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24 abril 2003

Primera aproximación a «El héroe», de Luis Loayza

Camilo Fernández� Cozman

 

Integrante de la denominada Generación del 50, Luis Loayza es un escritor que se ha movido con fluidez en tres géneros: el cuento, la novela y el ensayo. Su novela Una piel de serpiente (1964), los libros de relatos El avaro (1955) y Otras tardes (1985), y el ensayo El sol de Lima (1974) lo testimonian de manera irrefutable.

Es pertinente delinear algunos rasgos centrales de la obra de Loayza y de qué manera se inserta en el contexto de la Generación del 50. Si Zavaleta fue un cuentista que introdujo las innovaciones de Joyce y Faulkner a la narrativa peruana, Loayza, por su parte, publicó sus primeros relatos sobre la base de la influencia de Jorge Luis Borges. Si Ribeyro abordó el tema de los marginales desde una perspectiva que remitía a la estética decimonónica, Loayza prefirió el cuento cercano a la prosa poética que, en El avaro, manifiesta un trabajo con estructuras míticas y simbólicas que no remiten directamente a un referente sociohistórico inmediato, sino a problemáticas más universales y ello se relaciona con la poética de Jorge Luis Borges, para quien el arte debía liberarse de referentes históricos y trabajar con cuatro o cinco metáforas que se repiten indefinidamente en la tradición literaria.

Definitivamente, el cuestionamiento a la estética realista decimonónica posibilita, para Loayza, la apertura de infinitas posibilidades de significación y la exploración de diversas esferas del lenguaje; por eso, subyace a la obra de Loayza un rechazo a la concepción positivista ingenua de que el lenguaje refleja el mundo real. De acuerdo con los últimos estudios, hoy sabemos que debemos hablar no tanto de un referente objetivo, sino de un referente percibido («subjetivado»). En otros términos, cuando hablamos de referente, aludimos a una estructura percibida, ordenada y clasificada por un sujeto; en consecuencia, Loayza le asigna un papel fundamental a la subjetividad en la construcción del sentido de un texto.

Esta particularidad lleva a Loayza a cuidar su escritura con la paciencia de un orfebre y a centrar su trabajo en la materia verbal porque el escritor es, según Loayza, el que hace del estilo un poderoso instrumento de conocimiento y ello tiene numerosas connotaciones, pues se liga con una idea muy desarrollada en la última década en las ciencias humanas: el universo figurativo y los recursos de estilo de un texto no son meros ornamentos cosméticos, sino entidades forjadoras de sentido y expresiones irrefutables de una visión del mundo. Por ejemplo, una metáfora no es un desvío en relación con una norma, sino una manera de configurar la realidad; en efecto, «la figura no comunica algo que está por otra cosa, su significado propio, sino que constituye el modo a través del cual estamos en condiciones de representarnos el mundo»1.

Escribir es, para Loayza, trabajar el estilo con mucha minuciosidad y constancia. E incluso se puede afirmar que Loayza es uno de los más grandes narradores de los años cincuenta desde el punto de vista de la perfección estilística que se respira en sus relatos.

Por las razones antes expuestas, quisiéramos realizar una aproximación a uno de los textos de El avaro. Nos referimos a «El héroe», que transcribiremos íntegramente:

He conservado el secreto, no por vanidad sino por sentido del deber. Quizá lo sepan sin decirlo, pues la sombra de mis hombros hace desaparecer sus cabezas. Pero envejezco, toso, los alimentos me repiten en la boca su materia agria. Todavía soy «feroz como un jabalí, invulnerable como un árbol portentoso» pero sé que ahora mismo hablo como un charlatán. No puedo evitarlo y creo resignadamente que es la edad.

