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12 octubre 2005

Apuntes sobre la vida y obra de Edgardo Rivera Martínez*

C�sar Ferreira

 

Me parece que es Antonio Cornejo Polar, al comentar un libro de Edgardo Rivera Martínez, quien se pregunta con elegante incertidumbre si Rivera Martínez es el autor de País de Jauja, o si ha sido la ciudad de Jauja la que ha escrito la vida de este notable narrador peruano. Desde luego, la pregunta es retórica. Pero la reflexión del ilustre maestro sanmarquino nos sirve para recordar que rastrear los datos y las circunstancias que conforman el imaginario de un escritor puede resultar una tarea siempre misteriosa, pues los caminos que llevan a un creador a forjar su universo literario son siempre azarosos y responden a motivos más que privados. Sea como fuere, una parte importante del universo narrativo de Rivera Martínez está ligada a Jauja, esa ciudad de la sierra central del Perú que, entre otras cosas, puede jactarse de haber sido la primera capital del país, a escaso tiempo del arribo de los conquistadores españoles. Allí nace Jorge Edgardo Rivera Martínez en setiembre de 1933, en el seno de una familia de clase media provinciana, hijo de padre arequipeño y madre jaujina. Entre sus recuerdos de infancia, figuran largas estancias en Ataura, un pueblo en las afueras de Jauja donde su familia es dueña de una pequeña parcela de tierra. En Ataura, el cultivo del maíz y el trigo acompañan sus juegos infantiles junto a los relatos orales de su madre y de la gente que comparte el espacio hogareño del futuro escritor. A estos recuerdos se suman también las largas temporadas con su familia en Lima en el entonces apacible balneario de Barranco.  Lima es pues otro referente importante de su itinerario vital desde muy temprano, un referente que se manifestará en más de un texto de su obra.  Rivera Martínez realiza estudios primarios en el colegio Nuestra Señora del Carmen de Jauja, y desde entonces su madre le inculca el amor por la música, una pasión que nunca lo abandonará. El escritor completará sus estudios de secundaria en el Colegio Nacional San José de Jauja, de donde se graduará en 1950.

Poco después, Rivera Martínez ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para seguir estudios de Literatura. Al mismo tiempo, también inicia estudios de Derecho, que más tarde abandonará. En San Marcos es alumno de Luis Alberto Sánchez, Jorge Puccinelli y Estuardo Núñez, entre otros ilustres maestros. Sin embargo, será Fernando Tola quien más influencia tendrá en sus años formativos, cultivando su interés por el francés y las lenguas clásicas. En 1957 Rivera Martínez obtiene una beca para continuar estudios en  La Sorbona y los siguientes dos años que vive en París son de un enorme enriquecimiento vital e intelectual para el escritor. Mientras profundiza sus conocimientos en literatura francesa y descubre muchas ciudades del viejo continente, Rivera lleva a cabo un largo trabajo de investigación sobre un género que lo cautivará siempre: la literatura de viaje. De ese interés surgirán valiosos estudios que dedicará a diversos  viajeros europeos en América como Charles Wiener y Léonce Angrand.

En 1960, Edgardo retorna al Perú para iniciar una vida dedicada a la docencia y al desarrollo de su vocación literaria. Ingresa a trabajar a su alma mater donde dicta cursos de Literatura Francesa y Lenguas clásicas. Tres años más tarde, en 1963, abandona Lima contratado por la Universidad Nacional del Centro en Huancayo. Ese mismo año aparece también su primer libro,  El unicornio, un volumen en el que reúne cuatro relatos de temática andina. También da a conocer su primer trabajo académico, El Perú en la literatura de viaje europea de los siglos XVI. XVII y XVIII.

