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15 junio 2005

Din�micas de inclusi�n y exclusi�n en la narrativa peruana actual*

Alfredo Pita

 

Las siguientes consideraciones quieren aludir a un fenómeno importante para la literatura peruana en la etapa que nos ocupa: los escritores que se han ido, que se van o que se irán.   Nuestros creadores siempre se fueron, y ahora más que nunca. Es pues un tema para reflexionar. Como sabemos, actualmente, un diez por ciento de la población peruana, unos dos millones y medio de personas, están en el extranjero. Suponiendo que un ínfimo porcentaje de esa masa exilada se interesase en la cultura, la literatura y la creación, la cifra resultante podría llegar a sorprendernos. Pero éstas son especulaciones. Dejémoslas a los estadísticos que en el futuro estudiarán nuestro tiempo.

S� bien que el t�tulo propuesto originalmente (Din�micas de inclusi�n y exclusi�n en la narrativa peruana actual: la escuela de Par�s), sonoro, solemne, har� que m�s de un asistente espere de buena fe una exposici�n acad�mica, una disertaci�n profesoral en que la erudici�n y la dial�ctica se disputen el espacio con la elegancia expositiva y la did�ctica. Los tranquilizo de antemano, nada de eso viene en las p�ginas que les voy a leer. Cuando los organizadores me pidieron que enmarcara mi intervenci�n en las normas del coloquio universitario, dud�, y estuve a punto de renunciar, pero, luego, pens�ndolo bien, me dije que era la oportunidad de exponer algunas ideas. Voy pues a intentar una ponencia, que si no universitaria, ser� al menos la de un escritor. El t�tulo, sobre el que volver� al final, es un gui�o, un pretexto, un juego, para nada una provocaci�n.

En diciembre de 1983, un accidente de aviaci�n, ocurrido en Madrid, seg� la vida, entre otros, de Manuel Scorza, poeta peruano, le�do y popular hasta unos a�os antes, y que por entonces se hab�a convertido en un narrador reconocido por su saga novelesca �La guerra silenciosa�. Reconocido es un decir, porque si bien esto era cierto en Par�s, Barcelona, Madrid, Mil�n o Buenos Aires, en el Per� los canales tradicionales de legitimaci�n literaria le restaban m�ritos, autenticidad y, por ende, calidad. Scorza se qued� pues sin su propio marco nacional. Y su muerte no arregl� nada. Al contrario, su obra se qued� sin el autor para que la defendiera y la tarea de sus denigradores fue m�s f�cil.

El drama de Scorza, o sea la invisibilidad persistente en su propio pa�s, tuvo que ver con tres factores: escribi� sobre el drama del campesino peruano; lo hizo con un lenguaje brillante y eficaz, tomado seg�n algunos del realismo m�gico, lo que era impropio para los celosos guardianes del templo indigenista; y, lo que era m�s grave, de inmediato obtuvo acogida editorial y un gran �xito de p�blico. Un p�blico, es cierto, internacional. Estos elementos, unidos a otros pecados, a reproches que se le hac�a debido a su pasado de editor en el Per� (campo en el que m�s bien tendr�a que hab�rsele premiado), sirvieron para montar el proceso subterr�neo contra el escritor que, como ya he dicho, fue condenado a la inexistencia por el crimen nefando de haber escrito sobre indios en el extranjero y por haber tenido �xito con ello.

En aquel tiempo, el ámbito literario peruano era aún más estrecho y provinciano que hoy. Los mecanismos de percepción, de evaluación y de legitimación de una obra literaria en aquellos días podían ser fácilmente mezquinos, subalternos. Y no era de extrañar, pues tras el éxito rotundo de Vargas Llosa, en los 60, los dogos de la autenticidad doméstica, los improvisados críticos, los vigías atentos al éxito del otro, dormían con un ojo abierto. Se podría pensar que las cosas han cambiado con las radicales modificaciones ocurridas en el país y en el mundo. Con cierto optimismo se podría pensar que procesos como el que padeció Scorza son inconcebibles en el postmoderno mundo de hoy, interpenetrado por la globalización y por todo tipo de hibridaciones, en el que ya no sólo funciona la búsqueda de lo universal a través de los particular, como regla de oro para medir el alcance de una obra, sino también todo lo contrario. Votemos pues por el futuro. Hoy, cuando el ser humano va de la periferia al centro y del centro a la periferia con naturalidad, sin que ningún tipo de frontera se le resista ni lo asombre, las cosas tal vez estén cambiando para bien.

