[Ciberayllu]

Che Guevara «Volveré y no seré póster»:
La imagen del Che, hoy

Paulo Drinot

 
  Hace unos años, cuando aún era niño, encontré en una gasolinera cerca de Málaga en España un póster del Che que decía, «volveré y no seré póster». Hoy, aún no ha vuelto el Che y si lo ha hecho es precisamente como póster. Lo que sigue es una reflexión sobre la imagen del Che a partir de esta constatación. 

La publicación del diario de juventud del Che, en el que relata su primer viaje por Latinoamérica, suscitó gran interés en todo el mundo. La versión inglesa del texto recibió como titulo Los diarios de motocicleta a pesar de que la moto en cuestión, una Norton 500 bautizada La Poderosa, no sobrevivió la etapa chilena de un viaje que llevó al Che hasta Miami atravesando Bolivia, Perú y Colombia. El Times de Londres diría del libro: «Das Kapital se encuentra con Easy Rider» mientras que el Washington Post caracterizaría al Che como «un James Dean o un Jack Kerouac Latino». El Che nos es aquí presentado como un aventurero en moto y casaca de cuero, un rebelde sin causa. No es demasiado difícil imaginarlo, tal un Marlon Brando, respondiendo a la pregunta «¿Contra qué te rebelas?» con un «¿Qué me propones?» lapidario. 

La recontextualización o descontextualización de la imagen del Che, aparente en este tratamiento de un episodio de su vida, va incluso mucho mas allá en lo referente a la comercialización del Che, su icono y su nombre. En Inglaterra existe una marca de zapatillas llamada Che, así como una cerveza también llamada Che. El grupo de rock «Rage Against The Machine» —literalmente, «Furia contra la máquina»— utilizó la celebre foto de Korda como tapa de uno de sus discos. La compañía de relojes suizos Swatch, que fabrica llamativos relojes baratos (en términos Europeos) para una clientela joven, sacó un reloj con la cara del Che. Sobre la correa la palabra «revolución» ontribuía a completar, por medio de un inteligente juego de palabras, la concepción del reloj. Probablemente existan otros ejemplos. 

Según algunos autores la imagen dominante del Che sería el resultado de, por un lado, un complot imperialista y por otro la equívoca reacción de algunos sectores de izquierda tras la muerte del Che. En el volumen Pensar el Che editado por el Centro de Estudios sobre América de La Habana, Germán Sánchez escribe: 

    «A través de una operación ideológica refinada y monstruosa, los medios de comunicación y la industria cultural burgueses transformaron la figura del Che en un mito, con el fin de desvanecer en atributos secundarios —a veces espectaculares— el sentido esencial de su vida y pensamiento revolucionarios. Esa imagen suya falseada la multiplicaron en formas disímiles, fabricaron incluso diversos objetos de consumo temporal, para saturar el mercado y tratar de desgastarla.» 
Sánchez añade: «De otra parte, sectores de la izquierda reaccionaron de manera equívoca después de la muerte del Che: primero fue la exaltación retórica y acrítica, más tarde pasaron al culto renacentista del héroe y al rechazo o el olvido de los aspectos claves de su pensamiento, sin estudiar la integralidad de éste.» 

Este punto de vista es compartido por Mary Alice Waters del New Internationalist, quien escribe: 

    «Si bien Guevara se libró de la ignominia de ser embalsamado y colocado en una jaula de cristal, no obstante con el tiempo se lo transfiguró: de un ser humano que vivió y luchó en el mundo real en un momento histórico dado, a un icono de pared o un estampado de camiseta. Se lo redujo a un ejemplo moral, al cual se le quitaron sus otras cualidades y fortalezas políticas.» 
Waters critica la operación por la cual se romantiza al Che. Según ella: «Se transforma así a Che en San Che, se le vuelve inofensivo. Un personaje que atrae, y que no aterroriza, aquellos individuos cuya conciencia ha sido forjada por los valores burgueses que Guevara luchó por erradicar hasta el punto de dar su vida inmensamente productiva.» 

Ambos autores subrayan dos aspectos esenciales de la imagen del Che: por un lado se trata de un proceso de esterilización, como dice Waters, «se le vuelve inofensivo». Por otro lado, esta imagen nos ciega; en todo caso, desvía nuestra atención de la real transcendencia del Che. 

