autor, del sujeto histórico y de la historia como tal, los autores chicanos y latinos por primera vez se estaban constituyendo como sujetos históricos, articulando en espacios públicos la historia que no había sido contada, lo que Foucault llamaría luego «los conocimientos subyugados». Si las teorías literarias europeas negaban al sujeto minoritario, los autores y críticos latinos se encontraban a contrapelo de lo que la teoría dominante proponía.

¿Qué proponían los críticos latinos en relación a los conocimientos subyugados?

Los estudios chicanos y puertorriqueños, y más tarde, los estudios latinos, han sido oposicionales precisamente porque se han enfocado en la reivindicación de los sujetos subalternos y colonizados: en la historia, el texto de Rodolfo Acuña, Occupied America, presenta por primera vez, y de manera sistemática, la historia del suroeste y oeste norteamericanos desde la perspectiva de los subyugados. Comienza a transformar la Historia en un discurso producido por los sujetos subalternos, y no por la elite. Asimismo, parte de las transformaciones de las ciencias sociales, como la antropología, las cuales cuestionan las formas en que la autoridad y el propio discurso se han legitimado mediante prácticas colonizadoras, y la autoridad del crítico en sí, no han sido arbitrarias, sino que han surgido como resultado parcial de las nuevas visiones históricas que producen los negros, chicanos, latinos y asiáticos en los Estados Unidos. En la literatura, se estudian la poesía y los textos literarios producidos por la clase obrera en los barrios, una literatura que rompe con los criterios estéticos normativos, que se escribe en códigos «interlingües», trascendiendo así la pureza discursiva del lenguaje nacional. Las mujeres como autoras y escritoras, como sujetos de la historia, penetran asimismo el espacio público con sus narrativas autobiográficas, novelas feministas, y textos híbridos como el Borderlands de Anzaldúa. En el campo de la historia, la historiografía feminista se ha ocupado de recuperar la agencia histórica de la mujer latina de clase obrera en particular, sus contribuciones económicas y culturales a la sociedad, su protagonismo en las luchas laborales y movimientos sociales, y el análisis de la mujer como el objeto de la americanización y asimilación a la sociedad norteamericana. En este sentido, el campo de estudios latinos ha sido una praxis intelectual motivada siempre por reclamar la validez histórica, social, y cultural de las prácticas diarias y las experiencias culturales de esta comunidad subalterna dentro de los Estados Unidos, una comunidad heterogénea que ha sido relegada a la invisibilidad por el sistema dominante. Es, pues, una praxis oposicional y descolonizadora en sus premisas principales.

Aparte de las iniciativas institucionales de otorgar un espacio a los estudios latinos, ¿cuáles son las propuestas de los especialistas para ser parte de departamentos ya constituidos o crear espacios autónomos? Hago esta pregunta porque identifico una tendencia a considerar la cultura latina o hispana como que forma parte de la cultura latinoamericana. En esta tendencia recuerdo a Joseph Sommers que en los 70 propiciaba esta concepción que lamentablemente fue interrumpida por su temprana muerte y, en el presente, a la obra crítica de José Saldívar en la que se establece un vínculo entre estas dos culturas. De otro lado, existe la tendencia que, en base a otorgar una especificidad a lo «latino» o «latinidad» cuyo énfasis está en las diferencias con lo «latinoamericano», propone la existencia de espacios institucionales autónomos.

La obra de José Saldívar, The Dialectics of Our America, facilitó el considerar los estudios de las Américas como un espacio intelectual alternativo al modelo colonial de los Estudios Norteamericanos, el cual se basa en la definición homogénea de la cultura americana cuyos deslindes son la frontera con México. Si recordamos que los Estados Unidos constituye el quinto país en el mundo con mayor número de hispanohablantes, no podemos dejar de conceptualizar el Norte como un espacio latino o latinoamericano. Las realidades de la inmigración, las diásporas, y el exilio (el Caribe, el Cono Sur, México y Centroamérica, e inclusive la región andina) han dado lugar a la necesidad de reconocer la producción cultural y literaria latinoamericana que se está llevando a cabo dentro de las fronteras estadounidenses. Guillermo Gómez Peña ha ilustrado esa necesidad de considerarse fronterizo a la vez que se es mexicano. La gran inmigración latinoamericana durante la década de los 80 no sólo transformó el perfil latino en los Estados Unidos sino que también ha obligado a los latinoamericanistas, tanto de allá como de acá, a reconocer los flujos transnacionales en la producción y recepción de la cultura. En este sentido, los caribeñistas hispanos con docencia en las universidades norteamericanas han jugado un papel como antecedentes a dicha dinámica, pues la migración circular de los puertorriqueños, ya desde antes de la boga de lo transnacional, nos había llevado a conceptualizar esos paradigmas circulares, lo que Luis Rafael Sánchez ha llamado «la guagua aérea». Los teóricos de la inmigración asimismo han propuesto el término de «transmigrante» para referirse precisamente al impacto del inmigrante y de su producción cultural en el país de origen. Este nuevo concepto contrarresta los paradigmas unidireccionales de los conceptos asimilación y aculturación que informan los estudios tradicionales sobre la inmigración. Es decir, el inmigrante aparte de asimilarse y aculturarse en la sociedad a la que migra también asimila y acultura a la sociedad receptora y a su sociedad de origen.

