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Carlos Revilla: «Todos tenemos una tendencia a la autodestrucción»

Entrevista al pintor surrealista peruano.

María Isabel Guerra

 
Encontramos a Revilla ocupado en su taller. El lugar, tan abarrotado de materiales, bocetos, trabajos y libros que ya no cabría ni un alfiler, tiene un rincón repleto de fotografías de familia, mientras que al otro extremo descubrimos unas calaveras mirándonos curiosas desde un estante. Después, mientras contesta las preguntas, va trazando con un lápiz algo que no se sabe si es un intento de caricaturizar a la periodista que invade la sacrosanta quietud de su taller, un indicio de impaciencia, o sencillamente un gesto maquinal. Una vez roto el hielo inicial, Revilla lleva sin proponérselo la conversación hacia derroteros totalmente inesperados, pasando con gran agilidad mental de un tema a otro, para deleite de esta cronista y, sin duda, también de los lectores. A continuación les detallamos la larga conversación que tuvimos con este genial artista contemporáneo, quien nos habló de su carrera, de sus ideas, de sus opiniones sobre la «movida» artística local y de varios aspectos de la actualidad peruana. Sin duda, sus agudas observaciones harán arquear las cejas a más de un desprevenido lector.

Después de toda una vida dedicada a la pintura, ¿qué significa para usted?

La pintura es la esencia de mi vida, o sea si un día yo no pinto siento como que no he vivido. Para mí, el momento en que me siento en mi taller y empiezo a tocar lápiz y papel, los colores, es como respirar, es una necesidad casi fisiológica.

¿Fue el ambiente familiar lo que lo indujo a las artes plásticas?

No. Fueron más bien ciertos cuadros que me han llamado la atención de chico, que veía en libros en mi casa. También leí varias biografías de pintores y me parecieron vidas ejemplares, que salían de la rutina de la burguesía en que vivía. Además, yo supe muy rápidamente que quería ser pintor, y nunca me preocupé de si iba a vivir de mi pintura o no. Entonces, cuando tenía 16 años enviaron a mi padre a Holanda, donde entré a Bellas Artes y me quedé seis años.

¿Cuáles fueron sus mayores influencias durante su período de formación académica?

Primero me interesaron los pintores clásicos, de allí pasé a los impresionistas, y después descubrí el surrealismo. En la biblioteca de la Escuela de Bellas Artes había una gran cantidad de libros, y allí por las noches me quedaba a leer hasta tarde: descubrí la poesía surrealista, a Breton, Paul Eluard, y me fascinó la libertad que aportaba el surrealismo, Mi trabajo comenzó a ser influenciado por varios pintores, como Giorgio de Chirico, Paul Delvaux y Salvador Dalí.

Usted perteneció a un grupo llamado Phases. ¿Podría hablar sobre esa experiencia?

Phases es lo que quedó de Breton. Eduard Jaguer, amigo de Breton, asumió un poco su rol; juntar escritores, poetas y filósofos alrededor de una idea, que era el surrealismo y su continuidad. Jaguer me contactó en París a raíz de una exposición que hice y me invitó a participar a ese grupo. Había una revista, que salía cada seis meses, y organizábamos exposiciones del grupo en el sur de Francia, en Bélgica, Alemania, etc., Y eso duró hasta que yo me separé (a principios de los 80') porque sentí que había un poco de dogmatismo político, con lo cual yo no estaba de acuerdo.

Es difícil imaginar a un grupo de artistas cayendo en dogmatismo político. ¿Cómo fue?

Había que pensar un poco como ellos. Empezaron siendo estalinistas, pasaron al trotskismo... (se queda pensativo)... yo creo que la política uno tiene que verla desde mucho más lejos, y no estar involucrado en dogmas. El trabajo nuestro está dentro de una sociedad politizada, es lógico, y cada uno tiene que tratar de hacer lo mejor que pueda para la comunidad: pero de allí a no pintar ciertas cosas porque podrían fastidiar la ideología de un partido... Creo que no es función del artista estar al tanto de lo que pasa políticamente, creo que tenemos otro mundo, otras urgencias.

¿Siente que el compromiso de la militancia política activa limita la libertad de un artista?

Limita la libertad de un artista, y además eso es siempre utilizable por el Partido como propaganda. Eso les ha pasado a varios pintores del Partido, como en Italia a Renato Gutuzzo, que acabó de senador... artista y senador, bueno, puede ser, está bien, pero no es mi idea.

Usted es considerado por la crítica casi unánimemente como un pintor metafísico. ¿Está de acuerdo con esto?

