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30 noviembre 2003

Taller mediterráneo:
La poesía de Jorge Nájar

Miguel Rodríguez Liñán

I

La idea de estos apuntes germinó una noche precisamente mediterránea, cuando nos reunimos con el poeta Jorge Nájar en el restaurante griego Orestias, rue Grégoire de Tours, obispo e historiador del siglo VI, cerca de Odeón. Trepamos en un bus cerca de la rue du Bac siguiendo las indicaciones de Mario, bajamos, nos internamos por una de esas callejuelas pletóricas de restaurantes, diez, doce restaurantes hindúes, japoneses, franceses, muestran sus encantos en una callejuela de cien, ciento cincuenta metros apenas. En los restaurantes griegos de la rue de la Huchette, la rue Saint Sévérin y otras del Quartier Latin todo se ve detrás de las vitrinas: bifes de salmón, cangrejos y langostas; costillas de cordero, truchas y camarones. A veces un camarero especializado en el enganche de clientes te toma por el brazo, te lleva hacia adentro, la casa paga el aperitivo, dice. El Orestias no pertenece a esta categoría. Es discreto y funciona con una clientela fiel que conoce sus virtudes triple b: bueno, bonito y barato. Uno de los mozos es tan tenor como Pavarotti. Recibe a los clientes anunciando fortísimo barítono el menú, cantando. Tiene dos pisos; el segundo me resulta más atractivo, menos bullicioso, pero sólo abre si se llena el primero. Nos quedamos pues en el primer piso. Qué lindo es el restaurante Orestias. Pepe nos trajo aquí, a Grecia, al Mediterráneo, la primera vez, y vinimos con Charlie después de una lectura en la Société des Poètes français, 16 rue Monsieur le Prince, aquí en Saint Germain. En la lectura participaron Elqui Burgos, Nájar, Velarde, Charlie y yo. Y Catalina Bustamante, de paso por París. Vinimos con la traductora; pero esa vez no vino Jorge. Al llegar al segundo piso del Orestias tan bullicioso y convival, me impactaron los dulces monstruos disecados que cuelgan de las paredes: venados gigantes, jabalíes gigantes, ciervos de impresionante cornamenta. No son falsos. Simplemente, han sido disecados del cuello hacia arriba, pero son gigantes, son bestias de la Odisea. De todo esto me acuerdo� ahora, cuando llegamos con Jorge y Mario con un hambre digna de los cíclopes y el tenor griego nos indica una mesa. Pedimos un vino de Creta, platos diversos y ensalada griega. La conversación es muy amena, Jorge recuerda un periplo juvenil por Grecia —un viaje de Italia a Grecia—. ¿Es el mar Egeo o el mar Adriático? En todo caso, el poeta llegó a Grecia y allí se impregnó con la luz del Mediterráneo: atrapó el virus de la luz, enfermedad estelar e irremediable. Porque si bien está claro que Taller Mediterráneo transcurre geográficamente en España cerca del mar, el libro está impregnado de mundos paralelos —vasos comunicantes de la poesía— que son Grecia, España y la Amazonía del Perú. Todo esto bajo una luz lírica tumultuosa ordenadísima que a veces aturde, pero que aturde bien. Por momentos, he debido dejar de lado el libro de Jorge, totalmente borracho de belleza, de viento y de luz. Basándome en estos dos elementos, junto a lo que Lawrence Durrel llamó el Universo Heráldico, voy a delirar sobre la poesía de Jorge.

Hay un universo heráldico en la poesía de Nájar. Hay guerreros, torreones, lanzas, espadas, apóstoles y canoas. También hay flechas y escudos en las torres góticas en pie de guerra lírica. Todo esto bajo la pesada luz opaca del trópico, pero el viento es tan raro, hace demasiado calor, los mosquitos vuelan impunes como los recuerdos. Por eso es tan importante el viento. Para desenrarecer la espesura de la jungla. Para ventilarla. Eolo debe soplar fuerte, muy fuerte, porque los árboles y sus follajes son tan densos; pero no es Eolo. Es ese viento llamado estornino; sin embargo, el estornino no es un viento como el mistral, el siroco o la tramontana. Es un pájaro construido por el poeta con la materia simbólica del viento.