Hay varias obras recientes que ejemplifican el acercamiento entre los latinoamericanistas y los latinos estadounidenses. Pienso en el libro de la peruana Silvia Spitta, Between Two Waters, donde se analiza la hibridez cultural y las variadas conceptualizaciones del mestizaje en el espacio cultural andino, caribeño y chicano. También ha sido esencial el término «Latin(o) America» acuñado por Diana Taylor en Negotiating Performance, pues integra ambos espacios culturales. Suzanne Oboler, otra peruana, cuyos trabajos recientes comparan los procesos de racialización en Perú con los de Estados Unidos, asimismo está contribuyendo a los Estudios Culturales de las Américas. Estas aproximaciones comparadas y transnacionales analizan cuestiones importantes que iluminan los diversos modos de colonización que dan lugar al mestizaje cultural, a la hibridez cultural, la transculturación, etc. Por ejemplo, ¿cómo difieren las formas de colonización en la región andina con las chicanas en el suroeste o con la isla de Puerto Rico? ¿Qué políticas, formas culturales, resistencias, y transformaciones resultan de dichos procesos de violencia social? Según propone Suzanne Oboler, el cuerpo del latino estadounidense es el espacio en el cual confluyen los procesos de racialización norteamericanos y latinoamericanos. Entonces, ¿cuál es o será el impacto de la presencia diversa de latinoamericanos en las definiciones raciales oficiales de la América anglo? ¿Cómo analizar las políticas de la lengua en un país oficialmente colonizado como Puerto Rico, en la región andina y centroamericana, y en los Estados Unidos, donde el español se transforma de lengua nacional en subordinada? Todas estas son cuestiones que hay que comenzar a analizar mediante trabajos en colaboración.

Sin embargo, no creo que deberíamos establecer una oposición entre la tendencia transnacional de los estudios latinos, el acercamiento y la convergencia con Latinoamérica, por un lado, y los que abogan por la especificidad y autonomía de los estudios latinos, por el otro. Las prácticas intelectuales no siempre deben reflejar las estructuras burocráticas o viceversa. Una gran cantidad de latinoamericanistas en los Estados Unidos también trabajan el campo de estudios latinos, aunque no todos lo consideran su área de investigación principal, gesto que revela todavía el papel secundario del campo frente a las disciplinas. En mi propio caso, yo empecé a escribir sobre autores y escritores latinos justo después de haber completado mi doctorado en literatura latinoamericana. Un colega, después de varios años, me aconsejó que no siguiera en el campo de la literatura de los latinos pues, según él, no iba a durar mucho como campo de estudio y además era un campo muy politizado (¡como si los departamentos de español estuvieran libres de ideologías y políticas!). Ahora que algunos departamentos de español han reconocido la importancia de este campo de estudios y del canon literario que lo ha producido, tengo entendido que muchos candidatos egresados de programas latinoamericanistas se postulan para dichos puestos sin realmente conocer a fondo el campo. No digo esto como crítica sino para ejemplificar el papel secundario que todavía tiene y la falta de seriedad con el que se le define. Es importante reconocer que los estudios latinos, aunque conlleven una tradición menos extensa, es un campo de estudios con un corpus vasto de textos primarios y de crítica académica. Tiene su propia historia, sus complejidades teóricas, y una vasta diversidad que lo caracteriza. He conocido estudiantes que han egresado como peninsularistas y que nunca tomaron ningún curso sobre esta literatura, pero que más adelante, como profesores, se encuentran con la necesidad o interés de ofrecer estos cursos sin preparación previa. Los espacios autónomos son necesarios para prevenir este tipo de trivialización del campo, institucionalizándolo y legitimándolo.

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NOTAS
  1. Angie Chabram, «Conceptualizing Chicano Critical Discourse», en Criticism in the Borderlands: Studies in Chicano Literature, Culture, and Ideology, eds. Héctor Calderón y José David Saldívar (Durham y Londres: Duke University Press, 1991), pp. 127-148.

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© Juan Zevallos-Aguilar, uzevallo@nimbus.ocis.temple.edu, 1999
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