Bueno, las etiquetas siempre te limitan un poco. Yo me considero un pintor y basta. Metafísico era de Chirico. No todos mis cuadros son metafísicos, o sea que yo hago también cosas que no tienen nada que ver con la metafísica. Desgraciadamente el público conoce sólo la cabeza, o sea la punta del iceberg, lo que hace al pintor reconocible. Acá desgraciadamente me conocen como pintor de mujeres, de desnudos de mujeres voluptuosas: yo no hago solamente eso, pero es la imagen más recurrente, por la que la gente me recuerda.

Ahora que lo menciona, en lo que he podido ver de su obra hay efectivamente muchas imágenes recurrentes, no sólo de mujeres; veo caracoles, maquinarias extrañas, torsos aprisionados en corsés, paisajes desérticos... son motivos que siempre de un modo u otro se repiten.

Lo que pasa es que son cosas que a mí me interesan. Los paisajes son una necesidad del paisaje: es uno de los motivos por los que regresé al Perú. A mí me fascina la costa peruana y necesitaba tener kilómetros de costa. Entonces pinté una serie de paisajes en los años 70', cuando vivía en Europa, y los expuse acá en el Perú. Eran interpretaciones de la costa, porque yo nunca me he sentado con mi caballete a pintar la costa, no es esa la idea, no soy un pintor realista. Ahora está sucediendo algo similar; lo que estoy exponiendo en París son sobre todo paisajes, que tienen algo que ver con el desierto y algo que ver con Europa, o sea con las trazas que dejan los hombres en los paisajes, ya sean pedazos de arquitectura, acabados, las cosas que el hombre ha hecho. El paisaje en sí empieza a interesarme cuando el hombre deja ciertas trazas, su huella humana en el paisaje. Mis primeros paisajes eran de máquinas subterráneas que se transformaban como elementos naturales; huesos, calaveras, cráneos, y había la participación humana con elementos de fierro, mecánicos, que estaban allí, era como una especie de simbiosis entre las dos cosas.

Otra cosa percibible en su obra es la atmósfera como de un mundo onírico, y una fuerte presencia del erotismo.

Bueno, es que el erotismo es la vida, sino fuera por el erotismo no estaríamos acá. Aunque algunas religiones traten de reprimir esto, el hombre saca sus pulsiones sexuales de otra manera, que puede ser mucho más peligrosa, como la violencia, la guerra, el crimen. Si el hombre tuviera la posibilidad, y no estuviera encadenado por ciertos conceptos religiosos, su vida afectiva sería mucho más libre, sana, y no tendría todas esas frustraciones y problemas que vienen a causa de esto. La violencia a veces es una falta de desahogo, de esa libertad que tienen que tener el hombre y la mujer.

¿Piensa que las pulsiones humanas pueden constituirse en un lenguaje universal?

Sí, yo creo que sí, en todas las culturas se repiten los mismos temas. Los tabúes no tanto, en la India por ejemplo la sexualidad no tiene tabúes, hay esculturas totalmente eróticas en los templos, o sea no ven eso como un pecado. Pero creo que ahora se está manipulando de una manera grotesca el sexo con la pornografía, se ha llegado a lo opuesto y de una manera muy baja.

Yo creo que se está des-humanizando, objetualizando...

Fíjate que en los cuadros que hice en los años 70 más o menos yo ya había presentido lo que iba a pasar. Lo que pasa es que gran parte de mi obra se ha quedado en Europa y no se ha visto en el Perú. Pinté la mujer-objeto, quitándole el aspecto de persona, solamente como objeto sexual, acompañada de elementos como teléfonos, y formas fálicas y femeninas, que se intercomunicaban... era en el fondo una visión, en creo que con quince o o veinte años de anticipación. Y ahora vemos la imagen de la mujer como objeto sexual, la gran difusión de la pornografía también por teléfono, televisión o la Internet. Yo ni sabía en esa época que iban a existir las computadoras, y pinté este tipo de mujer, que tenía un cuerpo pero acababa en una pantalla, con teclas, y todas esas cosas. La persona aparece como descuartizada, desintegrada, ya no es un cuerpo entero, sino sólo ciertos elementos que son los que interesan. Eso es la pornografía hoy día, ya no son escenas en las que hay cierta sensualidad sino simplemente visiones del cuerpo totalmente parcializadas.

Podría establecer diversas fases o etapas dentro de su trabajo artístico?

