Entrevista a Frances Aparicio sobre los estudios culturales latinos.
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[Ciberayllu]

Juan Zevallos-Aguilar

A la segunda parte

 
Frances R. Aparicio es profesora de español y estudios latinos en la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Ha publicado artículos sobre poesía hispanoamericana, música y literatura en el Caribe, traducción literaria, y sobre la literatura y cultura de los latinos estadounidenses. Es autora de Versiones, interpretaciones, creaciones: instancias de la traducción literaria en Hispanoamérica (Hispamérica, 1991), un análisis sobre la función de la traducción literaria en la obra de escritores latinoamericanos, y de Listening to Salsa: Gender, Latin Popular Music, and Puerto Rican Cultures (Wesleyan University Press, 1998), un estudio interdisciplinario sobre la política genérico-sexual en la música caribeña y puertorriqueña. Ha editado Song of Madness and Other Poems (1985) y Latino Voices (1994) y es co-editora, con Susana Chávez-Silverman, de Tropicalizations: Transcultural representations of latinidad (University Press of New England, 1997). Actualmente está investigando la síntesis entre placer musical y política en la música de Willie Colón y continúa un proyecto basado en entrevistas con estudiantes universitarios sobre el capital cultural del inglés y del español.

Juan Zevallos Aguilar: Es notorio que en la última década se ha constituido el dinámico campo de «estudios latinos» en el sistema universitario norteamericano. Las universidades están creando un espacio para este campo de estudios ya sea en el interior de departamentos de español, lenguas romances o inglés ya existentes, o creando nuevos marcos institucionales. La apertura de estos espacios se traduce en una gran demanda de especialistas que asegura trabajo a los recién egresados en estudios latinos. De otra parte, aunque las manifestaciones culturales latinas comercializadas como la salsa se consumen en Latinoamérica, se conoce muy poco sobre los resultados de investigación y las aportaciones teóricas de este campo. ¿Podrías empezar explicando cuáles son los factores más importantes para que se constituya el campo de estudios latinos en los EEUU?

Frances Aparicio: El desarrollo de los «estudios latinos» como campo académico encuentra sus orígenes a finales de los años 60 y principios de los 70, a raíz de las luchas de las minorías estadounidenses que defienden sus derechos civiles. Mientras que estudiantes y activistas de origen mexicano en California, Texas, Colorado y el suroeste exigieron programas académicos que reflejaran la historia méxico-americana en las escuelas secundarias como en las universidades, los puertorriqueños en Nueva York, en particular bajo el liderazgo de los «Young Lords», asimismo lucharon para que se incluyeran materiales académicos que reflejaran su cultura y su lengua. Estas demandas surgieron en un contexto político nacional en el cual las minorías raciales y culturales asumieron oposición militante contra las instituciones sociales y gubernamentales del país. Cambiar las escuelas y las universidades fue uno de los objetivos de estos movimientos sociales, pues constituyen el espacio principal por el cual se coloniza a la juventud de descendencia latinoamericana con miras a la asimilación total. Es importante recordar que estas luchas civiles no se dieron en aislamiento, sino dentro de un marco mayor de luchas laborales, como fue la organización de la United Farm Workers bajo César Chávez, de luchas políticas, como las de los «Young Lords» en Nueva York y Chicago, y la formación del partido de la Raza Unida en Crystal City, Texas.

Como resultado del impacto colectivo del movimiento de los derechos civiles y de la nueva legislación, desde finales de los años 60 y comienzos de los 70, y a través de toda la década de los 70, surgen programas académicos de Estudios Chicanos en el oeste y suroeste del país y de Estudios Puertorriqueños en el estado de Nueva York. Uno de los primeros fue el Programa de Estudios Chicanos de California State University en Northridge, fundado por Rodolfo Acuña, uno de los profesores pioneros en este campo, historiador radical cuya obra, Occupied America, presenta por primera vez la historia del suroeste desde la perspectiva de los subyugados. En Nueva York, por otra parte, no sólo surgen programas y departamentos de Estudios Puertorriqueños, como el de Brooklyn College, sino que se establece el Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College, CUNY, cuyas premisas iniciales dirigidas a producir conocimiento académico en conjunto con la participación de la comunidad puertorriqueña de clase obrera, están siendo debatidas hoy día.

¿Cuáles fueron las características principales de estos proyectos de cambio educativo?