La permanencia del escritor en Huancayo se prolongará hasta 1971. En ese lapso, Rivera Martínez hace visitas frecuentes a Jauja y escribe una larga crónica sobre la historia de su ciudad natal, titulada Imagen de Jauja, que aparecerá en 1967. De regreso a Lima, se reincorpora a San Marcos, donde cumplirá una intensa labor docente y continuará cultivando su vena creativa.  En 1974, publica El visitante, una novela corta narrada a través de sucesivos monólogos y que destaca por una prosa finamente urdida, sugestiva y enigmática. Poco después, una obra hasta entonces breve pero de gran calidad literaria le vale una invitación al prestigioso International Writing Program de la Universidad de Iowa en los Estados Unidos, adonde acudirá  en 1975. También retorna a Europa con otra beca de investigación y visita Grecia, un país  muy caro a su vida intelectual y creativa. En 1978, aparece un nuevo libro con el título de Azurita. Se trata de un volumen de ocho relatos que prologa Antonio Cornejo Polar y que, además de los cuatro cuentos de El unicornio publicados años atrás, incluye un texto de notable tono lírico, “Amaru”, que confirma la maestría de Rivera Martínez  en el género breve. El rigor de su lenguaje narrativo, así como un tono expresivo de singular factura son dos de las virtudes que señala Alfredo Bryce Echenique en la presentación del siguiente libro de Rivera Martínez, Enunciación, que data de 1979,  y que reúne las novelas cortas “El visitante”, “Ciudad de fuego” y el relato que le da nombre al volumen.

La década de los años 80 es de intensa actividad para Edgardo: mientras explora nuevas posibilidades en el cuento, el escritor cumple una prolífica labor periodística. Prueba de ello es el libro Hombres, paisajes, ciudades, de 1981, un vasto muestrario de su talento como cronista. De ese mismo año data también el relato Historia de Cifar y de Camilo.

En 1982, la revista Caretas organiza la primera versión de su concurso “El cuento de las mil palabras”. Entre cientos de cuentos, Rivera Martínez  surge como ganador con el relato “Angel de Ocongate”. El primer premio lo recibe de manos de un viejo compañero de aulas sanmarquinas y de vida parisina, Mario Vargas Llosa.  A lo largo de todos estos años, Jauja se  mantiene como una presencia constante en la conciencia creativa del escritor. Prueba de ello es su siguiente entrega, un bello libro de estampas y evocaciones nunca mejor titulado Casa de Jauja, que aparece en 1985, y más tarde, en 1996, en una versión ampliada bajo el título de A la hora de la tarde y de los juegos. Al año siguiente, el relato ganador del concurso de Caretas le servirá a Rivera Martínez para darle título a un nuevo libro, Ángel de Ocongate y otros cuentos. Tras jubilarse de San Marcos en 1987, viajará invitado a dar cursos y conferencias a Dartmouth College en los Estados Unidos, así como a diversas universidades francesas.

Durante todo este tiempo, Rivera Martínez ha iniciado la escritura de varias novelas que, por diversos motivos, quedan inconclusas. Sin embargo, la idea de escribir una novela sobre la adolescencia situada entre el mundo andino y el mundo occidental lo sigue rondando. Así, a principios de los 90, en medio de enormes dificultades para escribir debido a la crisis social y a la violencia que vive el Perú en ese momento,  Edgardo empieza a narrar la vida y avatares de un adolescente jaujino que vive a caballo entre su ciudad natal y la capital peruana, un proyecto que le tomará dos años terminar. La publicación de País de Jauja en 1993 constituye uno de los acontecimientos literarios más importantes de nuestra historia literaria reciente y ubica a Rivera Martínez en un merecido sitial de privilegio en las letras peruanas. La novela no sólo resulta finalista del premio Rómulo Gallegos de Venezuela,  sino que poco después emerge como la novela más importante de la década de los noventa en el Perú, según una encuesta de la revista Debate. Mientras tanto, Claudio, su joven protagonista, ingresa a una exclusiva galería de personajes infantiles y adolescentes de nuestras letras, junto al Ernesto de Arguedas y el Julius de Bryce Echenique, entre muchos otros.  Pero sobre todo, País de Jauja es una novela que rompe con una visión estereotipada del mundo andino peruano pues bajo la pluma de Rivera Martínez  esa antigua ciudad de nuestra sierra central es un lugar de encuentro entre el Ande y el mundo occidental, un idílico espacio donde conviven en cordial armonía seres  de variada procedencia.  Por ello, en más de un sentido éste es un texto de voces múltiples que apunta hacia un mestizaje nuevo y sincrético. Dicho en otras palabras, en País de Jauja la leyenda de los amarus comparte un mismo espacio con los mitos clásicos, y la música de Mozart con los ritmos andinos. Al mismo tiempo, la voz del diario íntimo de Claudio cede el paso a un diálogo intenso y enriquecedor entre muchos personajes cuyas aventuras a menudo serán matizadas por finos toques de ironía y humor.  Junto a todos estos elementos, destaquemos el lirismo singular de la prosa de Rivera Martínez, verdadero goce de la palabra que desemboca en la construcción de un mundo de celebración y nostalgia, y que, en definitiva, convierte a Jauja en el símbolo de una peruanidad plural.

