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27 noviembre 2002

Dos libros colectivos de Armando Arteaga

Fredy Roncalla

 

Hace unos años volví a ver a Armando Arteaga. Nos encontramos en un Icarus de la Vía Expresa y bajamos a conversar en la Avenida Grau. Me contó que levantaba el catastro arqueológico de Antabamba y Aymaraes y tenía planeado publicar unos libros� sobre el tema.Dos décadas después que andáramos� del Palermo a las calles y plazas del centro de Lima, Armando se había comprometido con la problemática� de mi natal Apurímac.� La próxima vez que lo vi, junto a José Cavero� y Esteban Prada,� hablaba con entusiasmo de las iglesias de Chuquinga y de Soraya� y de unos planes de restauración de esta última. Hace unas semanas� recibí dos libros:� Patrimonio Arqueológico� y Arquitectónico de Soraya (Patronato Para la defensa del Patrimonio Cultural de Soraya, Lima, 2000, de� Armando Arteaga, José Cavero Torres y Esteban Prada Torres) y Plan de Desarrollo Integral Para el Distrito Juan de Espinoza Medrano (Instituto de la Tecnología y la Cultura Andina y� Central Distrital Juan Espinosa Medrano, Lima 2002, por Armando Arteaga y Oscar Paniura Navarro).

Una premisa subyacente al primer libro es que� los vestigios materiales de la historia nos dan las bases de un futuro que mejore las condiciones de vida del poblador del distrito y la región. Patrimonio... es un interesante recuento de como el paso de la historia ha dejado huellas arqueológicas y arquitectónicas en la población de Soraya. Así, las ocupaciones chanca e inca� están presentes en� sitios arqueológicos tales como Qarawatani, Santura, Sinte, Antaqawa y Chuspipata, entre otros. Los autores indican que la región pudo haber sido poblada por la etnia Sora —que junto a los significados «jora» y «agua estancada» habría dado nombre al lugar—, proveniente de Ayacucho, y más tarde por los chancas y los incas. A las breves descripciones de algunos lugares arqueológicos le acompaña una lista de nombres de los sitios más importantes de una zona que de hecho muestra un intenso asentamiento humano prehispánico. Es� un mapa arqueológico inicial que, para darnos luces más claras sobre la historia prehispánica de Soraya, necesitaría mayores investigaciones etnohistóricas y arqueológicas. Sin embargo, cabe plantear una pregunta que� podría� ampliar la visión histórica de Soraya y Aymaraes: si es posible utilizar la etimología del� término «sora» para el gentilicio de Soraya, ¿no es posible también hurgar en las raíces del termino «aymaraes», que nombra a toda la provincia? Lo obvio es la presencia de alguna etnia aymará en la región, anterior o simultánea a los asentamientos chancas e incas. Por otro lado, al referirse a la provincia, Waman Poma —el cronista indio— siempre la nombra como Quichua Aymarays. Si esta etimología es indicativa,� resulta que al componente aymará se le añadiría una etnia específicamente quichua, de la cual no sabemos mucho en su relación a Aymaraes y Soraya.

