De Soto: El misterio del capital

El misterio de la piedra filosofal

Una cr�tica a El misterio del capital de Hernando De Soto *

[Ciberayllu]

Jorge Gasc�n

 

En el �mbito peruano, y desde hace m�s de una d�cada, han surgido estudios centrados en la poblaci�n emigrante urbano-marginal de origen rural y andino que evidencian cómo la denominada econom�a informal no es necesariamente sin�nimo de pobreza o marginalidad. Y es que como informal designamos a un heterog�neo sector en el que participa tanto la vendedora de golosinas que establece su puesto en una esquina de la calle, como el propietario de un taller que emplea cinco, diez o m�s trabajadores. Estos �ltimos son una minor�a, pero significativa por cuanto que son emigrantes que han logrado con �xito superar las limitaciones econ�micas en las que parec�an trabados. Omar de Le�n (1996) calcula que, si bien la mayor�a de las empresas informales urbanas del Per� se mueven en el umbral de la subsistencia, un 29% son competitivas y eficaces, generan excedentes y est�n compuestas por varios trabajadores.

Para los distintos investigadores que han trabajado el tema1 dos son los elementos que explican el �xito empresarial de este sector de la poblaci�n. Por un lado, que sabe aprovechar los recursos socioecon�micos que su cultura le ofrece para competir en la econom�a de mercado. El empresario emigrante e informal utiliza unas reglas de comportamiento transmitidas de generaci�n en generaci�n. Activa sus redes de parentesco, paisanaje e incluso religiosas, que le permiten acceder a mano de obra cuando lo requiere, una mano de obra con la que no s�lo establece una relaci�n de patr�n y trabajador, sino de �algo m�s�. Mantiene tambi�n una �tica del trabajo peculiar, que tambi�n lo convierte en �algo m�s� que una mera actividad econ�mica. Ambos elementos se traducen en largas horas de jornada y en flexibilidad laboral.

El otro elemento que destacan es el car�cter del mercado peruano: se trata de un mercado postergado, con restricciones importantes, y del que el capital se fug� a causa de la situaci�n de violencia pol�tica vivida en el Per� durante d�cada y media. Este contexto permiti� que el empresario informal no encontrase competidores en muchos sectores de la econom�a, sino una amplia demanda desatendida que �l era capaz de cubrir.

Desde la d�cada de los 80, Hernando De Soto ha visto en este empresario urbano-marginal exitoso la v�a que pod�a permitir salir de la pobreza al Per� y, �ltimamente, al Tercer Mundo. �se es el principio de su trabajo y del Instituto Libertad y Democracia que �l cre� y dirige, principio ya planteado en su libro El otro sendero (1986), que en su d�a se convirti� en un bestseller.

En El misterio del capital, el autor descubre c�mo estos emigrantes han roto la frontera de la pobreza a la que parec�an abocados. Pero tambi�n observa que, por un lado, no todos los pobres del Tercer Mundo son capaces de dar ese salto y que, por otro, este nuevo empresariado tampoco es capaz de convertirse en el motor econ�mico de sus pa�ses. �Por qu�? Esa es la pregunta a la que el libro intenta dar respuesta. M�s concretamente, la pregunta, como se explicita en su subt�tulo, es: �por qu� el capitalismo prospera en una parte del mundo y en el resto, no?

El discurso de De Soto se inicia a partir de una primera respuesta a esta pregunta: �la gran valla que impide al resto del mundo beneficiarse del capitalismo es la incapacidad de producir capital� (pp. 31). Hasta ah�, nada nuevo.

Ahora bien, la originalidad del libro es que asegura que los �pobres�, en contra de la apariencia, s� tienen los elementos necesarios para su capitalizaci�n. Un estudio comparativo realizado en cinco grandes urbes de cinco pa�ses distintos del Tercer Mundo (El Cairo, Lima, Manila, Ciudad de M�xico y Puerto Pr�ncipe) descubre al autor que los �pobres� tienen patrimonios nada desde�ables. Sobre la base de su investigaci�n, por ejemplo, De Soto afirma que el metro cuadrado en la avenida que une Lima con su aeropuerto, y que atraviesa barriadas urbano-marginales, es tan o m�s caro que en los selectos distritos de San Isidro o Miraflores.