Quiero subrayar el carácter nacionalista de dichos proyectos como una primera etapa en el desarrollo de los «estudios latinos». Ello no implica, sin embargo, que las luchas civiles fueran segmentadas por grupo nacional, ya que la investigación más reciente apunta hacia un activismo colectivo, diverso e interétnico. Pero las demandas institucionales tuvieron que enfocarse estratégicamente en la construcción cultural de un grupo dominante, ya sea el chicano o el puertorriqueño. La identidad cubanoamericana surgirá más adelante como resultado de la transformación de una identidad de refugiados y exiliados a una etnia-minoritaria, según lo ha analizado Eliana Rivero.1

El nacionalismo cultural de los movimientos Chicano y Nuyorican se ha transformado, aunque sólo parcialmente y en forma dialéctica, en lo que denominamos «estudios latinos». Dicha tendencia hacia «lo latino» parte de varios factores. La diversificación y redistribución del sector de descendencia latinoamericana y caribeña en los Estados Unidos, resultado en sí de los cambios hacia una economía global, nos ha obligado a trascender los deslindes nacionalistas y a reconocer la diversidad nacional de la comunidad latina estadounidense. A la vez, el surgimiento de «lo latino» como categoría social y académica es resultado de la tendencia de las universidades de consolidar, por razones fiscales y supuestas limitaciones económicas, varios programas de culturas nacionales en una unidad, lo que no es sorprendente en esta época de conservadurismo burocrático2. Ambos factores convergen, dando lugar al espacio de «estudios latinos» que surge por razones tanto históricas e intelectuales como burocráticas y estructurales.

En términos intelectuales, hoy día se ha trascendido el nacionalismo cultural gracias a los trabajos revisionistas de las feministas chicanas y latinas, gracias al análisis crítico del sector homosexual y al reconocimiento de la dinámica transnacional en la constitución y construcción social de la identidad latina. Las feministas latinas experimentaron exclusión y opresión por parte de las ideologías masculinistas de los movimientos nacionalistas.

Pero dichos nacionalismos todavía subyacen en los estudios latinos y, de hecho, el campo, según se forja día a día, se caracteriza precisamente por las tensiones dialécticas entre los nacionalismos hegemónicos de cada grupo y la necesidad estratégica de forjar una identidad colectiva, lo que llamamos «latinidad» o «latinismo». El campo de «estudios latinos» es, pues, la rúbrica que se ha utilizado para construir este espacio alternativo y oposicional dentro del mundo académico. Se constituye por la suma de los estudios chicanos, puertorriqueños y cubano-americanos, como por los estudios más recientes sobre la diversificación y redistribución de la población latinoamericana dentro de los Estados Unidos. Los dominicanos, los colombianos y los centroamericanos, el grupo de mayor tasa de crecimiento demográfico desde la década de los 80, añaden a la complejidad del sector latinoamericano y caribeño en los Estados Unidos. Los dominicanos y colombianos han transformado los paradigmas de identidad de los puertorriqueños en el este, al igual que los centroamericanos han afectado la hegemonía de los chicanos en California. Rodolfo Acuña, por ejemplo, ha exhortado que el término «chicano» también sea inclusivo de la experiencia centroamericana. En los últimos diez años hemos presenciado una diversificación local y regional entre los latinos estadounidenses, ya que ciudades netamente puertorriqueñas como Nueva York, y mexicanas como Los Angeles, están experimentando una presencia mucho más diversa de otros grupos nacionales. Yo había apuntado a ese fenómeno en 1990 en un artículo sobre la diversificación pan-latina del estudiantado en las universidades y sus implicaciones pedagógicas3. Si en Nueva York los estudios puertorriqueños fueron los programas dominantes, en California y el suroeste, los estudios chicanos o mexico-americanos han constituido la hegemonía hasta ahora, momento en el cual algunos programas han efectuado cambios hacia lo «latino» tanto en su programación académica como en su identidad pública4. El medio oeste, sin embargo, es una región en la cual la comunidad latina ha sido mucho más pan-latina y mixta en términos demográficos e históricos, y en donde se ve más intercambio entre los grupos nacionales. Por lo tanto, los programas en general siempre se caracterizaron, desde sus comienzos, por un carácter pan-latino o, por lo menos, chicano-riqueño. Los nombres de las revistas y programas que han surgido en la región del medio oeste revelan claramente el paradigma pan-latino que la ha caracterizado: el Programa de Estudios Chicano-Riqueños en la Universidad de Indiana, en Bloomington, bajo la dirección del Profesor Luis Dávila, ha sido un programa modelo para las tendencias más recientes. The Americas Review, publicada en Houston, era la Revista Chicano-Riqueña que Nicolás Kanellos fundó también en Indiana. Los programas de Estudios Latinos en la Universidad de Michigan y DePaul University, y los Estudios Latinos y Latinoamericanos en la Universidad de Illinois, Chicago, han servido como antecedentes a la diversificación que se experimenta en Nueva York y California en la década de los 90. Esta combinación de factores ha impulsado el surgimiento del campo de «estudios latinos» en contraste con los antecedentes nacionalistas de «estudios chicanos» y «estudios puertorriqueños» como en continuidad con ellos. No podemos, pues, definir el área de «estudios latinos» de manera fija o aislada, sino que hay que pensarla como un campo que está constantemente transformándose en respuesta a los cambios demográficos, sociales, culturales e históricos que experimentan las comunidades latinas estadounidenses. Precisamente es esa tensión entre, por un lado, el nacionalismo cultural y la especificidad de cada grupo y, por otro, la necesidad de vernos también como una colectividad, con experiencias comunes y análogas, lo que caracteriza la dinámica de los «estudios latinos».