Una segunda parte del libro está dedicada a la historia� colonial y republicana de Soraya y la forma cómo ésta incide en la Iglesia de San Jerónimo de Soraya, cuya conservación y reconstrucción es uno de los objetivos principales del Patronato para la defensa del Patrimonio Cultural de Soraya. Una sección importante de esta parte está dedicada a la presencia de Soraya en la independencia del Perú. Ahí cobran relevancia las figuras de Antonio José de Sucre y� Simón Bolívar en diversos poblados de Aymaraes, entre los cuales destaca Soraya. El desplazamiento de las tropas de Sucre fue una importante acción táctica que luego iría a dar resultados en la batalla de Ayacucho. Otro personaje que resalta, por méritos literarios y por su apoyo a la causa emancipadora,� es el Cura de Soraya, Justo Apo Sawarawra Inca, cuyo libro Recuerdos de la Monarquía de los Incas, escrito en 1838, acaba de ser presentado en edición crítica por el coleccionista brasileño José Midlin. Ya que las acciones de estos personajes no se circunscriben solo a Soraya o Aymaraes, nos hubiese gustado ver un retrato de las andanzas de Waman Poma y Martín de Murúa, cura de Yanaca que, aparte de haber inspirado algunos de los dibujos y páginas furibundas del cronista indígena, parece haberse apropiado de sus dibujos y querido seducir a su mujer. Pero aquí el sujeto central del libro es el mismo Soraya, distrito sobre el cual se dan datos y fuentes históricas que destacan su presencia regional y nacional. Gran parte de estos datos tienen que ver con la organización eclesiástica del Cusco, a la cual pertenecía el curato de Soraya. Aquí cobra especial importancia la iglesia de San Jerónimo de Soraya, construida en el virreinato, bajo la influencia de la Iglesia de San Jerónimo del Cusco, y San Jerónimo de Pampamarca —al lado de Cotaruse— que vendría a ser el primer asentamiento español de la región. Además de las ya mencionadas iglesias, la Iglesia de San Jerónimo de Soraya comparte rasgos estilísticos con las iglesias de Chuquinga y Chalhuanca, como se ve en una serie de fotos que, junto a las de los restos arqueológicos, son un valioso texto aparte en ambos libros. La sección termina con datos político-administrativos en el siglo veinte, algunos datos sísmicos que afectan la conservación de este monumento arquitectónico, y una breve referencia a la época del terror de los años ochenta: sobre cuyas fosas comunes� encontradas en Soraya, Toraya y Capaya, pesa toda una arqueología del silencio representativa de una cotidianeidad precaria, racista� e inmoral� que se extiende desde el ande hacia el resto del país.

Se trata de una forma especial de hacer historia: el personaje principal es el lugar de origen y los humanos están al trasfondo, como esperando su voz. Al optar por esta� trama� los autores han acertado en responder a la visión popular, que ve en el pueblo� de origen no sólo el catalizador de la memoria, el teatro de la identidad —y el espacio privilegiado de las fiestas sagradas bajo el auspicio de� santos y apus—,� sino también de la acción al futuro. Porque si el texto ha tratado de resaltar lo valioso de Soraya y Aymaraes en la historia, el nivel subyacente —las condicionas actuales del distrito— es de marginación, pobreza, y aislamiento. Entonces� se hace necesario plantear una estrategia para mejorar las condiciones de vida del poblador.

En la última parte del Patrimonio... se elabora un Plan de Desarrollo Integral de Soraya en donde resaltan los proyectos de reconstrucción de la Iglesia de San Jerónimo y la puesta de habilitación de turística de sitios tales como Santura, Sinte, Awa, Qarawatani y Pukaqayoq, además de un museo de sitio. Pero el Plan Integral va más allá y propone una serie de programas y proyectos con el fin de integrar a Soraya a la economía regional y nacional, es decir, una herramienta de planificación cuya novedad� es su carácter integral, el cual, por lo menos teóricamente, no debe permitir proyectos asilados� que abundan y alimentan a ONGS en� la región para caer en la nada o incidir en el clientelismo.

Si en� Patrimonio... el plan integral delimita una serie de proyectos sobre los cuales no hay mucha información técnica, otra cosa sucede con Plan de Desarrollo... que es un libro en donde nos informan poco del «Lunarejo», Juan de Espinosa Medrano, un escritor y poeta —reconocido como uno de los fundadores del mestizaje cultural en toda América Latina— que da nombre al distrito, y más bien�� se plantean una serie de detallados proyectos de corto, mediano, y largo alcance para comunidades de la zona.

Es sorprendente el manejo de información que requiere un� aporte como éste, que necesita saber desde cuántas horas está la vaca en celo,� la demanda de las hueveras de la trucha en Japón y� Arabia Saudita, los tipos de cuajo para los quesos, la correlación hembras/machu kututus para la crianza de cuyes, la calidad de tierra y las asnapas apropiadas para un huerto familiar, los vestigios� arquitectónicos de la zona, la mejor forma de secar la cochinilla, la demanda de carne en Aymaraes, la costa y Lima, y hasta la cantidad de kilómetros que faltan para conectar� Juan de Espinosa Medrano con Cotahuasi. Son veintiséis perfiles articulados a� un� modelo de desarrollo que «debe ser� sostenido y equilibrado, se basa en el aprovechamiento racional de los recursos, en la fomentación de la especialización productiva y la articulación del mercado interno y externo, que proyecte el crecimiento del agro, fundamentado en el potencial de economía de expectativa» (Plan... p. 89), articulada a la ganadería, a la forestación, al turismo, al manejo de pastos, a la agricultura, la acuicultura y a la pequeña minería, lo cual para la población del distrito significa� reorganizar la economía� campesina haciéndola más empresarial y competitiva, con una participación activa, una forma de ser sujeto de su propia historia y un cambio de visión de vida, sin que ello signifique cambio de identidad.

