Mensaje del kuraka

16 de junio de 1998
[Ciberayllu]
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Unos cinco días después de publicar la última nota editorial, lo real maravilloso llegó a Columbia, en el estado norteamericano de Misuri, donde este kuraka mora. Los niños empezaron a notar la presencia de unos bichos raros que salían de la tierra, y casi inmediatamente se prendían de paredes, hojas, arbustos y —sobre todo— árboles, donde después de unas horas se sacaban la vieja piel dura de los insectos. Al cabo de unas horas o algo así, sólo quedaba el cascarón. En la semana siguiente, la tierra estaba llena de orificios; las paredes, ramas, árboles, llenas de fantasmales cascarones vacíos; con suerte, uno podía ver que de cada ninfa salía un insecto grande y casi blanco, que muy rápidamente oscurecía y mostraba sus ojos rojos, esperando secarse y estirar sus alas para subir un poco más y tratar de encontrar un pequeño espacio desde donde cantar, oficio de cigarras machos, para seducir a las hembras.

Después de unos días del inicio de la invasión de las ninfas subterráneas, millones de cigarras —miles en cada árbol— empiezan a volar y cantar con la energía que les da el calor del día; en días calientes, es casi imposible hablar cerca a los árboles, porque el ruido es intenso, ensordecedor. Lo que queda más abajo son los correspondientes miles de cascarones vacíos, los miles de huequitos en el suelo, y poco a poco miles de cigarras muertas. Las hormigas, en lugar de discutir con ellas sobre las bondades del trabajo, simplemente se las comen, porque no han leído a La Fontaine. Las arañas engordan, igual que los pájaros, los perros y algunas personas que las comen tostadas. Millones de cigarras. Tantas, que los primeros colonos las llamaron langostas. En unas cuantas semanas ya todas han muerto, después de haber cantado, copulado y puesto sus huevos, de donde salen las pequeñas ninfas que caen al suelo y se entierran para alimentarse de la savia que corre por las raíces de los árboles, hasta que les llegue su hora de salir, diecisiete o trece años más tarde. No diez, o doce, o dos: sólo trece o diecisiete. En unas partes sólo hay cigarras de diecisiete años, y en otras sólo de trece, pero en el centro de Misuri se dan ambas, y en este Año de la Cigarra de 1998 coincidieron ambas por primera vez desde 1777. Cuando vuelvan a aparecer las cigarras de trece años en el centro de Misuri, Ciberayllu habrá cumplido quince años, y diecinueve cuando salgan las ninfas que se enterrarán este mes de julio. Y nada menos que 223 años cuando sus sendas descendientes salgan juntas, a repetir el ruido tremendo de este casi verano. Para entonces, este kuraka y sus lectores estarán bien muertos.

Por ahora, Ciberayllu aún está creciendo, alimentándose de la sabia savia de quienes escriben. El 18 de mayo, unos cinco días después de la aparición de las primeras cigarras, Letralia, tierra de letras, publicación literaria latinoamericana, honró a nuestra publicación como una de las «Las 5 mejores revistas literarias en Internet», lo que por supuesto nos ha halagado sobremanera y nos impone la obligación de continuar este proyecto.

Pero no nos dormimos en nuestro frescos laureles, y en estas semanas hemos añadido tres poemas de Alejandro Susti, compositor peruano que gusta de la poesía con trasfondo histórico; una hermosa nota de Víctor Hurtado Oviedo sobre Quevedo y un soneto perfecto; y un cuento de Carlos Manuel Indacochea, también de tema histórico. También se han incluido notas brevísimas sobre un par de nuevos libros.

Buena lectura, y hasta la próxima.

16 de junio de 1998


Domingo Martínez Castilla
Kuraka editor de Ciberayllu
ciberayllu@www.andes.missouri.edu


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