Sépanlo, yo no maté al monstruo en su caverna. Al verlo cerré los ojos aterrorizado y me eché a temblar. No pude evitarlo; reconozcamos que era un animal verdaderamente horrible: echaba fuego por la boca, sus zarpas eran grandísimas. No hace falta que yo lo diga porque lo han descrito tantas veces que ya es clásico. Pero sucedió que él también me tuvo miedo y al retroceder violentamente se dio tal testarazo contra las piedras que se mató. Yo me pregunto ¿por qué huyó el monstruo? Parece que había escuchado aquella profecía que le anunciaba la muerte en su encuentro conmigo: no hay que prestar oído a estos oráculos que roban la fuerza.

Este fue el comienzo de mi fama. De la serpiente marina no puedo decir nada porque ni siquiera llegué a verla. Pero no desmentí a aquellos buenos pescadores que me estaban tan agradecidos que creían haber visto la lucha. La historia, por lo demás, (como las otras, algunas de las cuales ni siquiera conozco) no hace daño a nadie. Aunque es verdad que acabé con unos cuantos héroes: los pobres combatían tan abatidos que casi siempre empezaban por rogarme que no ultrajara sus cadáveres.

En cuanto a mis otras hazañas, la verdad es que no fueron tantas ni tan extraordinarias: ya se sabe que las mujeres exageran mucho. Pero mi difunta esposa solía decirme que yo era nada más que un hombre normal, y aún inferior a su primer marido.

 

I. El papel de la metáfora y de otras figuras literarias

Las metáforas y las comparaciones, en «El héroe», cumplen el papel de orientar el sentido porque permiten delinear la naturaleza de las relaciones entre el narrador personaje y los demás hombres; además, posibilitan comprender cabalmente las distintas aristas de los vínculos que se establecen entre el yo y los objetos que lo rodean.

En la metáfora «Quizá lo sepan sin decirlo, pues la sombra de mis hombros hace desaparecer sus cabezas», hay el funcionamiento de una jerarquía (es decir, una estructura de poder en el mundo representado) porque indica que el narrador personaje es más poderoso que los demás y ello se manifiesta en el aspecto corporal. Los hombros del narrador personaje representan un hacer frente al monstruo y están por encima de la racionalidad y el pensar («las cabezas») de los demás. Sin embargo, se trata de la sombra de los hombros, por lo tanto, aquí la metáfora cumple un rol cognitivo fundamental, pues «sombra» parece evocar otras figuras literarias al asociarse con expresiones cotidianas como «la sombra de los árboles», «ni mi sombra lo sabrá», «no dejó ni su sombra», entre otras posibilidades. Es decir, en el procesamiento de información por parte del receptor no cabe duda de que éste asociará el nuevo conocimiento que porta la metáfora nueva con aquellas metáforas que ya están almacenadas en su mente.

Los otros tienen miedo al yo, ya que saben algo, pero temen expresarlo con palabras («Quizás lo sepan sin decirlo») y aquí se observa que la discreción se basa en el miedo: en realidad, se teme las represalias del héroe. Además, en el empleo del verbo «desaparecer» subyace un conjunto de expresiones y figuras sumamente interesantes: «te haré desaparecer» que significa, en algunos contextos, «te mataré»; o, sino, «desaparécete» que significa «no quiero verte más», lo cual evidencia una amenaza que se asocia también con algunos rasgos del texto de Loayza.

En la expresión «soy 'feroz como un jabalí, invulnerable como un árbol portentoso' pero sé que ahora mismo hablo como un charlatán», los símiles son poderosos configuradores del sentido textual y no simples ornamentos cosméticos. En la memoria colectiva aparece muy ligada la ferocidad con la invulnerabilidad. El árbol tiene una dimensión divina y demiúrgica; es un dios que provoca admiración en los demás. El jabalí está poseído, en su estado feroz, de un poder cuasi divino de vencer a los enemigos. En ese sentido, un jabalí, al lado de un árbol portentoso, configura una imagen religiosa que la colectividad ha almacenado en su memoria: la ferocidad y la veneración se unimisman en la figura del «héroe». Éste es feroz pero, a la vez, es sujeto de veneración.

