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15 marzo 2002

El guachimán de la lengua - 1
Observaciones sobre la evolución del castellano

«Yo asumo que, eventualmente, aplicaré a esa posición»

Domingo Martínez Castilla

Interesante, el idioma que nos une. «El guachimán de la lengua», que esperamos que se convierta en una serie de observaciones sobre el uso del idioma, inaugura su dizque guardianía con la frase del título —compuesta de palabras totalmente correctas en el idioma castellano—, que tiene una gran trampa compuesta de varias trampas más pequeñas.

Si el lector no habla inglés, la oración no tiene sentido. Si la lectora domina el idioma anglosajón, entenderá la frase sin problemas y sin lugar a confusión, y probablemente se extrañará de que otros hispanohablantes no la entiendan. La causa del peculiar comportamiento está en las palabras similares que tienen significados distintos —a veces opuestos— en cada idioma.

Veamos:

«Yo asumo que, eventualmente, aplicaré a esa posición»

La inocente frase anterior contiene cuatro anglicismos; traducida del «espanglés» al español, dice más o menos lo siguiente:

«Creo que, tarde o temprano, me voy a presentar a ese trabajo»

De veras: eso quiere decir. Pero vayamos por partes, o por palabras, tratando de entender el origen de la confusión:

(Las acepciones «oficiales» de estas palabras aparecen al final del texto.)

Mea culpa: hace unos buenos años, cuando regresé al Perú después de terminar un posgrado en los Estados Unidos, sometí a mis pobres alumnos de economía a una repetición incesante de «asumir» por «suponer» (los economistas, cuyo oficio se basa en la conjetura a partir de situaciones hipotéticas, son —la tercera persona es totalmente intencional— los profesionales que más usan ese verbo). Y fui más cruel pues empujé el anglicismo a su derivación lógica y, muy suelto de huesos, dije «asunción» (¡madre, qué crimen lingüístico el que cometí con tu nombre!) en lugar de «supuesto».

El lenguaje nos hace, pues, malas pasadas. Nos acostumbramos a ciertas palabras en un idioma y las usamos en otro, sin reparar en que los significados son muy distintos. Que el lector no diga «esquisito» en portugués, queriendo decir «sabroso», o «vaso» queriendo decir, bueno, «vaso»; o, menos aún, no vaya a insistir con que le gustaría un «vaso de água esquisita», porque le podrían traer una maceta de arcilla llena de algún líquido extraño, probablemente no apto para el consumo humano. ¡Cuídese el lector de lenguajes similares y, en ellos, especialmente de las palabras más comunes!

Guachimán indiferente (dibujo Patricia Valdivia)¿Qué hacer en estos casos? ¿Valdrá la pena sacar la castiza adarga para defender a la veleidosa lengua castellana de los embates del multilingüismo? ¿Qué batallas escoger, o qué palabras preservar? ¿Qué gramática defender y difundir? (El guachimán de la lengua tendrá que escoger sus batallas..., si quiere, pues, como muchos guachimanes, trabaja diariamente tres turnos de ocho horas y uno no puede estar en todas.) Tampoco es cuestión de rendirse supinamente, pues corremos el riesgo de que no nos entendamos hablando supuestamente el mismo idioma. «¡Inteligibilidad, ante todo!» podría ser una consigna razonable.

Para cerrar, imaginemos el siguiente encuentro:

—¿Sabes? He estado pensándolo mucho y, a estas alturas, asumo que, eventualmente, aplicaré a esa posición —le dijo Juan a Yonni mientras hacía sus importantes ejercicios matinales.

—(¿...?) —Yonni, que era muy amable, no supo qué responder.

Yonni sabía que su primo Juan —recién llegado después de estudiar cuatro años en Nebraska gracias a una beca recibida a cambio de jugar fútbol en una universidad— tenía problemas con su novia porque estaba buscando trabajo sin mucho éxito; por otro lado, a Juan siempre le gustaba experimentar con nuevos ejercicios para fortalecer este o aquel músculo. Yonni había estado pidiéndole consejos para aprender «inglés veloz», y se sentía ahora en la obligación de corresponder; pero la frase —¡tan bien dicha, con tanta seguridad!— lo confundió totalmente. «Se va a reír de mí», pensó Yonni, inseguro de que su castellano jaujino fuera suficiente para hablar con el primo limeño e internacional. Muy rápidamente, evaluó probables significados de la frase que acababa de escuchar, cuyas palabras se empezaban a entreverar en su cerebro:

Nada tenía sentido: sólo ayudar al primo, que estaba readaptándose apenas después de tan larga ausencia.

—Buena idea, primo... —respondió, por fin, Yonni, suspirando aliviado por la salida que se le ocurrió, y siguieron haciendo sus ejercicios.

(¿Cuántos anglicismos se habrán colado en esta primera entrega del guachimán de la lengua? Perdón, pero no olvido: eso pedimos.)

Marzo del 2002

* * *


Del Diccionario de la lengua española, vigésima segunda edición, Real Academia Española, Madrid, 2001. (http://www.rae.es/)


© 2002, Domingo Martínez Castilla
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