Dada esta historia, habría que aclarar que los estudios latinos no se han constituido en la última década, sino que se han «institucionalizado», se han legitimado por las universidades como campo académico necesario para preparar a nuestros estudiantes como futuros ciudadanos de una sociedad multicultural y multirracial en el siglo veintiuno. La respuesta institucional de las universidades norteamericanas frente al activismo social y militante de los estudiantes minoritarios fue, en parte, cooptar dichas demandas y valores oposicionales, redefiniéndolos como «multiculturalismo». El multiculturalismo institucional resemantiza los valores oposicionales y comunitarios de los movimientos sociales, adaptándolos e insertándolos en el «hábitat» de la cultura académica anglosajona, competitiva e individualista que todavía predomina en la educación universitaria. Por lo tanto, la integración de los «estudios latinos» en los espacios universitarios ha implicado, por una parte, la neutralización política de dicho campo de estudio para que así sea más aceptable y encaje con los valores dominantes del mundo académico norteamericano. A la vez, la presencia de este campo de estudios y de un nuevo canon literario, histórico y cultural ha desestabilizado la hegemonía de las disciplinas y el papel fundacional de los conocimientos tradicionales.

¿Cómo ha sido forjado este canon alternativo?

El canon alternativo ha sido forjado por el esfuerzo de intelectuales pioneros en el campo y de las generaciones subsiguientes de académicos, quienes no sólo desafiaron obstáculos de corte racista en sus departamentos, sino que han contribuido a la producción y desarrollo de un corpus literario, histórico, cultural y crítico que hoy día conforma esta tradición emergente. Entre ellos, pienso en Edna Acosta Belén, Frank Bonilla, Luz María Umpierre, Rina Benmayor, Efraín Barradas, Virginia Sánchez-Korrol, Juan Flores, Marc Zimmerman, y Ana Celia Zentella, entre algunas de las figuras más importantes en los Estudios Puertorriqueños. Los Estudios Chicanos se ha desarrollado gracias a múltiples figuras, entre ellas Luis Leal, Joseph Sommers, Tomás Ybarra-Frausto, María Herrera-Sobek, Vicky Ruiz, Francisco Lomelí, Charles Tatum, Norma Alarcón, José Limón, Américo Paredes, Ramón Saldívar, José Saldívar, Sonia Saldívar-Hull, Angie Chabrám, Rosalinda Fregoso, Juan Bruce-Novoa, Héctor Calderón, Norma Cantú, Gary Keller, Yvonne Yarbro-Bejarano, Octavio Romano, Tey Diana Rebolledo, y muchísimos más. El campo de estudios cubano-americanos asimismo ha gozado de las contribuciones de figuras como Ofelia García, Alejandro Portes, Carolina Hospital, Achy Obejas, Gustavo Pérez-Firmat, Lisandro Pérez, Ruth Behar, Silvia Pedraza, Eliana Rivero, y Ana Roca. Editoriales como Arte Público Press, dirigida por Nicolás Kanellos, Bilingual Review Press, de Gary Keller, y Third Woman Press, de Norma Alarcón, son ejemplos de los proyectos pioneros que se iniciaron en los años 70 y que han crecido con los años, otorgándole visibilidad a la literatura producida por autores latino/as y creando un proceso de distribución, mercadeo y publicidad para sus publicaciones.