Sin embargo, el símil también emplea el término «charlatán» («sé que ahora mismo hablo como un charlatán»). Es obvio que allí están operando frases cotidianas como «no seas un charlatán», «no dice nada, es un charlatán» o «los charlatanes dicen una cosa y hacen otra», etc. En el procesamiento de la información, la metáfora nueva se asocia con las expresiones almacenadas en la mente del receptor. Los conocimientos nuevos se asocian con los antiguos y siempre está actuante un proceso de retroalimentación (feedback).

Ser charlatán significa decir algo que no es verdadero, vivir su propia fantasía. Y ello se liga con la edad muy avanzada del narrador personaje: en este caso, se hallan presentes frases como «es la edad, ya no coordina bien», «es un anciano, hay que comprenderlo, no sabe lo que dice», donde se observa que la vejez se relaciona, para el narrador, con la pérdida de las facultades en lo que respecta a la calidad de información que se transmite. No hay control racional pleno de aquello que se dice y el protagonista atribuye su mencionada falencia a la edad avanzada.

Las metáforas y símiles antes comentados abren la posibilidad de comprender el sentido del texto, pues delinean figurativamente la cosmovisión que porta el discurso narrativo. Hemos dicho anteriormente que el estilo es para Loayza un poderoso instrumento de conocimiento, por eso, resulta pertinente abordar los elementos fundamentales de su visión del mundo.

 

II. El mito, la conciencia colectiva y la desmitificación

Entendemos el término «mito» como un engaño que está inscrito en la memoria colectiva. Hay determinados mitos que aparecen cuestionados en la obra de narradores y poetas, por ejemplo, «París es la Ciudad Luz» o «Venus es la diosa de la belleza». Alfredo Bryce ha desmitificado el mito de París en La vida exagerada de Martín Romaña; por su parte, Arthur Rimbaud, en su poema «Venus Anadiomena», ha planteado la idea de que Venus es una vieja fea que tiene una úlcera en el ano.

Loayza se enmarca en una tradición de la literatura moderna que se basa en la desmitificación. Veamos cuál es el mito y cómo se operativiza el proceso de desmitificación. El mito configurado por la memoria colectiva es que el narrador es un héroe que realizó portentosas hazañas: en la caverna, mató a un monstruo que echaba fuego por la boca (aparentemente, era un dragón) y que poseía zarpas enormes; además, el «héroe» dio muerte a una serpiente marina y, por lo tanto, posee fama entre los pescadores.

Este mito tiene relación con el relato de Teseo, quien, con la ayuda del hilo de Ariadna, mató al minotauro (el monstruo) en el laberinto de Creta. El narrador personaje equivale a Teseo, y el minotauro, al monstruo. Asimismo, el laberinto de Creta corresponde a la caverna donde vive el animal; Ariadna equivale a la esposa del narrador.

Sin embargo, hay también profundas diferencias. Teseo efectivamente mató al minotauro; el narrador, en realidad, no dio muerte al monstruo. Teseo no tuvo miedo; el narrador, en «El héroe», sí y, además, el monstruo le tuvo miedo. Ariadna ayudó a su esposo; en cambio, en el texto de Loayza, la difunta esposa del protagonista se burlaba de éste.�

La memoria colectiva le asigna un valor a las acciones del narrador, por eso, éste ejerce poder sobre los demás. Es decir, tener renombre da el privilegio de infundir miedo en los otros. No obstante, veamos el proceso de desmitificación que porta el texto. El «héroe» no mató al monstruo ni fue suficientemente valiente ante éste. De otro lado, el animal sintió un profundo miedo frente a su antagonista y murió al golpearse contra las piedras. ¿Por qué? Había escuchado la profecía que anticipaba su muerte. El narrador también desmitifica el poder de las profecías porque «roban la fuerza» y, en ese sentido, se aleja profundamente de la idea griega de que el destino está determinado por los dioses. Jamás el narrador vio a ninguna serpiente marina y, en consecuencia, el prestigio que tiene también es infundado.