Jauja será también el escenario de la siguiente novela de Rivera Martínez,  Libro del amor y de las profecías, publicada en 1999. En ella,  Juan Esteban Uscamayta protagoniza un relato donde las líneas argumentales pertenecen a órdenes diversos,  y que van desde lo sobrenatural y sublime, hasta lo carnal y cómico,  asuntos todos de los que dará cuenta el diario del joven personaje. Ello permite que la imagen de Jauja sea no sólo la de una comedia de costumbres provincianas, con una rica galería de personajes, sino que sirva también de escenario para la experiencia afectiva y la búsqueda existencial del joven Juan Esteban. Todo ello gracias a una prosa siempre confesional,  siempre múltiple y proteica.

Luego de la publicación de estas dos importantes novelas, la bibliografía de Rivera Martínez ha continuado creciendo para suerte de nosotros sus lectores. Recordemos, por ejemplo, la fina edición de sus Cuentos completos, de 1999, hecha por la editorial Alfaguara. A este volumen se suma un nuevo libro de novelas cortas del año 2000,  también bajo el sello Alfaguara, que, además de ofrecernos versiones definitivas de «El visitante» y «Ciudad de fuego», nos entrega  también el relato «Un viejo señor en la neblina», una nueva novela corta de impecable factura que revive el mito de Ícaro, pero que, sobre todo, confirma el singular retrato de una Lima entre enigmática y elegantemente decadente de la ficción de Rivera Martínez, envuelta siempre en una misteriosa bruma. A estos libros se añaden dos volúmenes de crónicas, titulados Estampas de ocio, humor y reflexión  y Al andar de los caminos, ambos publicados por el Fondo Editorial de la Universidad de San Marcos en el 2003.  En febrero del año pasado, en reconocimiento a su notable trayectoria como escritor, el Instituto Nacional de Cultura condecoró a nuestro escritor con la Medalla de Honor de la Cultura Peruana y tuvo a bien reeditar toda su obra cuentística.

Son, pues, muchas las bondades que nos ofrece la obra de Rivera Martínez, una obra que ya es  motivo de interés entre estudiosos y críticos de Europa y los Estados Unidos.  Razones para que ello ocurra abundan: la obra toda de Rivera Martínez es un rico diálogo de nuestras tradiciones andinas más ancestrales con los mitos griegos, cuando no un retrato singular de nuestra realidad limeña, que desde su imaginario podría resumirse como una visión siempre misteriosa y melancólica.

Termino recordando las palabras iniciales de Cornejo Polar y añado mi propia respuesta. Sí, es cierto que Rivera Martínez ha logrado escribir e inscribir a la ciudad de Jauja en el imaginario colectivo de nuestras letras. Pero no menos cierto es que esa Jauja, hoy convertida en un espacio universal gracias a la magia de la literatura, ha escrito también la vida y la obra de Rivera Martínez. Y ello porque, en definitiva, toda la obra de nuestro escritor continúa apostando con inusitado optimismo por un Perú multicultural, armonioso y celebratorio que todavía es posible, una apuesta que todos sus lectores le agradecemos.

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* Leído en el coloquio organizado por la Unidad de Post Grado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (octubre 2005).


© 2005, C�sar Ferreira
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