El problema, por tanto, no es la escasez de recursos. El problema es que los �pobres� no son capaces de convertir estos recursos en activos reales.

En las sociedades occidentales, y de ah� su �xito, la propiedad es un activo. Es decir, que m�s all� de su valor de uso, la propiedad sirve para adquirir un capital inicial; permite al propietario, por ejemplo, solicitar un empr�stito. En el Tercer Mundo, en cambio, esto no es as�. La raz�n es que la propiedad es precaria. Dejemos que lo explique el mismo De Soto:

�Las casas de los pobres est�n construidas sobre lotes con derechos de propiedad inadecuadamente definidos, sus empresas no est�n constituidas con obligaciones claras y sus industrias se ocultan donde los financistas e inversionistas no pueden verlas� (pp. 32)

En estas circunstancias:

�La mayor�a de ellos no cuenta con los medios de representar su propiedad y crear capital. Tienen casas pero no t�tulos, cosechas pero no certificados de propiedad, negocios pero no escrituras de constituci�n ni acciones que permitan a sus activos llevar una vida paralela en el mundo del capital� (pp.33)

En resumidas cuentas: los �pobres� del Tercer Mundo tienen propiedades (casas, terrenos, empresas), pero no las pueden convertir en activos reales ya que carecen de t�tulos de propiedad, y sin ellos no pueden dirigirse a una entidad financiera a solicitar un pr�stamo que les sirva de primer capital para posibles inversiones productivas.

De Soto solicita a los gobiernos que comprendan que sus legislaciones est�n anquilosadas y que las armonicen con las circunstancias reales de su sociedad. No es que en los pa�ses del Tercer Mundo no haya leyes, sino que no son las oportunas para permitir el desarrollo de las capacidades de la poblaci�n urbano-marginal. Por una parte, estas legislaciones consideran a la emigraci�n como un fen�meno problem�tico que genera conflictos, colapsa los servicios urbanos, etc., por lo que establece medidas dirigidas a controlarlo y reducirlo. Por otra, caen en el error de adoptar disposiciones caracter�sticas de sociedades ya desarrolladas como, por ejemplo, excesivas normas impositivas. La perspectiva debe ser distinta: ver a esta poblaci�n como agentes de desarrollo y concederles todas las facilidades para alentarlos. Y esto pasa, como elemento esencial, por concederles los derechos de propiedad de sus bienes.

Adem�s, en un contexto de discrepancia entre norma y realidad social surge de forma natural la ilegalidad y las mafias. Cuando la propiedad no est� institucionalizada, nadie es responsable de ninguna obligaci�n, nadie responde ante fraudes y p�rdidas.

El problema de la pobreza es, por tanto, institucional. Y su soluci�n est� en institucionalizar las propiedades de los pobres. La diferencia entre pa�ses ricos y pa�ses pobres consiste en que la propiedad legal est� difundida en los primeros, mientras que s�lo una parte de la sociedad tiene estos derechos en los segundos.

Es, por tanto, factible el desarrollo de los pa�ses pobres. Lo �nico que deben hacer es seguir los pasos de los pa�ses ricos, que en su d�a tambi�n fueron �Tercer Mundo�. La Europa de la revoluci�n industrial o los Estados Unidos reci�n independizados tambi�n se encontraron con migraciones incontrolables, crecimiento de los sectores extralegales, pobreza urbana y tensiones sociales. Pero en su momento supieron reconocer los derechos de propiedad extralegales, y ese fue el elemento que permiti� su prosperidad econ�mica.

Terminado de leer el libro, al lector le queda la sensaci�n de que la respuesta es insuficiente. �Un fen�meno tan complejo y extendido como la pobreza es resultado de un s�lo factor? �Y este factor es simplemente institucional? �La soluci�n es tan sencilla como cambiar el marco legal de los pa�ses del Tercer Mundo? Uno no puede dejar de creer que De Soto est� introduciendo en la econom�a ciertos principios del pensamiento postmoderno: los relacionados con la escuela del Pensamiento D�bil. O de la alquimia del Medievo, en su empe�o por encontrar la piedra filosofal.

A la hora de estudiar el texto habr�a que empezar por observar su �mbito epistemol�gico.