En todas las literaturas, a trav�s de todos los tiempos, siempre se ha dado un movimiento de fecundaci�n, de fermento y de renovaci�n, en que el ingenio de los individuos y los pueblos ha sido potenciado por dos elementos enriquecedores: el viaje y la renovaci�n. La literatura peruana no escapa a este fen�meno. Es m�s, en su caso, bien podr�a afirmarse que de no haberse puesto en marcha este mecanismo, ella simplemente no existir�a. Este congreso es la mejor prueba de que se empieza a reconocer el movimiento, el viaje, el exilio, no como ingredientes ex�ticos sino como elementos consustanciales de nuestra literatura, que es, desde siempre, mucho m�s compleja que lo que han pretendido ciertas visiones que han prevalecido hasta hace poco, impuestas por los dogm�ticos, por los acaparadores, en nuestro pa�s, del poder cultural, que, como es sabido, sea �ste grande o peque�o siempre es mezquino y miope.

El Per�, o, mejor dicho, su mejor representaci�n simb�lica, la literatura peruana, se las ha arreglado casi desde el comienzo para ir generando una visi�n limitada de s� misma. En ella nos instalamos plenamente a comienzos del siglo XIX. Los costumbristas y tradicionalistas pretend�an afirmar una literatura que dejando de ser espa�ola, intentara ser americana, criolla, peruana. Lo que lograron fue una literatura lime�a, que se expres� en el teatro y en la cr�nica de filiaci�n hist�rica, y que era, como la ciudad capital de entonces, amable, ligera, p�cara y chismosa, y que se ocupaba m�s de lo que pasaba en los salones que hab�a dejado la expulsada corte virreinal que de los corralones donde viv�an los indios y los negros, para quienes la suerte no hab�a cambiado.

Estaba claro, por entonces, que la literatura de nuestro pa�s era castiza o neocastiza y que deb�a ser exclusivamente hecha por peruanos hispanohablantes, quienes deb�an dar cuenta de lo que era la vida en el antiguo reino convertido en rep�blica. Esto dur� hasta fines del siglo XIX y a comienzos del XX. Por reacci�n, y despu�s del gran traumatismo de la guerra del Pac�fico, algunos intelectuales bien intencionados, movidos por la compasi�n y el paternalismo, como Clorinda Matto de Turner, decidieron que la verdadera literatura peruana deb�a hablar de los indios y sus problemas, puesto que todo lo dem�s no era aut�ntico, y menos tel�rico. No llegaron a reclamar, no obstante, que los indios escribieran sobre los indios. Eso reci�n comienza a verse s�lo en nuestros d�as.

Las condiciones para todos los excesos estaban dadas. A partir de ese momento, los peruanos amantes de los libros y de la literatura, en forma soterrada hemos debido padecer, sobre todo en la narrativa, la encarnizada guerra de los campeones del realismo, ya sea el costumbrismo o el indigenismo irredento, que bajo distintos avatares y disfraces, en su lucha sorda (aunque a veces estridente), no han dejado a la literatura peruana desarrollarse como merecer�a, como expresi�n del imaginario de un pueblo que son muchos, ricos en culturas y en historia. As�, de tiempo en tiempo surgen escuelas, capillas y bandas, provinciales y capitalinas, populistas y de sal�n, que se obstinan en negarse las unas a las otras y, que se han esforzado, de manera a veces suave, otras veces virulenta, por secretar el segregacionismo. C�mo no ver en estas querellas recurrentes la impl�cita reivindicaci�n de una quimera, de una «verdadera» literatura peruana, de una «verdadera» narrativa nacional. Nada m�s pat�tico, nada m�s provinciano en el peor sentido de t�rmino. No hay ninguna «verdadera» literatura peruana, y esto felizmente. Hay muchas. Y en este campo comenzamos a acercarnos, como espero lo demuestre este congreso, y conservando las proporciones, al caso de Argentina, o de Brasil, donde desde siempre conviven plurales propuestas y muestras de capacidad y talento de escritores surgidos de una cultura m�ltiple y variada.