Yo comencé muy joven, a los 15 años, y la retrospectiva que se me hizo en Lima empieza con un autorretrato hecho a esa edad. La primera parte es la de búsqueda, como todo aprendizaje. En el 60 vine al Perú y en el 62 me regresé a Europa. Lima me gustó, pero yo quería vivir de mi trabajo y eso era muy difícil, tuve que hacer retratos para sobrevivir acá, y hacer retratos de señoras no era una cosa que me fascinara; lo hice porque me daba dinero, me permitió regresar a Europa y vivir un tiempo allá. Además es muy pesado que te pidan cosas que no tienes ganas de hacer. Llegando a Italia hice una serie de cuadros en los que involucraba un poco mi mundo, mi familia, mis hijos. Eran pinturas con combinaciones de maderas, tenía elementos de madera , la pintura estaba en el medio y rodeada de formas de madera que hacían parte del cuadro. Esta fue la primera etapa, italiana, de la cual no tengo ninguna obra pues todas están repartidas en Europa. Un día me di cuenta de que ya no pintaba, sólo hacía los fondos, y comencé a pintar de nuevo: allí empecé a enamorarme de la pintura clásica. Siempre he buscado un poco complicarme la vida y saber que puedo hacer otras cosas, ya la pintura abstracta no era un reto. Pensando que que había que tratar de hacer lo más complicado, tomé como ejemplo la pintura flamenca.

¿Esta es la época de los homenajes a Vermeer y Durero?

Exacto. Y fui perdiendo interés por la pintura moderna. Al ir a los museos veía salas vacías, o con tres piedras y un poco de arena... pueden lograr cualquier cosa como cualquier decorador que hace una vitrina en una tienda importante en Nueva York, hasta pueden lograr cosas conceptuales, pero creo que no son pintores. Son creadores de ambientes, y son estetas, porque siempre resulta bonita la cosa. Yo creo que hay que regresar a la manualidad, la artesanía por ejemplo es fundamental para un pueblo, y si se pierde eso se pierde una gran dinámica del individuo. Yo no creo que una imagen sintética vaya a reemplazar a una obra de arte, jamás. Yo creo que hay una energía que el artista transmite a la obra, y de eso me di cuenta mirando un cuadro de Ives Klein: una tela pintada de un azul ultramar muy fuerte, el «azul Klein». Vi este Klein en un museo y me quedo sorprendido, pensando ¿pero, por qué me llama la atención? Y me doy cuenta de que cuando un artista se vuelve famoso hay mucha gente que piensa en él, y ese cuadro va absorbiendo como una esponja toda esa energía, porque cuando tú piensas emites una onda de energía. Klein ha abierto puertas dentro del arte conceptual: pero era un ser extraordinario. Desgraciadamente no todos somos seres extraordinarios como él.

¿Todavía se siente dentro de esta etapa de homenaje a los clásicos?

Sí, y de vez en cuando todavía hago homenajes a estos pintores, sí, sí... Tengo dos o tres pintores que son casi reencarnaciones mías, o sea a mí me hubiera gustado vivir en esa época, pintar lo que ellos pintan, entonces les hago un saludo de vez en cuando..

Usted vive permanentemente en Lima desde 1985. ¿Qué significa para un artista tener como entorno a Lima?

Lima tiene una gran vitalidad, o sea, es una ciudad que te da la impresión de que todo es posible, que hay que coger las oportunidades. Yo creo que da oportunidades para hacer las cosas. La mayor parte de la gente es joven acá: tú vas a Europa y te encuentras con que ya se acabó, ya no hay nada que hacer, la gente ya está vieja, no hay niños, no hay jóvenes, los jóvenes están sin trabajo, y nadie quiere tener hijos. Bueno, me parece que Lima se está destrozando en cierta manera arquitectónicamente, pero eso es el fenómeno de toda ciudad moderna. De que es caótica es caótica, tiene problemas de tránsito, de pistas, de qué sé yo, pero eso lo tienes en cualquier parte del mundo, no es un fenómeno de Lima. Lo que tenemos maravilloso acá es el clima y una luz fantástica; tenemos también la suerte de tener el mar cerca. Además es una ciudad en la que los jóvenes hacen muchas cosas; hay una pintura, aunque hay muchos que están ya pensando en que hay que hacer exactamente lo que se hace en Nueva York para tener un mercado, y eso es un error. Yo creo que acá hay una pintura nuestra, como hay en toda Latinoamérica, una pintura muy vital, muy rica, muy inventiva, pero que no corresponde necesariamente a los esquemas de la «globalización» del arte.