Es dif�cil no estar de acuerdo con la proposici�n inicial a partir de la cual el autor empieza a construir su discurso: lo que impide a la mayor parte de la poblaci�n de los denominados pa�ses pobres, del Tercer Mundo o del Sur un desarrollo capitalista semejante a la de los pa�ses occidentales es su incapacidad de producir capital. Lo que ya parece m�s criticable es la explicaci�n que ofrece de este fen�meno.

De Soto forma parte de aquellos investigadores que no valoran c�mo se acumul� el capital inicial en los pa�ses occidentales; parecer�a que el factor colonial europeo fue una contingencia que nada tuvo que ver con su desarrollo econ�mico. Tambi�n obvia que, actualmente, buena parte de la econom�a de los pa�ses del Tercer Mundo se establece seg�n las necesidades de los pa�ses del Primero.

�Hasta qu� punto entrar en esta discusi�n no ser�a repetir una controversia que lleva d�cadas produci�ndose? La consideraci�n liberal de que el problema de los pa�ses pobres es que no est�n desarrollados, y que lo �nico que deben hacer para salir de su postergaci�n es imitar los pasos de los pa�ses ricos, ha sido sobradamente contestada desde diversos �mbitos: inicialmente, por las teor�as del Subdesarrollo, y posteriormente por diversidad de otros autores y escuelas.

Rese�ar todas las cr�ticas que se han planteado a este posicionamiento ser�a largo, y hay bibliograf�a que lo expone con suficiente claridad. No obstante, por su novedad, puede valer la pena replicar con un planteamiento procedente del �mbito de la ecolog�a pol�tica: el de la �pisada ecol�gica�. El objetivo de este planteamiento es descubrir cu�l tendr�a que ser el territorio de un pa�s para que su poblaci�n pudiera vivir de forma sostenible y con los niveles de vida a los que est� acostumbrada. Estos c�lculos comprenden categor�as como la cantidad de tierras agropecuarias necesarias para mantener la dieta existente o las plantaciones de bosques destinadas a la producci�n de madera y papel que se consume. Sorprendentemente, los resultados muestran situaciones tan desequilibradas como la de que los pa�ses europeos necesitan y �usan� espacios diez veces m�s grandes que sus propios territorios (Wackernagel & Rees 1995).

Si De Soto asegura que el camino a seguir por los pa�ses pobres es el de los pa�ses ricos, que el proceso ha de ser el mismo, es porque no acepta que existan relaciones econ�micas desiguales entre ambos mundos. Pero si los pa�ses occidentales viven tan por encima de sus posibilidades ecol�gicas, debe ser porque extraen riqueza de alg�n otro lado. �De d�nde?

Dejemos el �mbito epistemol�gico del que surge el libro y entremos en sus tesis.

Mystery of CapitalEl autor explica que un sector urbano-marginal es propietario y tiene empresas exitosas y/o con posibilidades de crecimiento. Tras esta constataci�n, lo l�gico ser�a pensar que se hubiese interesado en investigar las razones de este fen�meno. Sin embargo, De Soto lo resuelve achac�ndolo a la capacidad de iniciativa del emigrante y a que, en contra de lo que pudiera parecer, tiene capital, aunque de forma extralegal.

Como ya hemos dicho al principio de este texto, es cierto que un sector importante de las poblaciones urbano-marginales del Tercer Mundo ha roto con las limitaciones econ�micas en las que pod�a parecer atrapado. No obstante, este sector no deja de ser minoritario. Junto con el exitoso empresario que tiene ocho o nueve trabajadores a su servicio, nos encontramos con estos ocho o nueve trabajadores, o con otros �empresarios� menos afortunados, que viven al l�mite de la subsistencia, con bajos ingresos e inseguridad laboral, sin acceso a ning�n sistema de seguridad social, y que deben realizar largas jornadas de trabajo. Ante esta situaci�n, la explicaci�n de que �todos� tienen capital o de que �todos� son emprendedores no es suficiente.

De Soto toma el todo por la parte: generaliza a partir de lo que s�lo le sucede a una minor�a. Adem�s, desconoce que el �xito de este sector se basa en la explotaci�n de otros, mayoritarios, y cuyas posibilidades de �xito son m�s limitadas.

