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25 julio 2003

Después de leer al Corregidor1

Víctor Hurtado Oviedo

 

La comida es el otro hogar de los peruanos («hogar» en los dos sentidos). Nuestra comida es como una casa gigantesca y viejísima, construida sobre cimientos de pueblos, habitada por ingredientes nativos y exóticos, y abrigada por el fogón de la memoria. Tocados desde niños por la magia sutil y poderosa del saborear como los reyes que no somos, vamos por el mundo haciendo de profetas de un arte antiguo, cuantioso y casi inverosímil, que nos devuelve algo de orgullo, no de vanidad. La nostalgia del Perú es una enfermedad que se cura con recetas de cocina.

Nadie se atreva a contar la suma de pueblos que bulle a lo hondo de esta mesa. En el Perú, la comida puede ser una gala y un rito que se celebra en casas, picanterías, cebicherías y chifas, y hasta en la propia calle, donde se alza el humo invitador de anticuchos y picarones.

La lista de platos peruanos equivaldría a un diccionario de exotismos: las carnes de cabrito, cuy, venado, chancho, cordero, sajino; los ríos y el populoso mar con todos los cebiches, el pejerrey, el suche, el tiradito, el pulpo, el mero, el paiche, los choros...; el seco de chavelo y la desbordante pachamanca; el ají de gallina, los juanes y el hornado de pavo; la carapulcra, la ocopa, la fritanga, el ajiaco, la ensalada de chonta y la patasca; el locro de gallina, el conejo a la ayacuchana y el tacutacu; el cielo goloso de los dulces: la mazamorra morada y la de chuño, el arroz zambito, las tejas de Ica, el king-kong, el sanguito de pasas, los voladores, el polvorón, el camotillo, las acuñas de maní, la natilla, el suspiro de limeña, los guargüeros, la chancaca y las humitas; los brindis habladores con las chichas morada, de jora y de maní; la algarrobina, el chapo de aguaje, el chilcano de guinda y el pisco inspirador.

Esa fue solo una banca de nuestra primera división.

¿Quiénes somos los peruanos, todos juntos a una mesa? Si nos arriesgamos a avistar nuestra enredada historia, somos impuros, sorpresivos y probablemente imprevisibles. Lo demás no se sabe.

Somos olas, costas, campos, bosques, selvas y ciudades, barriadas de la miseria, mansiones, plazas y calles, entre la sed del desierto y el Paraíso en los valles; y, sobre el cielo, los Andes, que desatan, hechos ríos, sus palacios de cristales. País urdido en la pena, bendecido por los males, sorteado por los ladrones —dueños de nones y pares— cual manto de un Nazareno crucificado en tus mares: ¡sálvenos, pues, tu cocina!, de peruanos padre y madre; salve a indígenas, a zambos, a notentiendos cabales, a chinos, cholos, niséis, mulatos, negros rubiales, quinterones, sacalaguas y a pitucos choleadores de complejos señoriales: en la marmita del tiempo, unidos, todas las sangres.

* * *

1 Adán Felipe Mejía: El Corregidor Mejía: Cocina y memoria del alma limeña. Universidad San Martín de Porres. Lima, 2002. El libro contiene muchos artículos y recetas de cocina de Mejía, así como crónicas de costumbres. Los textos fueron recopilados y editados por Isabel Álvarez, socióloga y experta en cocina peruana.


© 2003, Víctor Hurtado Oviedo
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Para citar este documento:
Hurtado Oviedo, Víctor: «Después de leer al Corregidor», en Ciberayllu [en línea]


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