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12 setiembre 2005

Cuando el fútbol era magia

Alberto Mosquera Moquillaza

«¡La pelota ríe y canta!
¡La pelota zumba y vuela!»
Juan Parra del Riego1

Contra lo que puedan pensar los aficionados al fútbol de ahora, hubo un tiempo en que los magos dejaban el frac y el sombrero de copa,  se vestían de corto y se metían a la cancha de fútbol como cualquier mortal, a sacar conejos, palomas, pañuelos multicolores, serpentinas, y vaya uno a saber qué otras cosas más; mientras las multitudes, de pie, gozaban y gozaban, y la pelota, como decía el poeta, reía y cantaba, bien acurrucadita en los empeines de esos malabaristas del balón.

Isabelino Gradín2, un negro de ascendencia africana, posiblemente congo o angoleño o quizá mandinga, fue uno de esos primeros magos. Bastó que viera a los marineros ingleses que llevaron el fútbol a Montevideo para  con sus hechizos apropiarse del ir y venir de la pelota, y luego, al ritmo de los endiablados tambores del candombe, hacer trizas las cinturas de sus oponentes blancos.

Ágil,
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
fulminante

Ese es Gradín a los ojos del asombrado Parra del Riego. Negro víbora que desaparece por momentos: se escabulle, arquea, flota, para volver a salir con la pelota y allá va el fulgurante espadachín. Y va uno, y van dos, y van tres, cuatro, cinco, siete jugadores estoqueados para finalmente darle a la pelota con el pie, el alma, el pecho, con la vida entera, para que descanse en el fondo de la red.

¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!, gritaba el soberano, mientras el mago, sonriente y placentero se disponía a mostrar nuevos sortilegios: ha dejado los naipes, ahora saca los pañuelos...

Señores, es la hora del hipnotismo. Nadie mejor en esos trances que el peruano José María Lavalle. Nada por aquí, nada por allá. Y allí está la pelota: la acaricia, la besa, la chochea, una finta, una gambeta, siempre al borde derecho, al filo de la raya de cal, pañuelo blanco arriba y ¡zas! allí va la nena cantando y riendo, gozosa por el trato, a la búsqueda de otros malabaristas que la sigan engriendo; o, si el mago así lo ha dispuesto, directo, a posarse en el fondo de los cáñamos.

Porque, eso sí, los magos nunca tratan la pelota a patadas ya que la diversión no pasa por el puntapié artero. A la redonda hay que acariciarla, ponerle ritmo de samba, candombe, milonga o marinera para que ella se amolde a lo que el ilusionista anhela. ¿Se acuerdan ustedes de Didí y su hoja seca? La pelota iba donde ese negro bueno  quería que fuese. Si no me creen pregúntenle a don Rafael Asca, el guardapiolas peruano que en abril de 1957 sólo atinó a mirar la trayectoria de una bola que fue a colarse exactamente en una esquina inalcanzable de su arco, tras un raro efecto en pleno vuelo. El Perú entero enmudeció. Morían las ilusiones del mundial de Suecia, pero el propio Maracaná también se silenció de asombro. «Es cosa de brujos» atinó a decir un hincha turulato.

La explicación de ese extraño idilio con la pelota la ha dado el propio Waldir Pereira: «si uno no la trata con cariño ella no obedece... A veces ella se iba por ahí y yo: «venga hijita» y la traía. Le daba de callo, de juanete y ella estaba ahí, obediente».

Pero, no se vaya a pensar que los magos sólo hacían goles, también los deshacían, cuadrados bajo los tres palos de los arcos, siempre listos a  volar aunque no tuvieran alas, a transformar sus cuerpos en murallas o a convertir sus manos en tenazas. Ni el aíre podía perforar sus vallas.

El húngaro Franz Platko3 fue uno de esos ilusionistas. Rafael Alberti, el recordado poeta español, da fe de ello:

Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie
oso rubio de Hungría

Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía

Esa oda a Platko la escribió Alberti luego de un memorable  partido entre vascos y catalanes. Ese día el arquero fue una verdadera muralla humana, un pararrayos, un pulpo de mil manos, un toro dispuesto a dejarse matar pero no a ver vencida su valla. Arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, en todos sitios estaba Platko. Y aun sin sentido, con la cabeza rota, se dio maña para no dejar el balón en poder de nadie, atenazado como estaba entre sus brazos.

La lista de los magos-arqueros no es corta. Ricardo Zamora, el «Divino», o Lev Yashin, la «araña negra», son los primeros del listado. Y en el Perú, Juan Valdivieso, el inolvidable «Mago», ha pasado a la historia como el genial tapapenales que en un instante, en segundos, con la pelota dominada entre sus manos, convertía la pesadumbre  en alegría desbordante. Sólo con la mirada le cercenaba la vida al fierrazo de los doce pasos. ¡Y a gozar se ha dicho señores!