Tal vez tenga mucho que ver en eso la globalización de las comunicaciones. Por ejemplo, en la pasada Bienal Iberoamericana de Lima se veía entre los jóvenes el afán de presentar instalaciones, y era notoria la diferencia entre las de los nacionales y las traídas por extranjeros.

Claro, claro, es algo que se ha implantado artificialmente, porque no es lo nuestro. Ahora, en toda institución artística cultural europea, como por ejemplo la Documenta, la Bienal de Venecia, ya nadie pinta; todos hacen instalaciones y ese tipo de cosas. Tú llegas y pones tus piedras, o llenas una sala de tierra, o pones arena y unos treinta vasos llenos de polen en línea recta... eso es lo que presentan los museos, lo que a los museos les gusta: por qué, no lo sé. Acá también todos están en esa cosa, como lo que Lama ha presentado con la Bienal. Por eso cuando llegó aquí Catherine David (una crítica de arte francesa), y vio lo que se hacía, dijo que nosotros somos la periferia y ellos son el centro, porque claro, es una débil copia de lo que hacen ellos. Como que somos los pobrecitos que quieren hacer cosas que se parezcan a las de ellos. Y es que si haces una cosa que no sientes, que no es tuya, la haces mal, no porque te falte talento sino porque no es tu idioma. Es que es el mercado está allí llamando, ¿entiendes? Si yo quisiera entrar por ejemplo al mercado americano tendría que hacer otra cosa, pero como eso a mí no me interesa y quiero ser yo mismo, no voy a cambiar mi concepto para hacer cosas que les gusten a ellos. Además, me basta con lo que vendo aquí y en Europa.

Volviendo al tema de la tecnología, ¿qué opina de esta especie de explosión que se registra entre los artistas jóvenes por el arte multimedia?

Que es una moda..El joven necesita identificarse, sentirse más seguro haciendo las cosas que hacen otros jóvenes en su misma condición en otros países. El problema para un individuo es tener la suficiente autoridad para decidir lo que es válido o no es válido: y como está de moda esto, lo hace. Pero la multimedia ya se ha hecho hace 20 o 30 años. O sea no se inventa nada, simplemente se van reciclando las ideas y se van transformando, porque hay elementos tecnológicos que van cambiando ligeramente.

Eduardo Moll escribió su libro sobre Usted que sus obras «denuncian la autodestrucción de la sociedad». ¿Suscribiría esta afirmación?

Yo creo que cada individuo tiene dentro de sí una tendencia a la autodestrucción, que cada uno tiene su propio mecanismo autodestructivo, unos lo tienen más que otros pero es parte de su ciclo vital, ¿no? Hay artistas que ellos mismos se destruyen porque se dan cuenta de que su obra ya acabó, seguir ya sería repetición. Un tipo práctico fue Van Gogh, que se mata a los 35 años porque se da cuenta de que todo lo que tenía que decir ya lo dijo, y todo lo que hubiera hecho a partir de ese momento hubiera sido una repetición de su obra. O sea que tuvo la sensatez de desaparecer. Me parece muy sano como decisión, además... Y así hay sociedades que se dan cuenta de que ya llegaron a un punto en que ya no pueden dar más, entonces comienza la violencia, la destrucción, y se recomienza. Yo creo que ese es el ciclo vital, ¿no? De la destrucción renace otra cosa.

Estas calaveras ¿son las que están presentes en algunas de sus pinturas?

Sí, me gustan los huesos. Las calaveras humanas para mí son como guardianes, como ángeles de la guarda de la casa. Yo he tenido experiencias por las cuales ya no dejo más mis calaveras. Las tenía en mi casa en una época en que no vendía ni un cuadro, y un día mi mujer me dice «Oye, estas calaveras te traen mala suerte, llévatelas». Me las traje acá, y a los tres días nos asaltaron, con metralleta; se quedaron tres horas en la casa, nos cortaron los teléfonos y sacaron todo lo que podían sacar. Fue un asalto en regla. El segundo incidente fue en Bélgica, yo estaba solo en mi taller a las dos de la madrugada. Tenía mis calaveras al borde de la ventana, una de esas que se abren como guillotina; entonces al levantarse la ventana se cae una calavera, escucho el ruido y me despierto y veo que alguien está tratando de forzar la ventana. Yo creo que tienen un poder. Conmigo siempre han «funcionado» así.

Veo unos cassettes allí. ¿Escucha música cuando trabaja?

