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8 setiembre 2003

Wáshington Delgado

(1927-2003)

Parecía una mañana de domingo más. Te despiertas tarde, desayunas tarde, te duchas tarde, y el resto del día igual o casi igual. Pero se te ocurre prender la radio y escuchar noticias, como si fuera lunes o martes. Y pensar que el martes pasado lo visité, después de casi medio año, allá en su casita de Miraflores, no lejos del mar, no lejos de un faro que tú bien conoces. Gato viejo y señorial, ése mi Wáshington, un poco cansado, pero siempre ameno y afable. Habremos estado conversando unas dos horas, de poesía y un poco de todo. Le entregué un ejemplar de mi libro, cuyo borrador le había dejado ya la ocasión pasada. Me sugirió para un verso un cambio que me hubiera gustado escuchar antes, elogió mis poemas, generosamente los elogió y me invitó una bebida en el mejor momento, en medio de la plática. Nos despedimos con la promesa de volver a vernos. Yo, al menos, tenía un pretexto: mostrarle el avance de unas pistas de audio de algunos poemas míos.

A Wáshington lo conocí el año 80, cuando cursaba el quinto de secundaria, con motivo de una invitación a un recital del taller de poesía que unos locos y yo celebrábamos cada viernes, con un público especialmente heteróclito, conformado por lo más selecto de la lumpenería sanandresina que «liberaban» los prefectos del rutinario castigo de los viernes, por uno que otro curioso despistado, y quizá por alguno con una pizca de vocación literaria. Wáshington era para nosotros ese célebre old boy del San Andrés que no había terminado como ingeniero de minas, ingeniero industrial, ingeniero civil, ingeniero electrónico, ingeniero textil becario en Escocia, o como contador o abogado. Wáshington era el padre de Juan Pablo Delgado, sanandresino como todos nosotros, y quien compartía, aunque a cierta distancia, nuestras locuras de los viernes. Aquel recital terminó siendo un éxito total: con nuestra facha medio punk y medio travesti, con cohetones a discreción, con cadáveres exquisitos por doquier, con incienso de procesiones, y con unos cuantos porros, el incendio del periódico mural de cívico patriótico y un expulsado entre nosotros entre las casualties of war. El salón de actos, donde cada mañana a primera hora el Headmaster y pastor de turno nos leía un pasaje de la biblia y nos inyectaba algún rollo a conveniencia, nunca había lucido tan abarrotado y tan vital. Nunca antes, tampoco, a los prefectos se les había ocurrido castigar tanta gente y liberarla tan pronto, curiosamente a la misma hora de inicio del recital. Wáshington estuvo ahí, feliz entre ese mar de gente liberada, aunque sea por unos 90 minutos.

A Wáshington lo habré visto apenas unas veces más: en esporádicas visitas a su antigua casa de Lince, en un homenaje a André Breton que organizamos en la Católica, en alguna visita a su hija Sonia, en la nefasta ocasión de la partida de Juan Pablo y en algún extraño tour que nos llevó a gente de Kloaka y collera desde un cine miraflorino donde vimos criaturas anteriormente humanas que reventaban y vomitaban sus entrañas inhumanas, por una ya desaparecida comisaría donde seguíamos viendo esas mismas criaturas, hasta un cálido y seguro refugio que terminó siendo la casita de Lince. Desde entonces, y antes de volver a visitarlo, habrán pasado muchos años, y sólo me habré encontrado con él caminando en algún lugar, quizá alguna calle de Lima o quizá San Marcos. Recuerdo de aquellas ocasiones sus palabras que a veces yo sentía, alejado no sé por qué de todo afán literario, como dardos certeros: «¿y qué es de la poesía?»

De algún modo, volver a verlo ha sido retomar la pregunta de esa conversación inconclusa, dejar de quitarle cuerpo y volver a darnos un abrazo con ese gato lindo, tierno y picarón que siempre conocí, abrazo que no volverá a repetirse si acaso es verdad la noticia que esta mañana de domingo de septiembre he escuchado en la radio, y que no quiero creer, no quiero creer, no quiero creer, por más que ya he abrazado a Sonia y a Lucho, con pesar.

Frido Martín


© 2003, Frido Martín
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Para citar este documento:
Martín, Frido: «In Memoriam - Wáshington Delgado», en Ciberayllu [en línea]


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