Singular drama �ste, en un pa�s en que la literatura escrita lleg� hace apenas cinco siglos y de la mano de extranjeros, de viajeros. �Qu� otra cosa fueron los cronistas espa�oles, no todos ellos nacidos en Espa�a, por supuesto, que transitaron y vivieron en los territorios de lo que ser�a luego nuestra patria?

�C�mo podr�amos no ver como peruana una literatura escrita por esos extranjeros que, pese a ser s�lo r�sticos soldados, vinieron y se instalaron en nuestra tierra trayendo en su equipaje viejas utop�as universales y el papel, la pluma, la letra impresa, los veh�culos del humanismo y el renacimiento? Instrumentos con los que quisieron hablar de un mundo nuevo, sentando las bases sobre las que se iba a construir no s�lo nuestro imaginario sino nuestra realidad, la del Per� que las generaciones presentes hemos llegado a conocer, a amar y hasta a llorar. Su capacidad de aventura, su curiosidad, lanzaron una din�mica que luego dar�a sentido de nuestra aventura colectiva e individual.

No iba a pasar mucho tiempo sin que el fen�meno se enriqueciera con la din�mica opuesta, la de los peruanos que iban a emigrar a otras tierras, hacia Europa, en primer lugar, como el Inca Garcilaso, para poder ser, al fin, seres completos y expresar el mundo complejo, violento, absurdo y hermoso a la vez, descomunal y cruel, y tan humano, que hab�amos recibido en heredad.

Del trabajo de los cronistas, para completarlo, denunciarlo o refutarlo, parti� el Inca Garcilaso en su intento, m�s que feliz, de escribir su visi�n fundadora del mundo que existi� en nuestras tierras antes de la llegada del conquistador. Mundo que �l hab�a conocido, y que estaba ya liquidado cuando �l, hombre ya maduro, desenga�ado de los peque�os sue�os vinculados al apellido y a la Corte �y tras haber participado en la liquidaci�n de las revueltas de moriscos en las Alpujarras�, se retira para escribir, para, como cualquier otro escritor digno del nombre, recrear el para�so perdido, el de la infancia, y legarnos, sin darse cuenta tal vez de lo que hac�a, las bases de una visi�n del Per� que se impondr�a en el mundo.

El Inca Garcilaso, que es el s�mbolo de la peruanidad, en la medida que une en su persona lo for�neo y lo ind�gena, lo hisp�nico y lo americano, y que se halla en la bisagra misma del encuentro de mundos que se produjo en aquel tiempo, no s�lo es, por todo eso, padre fundador de nuestra literatura. Lo es tambi�n porque en el comienzo mismo de la aventura literaria peruana, el Inca la ratific� con la impronta que iba a marcarla por siglos, hasta nuestros d�as. La puso bajo el signo del viaje, bajo el lema y la alegor�a del sue�o que necesita el exilio para poder existir. �En donde escribi� el Inca Garcilaso? �En Cusco? �En Ayacucho? �En la m�tica y rebelde Vilcabamba? No, en Andaluc�a.

Su aventura ser�a premonitoria. La literatura peruana de los siglos siguientes fue posible gracias al mismo fen�meno. Raro es el escritor peruano que no haya viajado, raro es el que no haya sido tentado por los mil horizontes que nos ofrece nuestra patria y el mundo. Por alguna extra�a raz�n, en los genes espirituales de nuestra cultura estaba inscrito el viaje como componente de nuestras fantas�as y ficciones, de nuestra exploraci�n en pos de nuestra plenitud creadora. Nuevos jud�os errantes, deb�amos deshacer el camino de nuestros padres para hallar los ingredientes que deb�an completar lo que nos hab�a sido dado en el momento mismo de nuestro nacimiento.