En realidad ya casi no escojo música de fondo porque me he dado cuenta de que no la escuchas y encima te distrae. O se escucha la música o no se escucha, lo otro es un poco faltarle el respeto a la música. Me gustan Bruckner, Mendelsohn, o sino música más contemporánea: o sea de Stravinsky para acá. También lo clásico, como Bach, Mozart, Brahms, Beethoven... pero Beethoven para mí es demasiado emocional, y cuando lo escucho prefiero no pintar. También me encanta la voz humana, me gustaba mucho la Callas, tenía una voz espléndida, muy expresiva.

¿Asiste a conciertos?

En Europa, aunque ahora se está volviendo bien difícil: es que hay cada vez más gente que va a conciertos, espectáculos, museos... en la última exposición que ví allá de Matisse había una cola de tres horas; en la de Francis Bacon de dos horas, además, para que no haya demasiada gente dentro, sólo dejan pasar un determinado número de personas, y tienes que esperar.

En comparación, ¿qué le parece la oferta cultural limeña?

Bueno, acá hay de todo, todas las noches puedes ir al teatro, a conciertos... he ido últimamente a conciertos con la Susana Baca, Manongo Mujica... Estoy redescubriendo la música afroperuana, que es muy rica. En lo clásico quizás estemos un poco pobretones, pero es que acá los músicos ganan una miseria y no pueden dedicarse a repetir y ensayar como deberían hacerlo. Yo lo sé, mi hijo es músico, y cuando repite lo hace cuatro o cinco horas al día; acá nadie puede hacerlo porque todos están buscando «cachuelitos». Pero la música popular, contemporánea, está muy bien, hay muy buenos músicos. El teatro y el ballet también están muy bien.

Encontré una cita suya, o que le atribuyen a Usted, en la que afirma que cada cuadro es un autorretrato en el que trata de interpretar su vida. ¿Podría ampliar este punto?

Yo creo que finalmente acabas pintándote tú mismo, pintando tu propio mundo, todo lo que sientes, ves, lo que «filtras», lo que has leído. No puedes pintar una cosa que no te pertenece, un universo que no conoces, que no sientes. De ahí viene la idea de que cada uno se pinta a sí mismo, es un poco centrista decirlo pero es así; pintas tus propias sensaciones, todas las cosas que ves a través de tu filtro, tu propio filtro de la realidad. Cada uno es un individuo diferente, y por más que traten de uniformizarnos, creo que eso va a ser muy difícil. Claro, para un Estado es más fácil que todo el mundo piense igual; así son los totalitarismos, ya sean de izquierda o de derecha, que tratan de que todos piensen de la misma forma porque entonces es más fácil manipularlos. Justamente el artista es un poco el elemento que fastidia en un sistema.

¿El elemento disociador?

�Claro! Es un poco la lombriz que pudre la manzana. Primero por su forma de vida, por lo que dice, no tiene ningún control y hace lo que le da la gana, porque en el fondo no tiene que respetar ningún código salvo hacia él mismo, hacia lo que es el arte: transmitir algo de la mejor manera posible. La capacidad está en la calidad de lo que uno hace. Eso es lo importante.

Para terminar, quisiera preguntarle por alguna anécdota de sus épocas en Cadaqués.

Bueno... no sé si conocer a Dalí sea una anécdota. El tenía un secretario, un tipo que lo quería mucho y era su brazo derecho, entonces le dije «yo soy pintor también, y estoy haciendo un retrato de Dalí y su mujer». Él me dijo «te lo voy a presentar, es muy simpático, no como en los periódicos». Y me lleva a las seis de la tarde donde Dalí, entro a su casa y viene Dalí bajando las escaleras, con un gran aire, empuñando su bastón... se acercó el secretario y le dijo que soy pintor, y entonces ahí mismo se acabó el show y fue de lo más amable. Esa fue una amistad que duró todo el tiempo que viví en Cadaqués. Pero de loco no tenía nada, era un hombre sumamente cuerdo, sensible, y como que se escondía detrás de esta apariencia de loco, de esa genialidad que le salía por los poros. Dalí tuvo el privilegio de ser un «número uno mundial», hay que reconocerlo, y eso no es tan fácil. Serlo en una ciudad ya es difícil, ahora imagínate a nivel mundial... es fantástico.


La Asociación Cultural Sophia, desde Lima, ofrece una muestra de pinturas de Revilla en:
http://webcom.comercio.com.pe/artes/sophia/revilla/revilla.htm
 
Entrevista también publicada en MOTIVOS, Lima, 1998

© María Isabel Guerra, 1999, mig@ciber.com.pe
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