Entre todos, hay dos proyectos que me llaman la atención. Uno es el establecimiento de una comunidad artesanal, «Proyecto Comunidad Artesanal El Lunarejo», a partir de la asociación de Artesanos el «Lunarejo» radicada en Lima,� y del patronato del museo de sitio Juan de Espinoza Medrano-Calcauso. Este proyecto propone crear una comunidad artesanal con viviendas-talleres, líneas de crédito, canales de comercialización,� banco de datos, y capacitación,� para� mantener a los artesanos informados y con competitividad nacional e internacional. Dentro de este contexto, debido a las exigencias del mercado mundial cada vez más conocedor y exigente, son relevantes tanto el control de calidad como el diseño. En cuanto al diseño, existe en el Perú la marcada tendencia a pensar que lo más laborioso y recargado es lo más valioso. La suerte de barroquismo mostrada en la joyería y la industria de los dijes en los años ochenta funcionó por un tiempo, pero se ha ido desvalorizando con el cambio de los gustos, que ahora apuntan a objetos� menos recargados, casi minimalistas, pero estéticamente� agradables, como sucede con la plata de Taxco, en México. La capacitación artesanal y la investigación, poniéndose al día con lo que sucede en la artesanía en otros lugares del planeta, puede ayudar a buscar alternativas menos trabajosas, así como comercial y estéticamente atractivas, con la� ventaja adicional que no se corre el peligro de la subvaluación y la sobreexplotación del trabajo en productos demasiado laboriosos. Para esto, la conexión a la Internet y el banco de datos son fundamentales, como también es importante que los artesanos sean puestos al tanto de las nuevas tendencias internacionales del gusto, pero permitiendo desarrollar sus� estilos personales, que los ayuden a proyectarse� económica y artísticamente. Aquí, la comunidad de artesanos debe elegir entre la copia masiva a un producto que funciona, pero que al final se va a desgastar comercial y estilísticamente, o respetar la individualidad de cada artesano para luego tener una oferta mas diversificada, dinámica, estéticamente innovadora y de mayor alcance comercial.� Además, si se logra integrar la Internet como herramienta para el banco de datos y para la capacitación, también se le puede utilizar para promocionar los productos directamente a través de páginas web que minimicen la presencia de intermediarios. Otro modo de comercializar los productos artesanales es recurriendo de forma profesional y eficiente a las comunidades migrantes en diversos puntos del planeta, sin demoras y cambios de producto, como lamentablemente suele suceder con muchos de los artesanos peruanos en sus bregas con el mercado internacional. Dentro de esta misma línea, el segundo proyecto que me llama la atención es el «Proyecto talleres familiares de Artesanía Textil», dirigido especialmente a las comunidades más marginales de la provincia de Antabamba, aquellas de las regiones Quechua y Puna. Este proyecto tiene planeado producir 40,000 chompas para el año 2005, con lo que espera cubrir un pequeño porcentaje de la demanda internacional. Se prevé un apoyo técnico en el diseño y en el control de calidad para conseguir un producto competitivo y estandarizado. Al respecto hay que añadir que el diseño es tan importante como el acabado.� Creo que nos vamos dando cuenta que las chompas de alpaca con� figuras de llamas e iconos geométricos típicos del altiplano ya han pasado de moda. O han sido transformadas por los ubicuos y efectivos� mercaderes otavaleños, en cuya oferta al mercado jamás se verán chompas delgadas, con una manga más larga que la otra, o chullos� que para usarlos requieren que uno tenga la cabeza en forma de flecha. El banco de datos y la capacitación que se plantea para la comunidad de artesanos, también rige para la producción de chompas, que si bien es artesanal no debe dejar de ser eficiente.

