[Breviario de Ciberayllu]

Mortal UmbralCubierta

 

Las palabras de la tribu
Francisco Umbral

Editorial Planeta, 1994.

  Cierto día, Laura Esquivel dejó volar su imaginación: nunca volvió. Entonces aproximó unas frases, las empastó, y ya son libros. Ha vendido demasiados. Su primera sorpresa fue Como agua para chocolate, oda al machismo que mucho celebran las feministas. Es la historia de una mujer que se deja humillar hasta la violación, y quien encuentra, en el desprecio y el sadismo ajenos, la clave de una ejemplar “felicidad”. Sobre la segunda novela de Esquivel, La ley del amor, es imposible un juicio literario porque este adjetivo la excede. El marxista ruso Gueorgui Plejánov escribió que los revolucionarios a nada deben temer, excepto al ridículo. La señora Esquivel no es revolucionaria.

Mientras tanto, Francisco Umbral (Madrid, 1935) ha publicado Las palabras de la tribu, obra maestra de la inteligencia y el asalto; pero, entre nosotros, ¿quién lo sabe?

El libro de Umbral es una lección de anatomía literaria. Mediante ensayos breves explica qué han sido las letras española desde 1898 hasta Camilo José Cela, sin olvidar a un grupo de genios hispanoamericanos. Todo es profundo, divertido y pendenciero; además, es rápido: el libro ya nos ha contado un siglo cuando otras historias de la literatura aún están poniéndose las gafas.

Umbral es un zapatero prodigioso que calza a un escritor en una frase: “libros directamente ilegibles” (los de Francisco Ayala); “Giradoux y Supervielle, eso que uno llamaría la democracia cristiana del surrealismo”; “[a Azorín] de lo grande le interesa lo pequeño”. Esto es matar con tiros de gracia.

Memorable es la visita póstuma a su admirado Unamuno, quien jugó a ser dios, y la semblanza de Manuel Azaña (presidente de la república española) conforma unas de las páginas más deslumbrantes de este libro —y de muchos otros libros también—.

El autor ha conseguido un delicado equilibrio entre la anécdota y la exégesis de fondo. A cada paso, “el glorioso chisme literario” (p. 253) brilla como pez de plata en los ríos profundos de la literatura.

Por cierto, Umbral es arbitrario: “Impongo mis gustos en este libro sin tratar de razonarlos”, proclama; y hace bien, pues no puede ser neutral quien ha vendido la imparcialidad a la belleza.

La primera enseñanza de esta obra magistral es que debemos exigir el máximo esfuerzo de los escritores, pues el lector complaciente es el asesino de la literatura. La segunda lección es su alto ejemplo del trabajar a muerte el modo de decir, como una “lucha de la luz contra la sombra del idioma” (p.153). “En literatura importa cómo estén contadas las cosas más que las cosas mismas. El resto es caligrafía”, enseña Umbral.

El incisivo, excesivo, mortal Umbral ha montado una fiesta en el cementerio de libros de moda donde yace el idioma —esos libros que se leen con la misma superficialidad con la que son escritos—.

Agradezcamos a Francisco Umbral (votante de la Izquierda Unida española) que nos restituya el desenfado y el gozo de la gran escritura. No importa lo que mande la ley de tránsito ni a cuál lado haya caído el Muro de Berlin: Las palabras de la tribu confirma que la inteligencia sigue circulando por la izquierda.

Víctor Hurtado Oviedo

   

[Ciberayllu]

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