Concentrémosnos, para comenzar, en la primera aseveración. La idea de un Che esterilizado por los medios de comunicación no es ninguna novedad y no tiene sentido negar que este tipo de operaciones fueron utilizadas en algún momento. Sin embargo, es darle demasiado crédito a los medios de comunicación decir que por sí solos castraron al Che. ¿Y qué hay de los izquierdistas equívocos y de los individuos cuyas conciencias fueron forjadas por valores burgueses? ¿Hasta qué punto son ellos (¿nosotros?) esponsables de este Che inofensivo, de este Che light

Es patente que la imagen actual del Che se debe en gran medida al derrumbe de los proyectos revolucionarios en el mundo y a la manera en que este proceso afecta o no a sus símbolos. En la medida en que estos proyectos han perdido su atractivo o su vigencia, es natural que sus símbolos dejen de tenerlo. Así, los Lenin de cemento, que anteriormente adornaban las calles de los países del Este, terminan siendo vendidos por las casas de subastas británicas a coleccionistas nostálgicos o con gustos perversos. El ¿Qué hacer? y el Manifiesto Comunista se amontonan cerca a las revistas pornográficas de los libreros de la Avenida Grau y el Jirón Quilca. 

Pero a diferencia de Lenin, Che ha mostrado cierta capacidad de supervivencia. En gran medida esto se debe a que es patente que el corpus teórico del Che nunca fue de gran transcendencia, a pesar de los esfuerzos de algunos teóricos del guevarismo por encontrar —en la «versión magnetofonica difundida por Radio La Habana de la conferencia que sustentó el Dr. Ernesto Guevara» sobre independencia económica— las respuestas a los problemas económicos actuales de América Latina. Si el Che inspiró otras guerrillas, manifestaciones, protestas y rebeldías personales, no fue por sus ideas económicas, ni incluso por sus ideas sobre la guerra de guerrillas, tan gentilmente traducidas »al difícil« por Debray; fue porque era una imagen, en su momento, sumamente actual, relevante, posible. El Che, y lo que casi automáticamente pasó a representar tanto como icono oficial y como símbolo, es decir la Revolución Cubana y por consiguiente el futuro de la revolución, irrumpieron en un momento en que los proyectos revolucionarios comenzaban a mostrar signos de desgaste, dándoles así una nueva vida e imagen y contribuyendo, indirecta y directamente, al desarrollo de una serie de procesos similares a nivel planetario. 

Es preciso notar que, a diferencia de Fidel, quien pasó a representar el día a día de la Revolución, Che encarnó la idea misma de la Revolución Cubana. Pero Che no se limitó a represen- tar un nuevo proyecto político. El Che fue símbolo, como el mismo pregonaba, de un nuevo hombre: un hombre puro, justo, ejemplar en su vida y, como lo señalo en algún momento Hilda Gadea, en su muerte. Prácticamente un nueva ética. Sartre diría de Che: «Creo que el Che no sólo fue un intelectual sino el hombre más completo de su tiempo». Che se convirtió en algo a lo que uno debía aspirar, prácticamente una etapa superior del desarrollo humano. Así, el historiador Moreno Fraginals escribiría: 

    «Cuando el compañero Fernández Retamar me solicitó unas cuartillas sobre el Che, mi primer impulso fue negarme de manera absoluta. Me incluyo entre los escritores y artistas que no tenemos derecho a hablar sobre el Comandante Guevara porque aún no hemos cumplido con la cuota de deber asignado.» 
En otras palabras, había que hacer méritos para siquiera hablar del Che. 

El Che inspiró a toda una generación que buscaba a mirar para adelante. Encajó perfectamente con el estado de ánimo del momento. Para muchos, la atracción del Che era más emotiva que intelectual. Che era bello, era un poema de Ginsberg, una canción de la Nueva Trova. La muerte del Che provocaría a Cortázar a escribir: 
 

    «Ahora serán las palabras, las más inútiles o las más elocuentes, las que brotan de las lágrimas o de la cólera, ahora leeremos bellas imágenes sobre el fénix que renace de las cenizas, en poemas y discursos se irá fijando para siempre la imagen del Che. También estas que escribo son palabras, pero no las quiero así, no quiero ser yo quien hable de él. Pido lo imposible, lo más inmerecido, lo que me atreví a hacer una vez cuando él vivía: pido que sea su voz la que asome aquí, que sea su mano la que escriba estas líneas. Sé que es absurdo y es imposible, y por eso mismo creo que él escribe esto conmigo, porque nadie supo mejor hasta qué punto lo absurdo y lo imposible serán un día la realidad de los hombres, el futuro por cuya conquista dio su joven, su maravillosa vida. Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío, de nada les habrá valido cortarte los dedos, de nada les habrá valido matarte y esconderte con sus torpes astucias. Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado. Sólo así tendrá sentido seguir viviendo.» 