Y as� llegamos a nuestro tiempo, a un periodo que nos obliga a preguntarnos: �en d�nde se escribi� la gran novela peruana del siglo XX? No s�lo en el Per�, por supuesto. No s�lo en Lima, o en las grandes ciudades de la Costa, de la Sierra o de la Selva. Algunos de los grandes libros que nuestros hermanos mayores produjeron para solaz y ense�anza nuestra, y para asombro del mundo iberoamericano, surgieron en el viaje, en deliberado exilio, en el alejamiento potenciador de los sue�os. De los grandes narradores peruanos del periodo, pr�cticamente todos debieron irse para poder desarrollar o culminar una obra. Alegr�a, tuberculoso, gracias a una beca solidaria que le dieron amigos chilenos, pudo escribir, mientras convalec�a, esa novela que lleva uno de los m�s hermosos t�tulos de la historia de la literatura universal: El mundo es ancho y ajeno, donde los personajes no hacen sino viajar. Y qu� decir de Vargas Llosa, de Ribeyro o de Bryce. Sus obras inmensas no son concebibles si no hubieran tomado en determinado momento la decisi�n de poner distancia con el Per� para poder escribir.

Todo esto me trae a la memoria, naturalmente, el destino tr�gico de Jos� Mar�a Arguedas, el otro gran narrador, que junto con los citados construyeron esta etapa decisiva de nuestra creaci�n, de la creaci�n de nuestros mitos modernos y de nuestra consciencia. A diferencia de todos los otros, Arguedas no se exil�, trabaj� (desarrollando incluso teor�as al respecto) en el Per�. Pero tambi�n fue el �nico de nuestros grandes escritores que se mat�. Se dispar� un balazo en la sien, un atardecer de fines de noviembre de 1969, en la universidad en la que se ganaba la vida como profesor. C�mo no recordar con amargura aquella pol�mica que lo afect� cuatro a�os antes, en 1965, y que fue lanzada directamente no por los sectores literarios, sino por los soci�logos, quienes lo acusaron de no reflejar con veracidad la realidad en Todas las sangres. Lo peor es que Arguedas escuch� a estos dogm�ticos y se culpabiliz�, y se deprimi� tanto que ya por aquel entonces hizo un primer intento de matarse.

Cuando uno evoca todas las formas que tenemos los peruanos de hacernos da�o, sentimos que surgen del fondo de la historia las grandes interrogantes: �Qu� es el Per�? �Qu� cosa es la peruanidad? �Qui�n es peruano? �El que nace en el territorio? �El que escribe s�lo en castellano, que es s�lo una de las lenguas que se hablan en el pa�s? Al respecto recuerdo un poema de un poeta nuestro contempor�neo, al que no menciono porque lo cito de memoria y aproximadamente: "�Por qu� soy peruano? Simplemente porque he decidido amar a este pa�s dif�cil". No hay otra raz�n. Este acto volitivo est� en la ra�z de la obra de Arguedas y de todos los otros citados, as� como de todos los escritores que trabajando actualmente fuera, de alg�n modo se las arreglan, en sus obras, en sus compromisos c�vicos, en su vida, para volver siempre al puerto de partida, al puerto del coraz�n, pagando en muchos casos el precio.

A prop�sito de compromisos c�vicos, al pensar en las intrigas, contiendas y pol�micas en las que a veces se engarzan nuestros escritores, hay peruanos que deben decirse que m�s nos hubiera valido, en los a�os 80 y 90, que nuestros escritores alzasen la voz para intentar detener la masacre, la sangr�a que en esta etapa, en Ayacucho y muchas otras partes del pa�s, desataron el terrorismo y la represi�n militar, fen�menos gemelos, b�rbaros y etnocidas ambos, y que cost� la vida a 70.000 personas, en su mayor�a quechuahablantes. La Comisi�n de la Verdad ha dicho que, en los a�os de plomo, una mayor�a de peruanos callaron ante el crimen. La explicaci�n que dan muchos ya ha sido escuchada en otros sitios, en otros momentos de la historia: no lo sab�amos. Lo terrible es que los escritores, los que detentaban la palabra, con honros�simas excepciones, tambi�n callaron. Perd�neseme esta digresi�n.