¿Qué revistas contribuyeron a la formación de una tradición crítica?

Revistas como Aztlán, The Americas Review (antes Revista Chicano-Riqueña), Third Woman, The Bilingual Review, el Boletín del Centro de Estudios Puertorriqueños y, más recientemente, Latino Studies Journal, dirigida por Félix Padilla, en conjunto con otras revistas dirigidas al contexto hispano dentro de las disciplinas, han ayudado a fomentar una tradición de crítica y producción de conocimientos sobre la experiencia de los latinos en los Estados Unidos. Hace quince años hubiera sido imposible ofrecer cursos que examinaran la historia de los «estudios latinos» como campo académico, cursos que usualmente funcionan como el seminario central de la disciplina. Hoy día, gracias a la vasta producción de artículos, libros, revistas, tesis doctorales, congresos, y consorcios universitarios que han ayudado a auspiciar estudios latinos interdisciplinarios (por ejemplo, el Inter-University Program for Latino Research), podemos estudiar el desarrollo del campo como tal, ofrecer seminarios sobre los estudios latinos como campo de estudio, y comenzar a establecer un tipo de metacrítica sobre los varios círculos, tendencias, y las transformaciones históricas de nuestras aproximaciones, ideologías y metodologías. En historia, literatura, sociología, antropología, psicología, y leyes, entre otros campos, existe ya tanto un corpus crítico como un canon de textos primarios producidos por este sector.

Los espacios institucionales en los que se localizan los «estudios latinos» sirven como metáfora excelente para analizar la problemática y compleja relación de dicho campo a la institución académica y a las varias disciplinas. La definición de este programa ha dependido, como ya hemos sugerido, en la historia política de cada comunidad local. En la última década, muchos de los programas o departamentos de Estudios Chicanos o Puertorriqueños han sido consolidados con otros programas análogos, convirtiéndose en unidades mixtas, ya sea como Estudios Latinos y Latinoamericanos o del Caribe, o con los programas de Estudios Asiático-Americanos y Afro-Americanos bajo la rúbrica de Estudios Étnicos. En la Universidad de Michigan, la localización original de los Estudios Latinos, desde su incepción en 1984, ha sido dentro del programa de Estudios Norteamericanos, llamado en inglés American Culture. Ello implica, por un lado, un grado de colonización y, por otro, una interacción multirracial, interdisciplinaria y cultural que ha sido muy saludable para el desarrollo intelectual del profesorado y estudiantado de todos los grupos raciales y étnicos incluidos. El campo de los Estudios Latinos, como los otros campos étnicos, ha desestabilizado las fronteras disciplinarias, lingüísticas, y étnicas en la producción del conocimiento.

Recientemente ha habido un crecimiento notable de universidades prestigiosas que inician dichos programas y éstas tienen que deliberar, en discusiones difíciles y complejas, sobre la localización de los «estudios latinos».

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NOTAS
  1. Véase «From immigrants to ethnics: Cuban women writers in the U.S.», en Breaking Boundaries: Latina Writings and Critical Readings, eds. Asunción Horno-Delgado, Eliana Ortega, Nina M. Scott y Nancy Saporta Sternbach (Amherst: University of Massachusetts Press, 1989), 189-200.
  2. Juan Flores, en «Latino Studies: New Contexts, New Concepts», Harvard Educational Review 67:2 (Summer 1997): 208-221, analiza este fenómeno estructural que ha limitado el crecimiento de los programas étnicos establecidos desde los años 70.
  3. Véase mi artículo «Diversification and Pan-Latinity: Projections for the Teaching of Spanish to Bilinguals», en Spanish in the United States: Linguistic Contact and Diversity, eds. Ana Roca y John M. Lipski. Berlin/New York: Mouton de Gruyter, 1993, pp. 183-98.
  4. Un ejemplo reciente de los cambios de los paradigmas nacionales hacia lo latino es el Programa de Estudios Chicanos en la Universidad de California en Berkeley, el cual ha modificado su nombre a «Estudios Chicanos y Latinos». Este cambio, sin embargo, suscitó una fuerte oposición por parte del estudiantado chicano nacionalista.

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© Juan Zevallos-Aguilar, uzevallo@nimbus.ocis.temple.edu, 1999
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