31 enero 2005

Con paciencia y saliva

[Ciberayllu]

Giovanna Rivero Santa Cruz

 

Primero fue el octubre negro; después  el febrero sangriento. La cuestión es que me quedé varado en una ciudad donde, en honor de la verdad, es posible sobrevivir sin un peso en el bolsillo. La idea era hacer el puente a los States con todo legal y visitar, de paso, La Higuera, donde el Comandante Guevara fue asesinado por los milicos. Pero el puente se hizo eterno. Me fui quedando, como quien dice, siempre, claro, con la esperanza de irme cualquier «ratingo». ¿Que por qué elegí este país para hacer el trampolín? Nada personal. Me dijeron que acá las visas son más mezquinadas que las mujeres, pero que todo, todo se consigue,  con paciencia y saliva, el elefante a la hormiga. Y, qué va, estuve a punto de conseguirlo, me dijeron que a las cuatro y cuarto, con un testigo. Juro que llegué puntual, entonces me dijeron que mi puntualidad era sospechosa, que la ansiedad mató al gato (los cambas son hábiles para sacarle la vuelta a los refranes), que me iban a poner una prueba: esperar una semana, una semanita, una semaninga chiquitinga.

El problem —ya yo quería hacerle al inglés, además porque los cambas lo hablan con una caradurez que pasma— es que se me acababa el billete. Isabel y Carola se hicieron cargo, yo les inspiraba ternura,  dicen, y su corazón de madres se astillaba en mil cuando veían mi facha de «mojón con cara» (para el que no lo sabe, y por cultura general, el mojón con cara es un patrimonio de esta Santa Cruz de la Sierra, huella de la desesperada historia de amor de un hombre que talló su rostro en el tronco de un árbol, mientras esperaba la respuesta del objeto, objeto es un decir,  ¿no?, de la sujeto de sus pasiones y deseos). Isabel y Carola me ofrecieron matrimonio, no vayan a pensar mal, con el único y noble propósito de hacerme más fácil el traspaso a los States. Yo no les quise dar un no rotundo, pero sí les di a entender que la bolivianidad no es pues la mejor de las nacionalidades a la hora de cruzar las fronteras del norte. Me dieron la razón, pero con esa sorna tan natural en las mujeres bellas, añadieron: «vos te lo perdés, vos te perdés la cruceñidad».

Y como lo último que yo quería perder es mi futuro —estoy seguro que seré un gran chef, mi abuela ya tiene su propia foodcorner en Chicago—, les pedí que hiciéramos el último intento en Migraciones.

Pasó la semana de rigor y una más, para que luego no dijeran que la ansiedad y el picor y quién sabe qué otras urgencias, y nos largamos con toda solvencia. Había una alegría en el ambiente, una euforia de salsa, que ya les cuento, la secretaria me dijo que claro, que cómo no, que mis papeles estarían listos para el día siguiente, y que yo no me preocupara por ir hasta  la sede gobierno para obtener mi visa, que ella estaba segura que ya no sería necesario pues «nuevas medidas refundarán el país», dijo ella, seguro acordándose de algún titular del periódico.

Volví al día siguiente, un tumulto se agitaba en la puerta, nada sospechoso, la gente siempre se agita por salir de su país. Isabel y Carola me dijeron que las esperara, que  yo no le terminaba de conocer el trote a su pueblo, que ellas irían a preguntar. Cuando volvieron, me dijeron sin poder ocultar la risa: «Liberato, parece que te quedás nomás, Migraciones está tomada por los jóvenes de la unión, ¡qué viva la autonomía!». ¿Qué jóvenes, de qué unión, y qué autonomía?

El resto es largo de explicar, como un puente que se encorva, negándose a que el río le moje la panza. Lo cierto es que aquí estoy,  esperando que declaren autónoma esta ciudad, mientras con mi cortaplumas me pongo a tallar caritas en el poste de luz.

* * *


© 2005, Giovanna Rivero Santa Cruz
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Para citar este documento:
Rivero Santa Cruz, Giovanna: «Con paciencia y saliva», en Ciberayllu [en línea]


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