Cada uno de los proyectos presentados en el Plan, puede y debe ser materia de mayores comentarios, sobre todo de quienes se harán cargo de su realización, pero en este momento lo que importa es señalar una vez mas que la novedad reside en su carácter integral, que muestra� una mayor concreción a lo ya esbozado respecto a Soraya. El carácter integral del plan y la especifidad de los perfiles� son herramientas útiles� que muy bien pueden ser utilizadas en otras partes� de los andes. Por otro lado, su articulación apunta a llenar un vacío programático tanto de parte del estado como de los partidos políticos. Lo que aquí esta en juego es una articulación entre estrategias sociales y económicas ligadas a� la participación comunal de los residentes del lugar (y las asociaciones emigrantes diaspóricas) y el mercado, cuya presencia ha sido tenue e incapaz de generar excedentes en beneficio de las comunidades. Es una apuesta que no tiende a trastocar el sistema, pero sí a democratizarlo en beneficio a las poblaciones más marginadas del país. Es decir, ocupa un vacío ideológico marcado por los� fracasos del neoliberalismo, la izquierda y el discurso de la identidad,�� con una suerte de híbrido entre el mercado y la comunidad, en donde será interesante ver hasta qué punto somos capaces de� construir nuestro futuro sin ser totalmente absorbidos por el capital.

Se podría decir que estos libros son una saludable concreción en un mar de discursos abstractos y mangoneros, lo cual no quiere decir que no haya detalles que merezcan mayor discusión. Por ejemplo, uno de los peligros del plan es proponer� la tierra como garantía para el minicrédito, lo cual puede llevar a la acumulación de tierras por bancos acreedores. Pero esta cuestión de detalle no nos debe hacer perder de vista algo más inmediato: dado que no todos los proyectos pueden ser hechos a la misma vez, ¿cuál sería el mecanismo para priorizarlos, y cuáles son las dinámicas motivadoras para movilizar a una población� marginada y rematada por el clientelismo? Además, ¿en qué instituciones recae la� coordinación general de los proyectos? No hay respuestas específicas a estas preguntas en� ambos libros, pero sí está señalado que los proyectos se deben realizar en un marco de democratización de la sociedad y el estado, en donde� la� descentralización provea financiación y personal calificado a los proyectos, para complementar el trabajo comunal de los pobladores.

Una muestra de la democratización aludida es la forma colectiva en que estos dos libros se presentan. En ambos los autores son múltiples y las propuestas son innovadoras, pero no terminan sin mencionar, con nombre y apellido, a miembros de asociaciones de migrantes, clubes, gremios religiosos, escuelas, y pobladores en general, que han hecho posible la realización� de ambos proyectos, lo que muestra� una interacción fructífera� entre los autores y la comunidad. Cuando, hace un par de décadas, los jóvenes poetas� deambulaban por las calles del centro, uno de los grandes temas� era cambiar la poesía y cambiar el lenguaje. Pasado el tiempo, la violencia y el neoliberalismo han puesto sus límites� al vanguardismo, pero he aquí que en el poeta Armando Arteaga, el lenguaje del arquitecto� se ha convertido en uno comunal, apuntando a transformar un pedazo del ande, Apurímac, en algo distinto, para que su imagen, su poesía concreta, no sea la desolación y el abandono. Por su parte Esteban Prada,� José Cavero Torres, y Oscar Paniura Navarro son de los migrantes para los cuales la distancia del terruño significa mantener los lazos de solidaridad con los que quedan en nuestros pueblos en condiciones adversas. En ellos, la solidaridad no sólo es la simple añoranza y la visita esporádica al pueblo natal en días de fiesta,� sino la articulación de alternativas viables. Una vez realizados todos o gran parte de estos proyectos, tal vez escribir la historia de Soraya y Juan de Espinosa Medrano pase de las grandes pinceladas a la densidad de las palabras de quienes hablan como dueños de su historia y su futuro. Gracias taytaykuna por señalarnos un camino que es posible recorrer.

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© 2002, Fredy Roncalla
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