�Por qu� unos emigrantes tienen �xito y otros no? Tal vez este deber�a haber sido la primera cuesti�n a la que el autor se deber�a haber enfrentado. Posiblemente, entonces, habr�a descubierto que no todos los emigrantes emigran en las mismas condiciones, porque las sociedades rurales de origen tampoco son igualitarias. Y es que el emigrante no nace al llegar a la ciudad; por el contrario, aparece con un patrimonio de relaciones sociales y de posibilidades econ�micas que incide decisivamente en su porvenir, y que no son las mismas para todos.

En todo caso, dejando a lado la situaci�n de origen al emigrar, el �xito de un sector de la poblaci�n emigrante, junto con el fracaso de la mayor�a, ser�a indicador de que aquellos momentos en los que se dan procesos de cambio importantes y surgen nuevos recursos favorecen una mayor movilidad socio-econ�mica; son contextos en los que aumentan las posibilidades de promoci�n o de declive (P�rez Berenguer & Gasc�n 1997).

Centr�monos en el caso peruano: durante la d�cada de los 80, un sector de la clase media urbana se empobreci� a la par que otro, inmigrante y de origen rural, mejoraba su situaci�n econ�mica. Se dio un proceso de movilidad social, pero en ning�n momento una disminuci�n de los �ndices de pobreza.

Este es otro elemento que De Soto no tiene en cuenta: los inmigrantes urbano-marginales no forman un sector aislado del resto de la sociedad. Siguiendo con el caso peruano, �por qu� no se plantea la posible existencia de una relaci�n entre la crisis habida durante la d�cada de los 80 y el surgimiento de ese sector informal exitoso?

Como tambi�n hemos se�alado al principio de este texto, uno de los factores que permitieron el �xito de los sectores urbano-marginales fue las dificultades a las que se tuvo que enfrentar el mercado formal a causa de factores tanto nacionales (violencia, inestabilidad pol�tica, pol�ticas econ�micas arriesgadas) como regionales (la crisis latinoamericana de los 80). Muchas empresas fracasaron, mucho capital peruano �emigr�, y mucho capital extranjero busc� otros mercados m�s seguros. En este contexto, el sector informal se encontr� con una amplia demanda desatendida y sin competidores.

Pero las medidas liberalizadoras que De Soto propone, en una situaci�n de estabilidad pol�tica y con lineamientos econ�micos favorables a la inversi�n de capital extranjero, puede hacer resurgir el sector formal. �Ser�a capaz este empresario urbano-marginal, entonces, de competir? No se trata de un caso hipot�tico. La agricultura peruana, sin ir m�s lejos, ya ha sufrido en numerosas ocasiones la competencia de alimentos de importaci�n de bajo precio ante las que no le ha sido posible rivalizar. En ning�n momento De Soto se plantea esta cuesti�n.

Y llegamos a la tesis central del libro: la institucionalizaci�n de la propiedad como mecanismo de capitalizaci�n de los sectores pobres del Tercer Mundo; la piedra filosofal.

De Soto sobreval�a la �formalidad� de la propiedad en los pa�ses ricos. En Espa�a, por ejemplo, los precios nominales de las viviendas son muy inferiores a los que realmente tienen en el mercado, con el objetivo de reducir los impuestos. No obstante, eso no impide a las instituciones financieras hacer pr�stamos tomando como garant�a esas viviendas y por su precio real. El problema no parecer�a, entonces, que fuera tanto la regularizaci�n de la propiedad como la existencia de un sistema bancario interesado en otorgar empr�stitos al sector urbano-marginal. La verdad es que se hace dif�cil pensar que los bancos dejen de participar o incentivar un negocio factible s�lo por una cuesti�n de legalismos. En �ltima instancia, ellos mismos podr�an haber presionado a los gobiernos para que se instituyeran los t�tulos de propiedad. Habr�a sido interesante que la investigaci�n del autor hubiese comprendido alg�n tipo de entrevista o encuesta a instituciones financieras. Si lo hizo en alg�n momento, no se refleja en el libro.