Y el cuerpo de los jóvenes guerreros, el calentar de las entregas nocturnas allí donde el pino ha cavado sombra ajeno al estruendo del mar, ajeno al vuelo del estornino, dice.

No sé porque estaba convencido de que el estornino era un viento. A pesar de que, gramaticalmente, la frase habla de un pájaro. En todo caso, la palabra estornino me aturdió como cada palabra nueva. Fui a buscar en el diccionario. El estornino es un pájaro de cabeza pequeña, pico cónico cuyo plumaje es negro con reflejos verdes y morados. Es fácilmente domesticable y aprende a cantar muy rápido. Y yo veo en esos reflejos en plumas metálicas un emblema de la heráldica y de la cetrería, puesto que es preciso domesticar al viento, ya sea gavilán o estornino, porque dejar que el viento hable es sinónimo del paraíso, como decía Ezra Pound. En las líneas citadas veo esto de la heráldica —que luego trataré de explicar—, la preeminencia que el poeta otorga a los universos vegetal y marítimo, y a la capacidad de volar con el pájaro de la memoria como la facultad por excelencia. Y, como en los antiguos tiempos, el domador de gavilanes encapuchados debe tener un guante de cuero espeso donde se posan las garras del depredador. Empecemos por la heráldica. Luego hablaremos de otros registros, también, como elementos simbólico-heráldicos, puesto que todo poeta, creo, desea ser leído de cuerpo entero, en su nobleza esencial y por encima de las palabras que sólo la sugieren so riesgo de pervertirla.

Para ser franco, nunca entendí muy bien lo que Durrell quería expresar con su Universo Heráldico. Es algo bastante complejo que excluye la noción de tiempo. O del tiempo como noción. Que pretende ser espacial-fuera del tiempo. Tal engendro mental sería como un ajedrez gigante contra el cielo. Otra versión de la realidad. Algo relacionado con la pureza del símbolo. Es algo tan raro y tan puro que aturde. Esta última frase me interesa; por eso voy a tratar de utilizarla a mi modo para enfocar ciertos perfiles de la poesía de Nájar. Aunque a decir verdad he escogido esa palabra, principalmente, porque me parece linda. Es un heraldo anunciador, rey de armas al mismo tiempo, que muestra las torres, los castillos, los escudos de armas, emblemas de honor y fama, como los confalones heráldicos del poeta. Abro el libro agradable al tacto. Veo una cola de escualo enterrado en un jardín, un hongo ciclópeo parecido a una copa que se agita en su convulsión: es el primer dibujo*. Y el viajero, mejor dicho su voz, se dirige a sí mismo en la segunda persona del singular, se tutea. Es un tú que impacta. ¿Qué hace por estos lares? Algo busca con cierta desesperanza frente al dios del mar, en Barcelona. Atisba la Historia. Pero también, seguramente, una capa geológica de su propia historia; en el reino vegetal compenetrado con el mineral. En el reino sutil del viento.

En el aire adivinas: hubo aquí un bosque de piedra, la roca negra de la historia vigilando el puerto.

