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Ah, las lágrimas

Ketty Alejandrina Lis

 
 

Al Dr. Abraham I. Lis


Cuánto dolor camina por la ausencia
—hay tanto—

grito feroz que nada nada dice
ni expande
y en un pequeño pliegue se escabulle

—¿es grito?—

            —A qué sitio extraño irán las mañanas
            que una a una viven en el pan tostado
            el té y el comienzo temprano del día—

El tacto en su lenguaje habla
—¿de qué país regresa?—
la voz en su registro emerge
—dí Dios, de dónde—
ninguno vio caer el rayo
—mi dulce bien, fue imprescindible un rayo—
de hierro el yelmo el peto y gasa en la visera.

            —Cuál será la copa de cristal y jade
            que guarde lo tibio, los viajes
            y aquellos paseos, mi bien
            bordeando el reflejo musgoso del Arno—

Estoy aquí en pugna y en pasado
estoy aquí quitando los minutos
que de las altas cumbres caen
y resbalan.
¿El sol? cayó de bruces al vacío
el cielo abrió su esclusa y un torrente
también cayó
gimiendo entre los juncos que en las noches
escuchan el rondar del viento
su lamento
y lo exorcizan.

¿De uno a otro polo habrá distancia?
Si el tiempo terrenal es sólo excusa
si la medida apenas una tabla
en la que frágil se sostiene el náufrago
—¿por qué por qué la creación
dí Dios por qué?—
tampoco en el espacio
la dimensión alcanza su estatura.

            ¿Habrá disolución en el misterio?
            ¿Habrá un no ser fundido con la
            nada?
            No no puede perderse la vida.
            Ha de haber un sitio
            un cofre sagrado que guarde
            el abrazo estrecho disolviendo el linde
            tus voces, mi bien, mis voces
            tu nombre y mi nombre.

¿Debo callar no ver
así tan quieta como estatua he de quedar?
Vamos vamos que ya es la hora y es
la pesadilla de no ver andar
en el hogar por dentro y por fuera huir
y en el reverso hablar hasta estar muerta
porque en la casa hubo uno en dos
porque en la casa de hoy ni tan siquiera hay uno
y la mitad se tambalea.
¿El mundo? Un bulto en que convive
la mano que se extiende y la miseria.

¿Acaso no debí espantar con más furor
debí debí, oh Dios debí
al negro ángel de rosas engañosas en la frente
y el Etna en la mirada que vino del espejo?
Como walkiria me enfrenté a lo oscuro
—fue inútil—
llorando me abracé a la fe y de rodillas supliqué a lo alto
—fue inútil—
castigué con violencia la cara y la cabeza
hasta quedar tendida
—fue inútil—.
¿Y las lágrimas?
Ah, calma sobre volcán que se sostiene con los puños.
Ah, las lágrimas.

 

©Ketty Alejandrina Lis, 1999, kettylis@citynet.net.ar
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