Porque el fútbol es ante todo fiesta y diversión. Así lo sentían los prestidigitadores del balón, así lo celebraban las tribunas enfervorizadas. Una, dos, tres gambetas y ahí va la vieja, como en el billar, de una banda a la otra banda. Y ya llegan los toques de salón, el desborde zigzagueante: por la derecha, por la izquierda, el sombrero pinturero, el túnel liquidador, el ensueño del taco, la majestuosa chalaca. Un verdadero trabajo de joyería. Aplausos señores, ya viene el gol y, si no llega, ¡qué importa! Total, la vista se ha recreado, la alegría se ha desbordado y el estadio se ha venido abajo bajo la pasión desbocada de la hinchada.

Quién no gozó con el trío Sotil-Perico-Cubillas en el mundial del 70, llevándose de encuentro a sus pares brasileños; quién no recuerda a ese negrito pinturero Víctor «Pitín» Zegarra que ante 40 mil almas hacía lo que quería con la pelota. O, sólo para citar un nombre más, ¿acaso no nos asalta la nostalgia cuando recordamos a un Miguelito Loayza, palomilla de Surquillo, que con sus trucos y piruetas hizo lo que quiso con  argentinos, brasileños y uruguayos  en el Sudamericano de 1959, para luego, ya en Lima,  darles el baile de sus vidas a los flemáticos ingleses?

Lamentablemente ese fútbol prácticamente ya no existe. El turbocapitalismo de nuestros días, que lo arrasa todo,  lo está liquidando. Los magos, con su frac y sus chisteras han sido arrinconados en la banca. A los negociantes de la pelota sólo les interesan los resultados, ya no el sortilegio ni la diversión libertaria. Ahora se buscan atletas, velocistas, sin imaginación ni verso, pero prestos a tatuarse el cuerpo y a llenarse de argollas las orejas. Metrosexuales los llaman unos, galácticos les dicen otros. La que sufre es la blanca y negra que de pelotazo en pelotazo ya no ríe ni canta, quizá ahora llora a la  espera de mejores días.

Porque no todo está perdido. Ya lo ha dicho Jorge Valdano: el fútbol tiene algo de mala hierba porque siempre sobrevive a todo. ¡Peloteros del mundo, uníos! A defender el arte y la pasión del fútbol, su magia, su belleza, su alegría. Que no nos ganen las calles, que no nos arrebaten los potreros,  que nos dejen libres los terrenos baldíos,  porque allí, en medio de las rosas y claveles, de las hortensias y azafranes, allí señores míos  florecerá siempre el fútbol de los buenos.

Puente Piedra, agosto de 2005

* * *


Notas

* Texto leído en la cita de narradores y poetas convocada por la revista Ciberayllu, el día martes 9 de agosto de 2005, en la Casa de Mariátegui, en Lima.

1 Poeta peruano que nació en Huancayo en 1894 y murió en Montevideo en 1925. Fue el creador del polirritmo, un canto dinámico a la vida. El epígrafe corresponde a su «Loa al fútbol», inicialmente publicado como «Elogio lírico del football», mientras que su canto a Gradín lleva el título de «Polirritmo dinámico a Gradín, jugador de fútbol». Ambos trabajos fueron publicados en  la Antología General de la Poesía Peruana, de Alejandro Romualdo y Sebastián Salazar Bondy (1957).

2 Isabelino Gradín nació en Montevideo el 8 de julio de 1897 y murió el 21 de diciembre de 1944. Fue un extraordinario jugador de fútbol y el atleta más rápido de Sudamérica.  Entre 1915 y 1921 jugó en el  club Peñarol, y durante la primera edición de la Copa América, en 1916, en Argentina, fue uno de los artífices de las victorias uruguayas que le permitirían a este país obtener la corona. Retirado del fútbol, llegó  a ser campeón sudamericano de los 200 y 400 metros planos.

3 Nació en Hungría en 1898 y murió en Santiago de Chile en 1982. Luego de ser el titular indiscutible en el club Barcelona, de España, dirigió al mismo equipo, para luego cumplir las funciones de entrenador en los clubes sudamericanos de Colo Colo, River Plate, Wanderers y Boca Juniors. El partido que conmovió a Rafael Alberti se efectuó el 20 de mayo de 1928, donde el Barcelona se enfrentó al Real Sociedad por la copa de España.


Referencias bibliográficas

 

Cappa, Ángel, ¿Y el fútbol, donde está?, Ed. Peisa, Lima, 2004.

Deustua, José y otros, «Entre el Offside y el chimpún: las clases populares limeñas y el fútbol, 1900-1930». En:  Stein, Steve, Lima Obrera 1900-1930, Tomo I, Ed. El Virrey, Lima,1986.

Galeano, El fútbol, Siglo XXI, México, 2000.

Miranda, Ricardo, Fútbol,  Ed. Peisa, Lima, 1969.

Ternero, Freddy, ¡Sí se puede¡ Ed. Peisa, Lima, 2004.

Wood, David, De Sabor Nacional, IEP, Lima, 2005.

Muñoz, Fanni, Diversiones públicas en Lima, 1890-1920, Tarea, Lima, 2001.


© 2005, Alberto Mosquera Moquillaza
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Para citar este documento:
Mosquera Moquillaza, Alberto: «Cuando el fútbol era magia», en Ciberayllu [en línea]


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