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9 diciembre 2002

Encuentro con Mariela

A propósito de Ónix, libro de poemas de Mariela Dreyfus

Miguel Rodríguez Liñán

Los siguientes apuntes, observaciones y desvaríos de falso taumaturgo pretenden ser analíticos desde el punto de vista poético. Me fueron inspirados por la lectura de Ónix, último cuaderno lustral de Mariela Dreyfus (Lima, 1960), autora de Memorias de Electra (1984) y Placer fantasma (1993).

Por intermedio del poeta José Alberto Velarde, primero, y luego gracias al hecho de haber sido espontáneo comentador e investigador del que en vida fue «Movimiento Kloaka», que ella integró en los convulsionados 80, me enteré de la existencia de Mariela Dreyfus. Todo esto, una vez más, comenzó en París y tal vez en Arequipa. Allí conocí, entre otros amigos, al vate Alonso Ruiz Rosas. Velarde regresó a París, yo a mis predios marselleses, Alonso viajó a Roma, de Roma a París, y de París a Nueva York. En París, naturalmente, visitó a Velarde, fueron a merodear por las librerías en búsqueda de una obra especializada, creo, en mística. Y de algún viaje le trajo Ónix con su respectiva dedicatoria. Llegué a la capital francesa el sábado 2, para participar el lunes 4 en la presentación de Ladrón de libros, de Jorge Cuba Luque; la víspera, domingo 3 de noviembre fui a visitar a Pepe Velarde, que me prestó de buena gana el poemario de Mariela. Así llegó Ónix a mis ávidas manos. Como buen maniático, escudriñé atentamente el volumen —sello editor, portada, contratapa—; «Jaime Campodónico Editor» no es ecléctico sino exclusivo: edita a poetas como Jorge Eduardo Eielson, Adolfo Emilio Westphalen, Javier Sologuren y Antonio Cisneros, todos de reconocida y merecida celebridad en nuestra poesía. Luego son editados Enrique Verástegui, Guillermo Niño de Guzmán y Mariela entre otros. Empecé a leer el libro en el metro... Belleville, Colonel Fabien, Stalingrad, ya llego a Barbès-Rochechouart, en la esquina bajan.


 

El libro más célebre del tenebroso maestro Georges Bataille, L'Érotisme, publicado por Les Éditions de Minuit, muestra en la portada el rostro en éxtasis —ojos semicerrados, cabeza desmayada, sensual boca entreabierta— de Santa Teresa de Ávila. Como se sabe, entre sus muchas y alambicadas teorías sobre el erotismo, Bataille estableció un nexo, que pudiera ser rosado, entre el éxtasis místico y su estremecido correlato en el cuerpo: el orgasmo.

El ónix pertenece a la preciosa familia del ágata. Cuarzo. Cristal veteado ¿ónice? ¿Qué colores alternan los poemas de esta piedra? Verde oscuro, azul oscuro y oro de cristal. Existe una secreta, oscura relación de esta piedra con el embarazo y las fuerzas amnióticas.

El diseño de Ónix —borroso, con certeza, a propósito— muestra a mi entender la pared enjalbegada de un convento (¿Santa Catalina? ¿Santa Rosa? ¿Santa Teresa?). Sobre la rectangular ventana-boca inferior, las puertas superiores son ojos; y en la frente de ese rostro áspero hay un ícono:� la Virgen María con el Niño en brazos.

La parte tercera de Ónix consta de ocho poemas de corte y contenido simbólico-onírico-místico. Sea el poema:

Ahora
Mi cuerpo es este templo
Oscuro y habitado por la espada
De aquel dulce enviado
Y también siervo
Como yo, del Señor:
Su venablo me eleva al penetrarme
Acomete y desgarra
El interior
Brilla como verdad
Quieta y altiva
En el corte
La sangre
Y el ardor

Y así, apretada en el Su amor continuaría
Con una muerte tan sabrosa
Que nunca el alma querría salir de ella

Podemos decir:

Imagen de portada de libro OnixEjercicios espirituales (poéticos) de lírica mística. Resuena lejanamente el eco de un mensaje en clave: gritos de estatuas de ónix desbarrancándose. Hay un corpus angelicus y un corpus diabolicus; las suaves imágenes del primero revelan, como el reverso de una alfombra, las escabrosas pulsiones del segundo. El poeta recurre a la palabra sangre, como símbolo por supuesto, para realizar el matrimonio del cielo y del infierno (William Blake) con el elemento eucarístico por excelencia, la sangre-vino, y para flagelar al cuerpo-templo, para acometerlo, penetrarlo y desgarrarlo con espadas y venablos, al cuerpo-templo que goza y consigue la unión hipostática por intermedio del brillo y del ardor; refiriéndose al brillo afirma la teología cristiana que cuatro atributos posee el cuerpo glorioso, ese que tendremos después de la resurrección: impasibilidad, sutileza, agilidad y brillo precisamente. A Georges Bataille le hubiese regocijado in extremis el penúltimo verso en bastardilla «con una muerte tan sabrosa» (parafraseado de La vida... de Santa Teresa). Hipóstasis o hypóstasis, palabra griega, quiere decir sustancia y alude a las tres personas de la Santísima Trinidad (persona, otra palabra griega, quiere decir máscara), pero desde el punto de vista gramatical se trata de la relación por así decirlo visceral entre dos frases, dos oraciones, dos versos. La oración ora. Oración es súplica, elevación; pero también es, racionalmente, conjunto de palabras provistas de sentido, inoculadas con el contrasentido del discurso poético.

San Agustín, San Epifanio y los gnósticos. La revelación en el jardín de Milán, la conversión del gran juerguero que fue Agustín; Epifanio, santo consagrado, participó visualmente en escandalosos ritos barbelognósticos paganos. Y recordemos que demonio es buena palabra en griego.

Sea el poema «Ultimo sueño»:

Despertar sobre un prado
Donde la noche arde

En la estepa amarilla
Alguien se inmola

Una desconocida cuyo nombre
Repiten a coro los caballos

El prado es circular

En la cima
El caballo que más ama a maría
Se encabrita en dos patas para cantar su amor

Ancas y cola
Forman un haz de luz en el tinglado

«detente maría», carraspea el corcel
«no te aproximes ciega hacia el abismo»

mas el peso del animal
—y su estertor supremo—
lo llevan en picada rumbo a ella
cae sobre maría
—ella tiembla—
cae sobre la suave música anhelante

maría tiembla seducida
por la clara osamenta del caballo

en los golpes equinos que recibe
su corazón esboza una sonrisa

es dulce el juego que a pasión reclama
no importa que al sentir arda la llama

Podemos decir:

Arrebato de caballos cthonianos, aspecto nocturno que opaca al diurno, vida y fuego acuáticos encarnados en el bello animal. Figura lunar-solar que relincha en los páramos azules del inconsciente. El Caballo-Madre cabalga sobre los adoquines de la mortalidad, pero también resbala y danza. Y los adeptos del culto de Dionisio en Asia Menor, ¿qué hacían? Estos caballos que le hablan a María ¿podrían metamorfosearse en centauros? Animales oníricos juguetones, de silencioso galope. Y no olvidemos aquel poema de primera juventud en que la poeta declaraba ser potranca («Como todas las potrancas de este mundo / cabalgo me encabrito y al borde de la noche / cedo mis ancas al jinete de las barbas del oeste / para después relinchar gozosa sobre el prado...»). Fusión con el equino engendro místico. «Despertar sobre un prado» (primer verso) podría ser imagen de la libertad, pero� ésta� «es circular y tiene planos» (octavo verso). Agonía de caballos, esqueletos de caballos, amor con los caballos del pensamiento... Junto a faunos y sátiros, los magníficos centauros son los seres más libidinosos del universo. Las centauras, esos divinos animales, no existen (o tal vez existen en las aguas espesas del infraconsciente)� pero debieron existir.