Las cosas deben haber cambiado, decía. Y los escritores que trabajan dentro y fuera del país tal vez están, por fin, libres de nuestros viejos demonios. Pienso en particular en los que se fueron, en Benavides, Suárez Simich, Iwasaki y Roncagliolo, que trabajan en España; en González Viaña, Martínez, Goldemberg y Piérola, que están en Estados Unidos; en Rosas, en Grecia Cáceres, en Tocilovac, en Nájar, en Patricia de Souza, en Rodríguez Liñán, en Leyla Bartet, en Herrera, Cuba Luque, Wong, Mamani Macedo y Mostacero, que trabajan en Francia; en Lingán, que trabaja en Alemania; en Morillo, que está en Pekín, donde tambien trabajaron Reynoso, Miguel Gutiérrez (aquí presente) y Málaga; y en tantos otros, que escriben y se esfuerzan por publicar en Suecia, en Europa del Este, en Australia o en la Conchinchina. Ellos, que escriben buena parte de la literatura peruana actual, tal vez no conozcan los agresivos olvidos que sufrieron Scorza y otros. En todo caso, si algo los tocara, que no pierdan de vista que se trata apenas de combates de retaguardia de una cultura que sólo ahora comienza a verse tal cual es; de signos de nuestra particular forma de ser, heredada de todos los reinos de los que procedemos y que sólo ahora intentamos cambiar, tal como lo demuestra este congreso, que algún obtuso no dejará de calificar de «cosmopolita».

Hay buenas se�ales de que los tiempos cambian. El desarrollo en el Per�, por ejemplo, de poderosas corrientes de creaci�n que prescinden de la capital, de sus c�nones de prestigio y de sus canales de divulgaci�n, y que se desarrollan en provincias. El fuerte impulso de la literatura escrita por mujeres, y hablo no s�lo de la poes�a sino tambi�n del cuento y la novela. Y est� la acogida que algunos sectores dan a las obras de escritores peruanos nacidos en el extranjero, como Lauer, Adolph, Tocilovac, etc. O que simplemente han escrito en otras lenguas, y cuyas obras, con toda justicia hoy son vistas por algunos peruanos como propias. El caso m�s notable es sin duda el de C�sar Moro, poeta que escribi� la mayor parte de su obra en franc�s.

As�, para terminar, vuelvo al comienzo. �C�mo justificar mi t�tulo? Me explico. Un d�a, en Par�s, meditando sobre estos asuntos me puse a pensar en dos amigos peruanos que escriben all�. Uno de ellos, Patrick Rosas, no hace otra cosa que intentar escaparse de la literatura peruana. Es alguien que incluso evade en su literatura todo referente concreto al Per�. Alguien que ser�a feliz si lo tomaran por un escritor sin patria. El otro, Goran Tocilovac, es un serbio, un yugoslavo de la Yugoslavia que fue, que tras haber hecho estudios en San Marcos, s�lo sue�a con que lo consideren como un escritor peruano, como parte de la literatura nuestra, al punto que actualmente acaricia el proyecto de irse a vivir al norte del Per� para escribir una novela sobre el Se�or de Sip�n. Ambos necesitan sus sue�os para poder existir. Din�micas de exclusi�n e inclusi�n en la narrativa peruana de hoy. Ambos representan el movimiento nuestro y para nada tienen en cuenta la intervenci�n o la existencia de los negadores, de los expulsadores, de los guardianes lamentables de templos desolados y vac�os.

Esta es la escuela de Par�s, una escuela cuyos espacios a�n son recorridos por las sombras de nuestros grandes hermanos mayores. Una escuela signada s�lo por su apertura y pluralidad, pero que como escuela propiamente dicha no existe, nunca existi�,� como no existe la escuela de Madrid, de Nueva York o de Tokio, ni siquiera la de Cusco, de Chiclayo o de Madre de Dios. Existe simplemente la propuesta hoy m�s que nunca polifac�tica y vers�til de los nuevos escritores peruanos. Su capacidad de crear mundos, que cambian como el mundo que nos ha tocado, ilustra de alg�n modo, para m�, el esp�ritu que anima la eclosi�n de la actual narrativa peruana, a la que una sola palabra puede definir. Una palabra. Tom�mosla prestada a un sonoro poeta peruano de los a�os 50: Libertad. Los escritores peruanos de hoy trabajamos con una libertad que nadie podr� expropi�rnosla, ni siquiera nosotros mismos.

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* Versión revisada del trabajo leído el 24 de mayo de 2005, en el Congreso Internacional «25 años de Narrativa Peruana 1980 - 2005», en la Casa de América, en Madrid.


© 2005, Alfredo Pita
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Para citar este documento:
Pita, Alfredo: «Din�micas de inclusi�n y exclusi�n en la narrativa peruana actual», en Ciberayllu [en línea]


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