La relaci�n de causalidad que De Soto establece entre informalidad de la propiedad, aparici�n de mafias y subdesarrollo econ�mico, tampoco cuadra con determinadas realidades de los pa�ses ricos. El caso italiano es paradigm�tico. En Italia, las titulaciones de la propiedad son similares a la del resto de Europa. No obstante, diversos esc�ndalos han evidenciado que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Mafia invadi� todos los �mbitos sociales, econ�micos y pol�ticos de ese pa�s, al punto que dos de sus m�s carism�ticos presidentes de gobierno han acabado ante los tribunales por asociaci�n con esa organizaci�n. Y sin embargo, esto no impidi� que un pa�s asolado por la guerra acabase formando parte del grupo de estados m�s ricos del mundo.

Finalmente, De Soto no habla de los resultados negativos que podr�a conllevar la institucionalizaci�n del patrimonio. En el caso de las tierras agr�colas en el Per�, la inexistencia de un catastro y de un servicio �gil de registro de la propiedad ha impedido, por el momento, que el libre mercado de tierras decretado por la Constituci�n de 1993 haya prosperado. Posiblemente el autor considere esto como una traba al desarrollo, pero �es alocado pensar que ese libre mercado puede poner en peligro la propiedad del peque�o campesino? Mientras la propiedad siga siendo �extralegal�, por seguir utilizando un t�rmino usado por De Soto, el campesino se ver� salvaguardado de perderla en caso, por ejemplo, de morosidad, si la utiliza para acceder a cr�ditos (Gonzales de Olarte 1996, Montoya 1996).

Y aqu� volvemos otra vez al tema de la competencia a la que antes nos hemos referido. De Soto aboga porque los empresarios informales legalicen sus propiedades como un mecanismo para acceder a cr�ditos. Pero �cu�l es la viabilidad de sus posibles negocios, establecidos con esos cr�ditos, ante la posible aparici�n de competidores con mayores ventajas tecnol�gicas? En el Tercer Mundo y en una situaci�n de libremercado, el acceso a cr�ditos para la inversi�n se convierte en un juego de riesgo: mientras el sector del mercado en el que el peque�o empresario quiere invertir no est� cubierto por capital extranjero, el negocio puede marchar bien, pero en el momento en que ese sector sea �descubierto� por ese capital, las posibilidades de �xito del negocio se reducir�n dr�sticamente. La soluci�n ser�a establecer medidas econ�micas proteccionistas, pero curiosamente, De Soto y su Instituto Libertad y Democracia no parecen dispuestos a apoyar este tipo de pol�ticas.

El autor cree en la bondad del capitalismo y en que los problemas que conlleva son resultado de una excesiva intromisi�n del estado. Porque, para �l, la informalidad de la propiedad no es resultado de la ausencia de las instituciones, sino todo lo contrario: si la titulaci�n de la propiedad es tan escasa es porque los tr�mites burocr�ticos son complicados y onerosos. La excesiva presencia del estado, en forma de leyes, dificulta el libre albedr�o y la ambici�n del peque�o empresario. El posicionamiento de De Soto, por tanto, es neoliberal.

Pero no hac�a falta tanta disquisici�n para llegar a este descubrimiento. Se podr�a haber adivinado s�lo viendo de qui�nes proceden los halagadores comentarios con el que inicia el libro y se forra su contraportada: economistas como Milton Friedman o Ronald Coase, pol�ticos como Margaret Thatcher o periodistas como Andr�s Oppenheimer.

Lo que estos apologistas designan, en forma encomiosa, como �teor�a asombrosamente simple� (Sarah Brealey dixit), uno no puede dejar de considerarlo un discurso simpl�n. Y es que cuesta creer que problemas complejos, como es la desigualdad de la riqueza a nivel mundial, puedan tener soluciones sencillas y �nicas como la que pretende De Soto.


* De Soto, Hernando de (2000) El misterio del capital: Por qu� el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo. Lima: El Comercio. Pp.: 287. Original: The Mystery of Capital, Bantam Press & Random House, 2000. Traducci�n de Mirko Lauer y Jessica Mc Lauchlan.

1 Entre otros, cabe destacar a Adams & Valdivia (1991), Golte (1995) y Huber (1997).

Bibliograf�a


Comentario privado al autor: © 2001Jorge Gascón, gascon@arrakis.es
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