Mensaje del kuraka

10 de mayo de 1998
[Ciberayllu]
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En muchas partes de América y el mundo, hoy es el día de las madres. Y este kuraka, en lugar de estar agasajando y engriendo a las madres que lo rodean, se pone a escribir su atrasado mensaje, mientras afuera la primavera de este remoto lugar se muestra en toda su alegría: sol, pajaritos, verde que ofende, flores, mediodía, y el silencio que los habitantes de las grandes metrópolis desconocen (no que los envidie: ellos tienen sus cosas, nosotros las nuestras). Mal kuraka. Malo, malo, malo.

(Uno debiera estar afuera, pero el deber kurakal es más fuerte, así que, en este sótano, frente a esta pantalla, escribo.)

En su marcha inexorable hacia quién sabe dónde (bueno: este kuraka sabe, pero no suelta prenda), Ciberayllu está ampliando sus fronteras, y con esto vienen las preguntas: ¿qué es un kuraka?; y los ayllus, ¿se comen? ¿son dulces? Así que una breve explicación viene al caso: el ayllu es (mayormente era) la unidad básica de la organización política y económica en los Andes centrales; por lo general toma la forma de familia extensa, pero hay por supuesto muchas variaciones; hay dos elementos que para nuestro caso conviene subrayar: tendencia a la autosuficiencia económica, y un fuerte componente de ayuda mutua al interior del ayllu (se han escrito muchos libros, tratados y tesis sobre los ayllus, así que no voy a pretender, por más kuraka que sea, resumir todo en seis líneas).

¿Y es el kuraka, entonces, el jefe del ayllu? No, los kurakas —versión andina de los caciques— eran mucho más, y podían ser jefes de muchos ayllus, de provincias completas. Gente importante, los kurakas (o curacas). Lo lamentable (desde un punto de vista personal, por supuesto) es que a este kuraka en particular le tocó una época en que los kurakas no tienen perro que les ladre. Kuraka posmoderno que tiene más de mendicante («¡un articulito, por el amor de dios, que se oxida Ciberayllu!») que de mandoncillo («A ver, escribiente: necesito un ensayo, una crítica, tres poemas, dos reseñas y un cuento. ¡Para hoy!») Pero a pesar de todo esto que suena a queja (porque es, qué caray), la cosa sigue avanzando, y creciendo en sintonía.

En las semanas desde el mensaje anterior (¡quién pudiera dar edictos!), Ciberayllu ha añadido cinco trabajos más. Veamos.

Margarita Saona nos regala un cuento en que la protagonista se vale de un pez para apurar una introspección. Luego Víctor Hurtado —que se está convirtiendo en cronista de la música caribeña— ofrece una nota sobre la inigualable Toña la Negra, la cantante veracruzana de toda la vida. Paulo Drinot —más conocido por su faceta de historiador— escribió dos poemas limeños antes de volver a su brumosa base de Oxford.

Y hay más: en San Salvador de Jujuy, al borde de la puna argentina, Ariel Ogando entrevistó a Hebe de Bonafini, Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, y comparte el resultado de ese trabajo con los lectores de Ciberayllu, que lo publicó el día exacto del 21 aniversario de las Madres.

Lo más reciente es un largo e importante ensayo de Eduardo González Cueva —nuevo colaborador de Ciberayllu que escribe desde Nueva York— sobre dos imágenes que en el Perú tiene la juventud popular: en un extremo, las llamadas barras bravas, que parecieran canalizar la violencia de la juventud urbana; y en el otro los jóvenes que son integrados a la fuerza en el ejército para pelear y morir en los conflictos armados fronterizos. Este ensayo discute aspectos que suelen incomodar a las clases medias del Perú: racismo, privilegios, derechos humanos. Es una contribución importante en el campo de las ciencias sociales.

Lean, pues. Es una orden. Y escriban, pues. Es un ruego.

10 de mayo de 1998


Domingo Martínez Castilla
Kuraka editor de Ciberayllu
ciberayllu@www.andes.missouri.edu


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