A su vez, Carpentier escribiría: 
 

    «El mito, la leyenda, la conseja, la tradición transmitida de boca en boca, lleva a lo ancho de las tierras, en el lomo de las cordilleras, a lo largo de los ríos el nombre del Che. Nombre de un hombre por siempre inscrito en el martirologio de América, que se hizo uno mismo con la idea de la revolución- y caído habrá de levantar nuevas energías revolucionarias en el camino donde, según las últimas páginas de su diario, el paso de sus hombres <<había dejado huellas>>». 

Sin embargo, uno no tenía que ser revolucionario para identificarse con el Che. En este sentido, la imagen del Che correspondió a una construcción colectiva pero no uniforme. En el Che se proyectaron y sumaron los deseos y aspiraciones de toda una generación. Por esta razón, en la medida que esta generación sigue teniendo esos deseos y aspiraciones, el Che mantiene cierta vigencia como símbolo. 

No obstante, con el paso del tiempo, esta misma generación ya no mira tan adelante y la generación de relevo es positivamente miope. El Che ya no parece tan actual, tan relevante, tan posible. Por más obvio que resulte, no está de más insistir en que la generación de hoy enfrenta realidades muy distintas a las de las generaciones precedentes, y en particular a la llamada generación del sesenta. A modo de ejemplo, es patente que a la generación actual le es sumamente difícil transponer el «crear uno, dos, muchos Vietnam» a «crear una, dos, muchas Bosnias y Rwandas» ya que en estas guerras es más complicado identificar al bueno y al malo. Pero también tiene que ver con un sentimiento de impotencia que conlleva al desinterés y a la apatía. O será, simplemente, que, vista desde hoy, la consigna nunca tuvo mucho sentido. 

Pocos hoy aspiran a ser guerrilleros, y pocos son también los que tienen claro lo que significa la revolución. Es por esta razón que para la generación actual le es complicado interpelar la imagen tradicional del Che. De ahí la necesidad, tanto personal como por parte de los medios de comunicación, de darle una imagen comprensible, de ponerlo sobre una Harley Davidson y de vestirlo de una casaca de cuero. Y también de ponerlo sobre un polo de un grupo de rock que se enfurece en contra de la máquina. Porque después de todo los rebeldes usan casaca de cuero y son rockeros. La imagen del Che de hoy, o incluso la falta de una imagen, no es más que el reflejo de la sociedad actual, para quien el Che no es un representante adecuado de sus deseos ni aspiraciones. 

Pero, ¿qué hay de las zapatillas, de la cerveza, de los polos? A mi manera de ver, el Che se ha convertido, en cierta medida, en una imagen perenne, como el logotipo de Coca Cola o San Martín de Porres. Es una imagen que puede existir más allá de su asociación o interpretación. En otras palabras, es una imagen suficientemente interiorizada al bagaje cultural que existe como imagen pura, desprendida de su idea, que se vale por sí sola; y que incluso como imagen o, para ser precisos, como icono puede resultar tan trascendente, en el contexto actual, como la idea a la que puede o no estar asociada. Es, creo, en este sentido que Warhol trabajó sus famosos cuadros de Marilyn Monroe y Mao Zedong, entre otros. 

¿Hay que lamentar esta situación? ¿Es deseable rescatar al Che, recontextualizar su imagen? Como he señalado anteriormente, algunos autores como Mary Alice Waters y Germán Sánchez pretenden que la imagen del Che que reina es desvirtuante, equívoca. Estos autores creen que es necesario deshacernos del Che-mito y rescatar al Che teórico. Incluso sugieren, como tantos otros, que el pensamiento del Che sería el nuevo paradigma para un socialismo actualmente en crisis. Personalmente me parece que el Che tiene poco que ofrecer como teórico a la sociedad actual y en particular a la que se avecina. Por otro lado, es evidente que, sin necesidad de caer en la adulación simplista, es fácil sentir admiración por el Che como ser humano. Su idealismo, en una era en que la palabra es considerada un insulto, me parece rescatable, como lo es su indudable compromiso con la creación de una sociedad justa. Subrayo esto porque creo que hay que resistir el facilismo de destruir al Che, operación equivalente en su insensatez a la santificación del Che. Sin embargo, no me parece útil buscar paradigmas para hoy en el pasado, sean estos de tipo económico o moral. Y creo que, quizá paradójicamente, esta bien podría ser la posición del Che. Después de todo, en un primer momento el Che rechazó paradigmas revolucionarios anteriores para proponer, en el contexto cubano, un proyecto ajustado a condiciones sociales y económicas y a una realidad histórica específica. Al mismo tiempo, fue su incapacidad de percatarse de que las condiciones y la realidad histórica habían cambiado, en el contexto boliviano, lo que conllevó a su derrota y muerte. 

Podemos aprender del Che en sus triunfos y en sus derrotas. 
 

© Paulo Drinot, 1997
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