En ese primer poema que abre, suntuoso, prefigurando el canto completo del libro, me hacen guiños las duplas «tragedias y engaños», «mercancías y carrozas», «barricas de saké y cestas con aromas», recurso que será una constante en algunos poemas. El vigía-viajero se transforma en barco, en un barco casi ciego —otro tema recurrente: comentario luego—, por eso dice «avanzas crujiendo hacia el fondo de una taberna». En el segundo poema, le canta al sol de marzo. De las cuatro duplas unidas por la partícula y, tres son verbales («sueña y sueña», «nace y te consagra», «sueña y canta»). Esto le da más intensidad al conjunto: resuena el tono heráldico. Hemos pasado del mundo acuático al de los árboles y las flores, aunque mar y viento persiguen sumisos al viajero que llega al condado: un pueblo de España frente al Mediterráneo, tal vez un puerto. ¿O es un pueblo de tierra adentro, en la sierra, en la montaña? Me impacta la enumeración triple —«melodías, médulas, pasiones fundidas en la tierra»— porque cada segmento pertenece a tres registros inconciliables, sólo conciliables en eso que los lingüistas llaman el discurso poético. Más adelante trataré de hacer un repertorio —un campo léxico— de los árboles, las flores y las hierbas nombrados en Taller Mediterráneo, para mostrar cierta preponderancia de este universo. Para emparentarlo con la nostalgia, reflexiva y sosegada, del trópico natal. Pero no. ¿Por qué después? Después se me olvida. Ahora mismo. Ve uno aparecer: acacias y ciruelos, retamas y cañas, almendros y avellanos, sicomoros y alcornoques, brezos y romeros, álamos y secoyas, llantenes y nomeolvides, ortigas y gordolobos, espinos, follajes. Esta enumeración abusiva podría sugerir algo tupido, denso, una presencia masiva que agobia o entorpece el fluido poético, pero no. Esos seres vivientes están distribuidos de manera eurítmica (euritmia: buena proporción y correspondencia de las diversas partes —palabras, digo yo— de una obra de arte). Otro guiño en ese poema. Algo sensible al trastorno del tiempo, también a las estaciones. Se miran frente a frente el sol de octubre y el sol de marzo.

Así también el sol de octubre que de haber brillado tanto en el verano tampoco se cansa en el otoño.

Ese verano que «tampoco se cansa» corresponde a otra figura poética, que es el antropomorfismo (¿o la metáfora?). Éste consiste en darle virtudes humanas a un ente que no las tiene. Ahora veo el dibujo de Denise. Prendo un cigarro. Aparece un perfil cilíndrico, como descarnado. Trazos violentos de claroscuro. Es un miembro. Arriba de éste, surge una mano tronchada. Sin falanges. Que apunta al cielo. Y sigue la enigmática frase del amor ciego y mudo. La imposibilidad del lenguaje (Bataille). Digamos de la expresión de éste pasada por el filtro decantador de quien lo expresa. La voz que lo hace, ya sublime, tiende hacia un palpitar de intensidad poética más sublime aún, por intermedio de una feroz corrección castellana, sintáctica y exasperante, erizada de imágenes. El amor ha sido siempre, siempre será bicéfalo, sentimiento y sexo andan, siempre andarán de la mano.

Y la salamandra azul salmodia perlas en las sombras donde los amantes se funden: 

Esencias, ojos, voz, el silencio que tarda en definir todo lo que perdura después del fuego - tan lento es el amor.

La salamandra azul puede ser la noche quemada por el sol. Las perlas en las sombras, los esporádicos rayos de luna. Una vez muertos los ideales —la muerte de los dioses— surgen otros. O tal vez uno solo. Ese que, ahora, anida en la voz.

La casa de Dios entroncada en el barro, cráneos y fémures, en medio de un planeta turbulento.

El alma metida en la carne, en los huesos, en este planeta donde impera la violencia... En las notas iniciales de este trabajo, escribí que esta manera de sublimar trasuntaba cierto desencanto del erotismo, que más importaba el arte, todo esto atravesado por una crítica social como una aliada de la desesperanza, de cierto nihilismo. Releyendo, veo que Eros está presente, no sé cómo pero así lo percibo, en toda la textura del libro, más allá de las iglesias románicas y las cuaresmas. Pero es evidente que las utopías han sido degolladas.

Allí donde agonizan las creencias y renacen rencores de antiguas patrias.

Entonces se abre una puerta de cierta fascinación que atrae al poeta hacia la Cristiandad y sus rituales. Detengámonos en cuatro palabras:

1)  Desolación. Tiene resonancias de aflicción, también de algo que atrás quedó destruido, humo entre las cenizas y los escombros de su angustia. De derrelictos, de abandono. En mística, quiere decir entrega total del alma a Dios; pero este significado no me interesa; el que tiene en francés, sí: estado del hombre que se siente abandonado, completamente solo, fuera del ojo y del socorro de Dios.

