Mensaje del kuraka

Primero de febrero del 2001
[Ciberayllu]
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Justo cuando este editor se estaba tomando muy en serio eso de latinoamericanizar cada vez más esta publicación mayormente peruana, la patria —ya nunca lejana gracias a éste y otros medios de comunicación— lo somete a uno a fuerza de una cascada de acontecimientos que, si fuéramos caritativos, llamaríamos tragicomedia, pero que tiene mucho más de posmodernos sainete y novela televisivos. Después de las sendas huidas del presidente y su asesor, parecía que el realismo mágico barato se había ido a otros pagos y que un sano —a veces algo trasnochado— aire de calma y renovación se instalaba en los corrillos políticos. Pero la estupidez del poder extremo no tiene límites, pues el otrora misterioso y temido asesor aparentemente no se dio cuenta, jamás, de que los mecanismos que usaba para chantajear a cuanto tirio y troyano se le cruzara en el camino, eran al mismo tiempo el mejor documento de una parte de sus propios y gravísimos delitos, así como fuente de mucho entretenimiento.

Durante varios días de este enero, el Perú y los peruanos, acicateados por una morbosidad digna de peores telenovelas, esperábamos saber quién era el sobornado o chantajeado de turno, cuya filmación había sido «visualizada» o «visionada»� (no bromeo: indirectamente, también le debemos al criminal asesor el asesinato del lenguaje) por los jueces a cargo de ese arsenal de evidencias.� Cientos de cintas de video mostrando a la flor y nada —perdón, quise decir nata— de la clase política y de los capitanes de empresa recibiendo, agradecidos y sumisos, las migajas de la enorme fortuna mal ganada por un expulsado ex-capitán sin clase.� Lo bueno de todo esto es que se hace notoria la inconcebible cantidad de poder acumulada en manos de un tipo sin ninguna clase de escrúpulos y que, gracias a la feliz complacencia del gobierno todo, arrastró al país a unos niveles de decadencia moral inéditos.� Todos los otros corruptos que ha tenido el Perú parecen niños de teta al lado del asesor (y tratan de explotar esa comparación para tratar de volver a estafar al electorado).

Es probable que las cosas en el Perú no mejoren desde el punto de vista del ingreso per cápita y esas cosas de economistas, pero una gran parte de la población debe sentirse claramente mejor por el solo hecho de haberse librado de un gobierno opresivo y ladrón que se llenaba la boca hablando de moralidad en la cosa pública.� Queda, también, una importante cantidad de gente que apoyó sin reservas al gobierno anterior, y que debe estar ahora rascándose la cabeza tratando de entender cómo se dejaron engañar por tanto tiempo.� Pobres.

Seguiremos con mucho interés —del morboso y del otro— las noticias que salen del Perú.

(¿Por qué será que te enfermas tanto, América Latina?� Y uno, con la distancia a veces enorme, a veces inexistente, muy poco puede hacer para aliviarte.� Te ofrezco lo que puedo, que no es mucho pero es algo. ¿Cómo es que funciona eso de la distancia?�� Ya no entiendo nada, pero me urge ir a verte, después de tantos meses.� Sabré esperar algunos más.)


¿Y cómo hemos arrancado el milenio?� Pues muy bien.� Como un regalo especial a los muchos lectores interesados en José María Arguedas, ofrecemos ahora la voz del maestro, en una conferencia en la que habla de su infancia. Esperamos añadir más sonido a las páginas arguedianas en los meses venideros.� Incluso Arguedas cantando en quechua.

La contribución crítica de este primer mes del milenio viene en la forma de dos ensayos de poetas acerca de poetas.� Primero, Cecilia Bustamante —que ya ha compartido excelentes poemas y valiosos recuerdos con los lectores de Ciberayllu— discute los ires y venires de la poesía femenina en el Perú de los 80. Y, luego, Paolo de Lima vuelve a nuestras páginas con un ensayo sobre la poesía de Rodolfo Hinostroza, cuya presencia literaria va creciendo con el tiempo.

La creación literaria nos ha llegado en este enero de muchos rumbos. Primero, un cuento de Ernesto Gianoli, peruano que llegó a Chile por vía de... Suecia, y que con esta entrega acerca de una mujer bellísima, completa un díptico iniciado hace unos meses con un relato sobre la mujer más fea del mundo.� Luego, unos poemas de Miriam Ventura, poeta y periodista dominicana y neoyorquina, en los que experimenta mezclando lenguas y sentimientos.

Y cerramos enero con una nueva historia de Antonio Bou, prolífico y aventurero en esto del lenguaje, de una pareja muy dispareja mirando pasar la Marcha por la Paz.

Hay que decir que hay buen material esperando ver la luz de Ciberayllu, que trataremos de ponerlo cuanto antes:�no descorazonen nuestros colaboradores.

 Saludos.

 Domingo Martínez Castilla
Kuraka editor de Ciberayllu
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