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28 junio 2005

Evadidos y telúricos

Notas sobre del I Congreso Internacional de Narrativa Peruana (Madrid, mayo 2005)

Dante Castro


Mario Vargas Llosa inauguró el Congreso de Madrid con el pie en alto. No había una razón suficiente para resucitar su vieja tesis contra la narrativa «telúrica», sin embargo echó mano al baúl de los recuerdos y con premeditación y alevosía esgrimió el manido argumento. ¿Qué pretendía el famoso escritor sino poner el parche antes que apareciera la llaga que sigue ardiendo en la literatura peruana? Sabía por anticipado que sus epígonos no iban a estar solos y que los seguidores de José María Arguedas les disputarían la atención del público. Alguien me dijo: «Vargas Llosa no quiso decir eso, sino que se refería a una añeja polémica de los 50». Pregunto: ¿por qué ahora?

La narrativa peruana es atractiva para muchos especialistas, a nivel mundial, justamente por su riqueza de matices y variedad temática. El desarrollo de una corriente no invalida la otra, excepto en circunstancias de monopolización de los medios de difusión. Bien dijo José Carlos Mariátegui: «El desarrollo de la corriente indigenista no amenaza ni paraliza el de otros elementos vitales de nuestra literatura. El indigenismo no aspira indudablemente a acaparar la escena literaria. No excluye ni estorba otros impulsos ni otras manifestaciones». Difícilmente  se puede demostrar que la narrativa andina tenga constituida una «argolla» sin contar con medios de comunicación que den cuenta de ella. La narrativa urbana no-andina lo tiene todo, pero no en función estricta de su mayor calidad literaria. Si se trata de medir o cuantificar grados de calidad estética, la novela y el cuento andinos quedarían en buena posición. Tanto como algunas obras de temática urbana a las cuales no regateamos méritos.

El mejor saldo que nos queda después del Congreso de Madrid, lo constituye el haber mostrado a los críticos y estudiosos españoles que nuestra literatura tiene una prolífica gama de matices y corrientes. También se mostró que la narrativa peruana no está representada por una sola manifestación y quizá éste sea el origen de la irritación que exhiben los mal llamados «criollos». Digamos que a estos últimos los hemos obligado a escribir irritantes artículos con nuestra sola presencia en un escenario que consideraban propio.

Sugerir —como hizo el escritor y crítico Iván Thays y refrendó el narrador Fernando Ampuero— que los escritores andinos alcancen el éxito con las mismas fórmulas que los populares músicos Dina Páucar o Chacalón, es trivializar el debate. Sería lo mismo que invitar a los narradores «cosmopolitas» o «evadidos» a que triunfen imitando las estrategias publicitarias de Michael Jackson. Está demás decir que la buena literatura nunca alcanzará los niveles de  masificación de la música popular.

Recojamos el guante que se nos lanza y sigamos en esa línea. La cantante andina Dina Páucar ha logrado un éxito sorprendente, incluso en la pantalla chica. Pero, paralelamente, en la televisión suele ridiculizarse a la mujer andina mediante un personaje patético: la paisana Jacinta. Antes tuvo otra competidora: la chola Chabuca. Ambas son caricaturizaciones de la mujer del Ande que tienen un común denominador: hombres vestidos de mujer que parodian los peores aspectos de un fenómeno complejo. Detrás de ello deberíamos descubrir la verdadera esencia de un conflicto intercultural e interétnico que se resuelve siempre a favor de la cultura hegemónica. La literatura no ha podido sustraerse a los rigores de este fenómeno discriminatorio.

La discriminación en unos resulta inconsciente y en otros es una actitud deliberada: el día en que se desarrolló el panel de narradores andinos, los «criollos» brillaron por su ausencia. De ser una postura intencional, es condenable por constituir una falta de respeto o desaire a quienes consideran ajenos. Y tampoco son de confiar los artículos que sobre el Congreso de Madrid han escrito quienes se ausentaron de él en reiteradas ocasiones.