Quisiera comentar, por último, el final del texto. El mito argumenta que la esposa admira al «héroe» por sus hazañas; sin embargo, en el texto, se afirma que la difunta compañera se burlaba de su esposo. Éste es, según ella, inferior a su primer marido.

En conclusión, la figura del «héroe» es absolutamente desmitificada en el relato de Loayza. No hizo ninguna hazaña sorprendente; es un charlatán y, además, era ridiculizado por su esposa. Es decir, no es un modelo de valores que debe ser imitado, sino un ser humano que tiene un conjunto de falencias y defectos.

 

III. El carácter desmitificador del sujeto moderno

Una de las particularidades del sujeto moderno es su carácter desmitificador, que se sustenta en la actitud crítica que prepondera en la modernidad. En otras palabras, el sujeto moderno somete a crítica todos los principios mediante el empleo de la racionalidad que analiza, clasifica y orienta la acción hacia el futuro. A ello se suma la autocrítica como principio esencial, ya que la necesidad de autodesarrollo abre la posibilidad de someter a crítica las propias acciones que uno realiza. El cuento de Loayza que hemos analizado, testimonia, de manera transparente, esa dimensión crítica del sujeto moderno. La gente cree que el narrador es «héroe» pero, en verdad, no lo es. Por eso, el escritor utiliza la desacralización como una marca indiscutible de modernidad y así derriba una creencia colectiva que no posee fundamento alguno.

Además, aparece en el relato de Loayza la oposición entre el hombre y la multitud. Es obvio que la multitud cree en la valentía del «héroe», no obstante, el individuo (el narrador) se enfrenta a esa creencia colectiva para desmitificarla y así preservar la actitud crítica del sujeto en el contexto de la modernidad.

Ese enfrentamiento entre la multitud y el individuo aparece en numerosos textos forjadores de la modernidad como «El hombre de la multitud», de Edgar Allan Poe y Las flores del mal, de Charles Baudelaire. Veamos algunas diferencias. En el cuento de Poe, el individuo se desintegra en el ámbito de una multitud donde van preponderando la alienación y la fragmentación de las sensaciones en el mundo capitalista regido por el intercambio de mercancías. En el poemario de Baudelaire, observamos cómo la multitud (representada por los marineros en «El albatros») defiende el funcionamiento de una racionalidad instrumental que empobrece la dimensión intersubjetiva de las relaciones humanas.

En «El héroe» de Loayza, el narrador se enfrenta a la memoria colectiva para afirmar su individualidad y asumir su soledad como testimonio de libertad y actitud crítica. Todos creen que él es el «héroe», pero el narrador, de manera solitaria, considera que es un hombre común y corriente.

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IV. Un primer acercamiento a la poética de Luis Loayza

Pensamos que Loayza recusa la estética realista decimonónica, considera que el lenguaje es un elemento medular para la configuración de la cosmovisión que subyace a los textos literarios y piensa que las figuras literarias transmiten conocimientos y no son meros adornos triviales empleados por el escritor de modo caprichoso y antojadizo.

Influido por Borges, para quien la literatura es la repetición de cuatro o cinco metáforas, Loayza propone un discurso desmitificador, donde se observa un enfrentamiento entre el individuo y la conciencia colectiva con el fin de afirmar la actitud crítica del sujeto y la necesidad del autodesarrollo como fundamentos de la modernidad.

La obra de Luis Loayza, por eso, se configura en uno de los monumentos de nuestra tradición literaria. Lamentablemente, no ha sido estudiada con rigor y sistematicidad. Loayza es un escritor deslumbrante que se complace en el empleo de metáforas y adjetivos con la paciencia del orfebre que sabe que su legado permanecerá en la eternidad.

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1 Arduini, Stefano. Prolegómenos para una teoría general de las figuras. Murcia, Universidad de Murcia, 2000, p. 157.


© 2003, Camilo Fernández Cozman
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