2)  Conversos. Pienso en los antiguos creyentes de las utopías degolladas.

3)  Plegaria.� Cierta connotación erótica, pues continúa el verso anterior (Tal vez así los extravíos del goce vuelvan superando los oleajes del inclemente. / Cantando esa plegaria por los caminos, el viajero regresa al punto de partida.), pero también, tal vez, un pulso interno que se refiere a las patrias y los credos nuevos.

4)    Martirio. rumores de martirios antiguos en el rezumar de las piedras —un mundo sumido en vanidades pretéritas.

En el último verso del poema aparece otra figura a la que Jorge es afecto: el oxímoron, como una última forma del delirio: otra forma es del delirio —lava entre las fisuras de la tierra seca. Es un oxímoron muy distinto del sol negro; es un oxímoron sintáctico (¿o es una hipálage?) que implica la frase entera, que exalta la belleza inversa de su contenido semántico. Fuego seco.

Dibujo: bailarina en cruz como Shiva la de cuatro brazos-tentáculos, con un puñal plantado en el vientre.

El siguiente poema se titula Hablar en cristiano. El siguiente, Día de perdones. Entramos a otro sistema de símbolos, hacia otra faz de la heráldica. La España católica y sus fulgores evangélicos. A la entraña arquitectónica de los siglos XI, XII y XIII, cuando dominó en Europa el estilo románico. Un imperceptible cambio de persona —la voz habla (canta) en la tercera del singular— nos conduce a otro ámbito. La alternancia poética-espacio-temporal entre España y el trópico, nos hace visitar ambos reinos —como paisajes mentales—. Siento que La Ciudad Condal, El Museo Capitular, El Oratorio del Ciego, La Calle Antigua, La Vía Augusta, La Plaza de los Apóstoles y El Tapiz de la Creación son símbolos en la heráldica de Nájar. Siento El Oratorio del Ciego como una suerte de mudez en la visión, como esa imposibilidad de la que habla Bataille. Siento que La Calle Antigua es, también, la memoria, el pájaro de la memoria. Siento que La Vía Augusta es la poesía. De nuevo, el viajero es flagelado por los recuerdos, hasta el punto de cantar: En la montaña la nieve se ha fundido como el dolor y la amargura en el fuego de la venganza.

Las armas de su venganza, serán las palabras.

II

Un comentario sobre el tratamiento exquisito y por momentos impregnado de dulzura solemne en Taller Mediterráneo. Se despliegan, siempre con cautela y debidamente intercalados en la red poética, ejércitos de sustantivos, verbos y conjugaciones cultísimas, sacadas del castellano más puro. Algunas me llevan a socavar en los túneles infinitos de la etimología: «crujen los andares (�)»; «Bullirá aquí (�)»; «entonando geometrías (�)»; «acento del condado (�)»; «el hacedor del monstruo (�)»; «la casa de Dios entroncada (�)»; «los extravíos del goce (�)»; «la Plaza del Pino se apacigua escudriñando reflejos de oro (�)»; «el rezumar de las piedras (�)»; «un mundo sumido en vanidades pretéritas»; «y nuevas piedras doquiera realcen la monumentalidad»; «a tallar imprecaciones en la piedra»; «el fin de carnestolendas»; «los decires y sudores (�)»; «y del donaire de las bellas del condado». Una escala aquí. En tanto que poeta narrativo, utilizo campos léxicos y semánticos muy distintos de los utilizados por Jorge. Hubiera escrito con desenfado y poco lirismo, por ejemplo:

La gracia y el andar de
Las chicas guapas del pueblo.

