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Sabato en el corazón

Alfredo Quintanilla Ponce

Divagaciones
 
 
 

Juego y juego hasta que los ojos se irritan y el dedo índice se agarrota sobre el mouse. Mismo niño enviciado, solipsista, sin ganar o perder frente a nadie, solo ante una pantalla que indica cuántos segundos y puntos. Jugar y evadirse, salir, volar, embriagarse solo. Al menos, cuando estás con tus patas, conversas, o si estás muy ebrio te acuerdas de tus penas y lloras, pero llega la palmada amiga: yo te estimo hermano, a ver, cuéntame. Pero hoy no. Sólo el rostro triste de la señora cuya historia se vio en la tele, la que cuida cerdos por 30 soles semanales, a la que los terrucos le mataron la madre y la hermana, y al padre le llevaron los soldados en helicóptero. Ese rostro triste del abandono, que apenas sonríe pensando en el hijo que tiene en su vientre, y en el pequeño que se arrima a su falda. Esos ojos anegados pensando en el otro niño que está en el puericultorio porque ella no tiene qué darle de comer. Y yo pensando en el libro, en el hijo, en el bosque, las metas que los sabios chinos recomiendan. Lavorare stanca, assassino, cecina, cenizas, polvo. Polvo de los desabandonados. Porca miseria. Y uno sin poder hacer nada. Ni el amor. Impotencia. Necesito un poco de coraza, coraza de grasa como decía la gordita que quiso suicidarse. Sólo un poco, maestro. Maestro Sabato. Voy a Buenos Aires y quiero verlo diez, no, cinco minutos. Pero me corrijo, no hagas que el maestro tontee cinco minutos con un desconocido, como el Papa que recibe en audiencia a la dueña de una boutique gracias a su tío del Opus. No, además, ya está ancianísimo y seguramente ni oye, porque hace años que no ve. Y entonces qué. Vos querrías un poquito de attenzione, certo? �El señor Sabato? No, vea, déjeme que le explique. El señor Sabato no atiende a nadie. Anda muy mal de salud, sólo un puñado de amigos puede verlo. �Qué usted le trae un mensaje de su amigo Vallejo? �No será el que murió en París con aguacero? No, en serio. Imposible. Además usted tiene, dos, qué digo, ciento sesenta webs donde consultar la obra y la crítica del maestro (no vengás a joder con tu cartita, tus poemas, tu cara de dame medio que no te aguanto. Y... a lo mejor sos ilegal y querés pasarme una merca). �Que si he leído a Sabato? Hombre, qué pregunta, si retrata la metafísica cotidiana del argentino. Déjeme decirle, entre nos, que los argentinos le dictamos sus novelas. Bueno, en serio, �cuántos en Perú conocen su obra? Ya. Entonces, el peruano se mandó un rollo durante cinco minutos sin respirar. Sí, lo había leído. En realidad, el compadrito andaba buscando un analista y se equivocó de puerta. Me hablaba como si fuera el secretario o el hijo del viejo y que iría con el recado. Contó que anduvo desahuciado en un hospital, que le escribió una carta que nunca envió y que Sabato le había aliviado el alma. Comparó el sentimiento de culpa colectivo que un fulano Arguedas vio entre los indios con el que tiene la Jody Foster en El silencio de los corderos. No le entendí un carajo. Mencionó Ayacucho, claro la batalla, dije, y él no, los desaparecidos en la guerra sucia del Perú, �ah!, bué, en todas partes se cuecen habas, si no lo sabremos nosotros, justamente el viejo había escrito el informe Nunca Más sobre los desaparecidos argentinos. �Se enteró? Qué bien. Sí, un verdadero infierno. Pero luego retomó un encendido elogio del diálogo de Carlucho y el niño sobre los popótamos y lanarquismo, que está en Abbadón el exterminador, y las críticas al realismo socialista y la soledad del creador y los cornos de Brahms. En fin, para qué sigo, querido, un fan así no lo tiene ni Charly García, ni el Morocho.

 
© Alfredo Quintanilla Ponce, 1999, gudelio@amauta.rcp.net.pe
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