Sea el poema «En este muro asomó el ángel»:

(Santa Teresa)

Callado está ya el templo y en penumbra

En el alféizar sopla el viento
Y apacigua el candil

Es gris el trozo de bayeta
Que la carne protege y aligera

El donoso cabello en cuatro crines
Y las piernas
Genuflexas y heridas atestiguan
Que el desapego es ley

Podemos decir:

Como un obturador fotográfico, el ojo demente del ángel* expone a� la criatura con la que se unirá; el ángel asoma cautelosamente al espacio poético, ve cosas muy extrañas y las dice refiriéndose a Santa Teresa de Ávila: «callado está ya el templo y en la penumbra». El ángel sabe de asonancia y la presenta cual pórtico armónico, suave y tan diferente del rudo coro de caballos del poema anterior. No es templo sino convento mental. La santa ora en silencio. Sueño y silencio imperan. Es� noche y las demás cautivas que en el día cantan, conversan y rezan, ahora duermen frente a un tropel de centauros que relinchan quedamente con voz humana. Alféizar / Bayeta / Borroso / Genuflexas son palabras insólitas que susurra el ángel voyeur; pertenecen a registros muy distintos —arquitectura, textilería, religión, poética— pero, al ser intercaladas cada dos versos, le otorgan simetría a la composición. La sintaxis pertenece a los siglos dorados de nuestro idioma: «es gris el trozo de bayeta / que la carne protege y aligera». Esta última palabra me remite a su parónima: alígera, que también viene al caso. ¡Y reaparece la potranca-centaura! Crin: conjunto de cerdas o pelos gruesos que tienen algunos animales en la parte superior del cuello. Otra sintaxis distinta del embeleso citado: «El trozo de bayeta, que la carne protege y aligera, es gris.»

Los seis poemas siguientes, incluyendo el octavo analizado en primer término, escritos en primera persona, constituyen, fragmentadamente, el delirante monólogo de la santa cuyas rodillas sangran. Tres razones de ser (o de no ser, to be or not to be, puesto que se martiriza y reprime al corpus diabolicus para negarlo), el� desapego, el abandono, el olvido de sí, o sea la renuncia, implican su anverso: el apego al cuerpo, la preeminencia del cuerpo, la constatación ininterrumpida de la materialidad del cuerpo; la renuncia es acercamiento, búsqueda oscura de aquello que el ángel sólo mira y aparentemente rechaza. ¿Renuncio? No. Mientras viva jamás renunciaré a Él, a Dios, al Cuerpo. La evidencia se halla, desnuda, en esa figura llamada zeugma: «De espaldas al tinglado / de sevicia y afeites y artificio...» El zeugma reside en la palabra sevicia (crueldad excesiva), totalmente ajena al registro del maquillaje. El zeugma es quiebre, ruptura, pero también enlace; es el elemento desconocido, el oscuro intruso que vuelve y enloquece al ángel que constata el deseo de la santa, el ángel que ésta ansía «como ansía / la oveja ante el cayado / el golpe, la caricia y la transposición» (énfasis del autor).

* Charles Baudelaire, de Les fleurs du mal, el poema «Le revenant», y luego la traducción del autor:

Comme les anges à l'�il fauve,
Je reviendrai dans ton alcôve
Et vers toi glisserait sans bruit
Avec les ombres de la nuit,

Et je te donnerai, ma brune,
Des baisers froids comme la lune
Et de caresses de serpent
Autour d'une fosse rampant.

Quand viendra le matin livide,
Tu trouveras ma place vide,
Où jusqu'au soir il fera froid.

Comme d'autres par la tendresse,
Sur ta vie et sur ta jeunesse,
Moi, je veux régner par l'effroi.

Como los ángeles de ojo demente
A tu alcoba volveré y hacia
Ti me deslizaré silente
Con las sombras de caoba

Y te daré besos fríos
Como la luna, morena mía,
Y caricias de serpiente
en torno a la fosa moviente

Lívida llegará la mañana
Hasta la noche hará frío
Y encontrarás mi lecho vacío

Como otros con el llanto
Sobre tu vida y juventud
Yo quisiera reinar con el espanto

Marsella, noviembre del 2002


© 2002, Miguel Rodríguez Liñán
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