Pero no es un pueblo, es un condado. Y gracia y andar caben en una sola palabra: donaire. ¡Y el donaire de las bellas del condado! Once palabras flojas en dos versos imaginarios míos y ocho precisas en uno solo del poeta. Tomo nota de este detalle. Conozco todas o casi todas las palabras que utiliza Jorge, pero ¿por qué nunca se me ha ocurrido utilizarlas? Sin hablar del orden o distribución de estas, por esos misterios infinitos de la lengua. Un registro medio coloquial —mi manera de respirar la lengua— y otro cien por ciento poético —la de él—. Tal vez por esto me llama la atención y me causa una sana envidia. Anoto también ese fenómeno de la expresión escrita, donde se utiliza el léxico potencial, ese que muchos conocen pero que nadie utiliza para fines expresivos, ya que basta para esto con un repertorio de 700, 800 palabras. Tanto francés como castellano disponen de un arsenal� de 40 mil, 50 mil palabras. La magia reside en la combinatoria, que sean 700 o 10 mil las palabras que la expresen.

Y allí están, indiferentes a las miserias de los hombres.

¿Quiénes están? ¿Las palabras? ¿Los versos? Creo que no se trata de lo uno ni de lo otro por separado, sino de ambos en su distribución, en la manera de estar estratificadas en la polisemia lírica, en su resonancia. Porque la verba de Taller Mediterráneo nos hace oír, con insistencia, repeticiones sonoras (¿aliteraciones?), rimas internas y también los ecos internos del llamado verso libre. En este caso, se trata de prosa libre. Ejemplo de eco:

(�) los indios desembarcando en el puerto, allá en el trópico.
(�) donde rodean al cura por una bendición, allá en el trópico.
(�) le dice al niño que distribuye crucifijos, allá en el trópico.

Insisto con la heráldica. Veo de nuevo en el escudo de armas los confalones del románico y del trópico. Ambos, estáticos, flamean. Lava + polvo = argamasa roja, sanguínea, de olor fortísimo: es un vómito de la tierra. Pucallpa no es territorio quechua sino shipibo. El territorio quechua más próximo debe ser Moyobamba. ¿Y por qué misterio ha llegado esa grafía del quechua, Puka Allpa, que quiere decir Tierra Roja, a los territorios espesos de selva adentro? Pienso en un sistema de vasos comunicantes que emparienta esa tierra roja con la tierra roja del sur de España. Con el sur de Córcega. Con los Alpes Marítimos, de Niza subiendo al territorio de las nieves. El hálito es rojo. Y siento que bajo las iglesias románicas sobrias y ásperas subyace una correntada de barroco inverso: cierta morosa lentitud que se contrapone al dinamismo de éste; cierto aire monástico que se contrapone a la plenitud vital del barroco. Los sentimientos exuberantes, esos que todo lo desordenan, aparecen amordazados, contrapuestos a las pasiones paroxísticas del barroco. Inversa o no, siento barroca la poética de Taller Mediterráneo, debido a la exquisitez y la exuberancia de un castellano adamantino exento de americanismos. En América, todo es abundante, muy extenso y desenfrenado: es barroco. En este libro, los verbos cultos proliferan; como en este verso que, además, es un apóstrofe y una alegoría: No te arredres corazón de otro mundo. La voz le habla a su corazón y por esto lo personifica. Nos encontramos en los territorios movedizos del símbolo y de la alegoría. Como hispano hablante, la pureza de ese castellano sin el menor ápice de grasa (lípido semántico) utilizado por Jorge me asombra. Veamos ahora un sonido gutural extraído de cuerpo adentro: La retama en los torreones (�) que reúne un elemento de la flora a otro de la arquitectura, los funde y crea un tercer elemento arropado de aliteración. También hablé de sensualidad. En este dominio, vista y olfato son sentidos que el poeta privilegia para favorecer la visualización de los paisajes en la mente del lector. Así, vemos, olemos e incluso degustamos versos de este calibre:

Acabado el período de las carnes rojas, comienza el de las blancas.
Y las glorias ya son de la cuaresma en las delicias del marisco, en el aire perfumado de azafrán y orégano.

Y los aromas de la cuaresma que emergen del fondo de las cocinas y el donaire de las bellas del condado.

En la hondonada se atizan fuegos para el cordero que viene mugiendo aromas del tomillo, del ajo y el perejil, entre quienes avanzan protegidos por las sombras de almendros y avellanos.