El debate puede entenderse desde otro punto de vista. La narrativa andina no ha gozado de un reconocimiento justo en la prensa local, puesto que los autores de crónicas literarias privilegian una sola expresión de la narrativa peruana. Quienes traten de sacar conclusiones acerca de la literatura contemporánea leyendo las páginas culturales de los principales medios de prensa, se llevarán la falsa impresión de que en el Perú ha desaparecido la temática andina. En distintas ponencias pudimos percibir un reclamo por mayor objetividad en el periodismo cultural y eso no constituye delito ni afán de figuración, como expresó al cierre el novelista Miguel Gutiérrez.

¿Frente unitario andino?

Decir que la literatura no hegemónica carece de méritos artísticos o que no ha pulimentado la forma, es absurdo. Reiterar que la envidia carcome el hígado de quienes no obtienen publicidad, es algo más que cómico. Los narradores andinos han convencido en diferentes ocasiones a jurados de concursos nacionales e internacionales. También han alcanzado niveles de ventas que harían sonrojar a sus críticos más acerbos. Ésos no son argumentos serios para una polémica que bien los merece. Si se trata de hípica literaria, los narradores «cosmopolitas» del Perú deberían prosternarse ante el éxito comercial de Harry Potter o de El código Da Vinci. La narrativa andina ha conseguido en dos décadas un lugar privilegiado que necesita confirmarse en el terreno de la crítica literaria y consolidarse alrededor de elementales ejes como la aproximación conceptual y la unidad de acción. Por ejemplo, dos semanas antes del Congreso de Madrid, debatíamos en casa de Mario Suárez acerca de un concepto por definir: ¿qué es lo andino? José Antonio Bravo sometió a los invitados a resolver la ecuación y llegamos a la conclusión de que hacía falta un nuevo encuentro de narradores andinos para solucionar la incógnita.

La unidad de acción es de suma importancia frente a la discriminación. Algunos andinos de origen también discriminan a quienes no lo son, a pesar de que las obras de estos últimos testimonien la problemática social del Ande. No pocos de ellos han divorciado la reivindicación social de su quehacer narrativo, pretendiendo que esta concesión se convierta en una ventaja para incorporarse a la literatura hegemónica. Sin embargo, ni aún con esa sutileza alcanzan el reconocimiento anhelado. Vale recordar la fábula de Esopo acerca de una lechuza que pintándose de blanco quiso incorporarse al mundo del palomar, pero cuando fue descubierta por las palomas, éstas la botaron a picotazos. Luego, tampoco las lechuzas quisieron aceptar a la impostora que fingió ser paloma. La actitud de algunos «andinos» en el Congreso de Madrid, quienes no demostraron suficiente irritación ante las provocaciones de los «criollos», parece sugerir un intento de «blanquearse». La prueba más fehaciente está en la ausencia de respuestas en blanco y negro, desde la publicación por Vargas Llosa de La utopía arcaica hasta los actuales artículos de «criollos» y anti-andinos que se están quedando sin contestación.

Ya en coche, escapando por las calles madrileñas de una ebriedad prevista, escuché el lamento de un escritor cusqueño: «Pobrecitos los andinos, nos defienden Ricardo Vírhuez, de Iquitos y Dante Castro del Callao. ¡Y nosotros no decimos nada!». Alguien que leerá estas líneas mañana afirmará que sí se opuso a las provocaciones de los «criollos», pero su oposición se oyó apenas como el ruido del susurro de una queja.

Sin conceptos, sin doctrina ni programa, será difícil hablar de literatura andina en el siglo XXI. Cuando pretenden definir la polémica entre andinos y criollos, les preguntamos: ¿qué tienen en común Felipe Pinglo, quien compuso y cantó para la clase trabajadora, y el Fernando Ampuero de Miraflores melody? Y si se trata de pedir explicaciones a quienes conspiran contra lo andino: ¿No son andinos quienes le han dado un perfil definido a Lima, como Chabuca Granda y Ricardo Palma, ambos nacidos en Andahuaylas?

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© 2005, Dante Castro
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Para citar este documento:
Castro, Dante : «Evadidos y telúricos», en Ciberayllu [en línea]


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