No te arredres corazón de otro mundo. Es día festivo y he ahí los hijos de Dios en el campo de hinojos, preparando carnes, arroces, el fuego de la gloria.

 Y substantivos y metáforas de la pastelería:

Allí hogaño se inauguró el amor y más tarde allí se consolidó la vida, saboreando mazapanes, suspiros, brazos gitanos, roscas de reyes.

 

Dibujo de Denise: cruz antropomorfa. Piedra románica de una iglesia edificada en el aire, vitrales y tejados.

Debido a la ilación disparatada a propósito —entran al escenario tres vocablos que pertenecen a tres registros— estos versos remecen: la montaña a sus espaldas, las torres góticas, y las injurias de los nuevos evangelizadores.

(Tronco de tinta en campo florido, de tinta también)

(Sillas-insectos en el jardín mediterráneo, con raíces y follajes)

Una exploración que busca la paz interna —aquella donde se resolverán los conflictos que atormentan a la voz— como el placer de haber cumplido algo, como la penitencia lograda, como el fin de la flagelación, surge de: Nuestras cuentas saldadas con el mundo mientras las primeras cenizas ya enturbian el cielo.

La voz ora un miércoles de ceniza. La voz acaba de absolver al , por eso se convierte en un apaciguado nosotros. Luego, retazos de la memoria, humaredas, señales de humo. El lector atento debe hacer un esfuerzo que rebase los límites de la semántica, que debe utilizar la heurística. Aparece el viajero despojado de todo, cual monje budista: Viene sin nada y sin nada se va, salvo aromas flameadas en ron, perfume de genciana en las sábanas donde el placer arde. Pero tanto despojamiento como desapego están impregnados de sensualidad, de erotismo.

(Calle árida, sedienta. Un pueblo de España cerca del Mediterráneo. Gerona. Ojos-ventanas de convento. Perspectiva y sombra en el camino del viajero

El fluir de la escritura adquiere por momentos eso que Pavese llamó «la claridad y la determinación orgánica», sobre todo cuando incluye la crítica y la denuncia de la corrupción de este mundo que se va: Mercadería rematada en la bolsa de valores por los asmáticos a las delicias del verano, únicos sobrevivientes del negocio de las patrias.

La poesía es proteica; pero una de las características que le confiere un rango estético depurado, es la transformación del lugar común. Es preciso evitar el lugar común —«tópico» es el término en poética— con alternancias que parecen ser o son acopladas por primera vez. El tema del amor es un tópico, o el de la muerte, o el destierro, o el tiempo pasado. Los tópicos de la poesía son los mismos desde la época del carpe diem y las rosas. El arte consiste en cómo expresarlo de nuevo, ad infinitum, con variantes que son versos o frases recién nacidos, todavía húmedos y resbalosos, como en Taller Mediterráneo. La fugacidad de todo es un tópico. Se trata precisamente del tópico que Pierre Ronsard utiliza para fustigar a la bella Elena. Le recuerda el dolor ineluctable, la vejez ineluctable, la muerte ineluctable. El último verso de Ramilla de fuego, última composición del poemario, antes del desconcertante informe*, dice: Antes que todo se esfume� (fugacidad de todo).

Antes que el rayo nos quiebre (la muerte).

También nosotros como una exhalación, llagados (�) (la fugacidad y el dolor).

Los dados brillan en el tapiz y ciego es quien no oye el eco dulce de los temas eternos.

París, 14 de noviembre del 2003


* Jorge Nájar: Taller mediterráneo, ediciones Coto Vedado, España, 1997.
** Dibujos de Denise Mathys.
*** El informe final revela, insólitamente, la presencia de un perseguidor; éste ha encontrado el manuscrito; pero no es la voz. Algo de índole policíaca y de cajitas chinas surge. Y la poética del amor ha sido resuelta con aromas de genciana. En verdad, es la voz de la Voz,� la voz del Otro.


© 2003, Miguel Rodríguez Liñán
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Rodríguez Liñán, Miguel: «Taller mediterráneo: La poesía de Jorge Nájar», en Ciberayllu [en línea]


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